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  • Muchos conocimientos pero pocos cambios
    ¡Despertad! 2002 | 8 de agosto
    • Muchos conocimientos pero pocos cambios

      “A pesar de los recientes triunfos de la ciencia, el hombre no ha cambiado mucho en los últimos dos mil años; [...] por consiguiente, todavía tenemos que intentar aprender de la historia.”—Kenneth Clark (Civilización. Una visión personal).

      NO CABE duda de que la ciencia ha realizado progresos extraordinarios en los pasados siglos. La revista Time dice que gracias a estos, “millones de personas disfrutamos hoy del nivel de vida más alto de la historia”. Algunos de los mayores adelantos se han producido en el campo de la medicina. Según la historiadora Zoé Oldenbourg, en la Edad Media, “la medicina era rudimentaria y brutal. [...] El médico lo mismo podía curar que matar”.

      No siempre ha habido disposición para aprender

      El hombre no siempre ha estado dispuesto a aprender. A finales del siglo XIX, por ejemplo, muchos médicos hacían caso omiso de las pruebas claras de que ellos mismos estaban transmitiendo enfermedades a los pacientes de algún modo, por lo que seguían con sus prácticas peligrosas y se negaban a lavarse las manos antes de atender al siguiente enfermo.

      No obstante, la ciencia y la técnica continuaron avanzando, así que cabría esperar que la humanidad hubiese aprendido de sus experiencias pasadas la manera de convertir el mundo en un lugar más seguro y feliz. Pero, lamentablemente, no ha sido así.

      Pongamos por caso la Europa del siglo XVII, que empezaba a entrar en la época de la Ilustración, caracterizada por el predominio de la razón. “Con todas sus [manifestaciones] de genio en las artes y las ciencias —escribe Kenneth Clark—, hubo todavía persecuciones sin sentido y guerras brutales de una crueldad sin precedentes.”

      En nuestros tiempos, todavía hay reticencia a aprender de los errores del pasado para no recaer en ellos. Como consecuencia, nuestra misma existencia en el planeta parece estar amenazada. El escritor Joseph Needham llegó a la conclusión de que la situación se ha vuelto tan peligrosa que ‘lo único que podemos hacer es orar a Dios y esperar que ningún loco desate sobre la humanidad fuerzas que extingan toda forma de vida sobre la Tierra’.

      Teniendo en cuenta el ingenio que ha demostrado el hombre y todos los conocimientos que ha adquirido, ¿por qué seguimos atascados en un mundo de violencia y brutalidad? ¿Cambiará algún día la situación? Los siguientes dos artículos contestarán estas preguntas.

  • Las naciones siguen sin aprender
    ¡Despertad! 2002 | 8 de agosto
    • Las naciones siguen sin aprender

      “Si los seres humanos aprendiéramos de la historia, ¡cuántas lecciones extraeríamos! Pero la pasión y el partidismo nos ciegan, y la luz de la experiencia es como la de la popa del barco, que solo alumbra las olas que dejamos atrás.”—Samuel Taylor Coleridge.

      ¿ESTÁ usted de acuerdo con el poeta inglés Samuel Coleridge? ¿Es posible que la pasión por una causa nos ciegue tanto que repitamos los trágicos errores de generaciones pasadas?

      Las cruzadas

      Pensemos, por ejemplo, en algunos actos cometidos durante las cruzadas. En el año 1095, el papa Urbano II instó a los “cristianos” a recuperar los territorios de Tierra Santa ocupados por los musulmanes. Reyes, nobles, caballeros y plebeyos de todos los países que estaban bajo la autoridad papal respondieron al llamamiento. Según cierto cronista de la Edad Media, “prácticamente todo el que vivía de acuerdo con la ley de Cristo” apoyó enseguida la causa.

      La historiadora Zoé Oldenbourg afirma que la mayoría de los cruzados tenían “la plena convicción de que al alistarse en tales expediciones militares, se ponían directamente al servicio de Dios”. Los combatientes, añade ella, se veían a sí mismos como “ángeles exterminadores que arremetían contra los hijos del Diablo”. También creían que “todo el que muriera se ganaría la corona de mártir en el cielo”, menciona el escritor Brian Moynahan.

      Tal vez los cruzados ignoraban que su enemigo tenía una creencia parecida. El historiador J. M. Roberts explica en su libro Shorter History of the World (Historia resumida del mundo) que los soldados islámicos también estaban convencidos de que luchaban por Dios y de “que si morían en el campo de batalla combatiendo contra los infieles, entrarían directamente en el paraíso” celestial.

