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    Anuario de los testigos de Jehová 1995
    • El hombre sacó algo de su bolsillo trasero

      Ante un acoso tan violento, ¿podría culparse a los Testigos por ser un tanto suspicaces en ocasiones? José Mora relata lo que le sucedió en el estado de Jalisco. Aunque ahora se ríe, no le hizo ninguna gracia en aquel momento.

      Había citado a un hombre el texto de Salmo 115:16: “En cuanto a los cielos, a Jehová pertenecen los cielos, pero la tierra la ha dado a los hijos de los hombres”. Con un movimiento rápido, el hombre se llevó la mano al bolsillo trasero del pantalón. El hermano Mora pensó que buscaba un arma. ¡Qué alivio sintió cuando vio lo que sacaba!: un pequeño Nuevo Testamento que contenía los Salmos. El hombre constató el texto en su propia Biblia y aceptó el mensaje. Poco después este señor y su familia se hicieron testigos de Jehová. “Él se dio cuenta de que me puse un poco nervioso —dice el hermano Mora—. Por eso, cuando de vez en cuando nos vemos, recordamos aquel incidente y nos echamos a reír.”

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    Anuario de los testigos de Jehová 1995
    • Ese fue el caso de Lino Morales y su esposa, quienes vivían en el estado de Chiapas. Lino fue con uno de sus amigos en peregrinación para venerar a la imagen de la Virgen de un pueblo de Guatemala. Acordaron entrar individualmente a rezar ante la imagen. Lino relata: “Al ver que mi amigo se demoraba en salir, me asomé con mucho respeto a la puerta de la capilla y, ¡qué sacrilegio!, mi amigo estaba levantando el vestido a la imagen. Cuando le grité: ‘¿Qué haces?’, enseguida simuló que estaba rezando. Le exigí, desafiante, que saliera y, cuando lo hizo, lo amenacé con los puños. Le fue difícil convencerme de lo que en realidad había hecho. Cuando me tranquilicé, me dijo que le había desilusionado la imagen, porque al acercarse a ella y besarle los pies, se había percatado de que solo el rostro y los pies de la imagen estaban bien pulidos, mientras que todo lo que había debajo del vestido eran solo pedazos de madera”.

      Aquel incidente, aunado a la muerte de su pequeño hijo, influyeron profundamente en la forma de pensar de Lino. ¿Qué sucedió después? Su esposa recuerda: “Dos mujeres llegaron a mi puerta y me hablaron de la Biblia. Enseguida me convencí de que decían la verdad. Me dejaron un libro y prometieron volver al día siguiente. Al poco rato empezó a llover, y las dos mujeres regresaron para guarecerse de la lluvia, esta vez acompañadas de sus esposos. Sin embargo, la lluvia no amainó en toda la tarde, y tuvieron que pasar la noche en casa. Todos aprovechamos la ocasión: ellos para enseñarme y yo para aprender las verdades bíblicas. Al día siguiente partieron temprano prometiéndome que volverían. El que llevaba la delantera en hablar servía de precursor regular. Él y su esposa eran del sur del estado, y los acompañaba Caralampio, del pueblo La Trinitaria. Me sorprendió que mi esposo volviera a casa ese mismo día por la tarde (Lino trabajaba en una escuela rural, lejos del pueblo). Después de haber cenado, le dije que unos predicadores me habían visitado y me habían dejado un libro. Al examinarlo juntos, repasando las explicaciones que me habían dado, no pudimos detenernos. Cuando nos dimos cuenta, había pasado toda la noche y ya empezaba a clarear. No habíamos dormido nada”.

      Mientras su esposa preparaba el desayuno, Lino aparejó un caballo. Esa mañana cabalgó 20 kilómetros hasta La Trinitaria en busca de Caralampio. Aunque dio con la casa, no encontró a nadie porque Caralampio había salido a predicar. De todas formas, le dejó un mensaje con el vecino de al lado. “Regresé un poco desalentado —recuerda Lino—, pero me esperaba una sorpresa. En la madrugada del día siguiente oí que tocaban a la puerta y, cuando salí, allí estaban los predicadores. Como a las siete de la noche habían recibido el mensaje de que fui a buscarlos, y de inmediato se prepararon para salir. Habían caminado toda la noche para llegar a mi casa al amanecer. Así que, a menos de cuarenta y ocho horas de haber dejado aquel libro, y a pesar de un largo viaje nocturno, aquellos predicadores estaban haciendo ya una revisita.”

