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  • ¡Cuántas razones tengo para estar agradecida!
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1991
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1991
w91 1/3 págs. 10-13

¡Cuántas razones tengo para estar agradecida!

SEGÚN LO RELATÓ LOTTIE HALL

OCURRIÓ en nuestro viaje desde Calcuta, India, hasta Rangún, Birmania, en 1963. Poco después que partimos de Calcuta por avión, uno de los hermanos notó que debido a un escape fluía aceite sobre una de las alas del avión. Cuando la tripulación se enteró de ello declaró un aterrizaje forzoso. Para ello, el avión primero tenía que deshacerse de mucho combustible. El camarero gritó: “Si quieren orar, ¡háganlo ahora!”. Efectivamente oramos que, si era la voluntad de Jehová, pudiéramos aterrizar a salvo, y así sucedió. ¡Realmente tuvimos razón para estar agradecidos!

ADEMÁS de eso, tengo muchas otras razones para estar agradecida. A la edad de 79 años, todavía disfruto de alguna salud y de fuerzas que dedico al ministerio en servicio de tiempo completo. Y aparte de las bendiciones que todo el pueblo de Jehová tiene en común, he tenido muchas experiencias sobresalientes. Considerándolo todo, ha sido mi precioso privilegio servir a Jehová por más de 60 años, y más de la mitad de ese tiempo lo he dedicado al ministerio de tiempo completo como precursora.

Todo empezó con mi padre cuando vivíamos en Carbondale, Illinois, E.U.A. Él se asociaba con la secta Discípulos de Cristo y quería ser ministro. Con todo, quedó desilusionado por sus experiencias con dos universidades bíblicas, pues él tenía sus propias ideas en cuanto a la Trinidad, la inmortalidad del alma y el tormento eterno.

Con el tiempo le satisfizo la verdad bíblica que le llevó un repartidor de los Estudiantes de la Biblia en 1924; en aquel tiempo yo tenía solo 12 años de edad. Mi padre se alegró de saber que otras personas creían lo mismo que él: que las enseñanzas sobre la Trinidad, el infierno de fuego y la inmortalidad del alma humana son falsas. En poco tiempo nuestra familia empezó a reunirse regularmente con los Estudiantes de la Biblia, como entonces se llamaba a los testigos de Jehová. Yo estaba muy agradecida por haber aprendido la verdad en cuanto a Jehová y su Palabra.

Sin embargo, poco tiempo después nos azotó la calamidad. El repartidor que había llevado estas verdades a mi padre resultó ser falto de honradez e inmoral. Hizo tropezar a mi padre, pero mi madre y yo permanecimos fieles. En aquel tiempo, yo, que era la mayor de los seis hijos de la familia, tenía 15 años de edad, y me apegué a la verdad junto con mi madre.

En el verano de 1927 se anunció que se celebraría una gran asamblea de los Estudiantes de la Biblia en Toronto, Canadá. Mi padre dijo que no podía darse el lujo de asistir, pero mi madre era una mujer resuelta. Empezó a vender enseres domésticos de casa en casa, y para cuando llegó el tiempo de la asamblea había acumulado ocho dólares. Con aquel dinero ella y yo emprendimos el viaje de 1.600 kilómetros (1.000 millas) hacia Toronto, pidiendo transportación gratis en las carreteras. Nos tomó cinco días y recibimos transportación gratis 37 veces para cuando finalmente llegamos a Toronto el día antes de empezar la asamblea. Porque teníamos pocos fondos, solicitamos alojamiento gratis, y se nos concedió. Cuando el hermano A. H. Macmillan se enteró de nuestro viaje, lo describió en el periódico de la asamblea, con el título: “A estas Estudiantes de la Biblia no les preocupan las alzas en precios de viaje por tren”.

Mi madre se mantuvo en comunicación con mi padre mediante tarjetas postales. Esto hizo que al fin él decidiera venir, y llegó en automóvil a tiempo para escuchar el discurso público el último día de la asamblea. Entonces no tuvimos que pedir transportación gratis para el regreso a casa. ¡Qué magnífica fue aquella asamblea! ¡Cuánto me alegró el poder asistir a ella, y cuán agradecida quedé de que la asamblea ayudara a mi padre a recobrar su equilibrio espiritual!

Por años, cuando me preguntaban a qué religión pertenecía, yo contestaba: a la “IBSA” (siglas en inglés para la Asociación Internacional de Estudiantes de la Biblia). Pero nunca me satisfizo aquel nombre. Por eso me alegró el que en la asamblea de 1931 en Columbus, Ohio, E.U.A., adoptáramos el nuevo nombre de testigos de Jehová.

