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    Anuario de los testigos de Jehová 2004
    • El desprecio oficial hacia el pueblo de Jehová llevó a que el inspector general de Moldavia enviara una orden gubernamental a cierto jefe de policía. El documento, con fecha del 25 de abril de 1925, decía: “En consonancia con la Orden Policial de Seguridad número 17274/925, me complazco en notificarle que el Ministerio del Interior ha decidido prohibir y detener la propaganda de los ‘Estudiantes Internacionales de la Biblia’, por lo que quisiéramos que tomara las medidas necesarias para lograr ese objetivo”.

      Las consecuencias que tuvo tal oposición oficial en los hermanos se ponen de manifiesto en un informe enviado por la sucursal de Rumania a la sede mundial el 17 de octubre de 1927. Este decía, en resumen, que se habían prohibido las reuniones de congregación y que ‘cientos de hermanos habían tenido que comparecer ante tribunales militares y civiles’. Y añadía: ‘No se han podido celebrar muchas reuniones durante el verano, pues las congregaciones están sometidas a estrecha vigilancia por parte del servicio secreto y la policía, sobre todo en los pueblos, donde se encuentran casi todas las congregaciones. La mayor parte de las reuniones se han celebrado en los bosques, en lugares muy escondidos’.

      El informe proseguía: ‘Desde marzo, la obra de los superintendentes viajantes se ha visto igualmente limitada. Ese mismo mes, el ministro del Interior dio órdenes estrictas y confidenciales de que se buscara a los repartidores y se detuviera a todos esos “propagandistas”. En poco tiempo, casi todos los repartidores fueron encarcelados. Y aunque ni nosotros ni los hermanos tenemos miedo, pues desde los comienzos de la obra en este país hemos sufrido oposición, esta vez el sistema que usan para desbaratar nuestra organización es tan concienzudo que apenas podemos movernos’.

  • Moldavia
    Anuario de los testigos de Jehová 2004
    • [Recuadro de las páginas 83 a 85]

      Ejemplos destacados de neutralidad cristiana

      George Vacarciuc: En diciembre de 1942, los fascistas llamaron a filas a George, que se había criado como testigo de Jehová. Por negarse a tomar las armas, durante dieciséis días lo tuvieron encerrado en una celda totalmente a oscuras y con muy poco que comer. Cuando salió, las autoridades lo volvieron a llamar y le prometieron revocar su sentencia —que aún no le habían leído— si hacía lo que le habían ordenado. De nuevo se negó.

      Por ello fue condenado a veinticinco años de prisión, pero no llegó a cumplirlos, pues el 25 de septiembre de 1944 fue liberado por las tropas soviéticas. No obstante, menos de dos meses después, los soviéticos trataron de reclutarlo. Como no estaba dispuesto a actuar en contra de su conciencia educada por la Biblia, lo sentenciaron a diez años de trabajos forzados en varios campos. Durante doce meses, su familia no supo de su paradero. El 5 de diciembre de 1949, tras haber cumplido cinco años de condena, fue liberado. George regresó a su hogar, en Corjeuţi, y fue fiel hasta su muerte, acaecida el 12 de marzo de 1980.

      Parfin Goreacioc: Parfin nació en 1900 y durante los años 1925 a 1927 se familiarizó con las enseñanzas bíblicas en el pueblo de Hlina. Él y sus hermanos Ion y Nicolae aprendieron la verdad gracias a Damian y Alexandru Roşu, los primeros Estudiantes de la Biblia de aquel lugar.

      En 1933, a Parfin y a otros Testigos los arrestaron y los llevaron a la ciudad de Khotin, donde, tras interrogarlos, los multaron por predicar. En 1939, por instigación del sacerdote del pueblo, condujeron a Parfin a la comisaría de la vecina población de Ghilavăţ. Una vez allí, los agentes de policía lo ataron boca abajo a la base de madera de una cama y lo golpearon repetidamente en la planta de los pies.

      Cuando los fascistas llegaron al poder, Parfin fue de nuevo detenido y encarcelado. Ese mismo año lo liberaron los soviéticos, pero ellos mismos lo volvieron a detener por negarse a realizar el servicio militar. Lo tuvieron varios meses preso en Chisinau y finalmente lo pusieron en libertad.