      A ambos bandos les enseñaron que su guerra era justa, que contaba con la aprobación y la bendición de Dios. Los dirigentes religiosos y políticos fomentaron tales creencias y enardecieron los ánimos de sus súbditos. El resultado fue que los dos bandos cometieron atrocidades indescriptibles.

      La clase de gente que cometió las atrocidades

      ¿Qué clase de gente participó en la barbarie? En su mayoría eran personas comunes y corrientes, no muy diferentes de las de nuestros días. Sin duda, a muchas de ellas las empujaban un fervor idealista y un deseo de corregir los males que, a su entender, existían en la época. En semejante estado de exaltación no parecían darse cuenta de que su lucha por la “justicia” solo ocasionaba injusticias, dolor y sufrimiento a los cientos de miles de hombres, mujeres y niños inocentes que quedaban atrapados en las zonas de guerra.

      ¿No se ha repetido esa misma situación a lo largo de la historia? ¿No es cierto que han surgido muchos líderes carismáticos que han incitado a millones y millones de personas a participar en crueles guerras contra sus adversarios religiosos y políticos, lo cual normalmente no se les hubiera ocurrido hacer? El llamamiento a las armas y la afirmación de que Dios está de su lado han hecho que ambos bandos de los conflictos vean justificada la eliminación violenta de los opositores políticos y religiosos. Dichos métodos han servido a los intereses de los tiranos durante muchos siglos. Según Moynahan, “fueron tan útiles a los artífices del Holocausto y de las modernas limpiezas étnicas como lo fueron a los promotores de la primera cruzada”.

      “Pero hoy en día la gente sensata no se dejaría manipular de esa forma —quizá piense usted—. Nosotros somos mucho más civilizados.” Eso es lo que se esperaría. Sin embargo, ¿se ha aprendido verdaderamente de la historia? Después de analizar los sucesos de los pasados cien años, ¿quién puede decir con sinceridad que así ha sido?

      La I Guerra Mundial

      El modelo fijado por las cruzadas se siguió, por ejemplo, en la I Guerra Mundial. “Una de las paradojas de 1914 —dice el historiador Roberts— es que en todos los países hubo grandes cantidades de personas de todo partido, credo y procedencia que, sorprendentemente, parecieron ir a la guerra de buena gana.”

      ¿Por qué fueron a la guerra “de buena gana” tantos ciudadanos normales? Porque sus creencias y valores, al igual que los de quienes tomaron las armas con gusto antes que ellos, habían sido moldeados por las ideas de su tiempo. Puede que a algunos les movieran sus principios de libertad y justicia, pero lo que impulsó a muchos fue, indudablemente, la creencia arrogante de que su nación era superior a las demás y que, por tanto, tenía derecho a dominarlas.

      A tales personas se les hizo creer que la guerra era una parte inevitable del orden natural, una especie de “necesidad biológica”. El “darwinismo social”, indica el escritor Phil Williams, fomentó, entre otras, la idea de que la guerra era un medio legítimo de “erradicar las especies que no merecían sobrevivir”.

      Todos pensaron, claro está, que su causa era justa. ¿Con qué resultado? Según el escritor e historiador Martin Gilbert, durante la I Guerra Mundial, “los gobiernos exaltaron el racismo, el patriotismo y el poderío militar”, y las masas los siguieron ciegamente. El economista John Kenneth Galbraith, criado en la Canadá rural de aquella época, dijo que en su entorno se hablaba mucho de “la estupidez manifiesta del conflicto reinante en Europa”, y que la opinión general era que “los hombres inteligentes [...] no se prestaban a tal locura”. Pero una vez más, lo hicieron. ¿Cuáles fueron las consecuencias? Unos sesenta mil soldados canadienses estuvieron entre los más de nueve millones de combatientes muertos en ambos bandos de la repulsiva contienda que recibió el nombre de I Guerra Mundial.

      El hombre no ha aprendido la lección

      En las siguientes dos décadas reapareció el mismo espíritu con el surgimiento del fascismo y el nazismo. Los fascistas empezaron a “encender las pasiones del pueblo con instrumentos propagandísticos tradicionales, como los símbolos y los mitos”, escribe Hugh Purcell. Un instrumento especialmente efectivo fue la poderosa combinación de religión y política, evidente, por ejemplo, al pedir la bendición de Dios sobre las tropas.

