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  • Jehová estuvo a mi lado en los buenos y en los malos momentos
    La Atalaya 2015 | 15 de abril
    • LLEGAN TIEMPOS DIFÍCILES

      Un policía cerrando la puerta de entrada a la sucursal

      El gobierno prohibió las actividades de los testigos de Jehová y confiscó nuestra sucursal

      En 1964 comenzamos a sufrir terribles pruebas de fe. La razón fue que nos negamos a participar en las actividades políticas del país. Más de cien Salones del Reino y más de mil hogares de hermanos fueron destruidos. A pesar de ello, Lidasi y yo pudimos seguir con nuestras visitas a las congregaciones hasta que el gobierno de Malaui prohibió por completo nuestra obra en 1967. El gobierno confiscó la sucursal de Blantyre, los misioneros fueron deportados y muchos cristianos del país fueron encarcelados, entre ellos Lidasi y yo. Cuando nos dejaron libres, continuamos nuestras visitas de manera discreta.

      Un día de octubre de 1972, unos cien miembros de la Liga Juvenil de Malaui (un grupo político armado) fueron a nuestro hogar. Uno de ellos se adelantó y me dijo que huyera, pues venían a matarme. Les dije a mi esposa y a mis hijos que se escondieran en una plantación que estaba cerca. Yo me subí a un árbol de mangos y desde allí observé como destruían nuestra casa y todas nuestras pertenencias.

      Una casa en ruinas tras ser incendiada

      Los hogares de algunos hermanos que se negaron a participar en política fueron incendiados

      La persecución aumentó a tal grado que miles de nosotros tuvimos que huir del país. Mi familia y yo permanecimos en un campo de refugiados en el oeste de Mozambique hasta junio de 1974. Entonces a Lidasi y a mí nos nombraron precursores especiales y nos mandaron a Dómue, un pueblo cerca de la frontera con Malaui. Pero al año siguiente, Mozambique se independizó de Portugal y nos vimos obligados a regresar junto con muchos otros hermanos a Malaui, donde nos esperaban nuestros perseguidores.

      Tras volver a Malaui, mi esposa y yo recibimos la asignación de visitar congregaciones en la capital, Lilongüe. A pesar de la feroz persecución y otros problemas, el número de congregaciones seguía aumentando en los circuitos que visitábamos.

      VEMOS LA MANO DE JEHOVÁ

      Una vez llegamos a un pueblo donde se celebraba una reunión política. Cuando algunas personas se enteraron de que éramos testigos de Jehová, nos metieron a la fuerza en la reunión y nos obligaron a sentarnos entre los miembros de un grupo político conocido como los Jóvenes Pioneros de Malaui. La situación era peligrosa, así que le rogamos a Jehová que nos ayudara. Al terminar la reunión, los chicos empezaron a golpearnos, pero una mujer mayor vino en nuestro auxilio. Les gritó: “¡Deténganse, por favor! Este hombre es mi sobrino. ¡Déjenlos continuar su viaje!”. Entonces, el dirigente de la reunión ordenó: “¡Que se vayan!”. No sabemos por qué aquella mujer hizo lo que hizo, pues no éramos parientes. Tuvo que haber sido la respuesta de Jehová a nuestras súplicas.

      Tarjeta de afiliación al partido

      Tarjeta de afiliación al partido

      En 1981 volvimos a encontrarnos con los Jóvenes Pioneros de Malaui. Nos quitaron las bicicletas, el equipaje, las cajas de libros y los archivos del circuito. Afortunadamente logramos escapar, y nos refugiamos en casa de un anciano. De nuevo, le oramos a Jehová; estábamos muy preocupados por la información de los archivos. Sin embargo, cuando los chicos los abrieron y vieron cartas dirigidas a mí de todo el país, se asustaron muchísimo, pues creyeron que yo era funcionario del gobierno. De inmediato buscaron a los ancianos de la zona y les devolvieron todos los archivos intactos.

      En otra ocasión estábamos cruzando un río en barca. El dueño era un cabecilla político de la región, así que decidió pedir a todos los pasajeros su tarjeta de afiliación al partido.b Cuando estaba a punto de llegar a donde nos encontrábamos nosotros, reconoció a un ladrón que huía de las autoridades. Se formó un alboroto en la barca y se acabó la revisión de tarjetas. De nuevo vimos la mano de Jehová.

      ME ARRESTAN Y ME ENCARCELAN

      Titular de un periódico anunciando que la obra de los testigos de Jehová en Malaui ha sido proscrita

      En febrero de 1984 fui a Lilongüe a entregar unos informes para la sucursal de Zambia. En el camino a la ciudad me detuvo un policía y me registró. Como vio que tenía publicaciones bíblicas, me llevó a la comisaría y se puso a golpearme. Me ató con unas cuerdas y me metió en un cuarto con otros detenidos que habían sido sorprendidos con mercancía robada.

