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    Anuario de los testigos de Jehová 2004
    • El trato brutal de los funcionarios

      La experiencia de Dumitru Gorobeţ y Cazimir Cislinschii demuestra que el odio de funcionarios que eran ortodoxos acérrimos avivaba las llamas de la oposición a la obra de evangelizar. Dumitru y Cazimir conocieron la verdad bíblica en el pueblo de Tabani. Sus magníficas cualidades y su celo por el ministerio hicieron que enseguida fueran muy conocidos y queridos por el resto de los hermanos. Pues bien, en 1936 la policía los detuvo y los llevó a la comisaría de la ciudad de Khotin (ahora en Ucrania).

      Tras golpearlos con crueldad, intentaron obligarlos a hacer la señal de la cruz. Pero ambos se mantuvieron firmes, a pesar de las sucesivas palizas. Finalmente, la policía desistió e incluso les permitió regresar a su casa. No obstante, esa no fue la última prueba que estos dos hermanos fieles sufrirían. Tanto bajo el régimen fascista como bajo el comunista, Dumitru y Cazimir aguantaron muchas más dificultades por causa de las buenas nuevas. Dumitru falleció a principios de 1976 en Tomsk (Rusia), y Cazimir, en noviembre de 1990 en Moldavia.

  • Moldavia
    Anuario de los testigos de Jehová 2004
    • Pruebas severas bajo el fascismo

      El gobierno fascista de Antonescu, que estaba aliado con el de Hitler y las demás potencias del Eje, intentó enseguida imponer su voluntad sobre los testigos de Jehová. Sirva de ejemplo el caso de Anton Pântea, nacido en 1919. Anton, que había conocido la verdad en la adolescencia, se destacaba por su celo en la predicación de casa en casa. En varias ocasiones estuvo a punto de recibir una paliza, pero se libró apelando con valor a su derecho como ciudadano rumano de hablar sobre su fe. Sin embargo, finalmente la policía lo apresó. Unos agentes fascistas se lo llevaron a la comisaría, lo golpearon toda la noche y después, para sorpresa suya, lo dejaron marchar. El hermano Pântea tiene ahora 84 años y sigue resuelto a mantenerse fiel a Jehová.

      Otro hermano que demostró su integridad fue Parfin Palamarciuc, que aprendió la verdad bíblica en Moldavia en la década de 1920. También él fue un proclamador celoso de las buenas nuevas, que con frecuencia se ausentaba de su casa varias semanas seguidas para predicar en ciudades y pueblos desde Chernovtsi hasta Lvov, en Ucrania. Como se negó a tomar las armas, en 1942 los fascistas lo detuvieron y le formaron un consejo de guerra en Chernovtsi.

      El hijo de Parfin, Nicolae, contó así lo que sucedió después: “El consejo de guerra condenó a muerte a un total de cien hermanos, y la sentencia debía llevarse a cabo con prontitud. Los oficiales los reunieron a todos y escogieron a los primeros diez que iban a fusilar. A continuación les hicieron cavar sus propias tumbas ante la mirada de los noventa restantes. Antes de dispararles, los oficiales les dieron una oportunidad más de renunciar a su fe y alistarse en el ejército. Dos de ellos aceptaron la oferta; los otros ocho fueron ejecutados. Acto seguido, se escogió a diez hermanos más, pero antes de ser fusilados tenían que enterrar a los muertos.

      ”Mientras echaban tierra en las fosas, llegó un oficial de alto rango, que preguntó cuántos Testigos habían cambiado de opinión. Cuando le dijeron que solo dos, contestó que si debían morir ochenta para que veinte se alistaran, era más rentable enviar a los noventa y dos restantes a campos de trabajos forzados. De modo que les conmutaron la pena de muerte por veinticinco años de trabajos forzados. No obstante, cuando aún no habían transcurrido tres años, las fuerzas soviéticas fueron liberando a los Testigos de los campos rumanos conforme avanzaban. Mi padre sobrevivió a esta dura prueba y a muchas más antes de morir fiel a Jehová en 1984.”

      El “delito” de no seguir el rito ortodoxo

      Vasile Gherman, un hombre joven casado, fue detenido por los fascistas en diciembre de 1942, poco después de que su esposa diera a luz una niña. Le imputaron dos “delitos”: el de negarse a hacer el servicio militar y el de no haber bautizado a su hija por el rito ortodoxo. Vasile relata lo que sucedió después: “En febrero de 1943, un tribunal militar de Chernovtsi tenía que ver mi caso y el de otros sesenta y nueve hermanos fieles. Antes de que se dictara la sentencia, las autoridades nos obligaron a presenciar la ejecución de seis criminales. Estábamos seguros de que nosotros seríamos los siguientes en recibir la pena de muerte.

      ”Hablamos del asunto entre nosotros y nos resolvimos a permanecer firmes en la fe y a hacer todo lo posible por mantener el gozo hasta el final. Con la ayuda de Jehová, lo logramos. Cuando, tal como esperábamos, los setenta recibimos la sentencia de muerte, sentimos que estábamos sufriendo por causa de la justicia. Ninguno de nosotros se desalentó, para consternación de nuestros enemigos. Pero luego ocurrió algo sorprendente. Las autoridades ordenaron que se nos conmutara la pena de muerte por veinticinco años de trabajos forzados en el campo de Aiud (Rumania). Sin embargo, ni siquiera esta sentencia se llevó a cabo en su totalidad, pues tan solo dieciocho meses después, en agosto de 1944, el ejército soviético liberó el campo.”