      Hitler, por su parte, fue “un experto en psicología de masas, además de un magnífico orador”. Como tantos demagogos del pasado, creía que ‘las masas no se regían por el intelecto, sino por las emociones’, dice Dick Geary en su obra Hitler and Nazism. El dictador se aprovechó de esa debilidad humana valiéndose hábilmente de la antigua técnica de dirigir el odio de la gente contra un enemigo común, como cuando “encauzó los temores y resentimientos de los alemanes hacia los judíos”, añade Purcell. Hitler hizo esta difamante afirmación: “Los judíos corrompen a la nación alemana”.

      Es escalofriante ver la facilidad con que se incitó a millones de personas en apariencia decentes a intervenir en las masacres. “¿Cómo pudieron los ciudadanos de una nación en teoría civilizada no solo tolerar la espantosa barbarie del Estado nazi, sino participar en ella?”, pregunta Geary. Y, además de “civilizada”, la nación era supuestamente cristiana. La respuesta a dicha interrogante es que prefirieron las ideologías y los planes humanos a las enseñanzas de Jesucristo. Desde entonces se ha inducido a cometer atrocidades a muchísimos hombres y mujeres sinceros e idealistas.

      El filósofo alemán Georg Hegel dijo: “Lo que la experiencia y la historia enseñan es que los pueblos y los gobiernos jamás han aprendido algo de la historia ni han actuado según las lecciones que hubieran tenido que sacarse de ella”. Aunque muchos estén en desacuerdo con la filosofía hegeliana de la vida, pocos discreparían de la citada afirmación. Lamentablemente, parece que al ser humano se le hace muy difícil aprender de la historia. Pero ¿debe ser así en el caso de usted?

      Sin duda, una lección clara que debemos aprender es que, para evitar que se repitan las tragedias de generaciones pasadas, hace falta algo mucho más confiable que las falibles ideologías humanas. ¿Qué debe regir, pues, nuestro pensamiento, si no son las filosofías humanas? Más de un milenio antes de las cruzadas, los discípulos de Jesucristo demostraron qué proceder es el verdaderamente cristiano, además de ser el único razonable. A continuación veremos lo que hicieron para que no se les indujera a participar en los sangrientos conflictos de su día. Ahora bien, ¿es de esperar que las naciones actuales aprendan de su ejemplo y así eviten las guerras? Y sin importar lo que hagan las naciones, ¿cuál será la solución de Dios para acabar con todo el sufrimiento ocasionado por los conflictos humanos?

      [Ilustraciones de la página 6]

      Los conflictos humanos se han caracterizado por la barbarie y el sufrimiento

      [Ilustraciones de la página 7]

      Arriba: refugiados en una zona desgarrada por la guerra

      ¿Cómo se explica que gente supuestamente civilizada cometiera actos de violencia tan extrema?

      [Reconocimientos]

      Refugiados ruandeses: UN PHOTO 186788/J. Isaac; derrumbe del World Trade Center: AP Photo/Amy Sancetta

  • Aprendamos de los cristianos del primer siglo
    ¡Despertad! 2002 | 8 de agosto
    • Aprendamos de los cristianos del primer siglo

      “Cuidado: quizás haya alguien que se los lleve como presa suya mediante la filosofía y el vano engaño según la tradición de los hombres, según las cosas elementales del mundo y no según Cristo.” (Colosenses 2:8.)

      ASÍ advirtió el apóstol Pablo a los cristianos del siglo primero sobre los peligros de aceptar ciegamente las filosofías humanas. Podían o bien seguir las confiables enseñanzas de Jesús y sus apóstoles, que ya les habían reportado inmensos beneficios, o bien ser presa de las cambiantes teorías humanas, lo cual ya había causado dolor y sufrimiento a millones de personas (1 Corintios 1:19-21; 3:18-20).

      Vivir “según Cristo”

      Los cruzados de mil años atrás no comprendieron que vivir “según Cristo” significa mucho más que solo afirmar que se es leal a él (Mateo 7:21-23). Significa obrar siempre en total armonía con sus enseñanzas, que encontramos en la Palabra inspirada de Dios, la Biblia (Mateo 7:15-20; Juan 17:17). Jesucristo dijo: “Si permanecen en mi palabra, verdaderamente son mis discípulos”, y también afirmó: “todos conocerán que ustedes son mis discípulos, si tienen amor entre sí” (Juan 8:31; 13:35).

