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¿Quiénes somos los seres humanos?¡Despertad! 1998 | 22 de junio
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¿Quiénes somos los seres humanos?
PARECE que los seres humanos tenemos un problema de identidad. El evolucionista Richard Leakey comenta: “Durante siglos los filósofos han indagado en aquellos aspectos que nos hacen humanos, en la condición humana. Pero, sorprendentemente, no hay acuerdo en la definición de la condición humana”.
No obstante, el Zoológico de Copenhague expresó con audacia su opinión mediante una presentación nueva en la sección de los primates. El 1997 Britannica Book of the Year explica: “Una pareja danesa se mudó temporalmente al zoológico con la intención de recordar a los visitantes su parentesco cercano con los simios”.
Las obras de consulta dan crédito al supuesto parentesco cercano entre algunos animales y el hombre. Por ejemplo, The World Book Encyclopedia declara: “Los seres humanos, junto con los simios, lémures, monos y tarseros, conforman el orden de los mamíferos llamados primates”.
Pero lo cierto es que los humanos abundan en rasgos singulares que no encajan en el patrón animal, como son el amor, la conciencia, la moralidad, la espiritualidad, la justicia, la misericordia, el humor, la creatividad, la percepción del tiempo, el conocimiento de sí mismos, la sensibilidad estética, el interés en el porvenir, la capacidad de acumular conocimiento durante generaciones y la esperanza de que la muerte no sea el final absoluto de su existencia.
En un intento por conciliar estas características con el patrón animal, algunos señalan a la psicología evolucionista, una amalgama de evolución, psicología y ciencia social. ¿Ha arrojado luz la psicología evolucionista sobre el enigma de la naturaleza humana?
¿Qué propósito tiene la vida?
“La premisa de la psicología evolucionista es sencilla —sostiene el evolucionista Robert Wright—. La mente humana, como cualquier otro órgano, fue diseñada para transmitir los genes de una generación a la siguiente; los sentimientos y pensamientos que ella crea se comprenden mejor desde esta perspectiva.” En otras palabras, el único propósito de la vida, tal como lo dictan nuestros genes y lo refleja el funcionamiento de nuestra mente, es la reproducción.
De hecho, según la psicología evolucionista, “gran parte de la naturaleza humana se reduce a un despiadado egoísmo genético”. El libro The Moral Animal asegura: “La selección natural ‘desea’ que los hombres tengan relaciones sexuales con infinidad de mujeres”. De acuerdo con esta concepción evolucionista, la inmoralidad femenina también se considera natural en determinadas circunstancias. Hasta el amor paterno se ve como una estrategia genética para asegurar la supervivencia de la prole. De este modo se acentúa la importancia del legado genético para garantizar la perpetuidad del género humano.
Algunos libros de superación personal siguen ahora la nueva ola de la psicología evolucionista. Uno de ellos dice que la naturaleza humana “no difiere mucho de la naturaleza chimpancesca, de la naturaleza goriliana o de la naturaleza mandriliana”. Y agrega: “En lo que se refiere a la evolución, [...] lo que cuenta es la reproducción”.
Por otro lado, la Biblia enseña que Dios creó al hombre con un propósito más elevado que el de la mera procreación. Fuimos hechos a “imagen” de Dios, con la facultad de reflejar sus atributos, sobre todo el amor, la justicia, la sabiduría y el poder. Si a estos atributos añadimos los rasgos singulares indicados antes, queda claro por qué la Biblia coloca a los seres humanos en un nivel superior al de los animales. En realidad, las Escrituras revelan que Dios no solo creó a los seres humanos con el deseo de vivir para siempre, sino también con la capacidad para gozar de la realización de este deseo en un justo nuevo mundo de hechura divina (Génesis 1:27, 28; Salmo 37:9-11, 29; Eclesiastés 3:11; Juan 3:16; Revelación [Apocalipsis] 21:3, 4).
Importa muchísimo lo que creemos
Discernir el punto de vista correcto dista mucho de ser una cuestión de interés puramente intelectual, pues lo que creemos sobre nuestros orígenes influye en la forma en que vivimos. El historiador H. G. Wells reseñó las conclusiones a las que llegaron muchas personas tras la publicación en 1859 de la obra de Darwin El origen de las especies.