      En 1942, los fascistas reclutaron a unos ochocientos hombres del pueblo moldavo de Şirăuţi para el ejército del general Antonescu. Entre ellos se encontraban varios Testigos. Uno de ellos, Nicolae Anischevici, relató: “Primeramente, la policía nos ordenó que participáramos en una ceremonia religiosa. Los Testigos nos negamos y tampoco accedimos a tomar las armas. Como consecuencia, nos acusaron de comunistas y nos detuvieron. Pero antes de encerrarnos, nos permitieron explicar a todos los presentes la razón de nuestra postura neutral.

      ”Al día siguiente nos trasladaron a Briceni, el centro judicial del distrito. Allí nos desnudaron y nos registraron minuciosamente, tras lo cual un sacerdote de alto rango militar nos interrogó. El hombre, muy amable, se mostró comprensivo con nuestra objeción de conciencia y se encargó de que nos dieran de comer. Es más, escribió que la razón por la que nos negábamos a portar armas era nuestra creencia en Jesús.

      ”De Briceni nos llevaron a la comisaría de Lipkany, donde unos policías nos golpearon sin piedad hasta entrada la noche. Luego nos metieron en una celda con otros dos hermanos y, sorprendentemente, con una mujer, que resultó ser una espía. Durante varios días recibimos palizas diarias. Por fin, a mí me enviaron a Chernovtsi, donde se me formaría un consejo de guerra. Una vez allí me proporcionaron un abogado, el cual fue de gran ayuda. Aun así, mi salud se había deteriorado tanto debido al maltrato físico que las autoridades militares pensaron que podía morir. De modo que al final decidieron enviarme a casa sin sentenciarme.”

      Hermanas valerosas se mantienen íntegras

      Las hermanas también fueron objeto de la cólera fascista. Una de ellas fue Maria Gherman (quien no era familia de Vasile Gherman, aunque ambos estaban en la misma congregación). En 1943 se llevaron a Maria a la comisaría de Balasineshty. Ella recuerda: “La policía me detuvo porque me negaba a asistir a los servicios de la Iglesia Ortodoxa. Primero me trasladaron a Lipkany (Moldavia) y luego a Chernovtsi (Ucrania), donde me sentenciaron.

      ”El juez me preguntó por qué me había negado a ir a la iglesia. Le contesté que yo solo adoraba a Jehová. Por ese ‘delito’, a otras veinte hermanas y a mí nos condenaron a veinte años de prisión. A algunas nos metieron en una celda pequeña que estaba atestada, pues además de nosotras había otras treinta reclusas. Durante el día, sin embargo, a mí me enviaban a realizar labores domésticas a casas de gente rica. Debo decir que estas personas me trataron mejor que los funcionarios de la prisión; por lo menos me daban suficiente comida.

      ”Con el tiempo contactamos con los Testigos varones, que estaban en otra sección del complejo penitenciario. Dicho contacto fue muy beneficioso, pues pudimos ayudarles a obtener alimento tanto espiritual como material.”

      Como muchos otros Testigos moldavos, estas hermanas se mantuvieron íntegras ante la ira fascista. Sin embargo, su fe iba a verse sometida a un nuevo ataque, esta vez de parte de la siguiente potencia que dominaría la región: la Rusia comunista.

      La táctica soviética: la deportación

      En 1944, cuando la guerra ya tocaba a su fin y Alemania iba perdiendo, diversos elementos del gobierno rumano encabezados por el rey Miguel I derrocaron el régimen de Antonescu. Rumania entonces rompió sus vínculos con las potencias del Eje y se alió con Rusia. Ese mismo año, el ejército soviético recuperó el control de la región, y Moldavia quedó nuevamente integrada en la Unión Soviética como la República Socialista Soviética de Moldavia.

      Al principio, los dirigentes comunistas de Moldavia dejaron tranquilos a los testigos de Jehová. Pero el respiro fue breve. La neutralidad cristiana, que implicaba también la negativa a votar en las elecciones locales del partido, enseguida se convirtió en una cuestión candente. El sistema soviético no toleraba la neutralidad política, de modo que el gobierno decidió poner fin al problema deportando a los testigos de Jehová junto con otros “indeseables” a partir de 1949.

      Cierto documento oficial exponía “la decisión del politburó del Comité Central del Partido Comunista” con respecto a quienes debían ser deportados de la República Socialista Soviética de Moldavia. Entre ellos se encontraban “anteriores terratenientes, comerciantes destacados, cómplices activos de los invasores alemanes, anteriores colaboradores de la policía alemana y rumana, miembros de partidos y organizaciones pro fascistas, miembros de la Guardia Blanca, miembros de sectas ilegales y las familias de los que pertene[cieran] a las mencionadas categorías”. Todos ellos debían ser enviados al oeste de Siberia “por tiempo indefinido”.