      En 1947, los soviéticos arrestaron de nuevo a Parfin y esta vez lo sentenciaron a ocho años de exilio por predicar el Reino de Dios. En 1951, sus hijos fueron deportados a Siberia, pero no se reunieron con su padre. De hecho, nunca más lo volvieron a ver. Parfin enfermó gravemente mientras seguía deportado y en 1953 murió, habiéndose mantenido fiel hasta el fin.

      Vasile Pădureţ: Nacido en 1920 en Corjeuţi, Vasile aprendió la verdad en 1941, durante la era fascista, de modo que también él sufrió a manos de los fascistas y de los soviéticos. A estos últimos les dijo con valor: “No disparé contra los bolcheviques y tampoco voy a matar fascistas”.

      Por su objeción de conciencia basada en la Biblia, Vasile fue condenado a diez años de trabajos forzados en un campo soviético. Sin embargo, posteriormente le redujeron la sentencia a cinco años y pudo regresar a su casa el 5 de agosto de 1949. Cuando lo detuvieron por tercera vez, ya había comenzado la Operación Norte; así que el 1 de abril de 1951, Vasile y su familia se montaron en el vagón de carga que los conduciría a Siberia. Tras cinco años en esa región, les permitieron regresar a Corjeuţi (Moldavia). Vasile murió fiel a Jehová el 6 de julio de 2002, mientras se preparaba este informe.

      [Ilustración y recuadro de las páginas 89 y 90]

      “No cambiaría mi vida de servicio [...] por nada”

      Ion Sava Ursoi

      Año de nacimiento: 1920

      Año de bautismo: 1943

      Otros datos: Fue superintendente de circuito durante la era comunista.

      Nací en Caracuşeni (Moldavia) y conocí la verdad antes del estallido de la II Guerra Mundial. En 1942 murió mi esposa, y cuando me hallaba en el funeral, una muchedumbre me echó del cementerio. ¿Por qué? Por haber cambiado de religión. Ese mismo año, el gobierno fascista intentó reclutarme para el ejército, pero yo me negué, pues deseaba mantenerme neutral en cuestiones políticas. Aunque fui sentenciado a muerte, posteriormente me conmutaron la pena capital por una de veinticinco años de cárcel. Me fueron trasladando de un campo de trabajo a otro hasta que, estando preso en Craiova (Rumania), llegó el ejército soviético y nos liberó.

      Apenas había saboreado la libertad cuando los comunistas me volvieron a encarcelar. Esta vez me enviaron a la ciudad rusa de Kalinin. Dos años después, en 1946, me dejaron regresar a mi pueblo, donde ayudé a reorganizar la predicación. En 1951, los soviéticos me detuvieron de nuevo y en esta ocasión me deportaron junto con muchos otros Testigos a Siberia. No regresé a casa hasta 1969.

      Cuando reflexiono en mi pasado, recuerdo muchas situaciones en las que Jehová me dio fuerzas para mantenerme íntegro. No cambiaría mi vida de servicio al Creador por nada en el mundo. Ahora sufro las limitaciones que imponen la vejez y la mala salud. Pero la esperanza segura de la vida en el nuevo mundo, donde mi cuerpo recuperará su vigor juvenil, hace que esté aún más resuelto a no “desist[ir] de hacer lo que es excelente” (Gál. 6:9).

      [Ilustración y recuadro de las páginas 100 a 102]

      Tengo mucho que cantar

      Alexandra Cordon

      Año de nacimiento: 1929

      Año de bautismo: 1957

      Otros datos: Sufrió persecución bajo el régimen soviético y en la actualidad es publicadora de congregación.

      Mi amor por el canto me ayudó a descubrir la verdad y, posteriormente, a permanecer firme ante las pruebas de fe. Mi historia comienza en la década de 1940, cuando, siendo adolescente, conocí a un grupo de jóvenes del pueblo de Corjeuţi que pasaban su tiempo libre cantando cánticos del Reino y hablando de la Biblia. Las verdades espirituales que aprendí en aquellas conversaciones y mediante los cánticos me causaron un gran impacto.