“De [ello] resultó una verdadera desmoralización. [...] A partir de 1859, hubo una pérdida de fe positiva. [...] Los pueblos predominantes a fines del siglo XIX creían predominar por virtud de la ‘Lucha por la Existencia’, en la que el fuerte y el astuto vence[n] al débil y al confiado. [...] Decidióse que el hombre era un animal social, sí, pero a la manera del perro de caza. [...] Pareció justo que los grandes mastines de la jauría humana amedrentasen y dominaran.”
Es obvio que precisamos tener un recto entendimiento de nuestra verdadera identidad, pues como preguntó un evolucionista, “si el darwinismo llano y anticuado [...] minó la fuerza moral de la civilización occidental, ¿qué ocurrirá cuando la nueva versión [de la psicología evolucionista] cale profundamente?”.
Puesto que lo que creemos acerca de nuestros orígenes influye en la concepción fundamental que tenemos de la vida y de lo que es correcto o incorrecto, es vital que examinemos de cerca esta cuestión.
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¿A imagen de Dios o de la bestia?¡Despertad! 1998 | 22 de junio
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¿A imagen de Dios o de la bestia?
AL PRIMER hombre, Adán, se le llamó “hijo de Dios” (Lucas 3:38). Ningún animal ha sido jamás objeto de tal distinción. Con todo, la Biblia muestra que el hombre tiene muchas cosas en común con los animales. Por ejemplo, tanto estos como aquel son almas. Cuando Dios formó a Adán, “el hombre vino a ser alma viviente”, dice Génesis 2:7, declaración que está en consonancia con 1 Corintios 15:45: “El primer hombre, Adán, llegó a ser alma viviente”. Puesto que los seres humanos son almas, el alma no es un ente indefinido que sobrevive al cuerpo cuando este muere.
Con respecto a los animales, Génesis 1:24 dice: “Produzca la tierra almas vivientes según sus géneros, animal doméstico y animal moviente y bestia salvaje de la tierra según su género”. Así, aunque la Biblia nos dignifica al revelar que fuimos creados a la imagen de Dios, también nos recuerda nuestra condición humilde de almas terrestres, junto con los animales. Y hay otro elemento que es común al hombre y la bestia.
La Biblia explica: “Hay un suceso resultante respecto a los hijos de la humanidad y un suceso resultante respecto a la bestia, y ellos tienen el mismo suceso resultante. Como muere el uno, así muere la otra; [...] no hay superioridad del hombre sobre la bestia [...]. Todos van a un solo lugar. Del polvo han llegado a ser todos, y todos vuelven al polvo”. En efecto, el hombre y la bestia son iguales en la muerte. Ambos retornan “al suelo”, al “polvo”, del cual provienen (Eclesiastés 3:19, 20; Génesis 3:19).
Pero ¿por qué nos aflige tanto la muerte a los seres humanos? ¿Por qué soñamos con vivir para siempre? Y ¿por qué debemos tener un propósito en la vida? Sin duda, hay una gran diferencia entre nosotros y los animales.
En qué nos diferenciamos de los animales
¿Le gustaría pasarse la vida sin otro propósito que el de comer, dormir y reproducirse? La idea les repugna incluso a los evolucionistas dedicados. “El hombre moderno, este ilustrado escéptico y agnóstico —escribe el evolucionista T. Dobzhansky—, no puede evitar plantearse aunque sea en secreto las preguntas de siempre: ¿Tiene mi vida algún sentido y propósito aparte del de mantenerme vivo y prolongar la cadena de la vida? ¿Tiene algún sentido el universo en que habito?”
En efecto, negar la existencia de un Creador no mata el deseo del hombre de hallarle sentido a la vida. Citando al historiador Arnold Toynbee, Richard Leakey escribe: “Este don espiritual que [el hombre] posee le condena a luchar toda su vida para reconciliarse con el universo en el que ha nacido”.
Aun así persisten las cuestiones fundamentales sobre nuestra naturaleza, nuestros orígenes y nuestra espiritualidad. Es obvio que hay un gran abismo entre el hombre y los animales. ¿De qué magnitud?
¿Un abismo insalvable?
Una dificultad fundamental de la teoría evolucionista es el vasto abismo que separa a los seres humanos de los animales. ¿Cuál es su verdadera dimensión? Considere algunos de los comentarios que los mismos evolucionistas han hecho al respecto.
Thomas H. Huxley, prominente defensor de la teoría evolucionista del siglo XIX, escribió: “Estoy más convencido que nadie del profundo abismo que existe entre [...] el hombre y las bestias [...] porque sólo él posee el don del habla racional e inteligible [y] [...] que nos eleva muy por encima del nivel de nuestros humildes semejantes”.