      En 1951 comenzó una segunda campaña de deportaciones, pero esta vez se concentró únicamente en los testigos de Jehová. El propio Stalin ordenó dicha deportación, que recibió el nombre de Operación Norte. Más de setecientas veinte familias de Testigos —unas dos mil seiscientas personas— fueron enviadas de Moldavia a Tomsk, población situada a unos 4.500 kilómetros de distancia, en el oeste de Siberia.

      Las instrucciones oficiales decían que debía concederse tiempo a los deportados para que recogieran sus efectos personales antes de llevarlos a los trenes. Además, los vagones tenían que estar “acondicionados para el transporte humano”. La realidad fue muy distinta.

      En mitad de la noche llegaba un grupo de hasta ocho soldados y oficiales a la casa de una familia de Testigos. Los despertaban y les mostraban la orden de deportación. Entonces les daban solo unas cuantas horas para recoger todo lo que pudieran antes de llevárselos a los trenes.

      Los vagones del tren resultaron ser de carga. En cada uno de ellos, las autoridades apiñaron hasta 40 personas de todas las edades para el viaje de dos semanas. No había asientos ni aislamiento térmico de ningún tipo. El retrete era un agujero en un rincón del vagón. Antes de deportar a los hermanos, los funcionarios locales tenían que anotar en un registro las posesiones de cada uno de ellos. Pero por lo general solo anotaban objetos de poco valor; los artículos más valiosos “desaparecieron”.

      A pesar de todas estas injusticias y dificultades, los hermanos no perdieron nunca su gozo cristiano. Cuando en algún lugar coincidían trenes que transportaban Testigos, se oían cánticos del Reino en otros vagones. De ese modo, los hermanos de cada tren sabían que no eran los únicos a quienes se deportaba, sino que cientos de hermanos cristianos más estaban en la misma situación. Al verse y escucharse unos a otros reflejando su gozo en circunstancias tan difíciles, se animaban y se resolvían aún más a mantenerse fieles a Jehová, pasara lo que pasara (Sant. 1:2).

      Fe ejemplar

      Uno de los deportados moldavos en Siberia fue Ivan Mikitkov. A Ivan lo detuvieron por primera vez en 1951 y lo enviaron, junto con otros Testigos, a Tomsk. Una vez allí, le asignaron el trabajo de cortar árboles en la taiga siberiana. Aunque no estaba confinado en un campo, tenía limitada su libertad de movimiento, y la policía secreta lo vigilaba de cerca. Aun así, él y sus hermanos espirituales aprovechaban toda oportunidad para dar testimonio.

      Ivan cuenta: “En este nuevo entorno tan difícil, logramos organizarnos en congregaciones e incluso empezamos a producir nuestras propias publicaciones. Andando el tiempo, algunas de las personas a quienes predicamos aceptaron la verdad y se bautizaron. No obstante, las autoridades se percataron de nuestras actividades y acabaron por enviar a varios de nosotros a campos de trabajos forzados.

      ”A mis compañeros Pavel Dandara, Mina Goraş y Vasile Şarban y a mí nos sentenciaron a doce años de trabajos forzados bajo supervisión estricta. Las autoridades confiaban en que con estas condenas tan severas los demás hermanos se asustarían y dejarían de predicar, pero no fue así. Sin importar adónde nos enviaran, seguíamos dando testimonio. En 1966 me liberaron tras cumplir toda mi condena, y regresé a Tomsk, donde permanecí tres años.

      ”En 1969 me mudé a la cuenca del Donets, donde conocí a Maria, una fiel y celosa hermana que se convirtió en mi esposa. Me detuvieron nuevamente en 1983 y esta vez recibí una sentencia doble: cinco años de prisión y otros cinco de deportación. De más está decir que esta sentencia me resultó más dura que la anterior, pues implicó separarme de mi esposa y mi hijo, quienes sufrieron muchas penalidades. Afortunadamente, no tuve que cumplir toda la condena. En 1987 me liberaron, después que Mijaíl Gorbachov fue nombrado secretario general del Partido Comunista Soviético. Me permitieron regresar a Ucrania y, más adelante, a Moldavia.

      ”Cuando volví a Bălţi, la segunda ciudad de Moldavia, había en ella 370 publicadores y 3 congregaciones. Hoy cuenta con más de 1.700 publicadores y 16 congregaciones.”

      “¿Quieres acabar como Vasile?”

      Los directores de los campos de trabajos forzados y los agentes del KGB (Comité de Seguridad del Estado soviético) recurrían a métodos crueles con el fin de debilitar la integridad de los hermanos. Constantin Ivanovici Şobe relata lo que le sucedió a su abuelo, Constantin Şobe: “En 1952, mi abuelo cumplía condena en un campo de trabajos forzados del distrito de Chita, al este del lago Baikal, en Siberia. Los oficiales del campo amenazaron con matarlos a él y a los demás Testigos si no renunciaban a su fe.

      ”Como los hermanos se negaron, los sacaron del campo y los agruparon cerca de un bosque. Ya estaba oscureciendo cuando se llevaron al bosque a Vasile —el mejor amigo de mi abuelo— tras anunciar que lo iban a fusilar. Los hermanos esperaron angustiados y, poco después, un par de disparos rompieron el silencio vespertino.