      Enseguida me hice publicadora de las buenas nuevas, y, como consecuencia, en 1953 me detuvieron junto con otros diez Testigos. Mientras esperaba el juicio, estuve presa en Chisinau. Para mantener la fortaleza espiritual durante mi estancia en la penitenciaría, entonaba cánticos del Reino, lo cual irritaba a uno de los carceleros.

      —Estás en la cárcel —me dijo en una ocasión—. Este no es lugar para ponerse a cantar.

      —He cantado toda mi vida —le contesté— y ahora no voy a dejar de hacerlo. Aunque a mí me tengan encerrada, no pueden cerrarme la boca. Mi corazón es libre y amo a Jehová, así que tengo mucho que cantar.

      Me sentenciaron a veinticinco años de trabajos forzados en un campo de la ciudad de Inta, cerca del círculo polar ártico. Durante los cortos meses de verano, los demás Testigos y yo trabajábamos en los bosques cercanos, y de nuevo los cánticos del Reino, muchos de los cuales nos sabíamos de memoria, nos ayudaron a mantenernos espiritualmente fuertes y a sentirnos libres en nuestro interior. Además, los guardias de este lugar, a diferencia del de Chisinau, nos animaban a cantar.

      Estuve en el campo de Inta tres años, tres meses y tres días, hasta que salí libre gracias a una amnistía. Como todavía no me permitían regresar a Moldavia, me fui a Tomsk (Rusia), donde me reuní con mi esposo, que también había estado preso. Llevábamos cuatro años separados.

      Al haber estado recluida, aún no había podido simbolizar mi dedicación a Jehová mediante el bautismo. Les dije a los hermanos de Tomsk que me quería bautizar y, como varios habían expresado el mismo deseo, enseguida programaron un bautismo. Puesto que la obra estaba proscrita, decidieron celebrarlo de noche, en el lago de un bosque cercano.

      A la hora acordada salimos de Tomsk y nos fuimos introduciendo en el bosque en parejas para no despertar sospechas. Cada pareja tenía que seguir a la que le precedía hasta llegar al lago. Al menos ese era el plan. Por desgracia, las dos hermanas mayores que iban delante de mi compañera y de mí se desviaron de la ruta. Nosotras las seguimos, los que teníamos detrás nos siguieron a nosotras, y así sucesivamente. Al poco rato, diez de nosotros andábamos a tropezones en la oscuridad, empapados hasta los huesos por el roce con la maleza mojada y temblando de frío. Como sabíamos que por la zona merodeaban osos y lobos, nos imaginábamos todo tipo de encuentros con ellos. Estábamos tan tensos que cualquier ruido extraño nos sobresaltaba.

      Dándome cuenta de lo importante que era no ceder al pánico ni rendirse, sugerí que nos quedáramos quietos y silbáramos una melodía del Reino, con la esperanza de que los demás nos oyeran. También oramos intensamente. Es fácil imaginarse nuestra alegría cuando en medio de aquella oscuridad escuchamos a lo lejos la misma melodía. ¡Los hermanos nos habían oído! De inmediato encendieron una linterna para que pudiéramos dirigirnos hacia ellos. Poco después nos sumergimos en las gélidas aguas del lago, pero estábamos tan felices que apenas notamos el frío.

      Ahora tengo 74 años y estoy de nuevo en Corjeuţi, donde conocí la verdad. A pesar de mi edad avanzada, aún tengo mucho que cantar, sobre todo para alabar a nuestro Padre celestial.

      [Ilustraciones y recuadro de las páginas 104 a 106]

      Intenté seguir el ejemplo de mis padres

      Vasile Ursu

      Año de nacimiento: 1927

      Año de bautismo: 1941

      Otros datos: Fue siervo de congregación y trabajó en la producción clandestina de publicaciones.

