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Jehová nos fortaleció en tiempos de guerra y en tiempos de pazLa Atalaya (estudio) 2024 | noviembre
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BIOGRAFÍA
Jehová nos fortaleció en tiempos de guerra y en tiempos de paz
Paul: ¡Qué emocionados estábamos! Era noviembre de 1985 y estábamos viajando al primer país al que nos habían asignado como misioneros: Liberia (África Occidental). El avión hizo escala en Senegal. “En menos de una hora estaremos en Liberia”, dijo Anne. Pero entonces se hizo un anuncio: “Los pasajeros con destino a Liberia tienen que bajar del avión. Se ha producido un golpe de estado y no podemos aterrizar allí”. Los siguientes 10 días nos quedamos con unos misioneros en Senegal. Las noticias de Liberia hablaban de camiones cargados de cadáveres y de toques de queda que se aplicaban estrictamente disparando contra quienes no los respetaban.
Anne: No somos personas aventureras. De hecho, desde niña me conocen como “Doña Angustias”. Me pongo nerviosa hasta para cruzar una calle. Pero estábamos resueltos a llegar a nuestra asignación.
Paul: Anne y yo nacimos en el oeste de Inglaterra, a solo 8 kilómetros (5 millas) de distancia el uno del otro. Comenzamos el precursorado tan pronto terminamos la escuela secundaria. Los dos queríamos hacer del servicio de tiempo completo nuestra carrera. Tanto mis padres como la madre de Anne nos animaron mucho y nos dieron todo su apoyo. A los 19 años me invitaron a Betel. Y Anne se unió a mí cuando nos casamos, en 1982.
Graduación de Galaad, 8 de septiembre de 1985.
Anne: Nos encantaba Betel. Pero siempre quisimos servir donde había más necesidad. Y trabajar codo con codo en Betel con antiguos misioneros hizo crecer ese deseo. Durante tres años, oramos específicamente sobre este tema todas las noches. Así que nos emocionó recibir en 1985 una invitación para asistir a la clase 79 de Galaad. Nos asignaron a Liberia, en África Occidental.
EL AMOR DE LOS HERMANOS NOS DIO FUERZAS
Paul: Por fin llegamos en el primer vuelo que recibió permiso para aterrizar en Liberia. El ambiente era muy tenso y se mantenían los toques de queda. Bastaba con que hiciera ruido un tubo de escape para que se desatara el pánico en un mercado. Para calmarnos, leíamos juntos todas las noches porciones de los Salmos. Aun así, nos gustaba mucho nuestra asignación. Anne era misionera en el campo, y yo estaba en Betel trabajando con el hermano John Charuk.a Su experiencia y su conocimiento de las circunstancias de los hermanos fueron una gran escuela para mí.
Anne: ¿Por qué nos enamoramos tan rápido de Liberia? Por los hermanos y las hermanas. Eran cariñosos, extrovertidos y fieles. Enseguida creamos fuertes lazos con ellos. Se convirtieron en nuestra familia. Sus consejos nos fortalecieron espiritualmente, y la predicación era un sueño. ¡Los vecinos se molestaban si nos íbamos muy pronto! La gente solía tener conversaciones bíblicas en las esquinas de la calle. Era muy fácil llegar y unirse a la conversación. Teníamos tantos estudiantes de la Biblia que nos costaba mucho trabajo estudiar con todos. ¡Era un problema maravilloso!
FUERTES A PESAR DEL MIEDO
Atendiendo a refugiados en el Betel de Liberia, en 1990.
Paul: Durante cuatro años, la situación fue bastante tranquila. Pero en 1989 estalló una terrible guerra civil y todo cambió. El 2 de julio de 1990, las tropas rebeldes se apoderaron de la zona cercana a Betel. Durante tres meses estuvimos sin ningún contacto con el mundo exterior, incluidas nuestras familias y la sede mundial. La anarquía, la falta de comida y las violaciones eran constantes. Los problemas duraron 14 años y afectaron a todo el país.
Anne: Había luchas y matanzas entre los miembros de diferentes tribus. Combatientes fuertemente armados y vestidos de forma extraña vagaban por las calles saqueando los edificios. Algunos hablaban de las matanzas que cometían como “sacrificar pollos”. Los cadáveres se apilaban en los controles de carreteras, varios cerca de la sucursal. Algunos Testigos fieles fueron asesinados, entre ellos dos queridos misioneros.
Muchos Testigos arriesgaron su vida para ocultar a otros que pertenecían a las tribus que estaban siendo perseguidas y asesinadas. Algunos misioneros y betelitas hicieron igual. En Betel, tuvimos durmiendo en la planta baja a varios Testigos desplazados, y otros vivían con nosotros arriba. Paul y yo compartimos nuestra habitación con una familia de siete.
Paul: Todos los días, los combatientes trataban de entrar para ver si estábamos ocultando a alguien. Creamos un sistema de seguridad formado por cuatro personas: dos se quedaban mirando desde una ventana mientras que otras dos iban al portón exterior. Si los dos hermanos que iban al portón mantenían las manos delante de ellos, todo estaba bien. Pero, si colocaban las manos a su espalda, significaba que los combatientes eran agresivos, de modo que los que estaban mirando por la ventana escondían rápidamente a los hermanos.