      ”Los guardias regresaron y condujeron al siguiente Testigo, mi abuelo, al bosque. Se adentraron con él unos metros hasta llegar a un claro donde se habían cavado varias sepulturas. El oficial al mando señaló a la única que ya estaba cubierta de tierra y volviéndose hacia mi abuelo le preguntó: ‘¿Quieres acabar como Vasile, o volver con tu familia como hombre libre? Tienes dos minutos para decidirte’. Mi abuelo no los necesitó, sino que inmediatamente le respondió: ‘Hace muchos años que conocía a Vasile, el hombre a quien usted ha matado. Ahora espero con ansias reunirme con él cuando resucite en el nuevo mundo. Tengo plena confianza en que yo estaré en el nuevo mundo junto con Vasile. Pero usted, ¿estará allí?’.

      ”Desconcertado con esa respuesta, el oficial se llevó a mi abuelo y a los demás Testigos de regreso al campo. Y resultó que mi abuelo no tuvo que esperar a la resurrección para ver a Vasile. Todo había sido un cruel montaje para quebrantar la fortaleza de los hermanos.”

      La propaganda comunista causa el efecto contrario

      En un intento de despertar odio y sospecha hacia los testigos de Jehová, los comunistas produjeron libros, folletos y películas que los calumniaban. Uno de tales folletos se titulaba Doble fondo, nombre que aludía al compartimiento secreto que los hermanos construían en el fondo de las maletas y bolsos a fin de ocultar publicaciones. Nicolai Voloşanovschi recuerda que el comandante de su campo trató de utilizar dicho folleto para humillarlo frente a los demás presos.

      Él cuenta: “El comandante del campo reunió a todos los reclusos en un barracón y empezó a citar pasajes del folleto Doble fondo, incluidos algunos que contenían difamaciones sobre mi persona. Cuando terminó, le pedí permiso para hacer unas preguntas. Probablemente pensó que eso le daría la oportunidad de burlarse de mí, pues accedió.

      ”Dirigiéndome al comandante, le pregunté si recordaba la primera vez que me había interrogado, a mi llegada al campo de trabajo. Él contestó que sí. Entonces le pregunté si recordaba las preguntas que me había hecho con respecto a mi país de origen, ciudadanía, etc., mientras llenaba mis papeles de ingreso en el campo. De nuevo respondió que sí. Incluso les dijo a los reclusos cuáles habían sido mis respuestas. A continuación le pedí que dijera lo que él había escrito realmente en los formularios. El comandante admitió que había escrito algo distinto de lo que yo le había contestado. Entonces me volví a los presos y les dije: ‘Ya ven. Así mismo fue como se escribió ese folleto’. Los presos aplaudieron y el comandante salió enfurecido del barracón.”

      El plan de dividir para vencer

      En la década de 1960, las autoridades soviéticas, frustradas, idearon nuevos métodos con el fin de causar divisiones entre los testigos de Jehová. El libro The Sword and the Shield (La espada y el escudo), publicado en 1999, saca a la luz algunos de los documentos antes secretos del KGB que se encontraban en los archivos del gobierno. Dice en parte: “Los altos mandos del KGB que dirigían ‘la lucha contra los jehovistas’ [testigos de Jehová] se reunieron en marzo de 1959 y acordaron que la mejor estrategia era ‘seguir aplicando medidas de represión junto con medidas de desintegración’. El KGB se propuso dividir, desmoralizar y desprestigiar a los sectarios, así como detener a sus principales dirigentes imputándoles cargos falsos”.

      Una de las “medidas de desintegración” fue una campaña destinada a sembrar desconfianza entre los hermanos de toda la Unión Soviética. Con ese fin, los agentes del KGB empezaron a esparcir rumores según los cuales varios hermanos destacados habían empezado a colaborar con los servicios de seguridad del Estado. Tan hábilmente disfrazaban sus mentiras, que muchos Testigos comenzaron a preguntarse en quién podían confiar.

      Otro de sus ardides consistía en preparar agentes especiales para que se hicieran pasar por testigos de Jehová “activos” y trataran de obtener puestos de responsabilidad en la organización. Una vez alcanzado el objetivo, los espías mantenían bien informados a sus superiores. Además, el KGB abordó en secreto a Testigos verdaderos para intentar sobornarlos con sumas elevadas de dinero a fin de que cooperaran.

      Lamentablemente, esas artimañas lograron, hasta cierto punto, dividir a los hermanos, incluidos los de Moldavia. El resultado fue que se creó un ambiente de sospecha. Algunos hermanos se apartaron de la organización y formaron un grupo disidente que llegó a conocerse como “la oposición”.

      Antes de que eso sucediera, los hermanos de la Unión Soviética llamaban “el canal” a la organización de Jehová, el alimento espiritual que esta producía y los hermanos responsables que nombraba. Pero ahora los hermanos no sabían qué pensar sobre dicho canal. ¿Cómo aclararían la confusión? Sorprendentemente, lo lograron gracias al Estado soviético. En efecto, los propios conspiradores ayudaron a resolver los problemas que ellos mismos habían creado. Veamos cómo.

