CUANDO las mujeres ven que la tumba de Jesús está vacía, María Magdalena corre para decírselo a Pedro y a Juan.

Para entonces María ha hallado a Pedro y a Juan, y les informa: “Han quitado al Señor de la tumba conmemorativa, y no sabemos dónde lo han puesto”.

María Magdalena, quien se queda junto a la tumba, se echa a llorar. ¿Dónde estará Jesús? Al agacharse para mirar dentro de la tumba, ¡ve a los dos ángeles vestidos de blanco, que han reaparecido! Uno está sentado a la cabeza y el otro a los pies donde había yacido el cuerpo de Jesús. Preguntan: “Mujer, ¿por qué lloras?”.

“Han quitado a mi Señor —contesta María—, y no sé dónde lo han puesto.” Entonces se vuelve y ve a alguien que pregunta de nuevo: “Mujer, ¿por qué lloras?”. Y este también pregunta: “¿A quién buscas?”.

Imaginándose que es el hortelano del jardín donde está la tumba, ella le dice: “Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo quitaré”.

“¡María!”, dice aquella persona. E inmediatamente ella sabe, por la manera como él le habla, que es Jesús. “¡Rab·bó·ni!” (que significa: “¡Maestro!”), exclama. Entonces, con muchísimo gozo, ella se ase de él. Pero Jesús le dice: “Deja de colgarte de mí. Porque todavía no he ascendido al Padre. Pero ponte en camino a mis hermanos y diles: ‘Asciendo a mi Padre y Padre de ustedes y a mi Dios y Dios de ustedes’”.

María ahora corre adonde están reunidos los apóstoles y sus compañeros discípulos. Ella da su relato en apoyo del informe que las demás mujeres ya han dado respecto a haber visto a Jesús resucitado.