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    ¡Despertad! 2004 | 8 de junio
    • Cómo afrontar la soledad

      NO ES fácil sobrellevar la soledad, pues entran en juego emociones muy intensas. ¿Cómo se pueden superar? ¿De qué forma lo logran algunos?

      Cómo encaran la soledad

      Aunque a Elenaa le gusta estar sola cuando va a tomar ciertas decisiones, opina que la soledad a veces encierra peligro. De pequeña no tenía buena comunicación con su familia. Dado que no sabía cómo obtener su atención, se encerraba en su cuarto. “Me encontraba muy deprimida —explica— y llegué a padecer trastornos alimentarios. Me decía: ‘¿Por qué preocuparme por los problemas de mis padres cuando ellos no se preocupan por los míos?’. Estuve buscando el matrimonio como una salida y como una forma de llenar el vacío que sentía. Pero luego reaccioné y pensé: ‘¿Para qué voy a arruinarle la vida a otra persona? ¡Primero tengo que poner mis ideas en orden!’. Así que le oré a Jehová derramando ante él mi angustia.

      ”Encontré en la Biblia palabras alentadoras, como las de Isaías 41:10: ‘No tengas miedo, porque estoy contigo. No mires por todos lados, porque soy tu Dios. Yo ciertamente te fortificaré. Yo [...] verdaderamente te ayudaré. Sí, [...] te mantendré firmemente asido con mi diestra de justicia’. Este pasaje me animó mucho porque me sentía sola y sin padre. Hoy leo la Biblia regularmente y hablo con mi Padre celestial. He aprendido a vencer la soledad.”

      La tristeza por la muerte de un ser querido puede convertirse en soledad. Luisa, de 16 años, relata su difícil situación: “Mi padre falleció en circunstancias trágicas cuando yo tenía cinco años. Aunque recurrí a mi abuela en busca de consuelo, nunca percibí que me amara. Me faltó el cariño en la infancia, cuando más lo necesitaba. Así que, cuando tenía entre ocho y nueve años de edad, traté de quitarme la vida en tres ocasiones, convencida de que sería lo mejor para mi familia, ya que mi madre se las arreglaba a duras penas para alimentarnos a mis tres hermanas y a mí. Más tarde entramos en contacto con los testigos de Jehová, entre los cuales conocí a un matrimonio joven que de verdad se interesó por mí. Me decían: ‘Te queremos, nos haces falta’. Aquellas palabras, ‘nos haces falta’, me infundieron gran fortaleza. A veces soy incapaz de expresar mis sentimientos a los demás, pero cuando leo los artículos de La Atalaya y ¡Despertad!, doy gracias a Jehová por mostrarme su amor mediante tales publicaciones. He cambiado mucho. Ahora logro sonreír y sé expresarle a mi madre mis alegrías y tristezas. A veces me atacan los recuerdos, pero no como cuando intentaba suicidarme o dejaba de hablar a mis seres queridos. Tengo siempre presentes las palabras del salmista David: ‘Por amor a mis hermanos y mis compañeros ciertamente hablaré ahora: “Haya paz dentro de ti”’” (Salmo 122:8).

      Marta lleva divorciada veintidós años, durante los cuales ha criado a un hijo. “Cuando creo que he fallado en algo —señala—, reaparecen los sentimientos de inutilidad y soledad.” ¿Cómo les hace frente? “He visto —prosigue— que lo mejor es hablar cuanto antes con Jehová. Cuando le oro, sé que no estoy sola, pues él me comprende mejor que yo misma. También procuro interesarme de algún modo por los demás. Dispongo de un arma eficaz contra las emociones negativas: la evangelización de tiempo completo. Cuando hablo con mis vecinos acerca de las bendiciones del Reino de Dios y veo que no tienen esperanza alguna porque están convencidos de que sus problemas son irremediables, me doy cuenta de que tengo muy buenas razones para vivir y seguir en la lucha.”

      Elba, anciana de 93 años cuya hija única es misionera en el extranjero, nos cuenta cómo maneja la soledad: “Cuando invitaron a mi hija y su esposo a la Escuela Bíblica de Galaad de la Watchtower, se les iluminó el rostro de alegría, y yo también me sentí contenta. Pero luego, cuando se les destinó a otro país, me volví un poco egoísta. Sabía que ya no estarían tan cerca, y me entró cierta tristeza. Me veía como Jefté y su hija única, cuya situación se relata en el capítulo 11 de Jueces. Tuve que orarle a Jehová, con lágrimas en los ojos, y pedirle perdón. Mis queridos hijos se comunican conmigo. Sé que están muy ocupados, pero no importa dónde anden, siempre me mantienen al día y me cuentan las experiencias que han tenido en el ministerio cristiano. Releo sus cartas una y otra vez. Es como si conversaran conmigo todas las semanas, y se lo agradezco mucho. Además, los superintendentes de mi congregación nos atienden muy bien a los mayores y a los enfermos, y se aseguran de que dispongamos de algún medio para asistir a las reuniones y de que tengamos cubiertas otras necesidades. Para mí, mis hermanos espirituales son una bendición de Jehová”.