      No tuvieron en cuenta el espíritu de Dios

      A principios de la década de 1960, las autoridades soviéticas reunieron a muchos “cabecillas” Testigos de toda la nación en un campo de trabajos forzados situado a unos 150 kilómetros de la ciudad de Saransk (república de Mordvinia, en el oeste de Rusia). Anteriormente, tales hermanos estaban separados por enormes distancias, lo que dificultaba la comunicación y fomentaba los malentendidos. Pero ahora estaban todos juntos, de forma que los que pertenecían a la llamada “oposición” y los demás podían hablar cara a cara y así diferenciar lo real de lo ficticio. ¿Por qué juntaron las autoridades a todos aquellos hermanos? Al parecer, creían que de ese modo se producirían enfrentamientos entre ellos, lo cual los dividiría aún más. Pero el plan, aunque ingenioso, no tenía en cuenta el efecto unificador del espíritu de Jehová (1 Cor. 14:33).

      Uno de los hermanos presos en Mordvinia fue Gheorghe Gorobeţ, quien recuerda: “Poco después de mi detención e ingreso en la penitenciaría, recluyeron con nosotros a un hermano que se había relacionado con la oposición. Cuando este vio que los hermanos responsables seguían presos, se sorprendió, pues le habían dicho que todos estaban libres como pájaros y que vivían como ricos a expensas del KGB”.

      El hermano Gorobeţ prosigue: “Durante mi primer año en la prisión recluyeron por motivos religiosos a más de setecientas personas, la mayoría de ellas testigos de Jehová. Todos los hermanos trabajábamos juntos en una fábrica, lo que nos brindó la oportunidad de hablar con quienes se habían unido al grupo disidente. El resultado fue que durante 1960 y 1961 se aclararon muchos asuntos. En 1962, el Comité del País que supervisaba la obra en la Unión Soviética redactó desde el interior de ese mismo campo de trabajo una carta dirigida a todas las congregaciones de la nación, la cual contribuyó a reparar gran parte del daño causado por la campaña de mentiras del KGB”.

      Identificación del canal verdadero

      El hermano Gorobeţ fue liberado del campo de trabajo en junio de 1964 y regresó a Moldavia enseguida. Cuando llegó a Tabani, descubrió que muchos hermanos todavía abrigaban dudas en cuanto a quiénes estaba usando Jehová para alimentar y guiar a su pueblo. Varios Testigos leían únicamente la Biblia.

      En vista de lo anterior, se formó un comité de tres hermanos espiritualmente maduros para ayudar a aclarar la situación. Una de las primeras medidas que tomaron fue visitar las congregaciones del norte de Moldavia, donde vivían la mayoría de los Testigos. La fidelidad constante de estos y otros superintendentes cristianos frente a la fuerte persecución convenció a muchos de que Jehová seguía usando la misma organización que les había enseñado la verdad.

      A finales de los años sesenta, al KGB le quedó claro que la persecución y las demás tácticas no habían frenado la predicación. El libro The Sword and the Shield dice sobre la reacción de ese organismo: “Al Centro [KGB] le perturbaron los informes según los cuales, aunque estuvieran recluidos en campos de trabajo, ‘los líderes y las autoridades de la secta de Jehová no renunciaban a sus creencias subversivas y seguían llevando a cabo su obra de Jehová’. En noviembre de 1967 se reunieron en [Chisinau] los oficiales encargados de las operaciones en contra de los testigos de Jehová a fin de encontrar nuevas medidas ‘que detuvieran la obra subversiva de los sectarios’ y su ‘sublevación ideológica’”.

      Hostigados por ex hermanos

      Lamentablemente, hubo hermanos que se dejaron engañar por esas “nuevas medidas” y le hicieron el juego al KGB. Algunos habían sucumbido a la codicia o al temor al hombre; otros eran ex hermanos que les cobraron odio a los Testigos. Las autoridades empezaron a utilizar a tales individuos en un intento de quebrantar la integridad de los fieles. Los hermanos que habían aguantado las penalidades de la cárcel y los trabajos forzados dijeron que el hostigamiento de esos ex Testigos, algunos de los cuales se habían vuelto apóstatas, fue una de las peores pruebas que tuvieron que afrontar.

      Muchos apóstatas provenían de la oposición antes mencionada. Al principio, ese grupo se componía en parte de hermanos a los que las mentiras del KGB sencillamente habían confundido. Pero entre quienes seguían en la oposición a finales de los años sesenta había varios que demostraron tener el espíritu perverso de la clase del esclavo malo. Haciendo caso omiso de la advertencia de Jesús, empezaron “a golpear a sus coesclavos” (Mat. 24:48, 49).

      Ahora bien, pese a la presión continua del KGB y sus secuaces, el plan de dividir al pueblo de Dios para vencerlo fracasó. Cuando a principios de la década de 1960 varios hermanos fieles emprendieron la labor de reunificar a la organización en Moldavia, casi todos los hermanos moldavos formaban parte de la oposición. Pero en 1972, la inmensa mayoría de ellos colaboraba de nuevo lealmente con la organización de Jehová.

      Un perseguidor apreciativo

      Los Testigos fieles que permanecieron en Moldavia durante la era comunista siguieron predicando lo mejor que pudieron. Daban testimonio informalmente a familiares, amigos y compañeros de estudios y de trabajo, aunque con precaución, pues muchos dirigentes del partido en Moldavia eran fanáticos defensores de la ideología comunista. No obstante, no todos los comunistas despreciaban a los testigos de Jehová.

