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MalauiAnuario de los testigos de Jehová 1999
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Hallan refugio en Mozambique
A su regreso de Zambia, nuevamente se enfrentaron a cruel persecución en su país. Era imposible quedarse en Malaui, de modo que volvieron a emprender la huida, esta vez hacia Mozambique. Las autoridades de este país, que en aquel entonces se hallaba aún bajo dominio portugués, trataron bien a los hermanos. Los que vivían al sur de Malaui cruzaron la frontera cerca de Mulanje y se dirigieron a los campos de refugiados de Carico, donde muchos permanecieron hasta 1986.
Por la frontera occidental de Malaui, entre las ciudades de Dedza y Ntcheu, también era fácil pasar a Mozambique. Los hermanos no tenían más que cruzar la carretera principal, que servía de frontera, para buscar refugio. Los campos de esta zona de Mozambique estaban situados cerca de Mlangeni, y allí fue donde acudió la mayoría de los hermanos.
Los campos de Carico y de las proximidades de Mlangeni se convirtieron en el hogar de unos treinta y cuatro mil hombres, mujeres y niños. Congregaciones enteras del pueblo de Dios, conducidas por los ancianos, llegaron caminando a los campos. Las autoridades malauianas prohibieron a la población que los transportaran.
Con la llegada a los campos empezó una nueva vida para estos siervos de Jehová. Al principio pasaron apuros económicos, pues estaban comenzando de nuevo. Pero poco después ya habían construido casas en hileras rectas. Los campos se mantenían limpios y ordenados. A fin de complementar las raciones que distribuía la Sociedad y las organizaciones humanitarias, muchos hermanos cultivaban la tierra. Otros se las arreglaban para vender artículos que fabricaban manualmente o para encontrar trabajos a tiempo parcial en los pueblos vecinos. Aunque no poseían mucho en sentido material, se contentaban con tener lo necesario para vivir (1 Tim. 6:8). Y en sentido espiritual, eran ricos.
La organización en los campos
Kennedy Alick Dick, Maurice Mabvumbe, Willard Matengo y, más adelante, otros ancianos, constituyeron el Comité del País. Los hermanos los respetaban y amaban por sus esfuerzos incansables encaminados a satisfacer las necesidades espirituales de todos. Estos ancianos leales tomaron a pecho la exhortación bíblica: “Pastoreen el rebaño de Dios bajo su custodia” (1 Ped. 5:2). Organizaron muchas actividades espirituales en los campos. Se encargaron de que todos los días tuvieran un comienzo espiritual con el análisis del texto diario, según es habitual en la mayoría de los hogares del pueblo de Jehová. Los estudios de la Biblia mediante la revista La Atalaya, los discursos públicos e incluso las asambleas se celebraban con regularidad. Los refugiados entendían que tales provisiones espirituales eran esenciales.
Al principio, todas las reuniones tenían lugar en un punto céntrico: la plataforma central. Allí se reunían diariamente miles de hermanos para recibir enseñanza bíblica e instrucciones respecto a las diversas tareas de los campos. Más adelante, se instó a las congregaciones a construir sus propios Salones del Reino para celebrar en ellos las reuniones. Con el tiempo se organizaron cinco circuitos en los diversos campos.
Los integrantes del Comité del País y otros hermanos se habían beneficiado mucho de la preparación que les habían dado los misioneros antes de la proscripción. Dicha preparación les ayudó a organizar los campos de refugiados. En general, estos funcionaban de manera muy parecida a las asambleas de distrito grandes. Se formaron departamentos para atender las diversas tareas, entre ellas la limpieza, la distribución de alimentos y, por supuesto, la seguridad.
Aun cuando casi todos los testigos de Jehová vivían en el exilio, algunos perseguidores no se daban por satisfechos. Los enemigos a veces pasaban la frontera y atacaban a los hermanos que vivían en los campos cercanos, de modo que tuvieron que tomarse precauciones extraordinarias para proteger al pueblo de Jehová.
El Comité del País nombró a un grupo de hermanos para que vigilaran todas las entradas de los campos. Batson Longwe era el supervisor de los vigilantes del campo de Mlangeni. Su trabajo implicaba desplazamientos continuos por todo el recinto para comprobar si los hermanos estaban en sus puestos. Enseguida se ganó el sobrenombre de Siete-a-siete. Y lo cierto es que todos los días de sol a sol (de siete a siete) se veía al fiel hermano Longwe por todo el campo, cumpliendo con su labor de proteger a sus compañeros cristianos. Hasta el día de hoy, la mayoría de los hermanos llaman a Batson Longwe Siete-a-siete. Aunque algunos hayan olvidado su verdadero nombre, todo el que vivió en el campo de Mlangeni recuerda con cariño su servicio leal en favor de los hermanos.
El exilio temporal en Mozambique no solo les sirvió para escapar un poco de la persecución, sino que también los preparó para enfrentarse a las pruebas y dificultades que se avecinaban. Se estrecharon los lazos entre ellos, y aprendieron a tener más confianza en Jehová. Lemon Kabwazi, que después fue superintendente viajante, dice: “La situación presentaba sus ventajas y sus inconvenientes. Materialmente éramos pobres, pero espiritualmente estábamos bien atendidos. Como vivíamos tan cerca unos de otros, llegamos a conocer bien a nuestros hermanos y a amarlos, lo cual nos ayudó a nuestro regreso a Malaui”.
Perseguidos de nuevo
Desgraciadamente, no estuvieron mucho tiempo libres de la violencia de sus perseguidores. Cuando Mozambique obtuvo la independencia, en junio de 1975, el espíritu nacionalista se apoderó de este país también. Sus nuevos dirigentes políticos no entendieron la neutralidad del pueblo de Jehová. Como los hermanos se negaron a transigir, los obligaron a cruzar la frontera por la zona de Mlangeni, con lo cual cayeron de nuevo en manos de sus enemigos.
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Algunos de los que se vieron obligados a regresar entonces a Malaui lograron atravesar el país y salir por la frontera sudoriental, para reunirse a continuación con los hermanos que estaban en los campos de refugiados cercanos a la ciudad mozambiqueña de Milange. Pero eso no resolvió todos los problemas. Por ejemplo, Fidesi Ndalama, que sirvió de superintendente de circuito en la zona hasta el desmantelamiento de los campos de Milange, a finales de los años ochenta, perdió a su esposa en un ataque de la guerrilla al campo. Pero este hermano afable continúa sirviendo a Jehová con celo.
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[Ilustración de la página 194]
Campo de refugiados de Nazipoli, cerca de Mlangeni, con casas construidas por los Testigos para sus familias
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