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MoldaviaAnuario de los testigos de Jehová 2004
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Pruebas severas bajo el fascismo
El gobierno fascista de Antonescu, que estaba aliado con el de Hitler y las demás potencias del Eje, intentó enseguida imponer su voluntad sobre los testigos de Jehová. Sirva de ejemplo el caso de Anton Pântea, nacido en 1919. Anton, que había conocido la verdad en la adolescencia, se destacaba por su celo en la predicación de casa en casa. En varias ocasiones estuvo a punto de recibir una paliza, pero se libró apelando con valor a su derecho como ciudadano rumano de hablar sobre su fe. Sin embargo, finalmente la policía lo apresó. Unos agentes fascistas se lo llevaron a la comisaría, lo golpearon toda la noche y después, para sorpresa suya, lo dejaron marchar. El hermano Pântea tiene ahora 84 años y sigue resuelto a mantenerse fiel a Jehová.
Otro hermano que demostró su integridad fue Parfin Palamarciuc, que aprendió la verdad bíblica en Moldavia en la década de 1920. También él fue un proclamador celoso de las buenas nuevas, que con frecuencia se ausentaba de su casa varias semanas seguidas para predicar en ciudades y pueblos desde Chernovtsi hasta Lvov, en Ucrania. Como se negó a tomar las armas, en 1942 los fascistas lo detuvieron y le formaron un consejo de guerra en Chernovtsi.
El hijo de Parfin, Nicolae, contó así lo que sucedió después: “El consejo de guerra condenó a muerte a un total de cien hermanos, y la sentencia debía llevarse a cabo con prontitud. Los oficiales los reunieron a todos y escogieron a los primeros diez que iban a fusilar. A continuación les hicieron cavar sus propias tumbas ante la mirada de los noventa restantes. Antes de dispararles, los oficiales les dieron una oportunidad más de renunciar a su fe y alistarse en el ejército. Dos de ellos aceptaron la oferta; los otros ocho fueron ejecutados. Acto seguido, se escogió a diez hermanos más, pero antes de ser fusilados tenían que enterrar a los muertos.
”Mientras echaban tierra en las fosas, llegó un oficial de alto rango, que preguntó cuántos Testigos habían cambiado de opinión. Cuando le dijeron que solo dos, contestó que si debían morir ochenta para que veinte se alistaran, era más rentable enviar a los noventa y dos restantes a campos de trabajos forzados. De modo que les conmutaron la pena de muerte por veinticinco años de trabajos forzados. No obstante, cuando aún no habían transcurrido tres años, las fuerzas soviéticas fueron liberando a los Testigos de los campos rumanos conforme avanzaban. Mi padre sobrevivió a esta dura prueba y a muchas más antes de morir fiel a Jehová en 1984.”
El “delito” de no seguir el rito ortodoxo
Vasile Gherman, un hombre joven casado, fue detenido por los fascistas en diciembre de 1942, poco después de que su esposa diera a luz una niña. Le imputaron dos “delitos”: el de negarse a hacer el servicio militar y el de no haber bautizado a su hija por el rito ortodoxo. Vasile relata lo que sucedió después: “En febrero de 1943, un tribunal militar de Chernovtsi tenía que ver mi caso y el de otros sesenta y nueve hermanos fieles. Antes de que se dictara la sentencia, las autoridades nos obligaron a presenciar la ejecución de seis criminales. Estábamos seguros de que nosotros seríamos los siguientes en recibir la pena de muerte.
”Hablamos del asunto entre nosotros y nos resolvimos a permanecer firmes en la fe y a hacer todo lo posible por mantener el gozo hasta el final. Con la ayuda de Jehová, lo logramos. Cuando, tal como esperábamos, los setenta recibimos la sentencia de muerte, sentimos que estábamos sufriendo por causa de la justicia. Ninguno de nosotros se desalentó, para consternación de nuestros enemigos. Pero luego ocurrió algo sorprendente. Las autoridades ordenaron que se nos conmutara la pena de muerte por veinticinco años de trabajos forzados en el campo de Aiud (Rumania). Sin embargo, ni siquiera esta sentencia se llevó a cabo en su totalidad, pues tan solo dieciocho meses después, en agosto de 1944, el ejército soviético liberó el campo.”
En 1942, los fascistas reclutaron a unos ochocientos hombres del pueblo moldavo de Şirăuţi para el ejército del general Antonescu. Entre ellos se encontraban varios Testigos. Uno de ellos, Nicolae Anischevici, relató: “Primeramente, la policía nos ordenó que participáramos en una ceremonia religiosa. Los Testigos nos negamos y tampoco accedimos a tomar las armas. Como consecuencia, nos acusaron de comunistas y nos detuvieron. Pero antes de encerrarnos, nos permitieron explicar a todos los presentes la razón de nuestra postura neutral.