El evolucionista Michael C. Corballis observa que “hay una sorprendente discontinuidad entre los seres humanos y los demás primates [...]. ‘Nuestro cerebro es tres veces mayor de lo que se esperaría de un primate de nuestra talla’”. Y el neurólogo Richard M. Restak dice: “El cerebro [humano] es el único órgano en el universo conocido que procura entenderse a sí mismo”.
Leakey reconoce: “La conciencia plantea un dilema para los científicos, considerado insoluble por algunos. La conciencia de nuestra propia identidad es tan brillante que ilumina cuanto pensamos y hacemos”. También dice: “El lenguaje ciertamente crea un abismo entre el Homo sapiens [el ser humano] y el resto de la naturaleza”.
Apuntando a otra maravilla de la mente humana, Peter Russell escribe: “La memoria es, indudablemente, una de las facultades humanas más importantes. Sin ella no habría aprendizaje [...], ni actividad intelectual, ni desarrollo del lenguaje, ni ninguna de las cualidades [...] que normalmente se asocian con el ser humano”.
Además, ningún animal participa en forma alguna de adoración. Por eso, Edward O. Wilson afirma: “La predisposición a la creencia religiosa es la fuerza más compleja y poderosa de la mente humana y, con toda probabilidad, una parte indisoluble de la naturaleza humana”.
“El comportamiento humano plantea muchos otros enigmas darwinianos —reconoce el evolucionista Robert Wright—. ¿Cuál es la función del humor y de la risa? ¿Por qué se confiesan las personas cuando están próximas a morir? [...] ¿Qué función tiene, exactamente, la tristeza? [...] Una vez que la persona se ha ido, ¿cómo beneficia la tristeza a los genes?”
La evolucionista Elaine Morgan confiesa: “Cuatro de los más grandes misterios del ser humano son: 1) ¿Por qué marcha sobre dos piernas? 2) ¿Por qué perdió el pelaje? 3) ¿Por qué desarrolló un cerebro tan grande? 4) ¿Por qué aprendió a hablar?”.
¿Cómo responden los evolucionistas a estos interrogantes? Dice Morgan: “Las respuestas ortodoxas a estas preguntas son: 1) ‘Aún no lo sabemos’; 2) ‘aún no lo sabemos’; 3) ‘aún no lo sabemos’, y 4) ‘aún no lo sabemos’”.
Una teoría débil
El escritor de la obra The Lopsided Ape declaró que su fin “era presentar un cuadro general de la evolución humana a lo largo del tiempo. Muchas de las conclusiones son especulativas, y se basan principalmente en un puñado de dientes, huesos y piedras antiguos”. De hecho, hay muchos que ni siquiera aceptan la teoría original de Darwin. Richard Leakey observa: “La versión de Darwin sobre la manera como evolucionamos dominó la ciencia de la antropología hasta hace pocos años, y resultó errónea”.
Según Elaine Morgan, muchos evolucionistas “han perdido la confianza en las respuestas que creían saber hace treinta años”. Por eso no sorprende que algunas de las tesis sostenidas por los evolucionistas se hayan venido abajo.
Tristes consecuencias
Algunos estudios han hallado que el número de hembras con las que un macho se aparea guarda relación con la diferencia de tamaño corporal entre los sexos. Esto ha llevado a algunos a concluir que los hábitos sexuales de los seres humanos deberían ser similares a los de los chimpancés, cuyos machos, al igual que sus homólogos humanos, son un poco más grandes que las hembras. Por eso sostienen que, como los chimpancés, a los humanos debería permitírseles tener más de una pareja sexual. Y, de hecho, muchos así lo hacen.
No obstante, lo que parece funcionar bien en el caso de los chimpancés, por lo general ha resultado desastroso para los seres humanos. Los hechos muestran que el camino de la promiscuidad lleva a la desdicha y está sembrado de familias deshechas, abortos, enfermedades, traumas mentales y emocionales, celos, violencia familiar e hijos abandonados que crecen con problemas de adaptación y que continúan el círculo vicioso. Si el patrón animal es correcto, ¿por qué causa tanto dolor?
El pensamiento evolucionista también pone en duda la santidad de la vida humana. ¿Sobre qué base afirmamos que la vida humana es sagrada si decimos que Dios no existe y nos consideramos sencillamente animales superiores? ¿Por nuestro intelecto, quizás? En tal caso sería muy apropiada la pregunta que formula el libro The Human Difference: “¿Es justo tratar a los seres humanos como de más valor que los perros y los gatos solo porque tuvimos todas las oportunidades [de evolucionar]?”.