Mi carrera escolar

Entre las muchas bendiciones que han enriquecido mi vida están las que se relacionan con la música. Me encanta la música, y desde edad temprana aprendí a tocar el piano. Por muchos años tuve el privilegio de tocar el acompañamiento para los cánticos en la congregación. Antes de que la Sociedad Watch Tower comenzara a hacer grabaciones de los cánticos del Reino, un misionero que servía en Papuasia Nueva Guinea me pidió que grabara algunos cánticos para que los papúes aprendieran a cantarlos. Disfruté muchísimo de haber hecho aquello.

Sin embargo, mi instrumento favorito era el clarinete. Me encantaba tocarlo en la orquesta de la universidad. Al profesor de música le agradaba tanto mi manera de tocar el clarinete que solicitó que lo tocara también en la orquesta de hombres. En aquellos días ninguna mujer tocaba en una orquesta de hombres, y por eso, cuando los miembros de la orquesta se enteraron de lo que el profesor quería, planearon declararse en huelga. Pero cambiaron de parecer cuando se les informó que si se declaraban en huelga serían echados de la universidad. Rompí otra tradición cuando tuve que marchar todo el día con la banda en un desfile. Los periódicos lo llamaron una sensación, y lo publicaron bajo este titular en negritas: “La única mujer en un mar de músicos”.

Con el tiempo me entrevistaron para un profesorado en música. Pero cuando consideré todas las situaciones a que me expondría si enseñaba música, como el tener que enseñar o tocar música religiosa y nacionalista, me decidí por otro campo de la enseñanza y fui asignada a enseñar historia universal. Pero aquello no impidió que, años después, tocara mi clarinete como miembro de las orquestas de asambleas en muchos países mientras viajaba a asambleas internacionales de los testigos de Jehová.

Con el tiempo fui profesora de historia universal en una escuela secundaria grande de un suburbio de Detroit, E.U.A., y en cierta ocasión el director me pidió que recomendara uno de varios libros de texto nuevos. Al examinarlos me impresionó notar que el libro que usábamos mencionaba ocho veces el nombre de Jehová, mientras que los libros nuevos no mencionaban por nombre al Dios de los hebreos, aunque sí nombraban a muchos dioses de las naciones paganas, como Ra, Mólek, Zeus y Júpiter. Cuando uno de los vendedores me visitó, le pregunté por qué no se mencionaba a Jehová en su libro de texto, y contestó: “No; no queremos poner ese nombre en nuestro libro, porque lo usan los testigos de Jehová”. De modo que le dije: “Pues entonces no recomendaré su libro”. Arrojó el libro en su maletín y salió apresurado.

Después dije al director que en realidad no necesitábamos un libro de texto nuevo, y mencioné buenas razones para ello. Él concordó. Todos nos alegramos de que se hubiera tomado aquella decisión cuando, unos meses después, se decidió eliminar del currículo el curso de historia universal. Fue reemplazado por un curso nuevo llamado estudios sociales, que se incorporó en todo el sistema escolar de 14 escuelas. ¡Qué gran pérdida habría significado para la escuela el haber comprado los nuevos libros de historia!

Tuve muchas experiencias agradables mientras enseñé en la escuela, y aplicaba estricta disciplina. Como resultado, obtuve amigos de toda la vida. Además, tuve muchas oportunidades de testificar informalmente. Pero al fin el tiempo y las circunstancias me llevaron al servicio de tiempo completo.

Asambleas internacionales

Después de 20 años como profesora, me empezó a fallar la vista. Además, a mis padres les pareció que me necesitaban, así que mi padre me pidió que volviera a casa, pues dijo que había que efectuar una obra docente más importante, y que Jehová se encargaría de que no me muriera de hambre. Dejé mi trabajo de profesora en 1955, y poco después una de mis primeras bendiciones fue la de asistir a la serie de asambleas “Reino Triunfante” celebradas en Europa. ¡Cuánto agradecí el poder reunirme con nuestros hermanos de Europa, muchos de los cuales habían sufrido muchísimo durante la segunda guerra mundial! Una bendición muy especial fue la de estar entre las 107.000 personas que llenaron el Zeppelinwiese, o Prado Zeppelin, en Nuremberg, donde Hitler había planeado tener su marcha de victoria después de la II Guerra Mundial.

Aquella fue la primera de muchas giras mundiales de que he tenido el privilegio de disfrutar. Mi madre y yo estuvimos entre los 583 asambleístas que viajaron alrededor del mundo para asistir a las asambleas “Buenas Nuevas Eternas” en 1963. Viajamos desde Nueva York, E.U.A., hasta Europa, de allí viajamos a Asia y a algunas islas del Pacífico, y nuestra última parada fue Pasadena, California, E.U.A. Fue durante aquel viaje cuando tuvimos la terrible experiencia que menciono en la introducción de este artículo. Después viajamos a Sudamérica, el Pacífico Sur y África. Esos viajes verdaderamente enriquecieron mi vida, y el poder formar parte de las orquestas de las asambleas celebradas en muchos de aquellos lugares fue un privilegio muy especial para una amante de la música como yo.