”Al día siguiente nos trasladaron a Briceni, el centro judicial del distrito. Allí nos desnudaron y nos registraron minuciosamente, tras lo cual un sacerdote de alto rango militar nos interrogó. El hombre, muy amable, se mostró comprensivo con nuestra objeción de conciencia y se encargó de que nos dieran de comer. Es más, escribió que la razón por la que nos negábamos a portar armas era nuestra creencia en Jesús.
”De Briceni nos llevaron a la comisaría de Lipkany, donde unos policías nos golpearon sin piedad hasta entrada la noche. Luego nos metieron en una celda con otros dos hermanos y, sorprendentemente, con una mujer, que resultó ser una espía. Durante varios días recibimos palizas diarias. Por fin, a mí me enviaron a Chernovtsi, donde se me formaría un consejo de guerra. Una vez allí me proporcionaron un abogado, el cual fue de gran ayuda. Aun así, mi salud se había deteriorado tanto debido al maltrato físico que las autoridades militares pensaron que podía morir. De modo que al final decidieron enviarme a casa sin sentenciarme.”
Hermanas valerosas se mantienen íntegras
Las hermanas también fueron objeto de la cólera fascista. Una de ellas fue Maria Gherman (quien no era familia de Vasile Gherman, aunque ambos estaban en la misma congregación). En 1943 se llevaron a Maria a la comisaría de Balasineshty. Ella recuerda: “La policía me detuvo porque me negaba a asistir a los servicios de la Iglesia Ortodoxa. Primero me trasladaron a Lipkany (Moldavia) y luego a Chernovtsi (Ucrania), donde me sentenciaron.
”El juez me preguntó por qué me había negado a ir a la iglesia. Le contesté que yo solo adoraba a Jehová. Por ese ‘delito’, a otras veinte hermanas y a mí nos condenaron a veinte años de prisión. A algunas nos metieron en una celda pequeña que estaba atestada, pues además de nosotras había otras treinta reclusas. Durante el día, sin embargo, a mí me enviaban a realizar labores domésticas a casas de gente rica. Debo decir que estas personas me trataron mejor que los funcionarios de la prisión; por lo menos me daban suficiente comida.
”Con el tiempo contactamos con los Testigos varones, que estaban en otra sección del complejo penitenciario. Dicho contacto fue muy beneficioso, pues pudimos ayudarles a obtener alimento tanto espiritual como material.”
Como muchos otros Testigos moldavos, estas hermanas se mantuvieron íntegras ante la ira fascista. Sin embargo, su fe iba a verse sometida a un nuevo ataque, esta vez de parte de la siguiente potencia que dominaría la región: la Rusia comunista.
La táctica soviética: la deportación
En 1944, cuando la guerra ya tocaba a su fin y Alemania iba perdiendo, diversos elementos del gobierno rumano encabezados por el rey Miguel I derrocaron el régimen de Antonescu. Rumania entonces rompió sus vínculos con las potencias del Eje y se alió con Rusia. Ese mismo año, el ejército soviético recuperó el control de la región, y Moldavia quedó nuevamente integrada en la Unión Soviética como la República Socialista Soviética de Moldavia.
Al principio, los dirigentes comunistas de Moldavia dejaron tranquilos a los testigos de Jehová. Pero el respiro fue breve. La neutralidad cristiana, que implicaba también la negativa a votar en las elecciones locales del partido, enseguida se convirtió en una cuestión candente. El sistema soviético no toleraba la neutralidad política, de modo que el gobierno decidió poner fin al problema deportando a los testigos de Jehová junto con otros “indeseables” a partir de 1949.
Cierto documento oficial exponía “la decisión del politburó del Comité Central del Partido Comunista” con respecto a quienes debían ser deportados de la República Socialista Soviética de Moldavia. Entre ellos se encontraban “anteriores terratenientes, comerciantes destacados, cómplices activos de los invasores alemanes, anteriores colaboradores de la policía alemana y rumana, miembros de partidos y organizaciones pro fascistas, miembros de la Guardia Blanca, miembros de sectas ilegales y las familias de los que pertene[cieran] a las mencionadas categorías”. Todos ellos debían ser enviados al oeste de Siberia “por tiempo indefinido”.
En 1951 comenzó una segunda campaña de deportaciones, pero esta vez se concentró únicamente en los testigos de Jehová. El propio Stalin ordenó dicha deportación, que recibió el nombre de Operación Norte. Más de setecientas veinte familias de Testigos —unas dos mil seiscientas personas— fueron enviadas de Moldavia a Tomsk, población situada a unos 4.500 kilómetros de distancia, en el oeste de Siberia.
