varias mujeres que trabajaban en la misma fábrica empezaron a estudiar con los misioneros. Pronto se hizo evidente el efecto de la verdad. Rehusaron trabajar fuera de horas las noches de reunión, algo inaudito en la mayoría de las fábricas, pues es costumbre que los empleados trabajen muchas horas. Sin embargo, su honradez y sus hábitos ejemplares de trabajo pronto las hicieron merecedoras de más responsabilidades. Se les asignó la tarea de confianza de guardar los registros de producción.

Después de su bautismo, deseaban ser precursoras y, por lo tanto, dejaron aquel trabajo de jornada completa para buscar uno que tuviese un horario más adecuado. Sin embargo, su anterior patrono abordó a las hermanas y les ofreció a todas ellas trabajar únicamente tres días a la semana, y también aceptó sus condiciones de “no trabajar horas extraordinarias las noches de reunión y tener los días libres para las asambleas”. La compañía calculó que ahorraría dinero si volvía a contratar a las hermanas. ¿Por qué? Porque trabajaban bien sin necesidad de supervisión. Además, no robaban. El patrón concluyó que si las Testigos eran tan fieles a su Dios, entonces, con toda seguridad, también serían dignas de confianza en la compañía.