-
Victoriosos ante la muerte¡Despertad! 1993 | 8 de mayo
-
-
[Recuadro/Fotografía en la página 11]
Martirio en Polonia
EN 1944, mientras las tropas alemanas se retiraban a toda prisa y el frente de batalla se aproximaba a una ciudad de la región oriental de Polonia, las autoridades de ocupación obligaban a los civiles a cavar trincheras antitanques. Los testigos de Jehová rehusaron hacerlo. A Stefan Kirył, un Testigo joven que solo llevaba dos meses bautizado, le obligaron a unirse a una brigada de trabajo, pero mantuvo con denuedo la misma posición neutral. Se adoptaron diversas medidas para quebrantar su integridad.
Le ataron desnudo a un árbol del pantano para convertirlo en pasto de los mosquitos y otros insectos. Tras aguantar esa y otras torturas, le dejaron en paz. Sin embargo, cuando un oficial de alta graduación pasó inspección a la brigada, alguien le dijo que un hombre no había querido obedecer su orden bajo ningún concepto. Se ordenó tres veces a Stefan que cavara la trinchera, pero él hasta rehusó tomar una pala. Lo mataron a tiros. Centenares de personas que presenciaron lo que ocurrió le conocían personalmente. Su martirio se convirtió en un testimonio de la enorme fuerza que Jehová puede suministrar.
-
-
Victoriosos ante la muerte¡Despertad! 1993 | 8 de mayo
-
-
Martirio inesperado
“Cierto día del mes de junio de 1946, un hermano joven llamado Kazimierz Kądziela llegó a casa antes de reunirnos para ir en bicicleta a un territorio aislado, y le explicó algo a mi padre en voz baja. Mi padre nos mandó a predicar, pero él no fue, lo cual nos extrañó. Más tarde supimos la razón. Al regresar a casa nos enteramos de que la noche anterior la familia Kądziela había sido golpeada brutalmente, y mi padre fue a su casa para atender a los hermanos y hermanas heridos de gravedad.
”Poco después, cuando entré en la habitación en la que estaban acostados, vi un cuadro que me hizo llorar. Las paredes y el techo estaban salpicados de sangre. Todos se encontraban acostados, vendados, llenos de moratones, hinchados y con las costillas y otros huesos rotos. Apenas se les podía reconocer. La hermana Kądziela, la madre de la familia, había recibido una paliza terrible. Mi padre los atendió, y antes de partir pronunció una palabras significativas: ‘Oh, Dios mío, yo soy un hombre tan sano y capaz [entonces tenía 45 años y nunca había estado enfermo], y no he tenido el privilegio de sufrir por ti. ¿Por qué tuvo que tocarle a esta hermana mayor?’. No tenía idea de lo que le esperaba.
”Al ponerse el Sol regresamos a casa, que estaba a unos tres kilómetros de distancia. Un grupo de 50 hombres armados habían rodeado nuestra casa. También habían metido dentro a la familia Wincenciuk, de modo que éramos nueve en total. A cada uno nos hicieron la misma pregunta: ‘¿Eres testigo de Jehová?’. Cuando respondíamos que sí, nos golpeaban. Luego, por turnos, dos de aquellos carniceros golpearon a mi padre mientras le preguntaban si dejaría de leer y predicar la Biblia. Querían saber si mi padre iría a la iglesia y confesaría sus pecados. Lo provocaban con mofa diciendo: ‘Hoy te ordenaremos obispo’. Mi padre no pronunció ni una sola palabra, no soltó ni un solo gemido. Aguantó sus torturas en silencio, como una oveja. Al amanecer, unos quince minutos después de que aquellos salvajes religiosos se fueron, mi padre murió, totalmente destrozado por la paliza.
-