La difusión de la nueva versión del pensamiento evolucionista “tendrá inevitablemente un profundo efecto en el pensamiento moral”, afirma el libro The Moral Animal. Sin embargo, se trata de una moralidad cruel que reposa en la premisa de que fuimos modelados por “la selección natural”, proceso según el cual, como dijo H. G. Wells, “el fuerte y el astuto vence[n] al débil y al confiado”.
Es significativo el hecho de que muchas teorías evolucionistas que durante años han corroído la moral de la gente se han desplomado antes de la llegada de la siguiente ola de pensadores. Pero lo trágico es que el daño que han causado aún subsiste.
¿Adorar a la creación o al Creador?
La evolución hace que bajemos la vista hacia la creación en vez de levantarla hacia el Creador en busca de respuestas. La Biblia, en cambio, hace que elevemos los ojos al Dios verdadero para hallar valores morales y el propósito de la vida. Explica asimismo por qué tenemos que luchar para no hacer lo malo y a qué se debe que el ser humano se aflija tanto debido a la muerte. Además, su explicación de por qué propendemos a la maldad es muy convincente para nuestra mente y corazón. Le invitamos a examinar esa explicación satisfactoria.
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Busquemos las respuestas arriba, no abajo¡Despertad! 1998 | 22 de junio
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Busquemos las respuestas arriba, no abajo
LA EVOLUCIÓN enseña que a través de un proceso de cambios graduales nos transformamos en un tipo de vida animal superior. La Biblia, por su parte, sostiene que tuvimos un principio perfecto, a imagen de Dios, pero que al poco tiempo apareció la imperfección y empezó el declive de la humanidad.
Nuestros primeros padres, Adán y Eva, comenzaron a degenerar cuando, procurando independencia moral, causaron daño a su conciencia al desobedecer voluntariamente a Dios. Fue como si deliberadamente hubieran traspasado en un vehículo la barrera de seguridad de la ley divina y se hubieran precipitado en la situación en que nos encontramos ahora, víctimas de la enfermedad, la vejez y la muerte, sin contar el prejuicio racial, el odio religioso y las terribles guerras (Génesis 2:17; 3:6, 7).
¿Genes animales o genes defectuosos?
Desde luego, la Biblia no explica en términos científicos lo que les ocurrió a los cuerpos perfectos de Adán y Eva cuando estos pecaron. La Biblia no es un libro de ciencia, así como el manual de instrucciones de un automóvil no es un tratado sobre ingeniería automotriz. Pero al igual que este, la Palabra de Dios es exacta; no es un mito.
Cuando Adán y Eva traspasaron la barrera de seguridad de la ley divina, su organismo sufrió daño. A partir de ese momento empezaron un lento descenso hacia la muerte. Por las leyes de la herencia, sus descendientes —la familia humana— adquirieron la imperfección; por eso ellos también mueren (Job 14:4; Salmo 51:5; Romanos 5:12).
Lamentablemente, entre los rasgos que hemos heredado figura la propensión al pecado, que se manifiesta en la forma de egoísmo e inmoralidad. Por supuesto, las relaciones sexuales tienen su debido lugar, pues Dios ordenó a la primera pareja humana: “Sean fructíferos y háganse muchos y llenen la tierra” (Génesis 1:28). Y como un Creador amoroso, hizo que el cumplimiento de dicho mandato fuera un placer para los esposos (Proverbios 5:18). Pero la imperfección humana ha conducido al abuso de la sexualidad. De hecho, la imperfección afecta a todo aspecto de nuestra vida, incluido el funcionamiento de la mente y el cuerpo, como muy bien nos damos cuenta.
Pese a esto, la imperfección no ha acabado con nuestro sentido moral. Si realmente lo deseamos, podemos asir el “volante” y evitar los escollos de la vida combatiendo la tendencia a desviarnos hacia el pecado. Claro que ningún humano imperfecto puede triunfar por completo en su lucha contra el pecado, pero Dios misericordiosamente tiene esto en cuenta (Salmo 103:14; Romanos 7:21-23).
Por qué no deseamos morir
La Biblia también arroja luz sobre otro enigma para el cual la evolución no tiene una explicación satisfactoria: la renuencia normal del hombre a aceptar la muerte, por natural e inevitable que esta parezca.