      Usted también puede lidiar con la soledad

      Sea usted joven o mayor, soltero o casado, y sin importar si ha perdido a sus padres o a algún otro ser querido, o si sufre de un tipo distinto de soledad, existen formas de controlar sus sentimientos. A Jocabed, de 18 años, la abandonó su padre —al igual que a los otros cinco miembros de su familia— para irse al extranjero. Esta es su recomendación: “Hay que hablar. Es importante que nos expresemos, pues si no, nadie nos va a entender. Además, no se debe pensar demasiado en uno mismo. Conviene buscar el apoyo de personas maduras y no de jóvenes que pueden estar peor que nosotros”. Luisa, de quien ya hablamos antes, hace esta observación: “Si le oramos de corazón, Jehová nos ayuda a salir del callejón sin salida”. Por otro lado, Jorge explica cómo lucha contra la soledad tras haberse quedado viudo: “Hay que ser persistente. A mí me ayuda mucho interesarme por los demás. Si procuramos comprender los sentimientos de nuestros oyentes, podremos mantener conversaciones significativas y descubrir su belleza interior” (1 Pedro 3:8).

      Existen muchos antídotos contra la soledad. Ahora bien, ¿se erradicará por completo algún día? Si así es, ¿de qué manera? El siguiente artículo responderá a estas preguntas.

      [Nota]

      a Se han cambiado algunos nombres.

      [Comentario de la página 8]

      “Si le oramos de corazón, Jehová nos ayuda a salir del callejón sin salida.”—Luisa

      [Ilustraciones y recuadro de la página 7]

      Tácticas para combatir la soledad

      ◼ Tener en cuenta que nuestra situación no es permanente y se puede cambiar, y que hay otros que están como nosotros.

      ◼ No exigirnos demasiado.

      ◼ Estar contento con uno mismo en líneas generales.

      ◼ Tener buenos hábitos en materia de alimentación, ejercicio y descanso.

      ◼ Dedicar el tiempo que se pasa en soledad a aprender y a desarrollar la creatividad.

      ◼ No juzgar a la gente que conozcamos por nuestras vivencias del pasado.

      ◼ Valorar a nuestros amigos por su singularidad. Hacer lo posible por reunir un buen círculo de amistades. Pedir ideas a los mayores o a quienes tengan más experiencia.

      ◼ Compartir algo con los demás, como sonrisas, palabras amables o textos bíblicos. Sentirse necesitado palía la soledad.

      ◼ No imaginarse que se mantiene una relación con personajes del cine, la televisión, Internet o los libros.

      ◼ No esperar que el cónyuge cubra todas nuestras necesidades emocionales. Los casados han de aprender a dar y recibir, a ayudarse y apoyarse.

      ◼ Aprender a hablar con los demás y escucharlos con atención, centrándose en ellos y sus intereses, y poniéndose en su lugar.

      ◼ Admitir que nos sentimos solos y hablar con un amigo maduro que cuente con nuestra confianza. Nunca sufrir en silencio.

      ◼ No beber mucho (o quizás nada), pues los problemas no se ahogan en el alcohol, sino que terminan saliendo a flote.

      ◼ Evitar el orgullo. Perdonar a quien nos lastime y arreglar las desavenencias. Estar dispuesto a confiar en los demás.

  • El día en que nadie volverá a sentirse solo
    ¡Despertad! 2004 | 8 de junio
    • La mejor amistad a la que podemos aspirar es la divina. Como muestra el apóstol Pablo, Jehová es “el Padre de tiernas misericordias y el Dios de todo consuelo, que nos consuela en toda nuestra tribulación” (2 Corintios 1:3, 4). Él se compadece de sus siervos, pues es un dechado de empatía: “Conoce bien la formación de nosotros, y se acuerda de que somos polvo” (Salmo 103:14). ¿Verdad que Jehová es un Dios al que nos sentimos atraídos y a quien agradecemos que nos atienda con tanto amor, bondad y comprensión?

      Jehová cuida de quienes están solos

      Muchos siervos de Dios que atravesaron momentos de soledad encontraron en él una fuente de respaldo y consuelo. Pensemos en Jeremías, quien recibió su comisión profética en la juventud. De los 40 escritores de la Biblia, es quien probablemente revela mejor sus sentimientos. Así, indicó que se sintió inseguro e inepto cuando Jehová le dio su primera comisión (Jeremías 1:6), y que para realizarla tuvo que confiar sin reservas en él. Ciertamente, el Altísimo estuvo a su lado “como un terrible poderoso” (Jeremías 1:18, 19; 20:11).