      La revisita duró tres días. Durante ese tiempo enseñaron a Lino y a su esposa las verdades fundamentales de la Palabra de Dios. Para el cuarto día, ambos acompañaron a los Testigos a predicar. Fue así como una familia numerosa comenzó a servir a Jehová.

      ‘Devuélvanle la vida a mi hijo o me deshago de ustedes’

      En el estado de Oaxaca, Edilberto Juárez también aceptó la verdad con prontitud. “Estaba de duelo por la muerte de mi hermano y de mi hijo, quien se suicidó el mismo día —recuerda—. Ante tal fatalidad, me dirigí de inmediato a mis imágenes, que ocupaban toda una pared de mi casa, y les dije que me desharía de ellas si no le devolvían la vida a mi hijo. Ocho días después, viendo que esos dioses no tenían ningún poder, los saqué de casa y los tiré. Lloré amargamente por la muerte de mis seres queridos.

      ”Un maestro se acercó a mí y, procurando consolarme, me dio un Nuevo Testamento y me recomendó que lo leyera; pero como nunca había visto una Biblia, no me interesó ese libro y lo guardé. En esos días me visitó un pentecostal. Mientras conversábamos, vimos a un hombre con un maletín. El pentecostal se dio cuenta de que era un testigo de Jehová y sugirió que lo invitáramos a pasar, pues seguramente conocería mejor las Escrituras. El Testigo entró y, cuando supo que yo estaba de duelo, empezó a hablarme de la resurrección. Eso sí me interesó mucho.”

      El Testigo comenzó a visitar a Edilberto con regularidad, a pesar de que tenía que caminar una larga distancia. “Entonces comencé a hablar con otros acerca de mi fe —recuerda Edilberto—. Tres personas se interesaron en la verdad y empezaron a reunirse con nosotros en casa; así que, cuando nos visitaba el publicador, los cuatro estudiábamos la Biblia con él.”

      Cursos breves de estudios “culturales”

      El libro La verdad que lleva a vida eterna, llamado en aquel entonces “la bomba azul”, se publicó en 1968, y se nos animó a estudiarlo con la gente por un período de seis meses. Pero no todos lo estudiaron en ese lapso. Hubo una persona que lo examinó en menos de dos semanas. La sucursal presentó este informe:

      “Cierta señora conoció la verdad gracias a una suscripción a La Atalaya. Cuando el siervo de distrito y su esposa visitaron una ciudad cercana, ella asistió a la asamblea de circuito. El hermano y su esposa hablaron con ella, y percibieron su deseo de servir a Jehová y ayudar a la gente del pequeño pueblo donde vive. De modo que hicieron los preparativos para estudiar con ella el libro La verdad. El problema era que no había suficiente tiempo para darle estudio como lo indica la Sociedad, ya que que solo iba a estar en la ciudad de la asamblea dos semanas y después regresaría en avioneta a su pueblo, en la sierra. En vista de eso, la esposa del siervo de distrito estudió con ella de manera intensiva durante dos semanas. Para ser exactos, estudiaron treinta horas, de viernes a viernes, y examinaron por completo el libro La verdad. Como la señora quería aprovechar todo momento disponible, el siervo de distrito y su esposa dedicaron otras dos o tres horas durante algunas tardes y noches para contestar sus muchas preguntas. Al cabo de las dos semanas, con todas las respuestas subrayadas en su libro, la señora se fue llena de entusiasmo a su pueblo aislado, deseosa de ayudar a otros.”

      Antes de partir, al final de la segunda semana, se bautizó; poco después de regresar a su casa, ya dirigía ocho estudios. Se comenzó un Estudio de La Atalaya, al que asistían quince personas, y se formó un grupo aislado. En la actualidad hay una congregación en ese lugar.

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