      Mis padres, Simeon y Maria Ursu, se bautizaron en 1929. Yo era el mayor de sus cinco hijos. Durante el período fascista, los detuvieron a ambos y los sentenciaron a veinticinco años de trabajos forzados por su neutralidad. Los hermanos de la cercana congregación de Corjeuţi se encargaron de mis hermanos y de mí, así como de nuestra granja, de modo que nunca nos faltó comida. Nuestra abuela, que ya era mayor y no estaba en la verdad, también colaboró en tales cuidados. En ese entonces yo tenía 14 años.

      El buen ejemplo que recibí de mis padres me impulsó a hacer todo lo posible por cuidar de la espiritualidad de mis hermanos. Con ese objetivo, los despertaba temprano todos los días para comentar juntos algún pasaje de nuestras publicaciones bíblicas. No siempre querían levantarse, pero yo no les daba otra opción, pues comprendía la importancia de tener buenos hábitos de estudio. Como resultado, cuando en 1944 nuestros padres fueron liberados mucho antes de terminar de cumplir la condena y regresaron a casa, se alegraron mucho de ver lo saludables que estábamos en sentido espiritual. ¡Qué reencuentro tan feliz tuvimos! No obstante, nuestra felicidad fue breve.

      Al año siguiente, los soviéticos detuvieron a mi padre y lo recluyeron en Norilsk (Siberia), población situada más arriba del círculo polar ártico. Tres años después me casé con Emilia, una hermana dinámica y espiritual a quien conocía bien, ya que habíamos crecido prácticamente juntos. Pero solo un año después de la boda nos arrestaron a mi madre y a mí. Nos enviaron a Chisinau, donde nos sentenciaron a veinticinco años de trabajos forzados. Emilia se hizo cargo con mucho amor de mis hermanos, quienes en esta ocasión quedaban privados no solo de sus padres, sino, además, de su hermano mayor.

      Con el tiempo me enviaron a las minas de carbón del infame campo de trabajo de Vorkutá, al norte del círculo polar ártico. Dos años más tarde, en 1951, Emilia, mis tres hermanos y mi hermana fueron deportados a Tomsk, en Siberia occidental. En 1955, Emilia pidió que la trasladaran a Vorkutá para estar conmigo. Allí tuvo a la primera de nuestros tres hijos, una niña a la que pusimos el nombre de Tamara.

      En septiembre de 1957 se declaró una amnistía y nos liberaron, pero un mes después me volvieron a detener. Esta vez me sentenciaron a siete años en un campo de trabajo de Mordvinia, cerca de Saransk (Rusia), donde ya había muchos hermanos y más aún habrían de llegar. Nuestras esposas aprovechaban las visitas que nos hacían en el campo para introducir furtivamente un suministro constante de publicaciones, las cuales agradecíamos muchísimo. En diciembre de 1957, Emilia se mudó a Kurgan (Siberia occidental) para cuidar de nuestra hija, Tamara, que había quedado a cargo de mis suegros. Aunque eso supuso estar separados siete años, era la única manera de evitar que enviaran a Tamara a una institución estatal.

      En 1964 me liberaron, pero no me permitieron regresar a mi hogar, en Moldavia. Si bien mis movimientos aún estaban oficialmente restringidos, pude reunirme con mi mujer y mi hija en Kurgan, donde serví de conductor del estudio de libro en la congregación. En 1969 nos trasladamos a Krasnodar, en el Cáucaso. Tras servir ocho años en ese lugar, nos mudamos a Chirchik (Uzbekistán), donde trabajé en la impresión clandestina. En 1984 nos permitieron por fin regresar a Moldavia y nos instalamos en Tighina, una ciudad de 160.000 habitantes con solo dieciocho publicadores. Con el paso de los años, este grupito ha crecido hasta convertirse en nueve congregaciones con casi mil publicadores y precursores.

      ¿Lamento haber pasado tantos años en campos de trabajos forzados y prisiones por servir al Señor? De ningún modo. Siempre tuve muy claro, aun siendo un joven de 14 años recién bautizado, que, o se ama a Dios, o se ama al mundo. Como yo había decidido servir a Jehová, no estaba dispuesto a renegar de mi fe (Sant. 4:4).

      [Ilustraciones]

      Izquierda: Vasile Ursu

      Extremo izquierdo: Vasile con su esposa, Emilia, y su hija, Tamara

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