La muerte, según revela la Biblia, se desencadenó por el pecado, por la desobediencia a Dios. Si nuestros primeros padres hubieran sido obedientes, habrían vivido para siempre junto con su prole. Dios, en efecto, programó la mente humana con el deseo de vivir eternamente. “Puso [...] la eternidad en la mente del hombre”, dice Eclesiastés 3:11, según la Sagrada Biblia, de Agustín Magaña. Por consiguiente, cuando se impuso a los humanos la pena de muerte, se suscitó en su interior un conflicto, una falta de armonía persistente.
A fin de conciliar dicho conflicto interno con el anhelo natural de vivir, la humanidad ha forjado toda suerte de creencias, desde el dogma de la inmortalidad del alma hasta la creencia en la reencarnación. Los científicos escudriñan el misterio del envejecimiento porque también ellos desean librarse de la muerte, o al menos aplazarla. Los evolucionistas ateos descartan el deseo de vida eterna diciendo que se trata de un engaño evolutivo, pues choca con su opinión de que los seres humanos son simplemente animales superiores. Por otro lado, la declaración bíblica de que la muerte es una enemiga armoniza con nuestro anhelo natural de vivir (1 Corintios 15:26).
Ahora bien, ¿hay en nuestro cuerpo señales de que fuimos hechos para vivir eternamente? La respuesta es sí. El cerebro en sí mismo nos deslumbra con pruebas de que fuimos hechos para gozar de una existencia mucho más larga que la actual.
Hechos para vivir eternamente
El cerebro pesa aproximadamente 1,4 kilogramos y contiene de 10.000 millones a 100.000 millones de neuronas, de las cuales, según se dice, no hay una igual a otra. Cada neurona puede comunicarse hasta con otras 200.000, dando lugar a una cantidad astronómica de circuitos o sendas en el cerebro. Y como si esto fuera poco, “cada neurona es una refinada computadora”, dice la revista Investigación y Ciencia.
El cerebro está bañado en una sopa química que influye en el comportamiento de las neuronas, y posee un grado de complejidad mucho mayor que incluso la computadora más potente. “En toda cabeza hay una central eléctrica extraordinaria, un órgano compacto y eficiente cuya capacidad parece expandirse hacia el infinito cuanto más aprendemos de él”, escriben Tony Buzan y Terence Dixon. Y citando del profesor Pyotr Anokhin, agregan: “Aún no existe un hombre que pueda utilizar todo el potencial de su cerebro. Por eso no aceptamos ningún cálculo pesimista de los límites del cerebro humano. Es ilimitado”.
Estos hechos asombrosos desafían el modelo evolucionista. ¿Por qué habría de “crear” la evolución para simples cavernícolas, o incluso para el cultísimo hombre moderno, un órgano capaz de servir para un millón o hasta mil millones de vidas? En realidad, solo la vida eterna tiene sentido. ¿Y qué decir de nuestro cuerpo?
La obra Repair and Renewal—Journey Through the Mind and Body (Reparación y renovación. Un viaje por la mente y el cuerpo) declara: “La manera como los huesos, los tejidos y los órganos lesionados se reparan a sí mismos es un auténtico milagro. Y si nos detuviéramos a pensar en ello, nos daríamos cuenta de que el silencioso proceso de regeneración de la piel, el cabello y las uñas —así como otras partes del cuerpo— es sumamente asombroso: Tiene lugar las veinticuatro horas del día, todas las semanas, y literalmente nos rehace —desde el punto de vista bioquímico— muchas veces en el transcurso de nuestra existencia”.
Al debido tiempo de Dios no será ningún problema para él hacer que este milagroso proceso de autorrenovación continúe indefinidamente. Entonces, por fin, “la muerte [será] reducida a nada” (1 Corintios 15:26). Sin embargo, para ser realmente felices necesitamos más que vida eterna. Necesitamos paz, paz con Dios y con nuestros semejantes. Pero esta no puede alcanzarse a menos que nos amemos verdaderamente unos a otros.
Un nuevo mundo basado en el amor
“Dios es amor”, dice 1 Juan 4:8. Tal es la fuerza del amor —especialmente el amor de Jehová Dios—, que constituye el fundamento de nuestra esperanza de vida eterna. “Tanto amó Dios al mundo —asegura Juan 3:16— que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que ejerce fe en él no sea destruido, sino que tenga vida eterna.”