      Simeon Voloşanovschi recuerda: “La policía registró nuestra casa y confiscó muchas publicaciones, las cuales el oficial al mando anotó en una lista. Más tarde, este hombre regresó con la lista y me pidió que la verificara. Mientras la repasaba, observé que faltaba una revista La Atalaya que hablaba de cómo lograr felicidad en la vida familiar. Le pregunté por la revista y, algo avergonzado, me contestó: ‘¡Ah!, es que me la llevé a casa para leerla con mi familia’. ‘¿Y les gustó lo que leyeron?’, le pregunté. ‘¡Claro que sí! ¡Nos encantó!’, respondió”.

      Disminuye la oposición y continúa el aumento

      Durante la década de 1970, las autoridades comunistas abandonaron su política de detener y deportar a los siervos de Jehová. Con todo, siguieron apresando y juzgando a algunos hermanos por predicar o asistir a las reuniones cristianas. Las condenas, sin embargo, eran menos severas.

  • Moldavia
    Anuario de los testigos de Jehová 2004
    • [Recuadro de las páginas 83 a 85]

      Ejemplos destacados de neutralidad cristiana

      George Vacarciuc: En diciembre de 1942, los fascistas llamaron a filas a George, que se había criado como testigo de Jehová. Por negarse a tomar las armas, durante dieciséis días lo tuvieron encerrado en una celda totalmente a oscuras y con muy poco que comer. Cuando salió, las autoridades lo volvieron a llamar y le prometieron revocar su sentencia —que aún no le habían leído— si hacía lo que le habían ordenado. De nuevo se negó.

      Por ello fue condenado a veinticinco años de prisión, pero no llegó a cumplirlos, pues el 25 de septiembre de 1944 fue liberado por las tropas soviéticas. No obstante, menos de dos meses después, los soviéticos trataron de reclutarlo. Como no estaba dispuesto a actuar en contra de su conciencia educada por la Biblia, lo sentenciaron a diez años de trabajos forzados en varios campos. Durante doce meses, su familia no supo de su paradero. El 5 de diciembre de 1949, tras haber cumplido cinco años de condena, fue liberado. George regresó a su hogar, en Corjeuţi, y fue fiel hasta su muerte, acaecida el 12 de marzo de 1980.

      Parfin Goreacioc: Parfin nació en 1900 y durante los años 1925 a 1927 se familiarizó con las enseñanzas bíblicas en el pueblo de Hlina. Él y sus hermanos Ion y Nicolae aprendieron la verdad gracias a Damian y Alexandru Roşu, los primeros Estudiantes de la Biblia de aquel lugar.

      En 1933, a Parfin y a otros Testigos los arrestaron y los llevaron a la ciudad de Khotin, donde, tras interrogarlos, los multaron por predicar. En 1939, por instigación del sacerdote del pueblo, condujeron a Parfin a la comisaría de la vecina población de Ghilavăţ. Una vez allí, los agentes de policía lo ataron boca abajo a la base de madera de una cama y lo golpearon repetidamente en la planta de los pies.

      Cuando los fascistas llegaron al poder, Parfin fue de nuevo detenido y encarcelado. Ese mismo año lo liberaron los soviéticos, pero ellos mismos lo volvieron a detener por negarse a realizar el servicio militar. Lo tuvieron varios meses preso en Chisinau y finalmente lo pusieron en libertad.

      En 1947, los soviéticos arrestaron de nuevo a Parfin y esta vez lo sentenciaron a ocho años de exilio por predicar el Reino de Dios. En 1951, sus hijos fueron deportados a Siberia, pero no se reunieron con su padre. De hecho, nunca más lo volvieron a ver. Parfin enfermó gravemente mientras seguía deportado y en 1953 murió, habiéndose mantenido fiel hasta el fin.

      Vasile Pădureţ: Nacido en 1920 en Corjeuţi, Vasile aprendió la verdad en 1941, durante la era fascista, de modo que también él sufrió a manos de los fascistas y de los soviéticos. A estos últimos les dijo con valor: “No disparé contra los bolcheviques y tampoco voy a matar fascistas”.

      Por su objeción de conciencia basada en la Biblia, Vasile fue condenado a diez años de trabajos forzados en un campo soviético. Sin embargo, posteriormente le redujeron la sentencia a cinco años y pudo regresar a su casa el 5 de agosto de 1949. Cuando lo detuvieron por tercera vez, ya había comenzado la Operación Norte; así que el 1 de abril de 1951, Vasile y su familia se montaron en el vagón de carga que los conduciría a Siberia. Tras cinco años en esa región, les permitieron regresar a Corjeuţi (Moldavia). Vasile murió fiel a Jehová el 6 de julio de 2002, mientras se preparaba este informe.

      [Ilustración y recuadro de las páginas 89 y 90]

      “No cambiaría mi vida de servicio [...] por nada”

      Ion Sava Ursoi

      Año de nacimiento: 1920

      Año de bautismo: 1943

      Otros datos: Fue superintendente de circuito durante la era comunista.