      Aquellos cruzados fueron presa del “vano engaño según la tradición de los hombres”. No sorprende que la gente común estuviera engañada, pues sus guías religiosos, sus propios obispos, “se convirtieron en militares de renombre”. “Tan extendido estaba el espíritu bélico entre los sacerdotes que, si había algo que ganar, iban a la guerra sin pensárselo”, dice la Cyclopedia of Biblical, Theological, and Ecclesiastical Literature, de McClintock y Strong.

      ¿Qué llevó a tan triste situación? Tras la muerte de los apóstoles cristianos en el siglo primero, surgieron dirigentes eclesiásticos apóstatas que se fueron desviando de las enseñanzas de Cristo, tal como había predicho la Palabra de Dios (Hechos 20:29, 30). La Iglesia, ya corrompida, se mezcló cada vez más en los asuntos del Estado. En el siglo IV, el emperador romano Constantino supuestamente se convirtió al cristianismo en su lecho de muerte. Según la enciclopedia antes citada, “el hecho de cambiar los estandartes idolátricos por el estandarte de la cruz obligó a todo cristiano a servir de soldado”.

      En realidad, los cristianos no tenían tal obligación. Sin embargo, los “argumentos persuasivos” de las filosofías humanas los condujeron a violaciones graves de todo lo que representa Cristo (Colosenses 2:4). Desde la antigüedad se han utilizado argumentos muy engañosos para justificar las guerras y los conflictos. Pero lo cierto es que la participación de cualquier persona humanitaria o piadosa en “la perversidad de las guerras libradas sistemáticamente en el pasado o el presente [...] no puede conciliarse de ningún modo con [...] los principios cristianos”, señala la enciclopedia de McClintock y Strong.

      A lo largo de los siglos, también han recurrido a la guerra las religiones de origen no cristiano. Estas, al igual que las pertenecientes a la cristiandad, han masacrado a miembros de su propio credo y de otros debido a diferencias nacionales, políticas y religiosas. Se han valido de amenazas de violencia o de violencia directa para hacer conversos. Algunas han intervenido en los baños de sangre de la historia en un intento de alcanzar sus objetivos. Han actuado exactamente igual que las religiones de la cristiandad.

      Separados del mundo

      ¿Por qué pudieron los cristianos del siglo primero mantenerse al margen de la política y las guerras sangrientas de su época? Hubo dos principios básicos que les ayudaron. El primero lo encontramos en el mandato que le dio Jesús al apóstol Pedro cuando este lo defendió con una espada. “Vuelve tu espada a su lugar, porque todos los que toman la espada perecerán por la espada”, le dijo (Mateo 26:52). El segundo principio se extrae de la respuesta de Jesús a la pregunta de Pilato sobre la naturaleza de su gobernación real: “Mi reino no es parte de este mundo. Si mi reino fuera parte de este mundo, mis servidores habrían peleado para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero, como es el caso, mi reino no es de esta fuente” (Juan 18:36).

      ¿Cómo aplicaron los cristianos del siglo primero esos principios? Se mantuvieron completamente separados del mundo y neutrales en asuntos políticos y militares (Juan 15:17-19; 17:14-16; Santiago 4:4). Se negaron a tomar las armas contra su prójimo. La historia muestra con claridad que los cristianos del siglo primero no se incorporaron a los movimientos nacionalistas judíos ni se alistaron en los ejércitos imperiales de Roma. Pero tampoco trataron de decir a los líderes políticos lo que debían hacer, pues esa responsabilidad recaía en los propios gobernantes (Gálatas 6:5).

      Justino Mártir, del siglo II E.C., escribió que los cristianos habían ‘batido sus espadas en rejas de arado’ (Miqueas 4:3). Tertuliano, por su parte, replicó a quienes objetaban a la postura cristiana: “¿Será lícito dedicarse a la espada, cuando el Señor proclama que el que usa la espada perecerá por la espada?”.

      “Obedecer a Dios como gobernante más bien que a los hombres”

      La negativa a participar en la guerra causó dificultades a los primeros cristianos, ya que se oponía a las creencias aceptadas de su tiempo. Un enemigo del cristianismo llamado Celso se burló de su postura, pues creía que toda persona debía ir a la guerra cuando los que estaban en el poder lo exigían. A pesar de la gran hostilidad de que fueron objeto, los cristianos rehusaron seguir cualquier filosofía humana que contradijera las enseñanzas de Cristo. “Tenemos que obedecer a Dios como gobernante más bien que a los hombres”, dijeron (Hechos 4:19; 5:29).