Anne: Tras muchas semanas, los hermanos no pudieron impedir que un grupo furioso entrara en Betel. Me encerré con una hermana en un baño donde teníamos un diminuto escondite dentro de un armario con un fondo falso. Y la hermana se metió como pudo allí. Los combatientes me habían seguido escaleras arriba armados con ametralladoras. Furiosos, comenzaron a aporrear la puerta, y Paul les dijo: “Un momento, mi esposa está en el baño”. Pero hice ruido al colocar de nuevo el fondo falso y tardé un poco en reorganizar el contenido de las estanterías. Así que empecé a temblar de pies a cabeza. No podía abrir la puerta en ese estado, porque iban a sospechar. De modo que hice una oración en silencio a Jehová y le supliqué que me ayudara. Luego abrí la puerta y, no sé cómo, los saludé con calma. Uno de ellos me apartó de un golpe y fue directo hacia el armario, lo abrió y revolvió todo lo que había. Como, para su sorpresa, no pudo encontrar nada, se fue con su grupo a registrar otras habitaciones y el desván (ático). Pero nuevamente no encontraron nada.
LA LUZ SIGUIÓ BRILLANDO
Paul: Durante meses casi no tuvimos comida. Pero el alimento espiritual nos mantuvo a flote. Durante ese tiempo, el único “desayuno” que teníamos en Betel era la adoración matutina, y todos agradecíamos las fuerzas que nos daba.
Si se nos hubiera acabado la comida y el agua y hubiéramos tenido que dejar la sucursal, los que estaban escondidos seguramente habrían sido ejecutados. A veces Jehová nos hacía llegar las provisiones de una forma y en un momento que parecían milagrosos. Él cubrió todas nuestras necesidades y nos ayudó a controlar el miedo.
Cuanto más oscuro estaba todo fuera, más brillaba la luz de la verdad. Los hermanos estaban huyendo constantemente para salvarse, pero no perdían nunca la fe ni la dignidad. Algunos decían que aquella guerra los estaba “preparando para la gran tribulación”. En las congregaciones, muchos ancianos, y también hermanos más jóvenes, dieron un paso adelante para ayudar con valentía a los demás. Los hermanos y hermanas desplazados se mantenían juntos, abrían nuevos territorios para la predicación y celebraban las reuniones en “Salones del Reino” improvisados en medio del bosque. Las reuniones eran como un puerto seguro en un mar de desesperación, y la predicación ayudaba a los hermanos a aguantar. Cuando estábamos distribuyendo la ayuda, nos conmovía ver que algunos hermanos pedían bolsos o maletines para predicar en vez de ropa. Como la gente estaba tan triste y traumatizada por la guerra, escuchaban con mucho gusto las buenas noticias. Les sorprendía la actitud feliz y positiva de los Testigos. Ellos brillaban como una luz en medio de tanta oscuridad (Mat. 5:14-16). Gracias al entusiasmo de estos Testigos, hasta algunos feroces combatientes se hicieron hermanos nuestros.
FUERZAS EN LOS MOMENTOS DE SEPARACIÓN
Paul: Tuvimos que dejar el país en varias ocasiones: tres veces fue brevemente y otras dos durante un año entero. Una misionera resumió muy bien nuestros sentimientos al decir: “En Galaad nos enseñaron que debíamos entregarnos de todo corazón a la asignación, y así lo hicimos. Por eso nos rompía el corazón dejar a los hermanos en esas circunstancias”. Afortunadamente, pudimos ayudar a los hermanos de Liberia desde países cercanos.
Regresando muy felices a Liberia, en 1997.
Anne: En mayo de 1996, cuatro de nosotros salimos de la sucursal en un vehículo cargado de registros importantes. Teníamos que recorrer 16 kilómetros (10 millas) para llevarlos a un lugar más seguro al otro lado de la ciudad. Justo en ese momento atacaron la zona. Los furiosos combatientes dispararon al aire, nos detuvieron, nos sacaron a tres de nosotros del vehículo y se lo llevaron con Paul todavía dentro. Nos quedamos allí paralizados. De repente, entre la multitud apareció Paul caminando con gotas de sangre cayéndole de la frente. En medio del caos pensamos que le habían disparado, pero luego nos dimos cuenta de que si hubiera sido así no estaría caminando. Al final resultó que uno de los combatientes lo había golpeado al empujarlo fuera del vehículo, así que solo era una leve herida.
Vimos que cerca había un camión militar lleno de gente aterrada, y nos colgamos como pudimos del exterior. El conductor arrancó tan deprisa que casi nos caemos. Le suplicamos que parara, pero estaba tan asustado que no nos escuchó. Aun así, no nos soltamos. Llegamos con los nervios destrozados y los músculos temblando de tanto esfuerzo.
Paul: No teníamos más que la ropa sucia y desgarrada que llevábamos puesta. Nos miramos unos a otros, sorprendidos de que hubiéramos sobrevivido. Dormimos al aire libre junto a un helicóptero destrozado por las balas que al día siguiente nos llevó a Sierra Leona. Agradecíamos estar vivos, pero nos preocupaban mucho nuestros hermanos.
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