      Tres siglos antes, la reina Jezabel juró matar a Elías al enterarse de la ejecución de los profetas de Baal. Ante esto, él huyó a 450 kilómetros de distancia, a Horeb, en la península del Sinaí. Al entrar en una cueva para pasar la noche, Dios le preguntó: “¿Qué haces aquí, Elías?”, a lo que él repuso que creía ser el único siervo de Jehová en todo Israel, el único profeta que lo adoraba con celo. Pero el Todopoderoso le aseguró que no estaba solo: Él mismo estaba con él y, aunque no lo supiera, había otros 7.000 israelitas fieles. Además, lo consoló, lo tranquilizó, le fortaleció la fe y le dio ánimos para que no abandonara su comisión (1 Reyes 19:4, 9-12, 15-18, Nueva Versión Internacional). Si nos sentimos como Elías, solos o inútiles, también podemos pedirle a Jehová que nos fortalezca. Asimismo, los ancianos cristianos perspicaces consuelan a los fieles y les recuerdan cuánto contribuyen a la realización del propósito divino (1 Tesalonicenses 5:14).

      Tanto estos como otros ejemplos nos permiten apreciar lo dispuesto que está Dios a apoyar y confortar a quienes se sienten solos. Sin duda, “Jehová llegará a ser altura segura para el aplastado, altura segura en tiempos de angustia” (Salmo 9:9; 46:1; Nahúm 1:7).

      Un hombre que era todo sentimiento y compasión

      Es admirable el equilibrio emocional que demostró Jesucristo en imitación de Jehová. Lucas relata cómo reaccionó al encontrarse con un cortejo fúnebre en la ciudad de Naín: “Sacaban a un muerto, el hijo unigénito de su madre. [...] Y cuando el Señor alcanzó a verla, se enterneció por ella, y le dijo: ‘Deja de llorar’. En seguida se acercó y tocó el féretro, y los que lo llevaban se detuvieron, y él dijo: ‘Joven, yo te digo: ¡Levántate!’. Y el muerto se incorporó y comenzó a hablar, y él lo dio a su madre” (Lucas 7:12-15). Jesús se conmovió, pues era muy compasivo. Imaginémonos lo feliz que hizo a la viuda al devolverle vivo a su hijo. ¡Ya no estaba sola!

      Hoy nos tranquiliza saber que Jesús puede “condolerse de nuestras debilidades”, y ciertamente se compadece de los justos que se sienten solos. Así pues, mediante él es posible que “obtengamos misericordia y hallemos bondad inmerecida para ayuda al tiempo apropiado” (Hebreos 4:15, 16). Si imitamos a Cristo, nos pondremos en la piel de quienes sufren dolor, aflicción o soledad. Al ayudarlos, seremos menos propensos a la soledad, y todavía dispondremos de otro remedio contra la soledad negativa.

      La Palabra de Jehová atenúa la soledad

      Muchas personas constatan que “el consuelo de las Escrituras [contribuye a que] tengamos esperanza”. La Palabra de Dios nos brinda muchos consejos prácticos para superar la soledad (Romanos 15:4; Salmo 32:8). Entre ellos está el siguiente: “[Nadie] piense más de sí mismo de lo que sea necesario” (Romanos 12:3). Para ponerlo en práctica, es probable que tengamos que cambiar de actitud. La humildad y la modestia —la evaluación objetiva de nuestras propias limitaciones— nos ayudarán sin duda a trazarnos expectativas equilibradas y realistas. Las Escrituras también nos animan a interesarnos de corazón por los demás (Filipenses 2:4). Es un fenómeno que funciona en las dos direcciones, pues quien da, termina recibiendo. Esta interacción positiva atenúa la soledad e imparte sentido a la vida.

      La Biblia nos exhorta a los cristianos a no “abandonar el reunirnos” (Hebreos 10:24, 25). Por ello, debemos intervenir en actividades edificantes, tales como la asistencia constante a las reuniones de los testigos de Jehová. Sin duda, tales ocasiones favorecen nuestro bienestar emocional e incluso físico. Además, la proclamación de las buenas nuevas del Reino de Dios es una forma muy grata de ocupar nuestro tiempo con obras beneficiosas y de mantener la mente bien orientada; la fe, firme, y la esperanza, viva (Efesios 6:14-17).

      Es preciso valerse de la oración para acercarnos al Creador: “Arroja tu carga sobre Jehová mismo —dijo David—, y él mismo te sustentará” (Salmo 55:22). Estudiando la Biblia seremos más felices (Salmo 1:1-3). De modo que si nos abruma la soledad, meditemos en las amorosas atenciones que nos dispensa Dios, según revela su Palabra. El salmista escribió: “Mi alma ha estado pegada al mismísimo polvo. Consérvame vivo conforme a tu palabra” (Salmo 119:25).

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