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Ciudades de refugioPerspicacia para comprender las Escrituras, volumen 1
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CIUDADES DE REFUGIO
La ley de Jehová sobre la santidad de la sangre era muy explícita. El derramamiento de sangre humana contaminaba la tierra en la que vivían los hijos de Israel, en medio de la que residía Jehová, y solo se podía expiar por medio de la sangre del que la había derramado. (Gé 9:5, 6; Nú 35:33, 34.) Así, en el caso de un asesino, cuando el vengador de la sangre le daba muerte “sin falta” (Éx 21:23; Nú 35:21), quedaba vengada la sangre de su víctima y se satisfacía la ley de “alma por alma”. Pero, ¿qué pasaba con el homicida involuntario, aquel que, por ejemplo, mataba a su hermano cuando por accidente se desprendía la cabeza del hacha al cortar leña? (Dt 19:4, 5.) Para tales desafortunados Jehová amorosamente proveyó las ciudades de refugio, seis en total, donde el que derramaba sangre por accidente podía hallar asilo y protección del vengador de la sangre. (Nú 35:6-32; Jos 20:2-9.)
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Ciudades de refugioPerspicacia para comprender las Escrituras, volumen 1
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Procedimiento legal. Cuando un fugitivo llegaba a una ciudad de refugio, tenía que exponer su caso a los ancianos en la puerta de la ciudad, y debía extendérsele hospitalidad. A fin de evitar que los que cometían asesinatos intencionados se aprovechasen de esta concesión, después de exponer el caso en la ciudad de refugio, el fugitivo tenía que someterse a juicio y probar su inocencia en las puertas de la ciudad bajo cuya jurisdicción había ocurrido la muerte. En caso de hallarle inocente, era devuelto a la ciudad de refugio. Sin embargo, solo podía garantizarse su seguridad si permanecía en la ciudad el resto de su vida o hasta la muerte del sumo sacerdote. No era posible aceptar ningún rescate con el fin de alterar estos términos. (Nú 35:22-29, 32; Jos 20:4-6.) Ni siquiera el altar sagrado de Jehová podía proteger a los asesinos, como se mostró en el caso de Joab. (Éx 21:14; 1Re 1:50; 2:28-34; véase VENGADOR DE LA SANGRE.)
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