      Nací en Caracuşeni (Moldavia) y conocí la verdad antes del estallido de la II Guerra Mundial. En 1942 murió mi esposa, y cuando me hallaba en el funeral, una muchedumbre me echó del cementerio. ¿Por qué? Por haber cambiado de religión. Ese mismo año, el gobierno fascista intentó reclutarme para el ejército, pero yo me negué, pues deseaba mantenerme neutral en cuestiones políticas. Aunque fui sentenciado a muerte, posteriormente me conmutaron la pena capital por una de veinticinco años de cárcel. Me fueron trasladando de un campo de trabajo a otro hasta que, estando preso en Craiova (Rumania), llegó el ejército soviético y nos liberó.

      Apenas había saboreado la libertad cuando los comunistas me volvieron a encarcelar. Esta vez me enviaron a la ciudad rusa de Kalinin. Dos años después, en 1946, me dejaron regresar a mi pueblo, donde ayudé a reorganizar la predicación. En 1951, los soviéticos me detuvieron de nuevo y en esta ocasión me deportaron junto con muchos otros Testigos a Siberia. No regresé a casa hasta 1969.

      Cuando reflexiono en mi pasado, recuerdo muchas situaciones en las que Jehová me dio fuerzas para mantenerme íntegro. No cambiaría mi vida de servicio al Creador por nada en el mundo. Ahora sufro las limitaciones que imponen la vejez y la mala salud. Pero la esperanza segura de la vida en el nuevo mundo, donde mi cuerpo recuperará su vigor juvenil, hace que esté aún más resuelto a no “desist[ir] de hacer lo que es excelente” (Gál. 6:9).

      [Ilustración y recuadro de las páginas 100 a 102]

      Tengo mucho que cantar

      Alexandra Cordon

      Año de nacimiento: 1929

      Año de bautismo: 1957

      Otros datos: Sufrió persecución bajo el régimen soviético y en la actualidad es publicadora de congregación.

      Mi amor por el canto me ayudó a descubrir la verdad y, posteriormente, a permanecer firme ante las pruebas de fe. Mi historia comienza en la década de 1940, cuando, siendo adolescente, conocí a un grupo de jóvenes del pueblo de Corjeuţi que pasaban su tiempo libre cantando cánticos del Reino y hablando de la Biblia. Las verdades espirituales que aprendí en aquellas conversaciones y mediante los cánticos me causaron un gran impacto.

      Enseguida me hice publicadora de las buenas nuevas, y, como consecuencia, en 1953 me detuvieron junto con otros diez Testigos. Mientras esperaba el juicio, estuve presa en Chisinau. Para mantener la fortaleza espiritual durante mi estancia en la penitenciaría, entonaba cánticos del Reino, lo cual irritaba a uno de los carceleros.

      —Estás en la cárcel —me dijo en una ocasión—. Este no es lugar para ponerse a cantar.

      —He cantado toda mi vida —le contesté— y ahora no voy a dejar de hacerlo. Aunque a mí me tengan encerrada, no pueden cerrarme la boca. Mi corazón es libre y amo a Jehová, así que tengo mucho que cantar.

      Me sentenciaron a veinticinco años de trabajos forzados en un campo de la ciudad de Inta, cerca del círculo polar ártico. Durante los cortos meses de verano, los demás Testigos y yo trabajábamos en los bosques cercanos, y de nuevo los cánticos del Reino, muchos de los cuales nos sabíamos de memoria, nos ayudaron a mantenernos espiritualmente fuertes y a sentirnos libres en nuestro interior. Además, los guardias de este lugar, a diferencia del de Chisinau, nos animaban a cantar.

      Estuve en el campo de Inta tres años, tres meses y tres días, hasta que salí libre gracias a una amnistía. Como todavía no me permitían regresar a Moldavia, me fui a Tomsk (Rusia), donde me reuní con mi esposo, que también había estado preso. Llevábamos cuatro años separados.

      Al haber estado recluida, aún no había podido simbolizar mi dedicación a Jehová mediante el bautismo. Les dije a los hermanos de Tomsk que me quería bautizar y, como varios habían expresado el mismo deseo, enseguida programaron un bautismo. Puesto que la obra estaba proscrita, decidieron celebrarlo de noche, en el lago de un bosque cercano.

      A la hora acordada salimos de Tomsk y nos fuimos introduciendo en el bosque en parejas para no despertar sospechas. Cada pareja tenía que seguir a la que le precedía hasta llegar al lago. Al menos ese era el plan. Por desgracia, las dos hermanas mayores que iban delante de mi compañera y de mí se desviaron de la ruta. Nosotras las seguimos, los que teníamos detrás nos siguieron a nosotras, y así sucesivamente. Al poco rato, diez de nosotros andábamos a tropezones en la oscuridad, empapados hasta los huesos por el roce con la maleza mojada y temblando de frío. Como sabíamos que por la zona merodeaban osos y lobos, nos imaginábamos todo tipo de encuentros con ellos. Estábamos tan tensos que cualquier ruido extraño nos sobresaltaba.