Entro en las filas de los precursores

En 1955, después de regresar de Europa, trabajé junto con mi madre como precursora por un año, y entonces la Sociedad me pidió que sirviera en una congregación pequeña en Apalachicola, en el oeste de Florida, E.U.A. Otra hermana y yo ayudamos por siete años a los que efectuaban la obra allí, y pronto la congregación construyó un Salón del Reino que dio cabida al aumento de concurrentes a las reuniones. La obra siguió prosperando, y en poco tiempo se formó otra congregación en Port Saint Joe. Serví con tres congregaciones diferentes en la parte oeste de Florida durante 11 años.

En cierta ocasión un superintendente de circuito me pidió que buscara un lugar donde celebrar una asamblea de circuito. Conseguí el prestigioso Centennial Building, en Port Saint Joe, por solo $10 (E.U.A.). Puesto que también necesitábamos una cafetería, planeábamos usar el auditorio y la cafetería de una escuela. Sin embargo, me enteré de que el superintendente de escuelas se oponía a esto, y dijo que tendría que reunirme con la junta de educación. El alcalde también asistió a la reunión, pues deseaba que usáramos la cafetería. Cuando el alcalde preguntó por qué no nos permitían usarla, el director de la junta de educación dijo que no había un precedente para que un grupo religioso usara un lugar escolar. El alcalde se volvió hacia mí en espera de una respuesta. Pues bien, yo tenía varias invitaciones que mostraban que habíamos celebrado reuniones en escuelas de otros pueblos, y entonces dirigí la atención a Hechos 19:9, que dice que el apóstol Pablo predicó en la sala de conferencias de una escuela. Aquello resolvió el problema. La junta concordó con el alcalde y nos permitieron usar la cafetería... por $36 (E.U.A.).

Cuando yo tenía solo 13 años de edad —al tiempo de mi bautismo— oré: “Oh Dios, permíteme traer por lo menos a una persona a la verdad”. Vi contestada aquella oración muchísimas veces, pues fui bendecida con el privilegio de ayudar a muchas personas a ponerse de parte de Jehová y su Reino. Pero vez tras vez sucedía que cuando alguien con quien yo estudiaba la Biblia estaba casi a punto de dedicarse y bautizarse me asignaban a otra congregación. Con todo, tenía el privilegio de plantar y regar, y muchos de aquellos estudiantes han llegado a ser mis amigos de toda la vida. Mi participación en estas actividades productivas me ha dado en verdad muchas razones para estar agradecida.

Los medios de comunicación ayudan

Aunque los medios de comunicación en muchos lugares suelen dar informes desfavorables sobre la actividad de los testigos de Jehová, me complace decir que estos me han ayudado a dar testimonio en la zona de De Land, Florida, donde sirvo ahora. Por ejemplo, mientras viajábamos en una gira mundial de asambleas, mi madre y yo enviábamos informes extensos acerca de esta al periódico local, y aquellos informes, junto con algunas fotografías, se publicaban prontamente. Nosotras redactábamos los informes en forma de narraciones de viajes, pero siempre lográbamos usarlos para dar testimonio acerca del nombre de Jehová y su Reino.

Lo mismo ha sido cierto en cuanto a mi testificación en las calles. Tengo dos sillas que coloco en una esquina; me siento en una y en la otra pongo literatura bíblica. En cierta ocasión el periódico local publicó un artículo de media página con una fotografía, bajo el titular: “Lottie la de Deland sigue en la obra de sus padres Testigos”. Hace poco, en 1987, otro periódico publicó un artículo de media página con una fotografía grande en color, con el encabezamiento: “Lottie Hall ha escogido su propia esquina para Cristo”. El año siguiente, en la primera plana de otro periódico se presentó mi fotografía junto con comentarios como: “Siempre está allí”, y “En una silla, la profesora jubilada usa su puesto en la esquina para su obra de misionera de los testigos de Jehová”. Además, en cuatro ocasiones la estación de televisión local ha mostrado fotos relacionadas con mi testificación. Todavía participo, hasta cierto grado, en todos los rasgos del ministerio del Reino: predicación de casa en casa, revisitas y estudios bíblicos en los hogares. No obstante, debido a mi edad avanzada y mis enfermedades físicas ahora dedico mucho tiempo a testificar en las calles.

En retrospección tengo que decir que en verdad tengo muchas razones para estar agradecida. Además de las bendiciones que son comunes a todo el pueblo de Jehová, como profesora he tenido el privilegio de influir en muchos jóvenes; he tenido el gozo de asistir a varias asambleas alrededor del mundo; como precursora he tenido un ministerio muy productivo; y también he sido bendecida con relación a la música. Además, he podido dar testimonio mediante los medios de comunicación. Verdaderamente puedo decir como el salmista David: “Ciertamente alabaré el nombre de Dios con canción, y lo engrandeceré, sí, con acción de gracias”. (Salmo 69:30.)

[Fotografía de Lottie Hall en la página 10]

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