      Al día siguiente, el jefe de la policía local me llevó a otra habitación y escribió un documento que decía: “Yo, Trophim R. Nsomba he dejado de ser testigo de Jehová para recuperar mi libertad”. Me negué a firmarlo y le dije: “No solo estoy dispuesto a dejar que me aten, sino también a morir por mi fe. Soy y seguiré siendo testigo de Jehová”. El hombre se puso furioso. Golpeó la mesa tan fuerte con el puño que vino corriendo un policía que estaba en la oficina de al lado para ver qué había pasado. El jefe le dijo: “Este hombre no quiere dejar de predicar, así que lo haremos firmar un documento que diga que es testigo de Jehová y lo enviaremos a la comisaría de Lilongüe para que lo aten allá”. Mi esposa pasó cuatro días sin saber dónde me encontraba, hasta que unos hermanos pudieron contarle lo que había ocurrido.

      En la comisaría de Lilongüe me trataron bastante bien. El jefe de la policía me dijo: “La mayoría de los que están aquí son ladrones, pero tú estás aquí por predicar la Palabra de Dios, así que toma: un plato de arroz”. Luego me mandó a la prisión de Kachere, donde pasé los siguientes cinco meses.

      El director de la prisión se puso muy contento por mi llegada, pues quería sustituir al pastor que atendía a los presos. “Se acabó —le dijo—. No voy a seguir permitiendo que alguien que le robó a su propia iglesia hable de la Palabra de Dios aquí.” Desde ese momento quedé encargado de dar clases semanales de la Biblia en las reuniones que se organizaban para los presos.

      Lamentablemente, el buen trato no duró. Los policías de la prisión me interrogaron para saber cuántos testigos de Jehová había en el país. Como no se lo dije, me golpearon hasta que me desmayé. En otra ocasión me preguntaron dónde estaban nuestros dirigentes. Les dije: “Su pregunta es muy fácil de responder”. Los policías se pusieron muy contentos y encendieron la grabadora. Les dije que en la Biblia se indica dónde están nuestros dirigentes. Mi respuesta los sorprendió. “¿Dónde?”, me preguntaron.

      “En Isaías 43:12”, les contesté. Buscaron el texto y lo leyeron con mucha atención: “Ustedes son mis testigos —es la expresión de Jehová—, y yo soy Dios”. Lo volvieron a leer dos veces más y me preguntaron: “¿Cómo van a estar en la Biblia sus dirigentes? Tienen que estar en Estados Unidos”. Les respondí: “Pues si les hicieran a los testigos de Jehová de Estados Unidos la misma pregunta que me hicieron a mí, ellos les mostrarían este mismo texto”. Cuando vieron que no les iba a dar la información que querían, me mandaron a la prisión de Dzaleka, justo al norte de Lilongüe.

      RECIBIMOS BENDICIONES EN TIEMPOS DIFÍCILES

      En julio de 1984 llegué a la prisión de Dzaleka, donde ya había 81 hermanos. El espacio era muy limitado para los 300 prisioneros que había allí, así que dormíamos en el suelo todos apretujados. Con el tiempo, los Testigos logramos organizarnos en grupitos para comentar un versículo de la Biblia. Cada día un miembro del grupo proponía un versículo diferente. Esas conversaciones nos levantaron muchísimo el ánimo.

      Poco después, el director de la prisión nos separó del resto de los presos. Luego, uno de los guardias nos dijo en secreto: “No crean que el gobierno los odia. Los tenemos aquí porque no queremos que los Jóvenes Pioneros los maten. Además, como ustedes dicen que pronto habrá una guerra, el gobierno tiene miedo de que los soldados se asusten y salgan huyendo”.

      Testigos de Jehová son llevados a prisión tras su juicio

      Los hermanos son llevados a prisión tras su juicio

      En octubre de 1984 nos juzgaron a todos y nos sentenciaron a dos años de cárcel. De nuevo nos juntaron con los demás presos, pero el director les advirtió a todos: “Los testigos de Jehová no fuman, así que los guardias no deben molestarlos pidiéndoles cigarros. Tampoco deben mandarlos a buscar carbones encendidos para que les prendan su cigarro. ¡Ellos son hombres de Dios! No están aquí por haber cometido algún delito, sino por sus creencias, así que a ellos les darán de comer dos veces al día”.

      Nuestra buena reputación también nos ayudaba de otras maneras. Por ejemplo, cuando era de noche o estaba lloviendo, no se permitía que los presos salieran al patio, pues había más riesgo de que escaparan. En cambio, a nosotros nos dejaban salir a cualquier hora. En una ocasión en la que nos sacaron de la prisión para que fuéramos a trabajar al campo, nuestro vigilante se puso enfermo, así que lo llevamos de regreso a la prisión para que lo atendieran. Situaciones como esta hacían que los guardias confiaran en nosotros. ¡Qué bendición fue ver a nuestros carceleros alabar el nombre de Jehová debido a nuestra conducta! (1 Ped. 2:12).c

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