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    Anuario de los testigos de Jehová 1996
    • Luego los llevaron 30 kilómetros al este, a un lugar en las orillas del río Munduzi, en la zona denominada Carico, perteneciente al distrito de Milange. Millares de testigos de Jehová de Malaui que habían huido de su país a consecuencia de la persecución, vivían allí como refugiados desde 1972. Para estos fue una sorpresa la llegada repentina de los hermanos mozambiqueños, como lo fue para los recién llegados el ser recibidos por hermanos de otra lengua. Con todo, fue una sorpresa muy agradable. A los conductores los impresionó muchísimo el cariño y la hospitalidad que los hermanos malauianos mostraron a los mozambiqueños. (Compárese con Hebreos 13:1, 2.)

      El administrador del distrito era el hombre que había estado con los hermanos en la cárcel de Machava años atrás. A todos los grupos que llegaban les preguntaba lo mismo: “¿Dónde están Chilaule y Zunguza? Sé que también vienen”. Cuando finalmente llegó el hermano Chilaule, le dijo: “Chilaule, en realidad no sé cómo recibirlo. Ahora estamos en campos diferentes”. Entregado enteramente a su ideología, este hombre no facilitó para nada la vida de sus antiguos compañeros de celda. Como él mismo dijo, era “una cabra gobernando en medio de ovejas”.

  • Mozambique
    Anuario de los testigos de Jehová 1996
    • Las dificultades de una nueva vida

      Se abría un nuevo capítulo en la historia del pueblo de Jehová de Mozambique. Los hermanos malauianos, organizados en ocho aldeas, ya estaban bien adaptados a su nueva forma de vida en el monte y se habían hecho hábiles constructores de casas, Salones del Reino y hasta Salones de Asambleas. Así mismo, los que no sabían de agricultura habían aprendido. Muchos de los mozambiqueños, que nunca habían cultivado un campo, o machamba, estaban a punto de experimentar los rigores del trabajo en los campos. Durante los primeros meses, los recién llegados se beneficiaron de la amorosa hospitalidad de los hermanos malauianos, quienes los acogieron en sus hogares y compartieron con ellos el alimento. Pero ya era hora de que ellos construyeran sus propias aldeas.

      La empresa no era fácil. Había empezado la estación de las lluvias, y la región fue bendecida con agua del cielo como nunca antes. Cuando el río Munduzi, que atravesaba el campo, inundó una región normalmente afectada por la sequía, los hermanos lo vieron como un símbolo del cuidado que Jehová les prodigaría. En efecto, contrario a lo que antes sucedía, durante los siguientes doce años el río no se secó ni siquiera una vez. Por otra parte, “el terreno fangoso y resbaladizo, causado naturalmente por la lluvia, era otra adversidad que afrontaban los que venían de vivir en la ciudad”, como recuerda el hermano Muthemba. No les resultaba fácil a las mujeres cruzar el río manteniendo el equilibrio en puentes improvisados, que no eran más que tres troncos. “Para los hombres que estábamos acostumbrados al trabajo de oficina suponía una difícil tarea internarse en el denso bosque y cortar árboles para construir las casas”, recuerda Xavier Dengo. La situación fue una prueba para la que algunos no estaban preparados.

      Recordará que en los días de Moisés se suscitaron quejas entre “la muchedumbre mixta” que salió junto con Israel de Egipto y se internó en el desierto, y que luego los propios israelitas se contagiaron de la misma actitud. (Núm. 11:4.) De igual manera, desde el mismo principio surgió de entre los que no eran Testigos bautizados un grupo de quejumbrosos, al que se unieron algunos bautizados. Estos dijeron al administrador que estaban dispuestos a pagar cualquier precio con tal de que se los dejara regresar a casa cuanto antes. Pero su acción no trajo el resultado que esperaban. Se los retuvo en Milange, y muchos de ellos fueron como una piedra en el zapato para los fieles. Este grupo, conocido como “los rebeldes”, vivió entre los hermanos, pero siempre estaba listo para traicionarlos. Su amor a Dios no había resistido la prueba.

      Por qué se desplomaron los salones

      Los hermanos malauianos habían gozado de considerable libertad de culto en los campos, situación de la que se beneficiaron los mozambiqueños a su llegada. Todos los días concurrían a uno de los grandes Salones de Asambleas para examinar el texto diario, que por lo general presidía un superintendente de circuito malauiano. “Fue fortalecedor —recuerda Filipe Matola— escuchar exhortaciones espirituales en compañía de tantos hermanos después de meses de encarcelamiento y travesías.” No obstante, esta libertad relativa duró poco.

      El 28 de enero de 1976, las autoridades gubernamentales, acompañadas de soldados, fueron por todas las aldeas anunciando: “Se les prohíbe usar estos salones o cualquier otro lugar de la aldea para el culto y la oración. El gobierno nacionalizará los salones y los empleará según estime conveniente”. Se les ordenó sacar los libros para confiscarlos. Por supuesto, los hermanos ocultaron lo que pudieron. Acto seguido, se puso la bandera frente a cada salón y se apostaron soldados para que velaran por la observancia de dicho decreto.

      A pesar de que los salones estaban hechos de estacas y parecían rústicos, eran bastante resistentes. Aun así, todos empezaron a venirse abajo en relativamente poco tiempo. Xavier Dengo recuerda que en cierta ocasión en que acababa de llegar con el administrador a una de las aldeas, el salón comenzó a desplomarse, aunque no estaba lloviendo ni haciendo viento. El administrador exclamó: “¿Qué pasa? Ustedes son malos. Ahora que hemos nacionalizado los salones, se están cayendo”. En otra ocasión, el administrador dijo a uno de los ancianos: “Ustedes deben de haber orado pidiendo que los salones se caigan, [...] y su Dios los ha derrumbado”.

      Organización de las aldeas

      Surgieron nueve aldeas mozambiqueñas, paralelas a las ocho malauianas y mirando hacia ellas. Ambos grupos, unidos por el “lenguaje puro”, convivirían por los siguientes doce años. (Sof. 3:9.) Las aldeas estaban divididas en manzanas, cada una de las cuales abarcaba ocho solares de aproximadamente 25 por 35 metros, con calles bien cuidadas. Las congregaciones se agrupaban según las manzanas. Como la proscripción impedía la construcción de Salones del Reino visibles, se fabricaron con este fin casas especiales en forma de “L”, y para simular que se trataba de viviendas, habitaba en ellas alguna viuda o una persona soltera. Durante las reuniones, el orador se paraba en la esquina de la “L”, desde donde podía ver el auditorio a ambos lados.

      En los contornos de las aldeas estaban las machambas. También las congregaciones tenían su propia machamba, en cuyo cultivo participaban todos como contribución al mantenimiento de la congregación.

      El tamaño de las aldeas variaba según el número de pobladores. De acuerdo con el censo realizado en 1979, la villa mozambiqueña número 7 era la más pequeña, con solo 122 publicadores y 2 congregaciones; en tanto que la número 9 era la mayor y la más distante: contaba con 1.228 publicadores y 34 congregaciones. En todo el campo había once circuitos. Los hermanos dieron al entero campo, formado por las aldeas malauianas y mozambiqueñas y sus zonas dependientes, el nombre de Círculo de Carico. El último censo que tenemos en nuestros archivos data de 1981, cuando la población total era de 22.529, de los cuales 9.000 eran publicadores activos. Posteriormente hubo mayor crecimiento. (El entonces presidente, Samora Machel, anunció que la población era de 40.000, según el folleto Consolidemos Aquilo Que nos Une, páginas 38 y 39.)

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