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    • “Yo me lo llevaré”

      Después de que pusieron a Jesús en la tumba, María estuvo entre las mujeres que compraron algunas especias para aplicarlas al cuerpo de Jesús (Marcos 16:1, 2; Lucas 23:54-56). Cuando terminó el sábado, se levantó muy temprano. Nos la podemos imaginar caminando junto con otras mujeres por las calles oscuras hacia la tumba de Jesús. Seguramente se preguntaban cómo iban a mover la pesada piedra que tapaba la entrada de la tumba (Mateo 28:1; Marcos 16:1-3). Pero eso no las detuvo. Estas mujeres de fe hicieron todo lo que pudieron y le dejaron el resto a Jehová.

      Es posible que María llegara a la tumba antes que las demás. Pero, confundida, se paró en seco: alguien había hecho rodar la piedra y la tumba estaba vacía. Sin pensarlo dos veces, corrió a contarles a Pedro y a Juan lo que había visto. Es fácil imaginar a María diciendo sin aliento: “¡Se han llevado de la tumba al Señor, y no sabemos dónde lo han puesto!”. Pedro y Juan corrieron hasta la tumba, comprobaron que estaba vacía y luego regresaron a sus casas (Juan 20:1-10).a

      María regresó a la tumba y se quedó allí sola. Abrumada por el silencio de la mañana y por la tumba vacía, no pudo contener las lágrimas y se echó a llorar. Se agachó para mirar adentro; todavía no podía creer que se hubieran llevado al Señor. Entonces algo la impactó: vio sentados a dos ángeles vestidos de blanco. “¿Por qué estás llorando?”, le preguntaron. Aturdida, les dijo lo mismo que les había dicho a los apóstoles: “Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto” (Juan 20:11-13).

      Entonces se dio la vuelta y vio a un hombre de pie detrás de ella. María no lo reconoció y se imaginó que era el jardinero que cuidaba del lugar. El hombre le preguntó con cariño: “Mujer, ¿por qué estás llorando? ¿A quién buscas?”. Ella le respondió: “Si tú te lo has llevado, señor, dime dónde lo has puesto y yo me lo llevaré” (Juan 20:14, 15). Pero pensemos por un momento en lo que estaba diciendo. ¿De verdad una mujer sola podía cargar con el cuerpo de un hombre grande y fuerte como Jesús? María no se detuvo a pensar en eso. Solo pensaba en una cosa: quería hacer todo lo que pudiera.

      María Magdalena está a la entrada de la tumba en la que habían dejado el cuerpo de Jesús. Hay un hombre de pie detrás de ella.

      “Me lo llevaré”.

      Cuando sintamos que ya no tenemos fuerzas para aguantar la tristeza y las dificultades, ¿podemos imitar el ejemplo de María Magdalena? Si solo pensamos en nuestras debilidades y limitaciones, el miedo y la ansiedad nos paralizarán. Pero, si hacemos todo lo que podemos y le dejamos el resto a Jehová, lograremos mucho más de lo que imaginamos (2 Corintios 12:10; Filipenses 4:13). Lo más importante es que haremos feliz a Jehová. Eso fue lo que hizo María, y Dios la recompensó de una manera muy especial.

      “¡He visto al Señor!”

      Aquel hombre que estaba frente a María no era el jardinero. Había sido carpintero, luego maestro y ahora el Señor, a quien María amaba tanto. Sin embargo, ella no lo reconoció y decidió irse. Y es que María no podía imaginar lo que de verdad estaba pasando: Jesús había sido resucitado como un poderoso espíritu. Usando su poder, el Señor se le había aparecido con forma humana, pero no con el mismo cuerpo que había sacrificado. En los emocionantes días después de su resurrección, muchos no lo reconocieron, ni siquiera quienes lo conocían bien (Lucas 24:13-16; Juan 21:4).

      ¿Qué hizo Jesús para que María lo reconociera? Solo le bastó con decir una palabra: “¡María!”. Ella se dio la vuelta rápidamente y gritó: “¡Rabbóni!”. Seguro que lo había llamado muchas veces usando esta cariñosa palabra hebrea. ¡Era su querido Maestro! ¡Qué contenta se puso! Se agarró a él, y no quería soltarlo (Juan 20:16).

      Jesús sabía lo que ella estaba pensando, y le dijo: “Deja de agarrarte de mí”. ¿Nos imaginamos a Jesús con una sonrisa intentando amablemente que María lo soltara? “Todavía no he subido al Padre”, le dijo para tranquilizarla. Aún no había llegado el momento de que él regresara al cielo. Todavía tenía cosas que hacer en la Tierra y quería que María lo ayudara. Y ella no quería perderse nada de lo que Jesús le dijera. Él le pidió: “Vete adonde están mis hermanos y diles: ‘Voy a subir a mi Padre y Padre de ustedes, a mi Dios y Dios de ustedes” (Juan 20:17).

      ¡Qué misión tan importante recibió de su Maestro! ¡Qué privilegio para esta mujer ser uno de los primeros discípulos que vio a Jesús resucitado! Ahora tenía la oportunidad de contarles a otros la buena noticia. Imaginemos con qué ganas y emoción buscó a los discípulos y les dijo casi sin aliento: “¡He visto al Señor!”. Estamos seguros de que todos recordaron esas palabras durante mucho tiempo. María les contó a toda prisa y entusiasmada todo lo que Jesús había dicho (Juan 20:18). Su historia coincidía con lo que les habían contado a los discípulos las mujeres que habían ido a la tumba vacía de Jesús (Lucas 24:1-3, 10).

      María Magdalena llega al lugar donde están reunidos los apóstoles y otros discípulos y les dice muy alegre: “¡He visto al Señor!”.

      “¡He visto al Señor!”.

  • “¡He visto al Señor!”
    Ejemplos de fe
    • a Todo indica que María ya no estaba en la tumba cuando las otras mujeres se encontraron con el ángel que les dijo que Jesús había resucitado. De lo contrario, seguro que María les habría dicho a Pedro y a Juan que se le había aparecido un ángel y le había explicado por qué el cuerpo de Jesús ya no estaba allí (Mateo 28:2-4; Marcos 16:1-8).

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