      Los testigos de Jehová de nuestros días han seguido sus pasos. En la Alemania nazi, por ejemplo, se negaron rotundamente a tomar parte en las guerras asesinas de Hitler. Estuvieron dispuestos a aguantar persecución brutal, e incluso a morir si era necesario, con tal de no quebrantar su neutralidad cristiana. Según el libro Of Gods and Men (De dioses y hombres), los nazis “encarcelaron a la mitad de ellos y ejecutaron a una cuarta parte” por su lealtad a los principios bíblicos. Así pues, de las decenas de millones de víctimas mortales de la II Guerra Mundial, ni una sola murió a manos de un testigo de Jehová. Antes que matar a su prójimo, los Testigos preferían sacrificar su propia vida, y, de hecho, una gran cantidad así lo hizo.

      Una lección que podemos aprender

      ¿Qué lecciones nos enseña la historia? Sin duda alguna, una de ellas es que las filosofías humanas siempre han generado odio y derramamiento de sangre entre los pueblos y las naciones. Eclesiastés 8:9 afirma con razón: “El hombre ha dominado al hombre para perjuicio suyo”. Y el motivo subyacente se revela en Jeremías 10:23, donde la Palabra de Dios dice: “Al hombre terrestre no le pertenece su camino. No pertenece al hombre que está andando siquiera dirigir su paso”. En efecto, Dios no creó a los seres humanos con la capacidad de gobernarse a sí mismos con independencia de él. Y así se ha demostrado a lo largo de toda la historia.

      Es cierto que como individuos no podemos cambiar lo que hacen los dirigentes de las naciones cuando repiten las tragedias del pasado, ni estamos autorizados a intentar convencerlos de que adopten determinado proceder. Pero no tenemos por qué dejarnos arrastrar por sus conflictos y participar en ellos. Jesús dijo de sus discípulos: “Ellos no son parte del mundo, así como yo no soy parte del mundo” (Juan 17:14). Para evitar toda participación en los conflictos de este mundo, debemos permitir que sea la Palabra de Dios, la Biblia, la que guíe nuestra vida, y no las cambiantes ideas filosóficas humanas (Mateo 7:24-27; 2 Timoteo 3:16, 17).

      Un futuro maravilloso

      La confiable Palabra de Dios hace mucho más que arrojar luz sobre el pasado y el presente: nos da una guía segura para el futuro (Salmo 119:105; Isaías 46:9-11). También nos ofrece una imagen clara de cuál es el propósito de Dios para este planeta. Él no va a permitir que los seres humanos lo destruyan mediante un uso demente de las poderosas fuerzas que la ciencia y la técnica han puesto a su alcance. Por el contrario, se encargará de que la Tierra se convierta en un paraíso, tal como él se proponía originalmente (Lucas 23:43).

      La Palabra de Dios dice al respecto: “Los rectos son los que residirán en la tierra, y los exentos de culpa son los que quedarán en ella. En cuanto a los inicuos, serán cortados de la mismísima tierra; y en cuanto a los traicioneros, serán arrancados de ella” (Proverbios 2:21, 22). Esto sucederá pronto, pues el hecho de que los tiempos estén tan difíciles demuestra que vivimos en “los últimos días” de este perverso sistema de cosas (2 Timoteo 3:1-5, 13). Y podemos decir con toda seguridad que este mundo tiene los días contados, que se le está agotando el tiempo. La profecía bíblica nos enseña: “El mundo va pasando, y también su deseo, pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1 Juan 2:17; Daniel 2:44).

      Dios pronto “causar[á] la ruina de los que están arruinando la tierra” y reemplazará el actual mundo violento con un nuevo mundo en el que “la justicia habrá de morar” (Revelación [Apocalipsis] 11:18; 2 Pedro 3:10-13). Entonces, a los que hayan sobrevivido les “limpiará toda lágrima de sus ojos, y la muerte no será más, ni existirá ya más lamento ni clamor ni dolor” (Revelación 21:1-4). Las guerras y la violencia desaparecerán para siempre, pues se cumplirá plenamente la profecía de Isaías 2:4, que dice: “Tendrán que batir sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en podaderas. No alzará espada nación contra nación, ni aprenderán más la guerra”. Usted también puede disfrutar de este maravilloso futuro eterno si aprende las lecciones de la historia (Juan 17:3).

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