Vida eterna. ¡Qué maravillosa perspectiva! Mas habiendo heredado el pecado, no tenemos derecho a la vida. “El salario que el pecado paga es muerte”, sostiene la Biblia (Romanos 6:23). Pero, felizmente, el amor impulsó al Hijo de Dios, Jesucristo, a morir por nosotros. El apóstol Juan escribió acerca de Jesús: “Aquel entregó su alma por nosotros” (1 Juan 3:16). En efecto, él dio su vida humana perfecta como “rescate en cambio por muchos” para que se cancelen los pecados de quienes ejercemos fe en él y disfrutemos de vida eterna (Mateo 20:28). La Biblia explica: “Dios envió a su Hijo unigénito al mundo para que nosotros consiguiéramos la vida mediante él” (1 Juan 4:9).
¿Cómo debemos reaccionar al amor que Dios y su Hijo nos han mostrado? La Biblia sigue diciendo: “Amados, si Dios nos amó así a nosotros, entonces nosotros mismos estamos obligados a amarnos unos a otros” (1 Juan 4:11). Tenemos que aprender a amar, pues esta cualidad será la piedra angular del nuevo mundo de Dios. Muchas personas de hoy han llegado a comprender la importancia del amor, tal como lo recalca Jehová Dios en su Palabra, la Biblia.
La obra Love and Its Place in Nature (El amor y su lugar en la Naturaleza) comenta que sin amor “los niños tienden a morir”. Sin embargo, la necesidad de amor no termina una vez que el individuo crece. Un destacado antropólogo dijo que el amor “ocupa el centro de todas las necesidades humanas del mismo modo como el Sol ocupa el centro de nuestro sistema planetario [...]. El niño que no ha recibido amor difiere mucho en sentido bioquímico, fisiológico y psicológico del que ha sido amado; incluso crece de manera diferente a este”.
¿Se imagina cómo será la vida cuando todos los habitantes de la Tierra se amen realmente unos a otros? Ya nadie jamás abrigará prejuicios contra otro por tener diferente nacionalidad, ser miembro de otra raza o poseer un color de piel distinto. Bajo la administración del Rey designado por Dios, Jesucristo, la Tierra se llenará de paz y amor en cumplimiento del salmo inspirado que dice:
“Oh Dios, da tus propias decisiones judiciales al rey [...]. Juzgue él a los afligidos del pueblo, salve a los hijos del pobre, y aplaste al defraudador. En sus días el justo brotará, y la abundancia de paz hasta que la luna ya no sea. Y tendrá súbditos de mar a mar y desde el Río hasta los cabos de la tierra. Porque él librará al pobre que clama por ayuda, también al afligido y a cualquiera que no tiene ayudador. Le tendrá lástima al de condición humilde y al pobre, y las almas de los pobres salvará.” (Salmo 72:1, 4, 7, 8, 12, 13.)
Los malvados no tendrán cabida en el nuevo mundo de Dios, como promete otro salmo de la Biblia: “Los malhechores mismos serán cortados, pero los que esperan en Jehová son los que poseerán la tierra. Y solo un poco más de tiempo, y el inicuo ya no será; y ciertamente darás atención a su lugar, y él no será. Pero los mansos mismos poseerán la tierra, y verdaderamente hallarán su deleite exquisito en la abundancia de paz” (Salmo 37:9-11).
En aquel tiempo se habrá sanado la mente y el cuerpo de todos los seres humanos obedientes, incluidos los muertos que hayan vuelto a la vida mediante la resurrección. Con el tiempo, toda persona viva reflejará a perfección la imagen de Dios. Al fin acabará la gran lucha por hacer lo que es correcto. La falta de armonía entre nuestro anhelo de vivir y la dura realidad presente de la muerte habrá acabado también. Sí, tal es la promesa veraz de nuestro amoroso Dios: “La muerte no será más” (Revelación 21:4; Hechos 24:15).
Por lo tanto, nunca se dé por vencido en la batalla por hacer lo que es correcto. Siga la admonición divina: “Pelea la excelente pelea de la fe, logra asirte firmemente de la vida eterna”. Esa vida en el nuevo mundo de Dios es lo que la Biblia llama “la vida que realmente lo es” (1 Timoteo 6:12, 19).
Esperamos que llegue a apreciar la verdad expresada en la Biblia: “Jehová es Dios. Es él quien nos ha hecho, y no nosotros mismos”. Comprender esta verdad es un requisito fundamental para vivir en el nuevo mundo de amor y justicia de Jehová (Salmo 100:3; 2 Pedro 3:13).
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