      Dándome cuenta de lo importante que era no ceder al pánico ni rendirse, sugerí que nos quedáramos quietos y silbáramos una melodía del Reino, con la esperanza de que los demás nos oyeran. También oramos intensamente. Es fácil imaginarse nuestra alegría cuando en medio de aquella oscuridad escuchamos a lo lejos la misma melodía. ¡Los hermanos nos habían oído! De inmediato encendieron una linterna para que pudiéramos dirigirnos hacia ellos. Poco después nos sumergimos en las gélidas aguas del lago, pero estábamos tan felices que apenas notamos el frío.

      Ahora tengo 74 años y estoy de nuevo en Corjeuţi, donde conocí la verdad. A pesar de mi edad avanzada, aún tengo mucho que cantar, sobre todo para alabar a nuestro Padre celestial.

      [Ilustraciones y recuadro de las páginas 104 a 106]

      Intenté seguir el ejemplo de mis padres

      Vasile Ursu

      Año de nacimiento: 1927

      Año de bautismo: 1941

      Otros datos: Fue siervo de congregación y trabajó en la producción clandestina de publicaciones.

      Mis padres, Simeon y Maria Ursu, se bautizaron en 1929. Yo era el mayor de sus cinco hijos. Durante el período fascista, los detuvieron a ambos y los sentenciaron a veinticinco años de trabajos forzados por su neutralidad. Los hermanos de la cercana congregación de Corjeuţi se encargaron de mis hermanos y de mí, así como de nuestra granja, de modo que nunca nos faltó comida. Nuestra abuela, que ya era mayor y no estaba en la verdad, también colaboró en tales cuidados. En ese entonces yo tenía 14 años.

      El buen ejemplo que recibí de mis padres me impulsó a hacer todo lo posible por cuidar de la espiritualidad de mis hermanos. Con ese objetivo, los despertaba temprano todos los días para comentar juntos algún pasaje de nuestras publicaciones bíblicas. No siempre querían levantarse, pero yo no les daba otra opción, pues comprendía la importancia de tener buenos hábitos de estudio. Como resultado, cuando en 1944 nuestros padres fueron liberados mucho antes de terminar de cumplir la condena y regresaron a casa, se alegraron mucho de ver lo saludables que estábamos en sentido espiritual. ¡Qué reencuentro tan feliz tuvimos! No obstante, nuestra felicidad fue breve.

      Al año siguiente, los soviéticos detuvieron a mi padre y lo recluyeron en Norilsk (Siberia), población situada más arriba del círculo polar ártico. Tres años después me casé con Emilia, una hermana dinámica y espiritual a quien conocía bien, ya que habíamos crecido prácticamente juntos. Pero solo un año después de la boda nos arrestaron a mi madre y a mí. Nos enviaron a Chisinau, donde nos sentenciaron a veinticinco años de trabajos forzados. Emilia se hizo cargo con mucho amor de mis hermanos, quienes en esta ocasión quedaban privados no solo de sus padres, sino, además, de su hermano mayor.

      Con el tiempo me enviaron a las minas de carbón del infame campo de trabajo de Vorkutá, al norte del círculo polar ártico. Dos años más tarde, en 1951, Emilia, mis tres hermanos y mi hermana fueron deportados a Tomsk, en Siberia occidental. En 1955, Emilia pidió que la trasladaran a Vorkutá para estar conmigo. Allí tuvo a la primera de nuestros tres hijos, una niña a la que pusimos el nombre de Tamara.

      En septiembre de 1957 se declaró una amnistía y nos liberaron, pero un mes después me volvieron a detener. Esta vez me sentenciaron a siete años en un campo de trabajo de Mordvinia, cerca de Saransk (Rusia), donde ya había muchos hermanos y más aún habrían de llegar. Nuestras esposas aprovechaban las visitas que nos hacían en el campo para introducir furtivamente un suministro constante de publicaciones, las cuales agradecíamos muchísimo. En diciembre de 1957, Emilia se mudó a Kurgan (Siberia occidental) para cuidar de nuestra hija, Tamara, que había quedado a cargo de mis suegros. Aunque eso supuso estar separados siete años, era la única manera de evitar que enviaran a Tamara a una institución estatal.

      En 1964 me liberaron, pero no me permitieron regresar a mi hogar, en Moldavia. Si bien mis movimientos aún estaban oficialmente restringidos, pude reunirme con mi mujer y mi hija en Kurgan, donde serví de conductor del estudio de libro en la congregación. En 1969 nos trasladamos a Krasnodar, en el Cáucaso. Tras servir ocho años en ese lugar, nos mudamos a Chirchik (Uzbekistán), donde trabajé en la impresión clandestina. En 1984 nos permitieron por fin regresar a Moldavia y nos instalamos en Tighina, una ciudad de 160.000 habitantes con solo dieciocho publicadores. Con el paso de los años, este grupito ha crecido hasta convertirse en nueve congregaciones con casi mil publicadores y precursores.

      ¿Lamento haber pasado tantos años en campos de trabajos forzados y prisiones por servir al Señor? De ningún modo. Siempre tuve muy claro, aun siendo un joven de 14 años recién bautizado, que, o se ama a Dios, o se ama al mundo. Como yo había decidido servir a Jehová, no estaba dispuesto a renegar de mi fe (Sant. 4:4).

      [Ilustraciones]

      Izquierda: Vasile Ursu

      Extremo izquierdo: Vasile con su esposa, Emilia, y su hija, Tamara

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