Las instrucciones oficiales decían que debía concederse tiempo a los deportados para que recogieran sus efectos personales antes de llevarlos a los trenes. Además, los vagones tenían que estar “acondicionados para el transporte humano”. La realidad fue muy distinta.
En mitad de la noche llegaba un grupo de hasta ocho soldados y oficiales a la casa de una familia de Testigos. Los despertaban y les mostraban la orden de deportación. Entonces les daban solo unas cuantas horas para recoger todo lo que pudieran antes de llevárselos a los trenes.
Los vagones del tren resultaron ser de carga. En cada uno de ellos, las autoridades apiñaron hasta 40 personas de todas las edades para el viaje de dos semanas. No había asientos ni aislamiento térmico de ningún tipo. El retrete era un agujero en un rincón del vagón. Antes de deportar a los hermanos, los funcionarios locales tenían que anotar en un registro las posesiones de cada uno de ellos. Pero por lo general solo anotaban objetos de poco valor; los artículos más valiosos “desaparecieron”.
A pesar de todas estas injusticias y dificultades, los hermanos no perdieron nunca su gozo cristiano. Cuando en algún lugar coincidían trenes que transportaban Testigos, se oían cánticos del Reino en otros vagones. De ese modo, los hermanos de cada tren sabían que no eran los únicos a quienes se deportaba, sino que cientos de hermanos cristianos más estaban en la misma situación. Al verse y escucharse unos a otros reflejando su gozo en circunstancias tan difíciles, se animaban y se resolvían aún más a mantenerse fieles a Jehová, pasara lo que pasara (Sant. 1:2).
Fe ejemplar
Uno de los deportados moldavos en Siberia fue Ivan Mikitkov. A Ivan lo detuvieron por primera vez en 1951 y lo enviaron, junto con otros Testigos, a Tomsk. Una vez allí, le asignaron el trabajo de cortar árboles en la taiga siberiana. Aunque no estaba confinado en un campo, tenía limitada su libertad de movimiento, y la policía secreta lo vigilaba de cerca. Aun así, él y sus hermanos espirituales aprovechaban toda oportunidad para dar testimonio.
Ivan cuenta: “En este nuevo entorno tan difícil, logramos organizarnos en congregaciones e incluso empezamos a producir nuestras propias publicaciones. Andando el tiempo, algunas de las personas a quienes predicamos aceptaron la verdad y se bautizaron. No obstante, las autoridades se percataron de nuestras actividades y acabaron por enviar a varios de nosotros a campos de trabajos forzados.
”A mis compañeros Pavel Dandara, Mina Goraş y Vasile Şarban y a mí nos sentenciaron a doce años de trabajos forzados bajo supervisión estricta. Las autoridades confiaban en que con estas condenas tan severas los demás hermanos se asustarían y dejarían de predicar, pero no fue así. Sin importar adónde nos enviaran, seguíamos dando testimonio. En 1966 me liberaron tras cumplir toda mi condena, y regresé a Tomsk, donde permanecí tres años.
”En 1969 me mudé a la cuenca del Donets, donde conocí a Maria, una fiel y celosa hermana que se convirtió en mi esposa. Me detuvieron nuevamente en 1983 y esta vez recibí una sentencia doble: cinco años de prisión y otros cinco de deportación. De más está decir que esta sentencia me resultó más dura que la anterior, pues implicó separarme de mi esposa y mi hijo, quienes sufrieron muchas penalidades. Afortunadamente, no tuve que cumplir toda la condena. En 1987 me liberaron, después que Mijaíl Gorbachov fue nombrado secretario general del Partido Comunista Soviético. Me permitieron regresar a Ucrania y, más adelante, a Moldavia.
”Cuando volví a Bălţi, la segunda ciudad de Moldavia, había en ella 370 publicadores y 3 congregaciones. Hoy cuenta con más de 1.700 publicadores y 16 congregaciones.”
“¿Quieres acabar como Vasile?”
Los directores de los campos de trabajos forzados y los agentes del KGB (Comité de Seguridad del Estado soviético) recurrían a métodos crueles con el fin de debilitar la integridad de los hermanos. Constantin Ivanovici Şobe relata lo que le sucedió a su abuelo, Constantin Şobe: “En 1952, mi abuelo cumplía condena en un campo de trabajos forzados del distrito de Chita, al este del lago Baikal, en Siberia. Los oficiales del campo amenazaron con matarlos a él y a los demás Testigos si no renunciaban a su fe.
”Como los hermanos se negaron, los sacaron del campo y los agruparon cerca de un bosque. Ya estaba oscureciendo cuando se llevaron al bosque a Vasile —el mejor amigo de mi abuelo— tras anunciar que lo iban a fusilar. Los hermanos esperaron angustiados y, poco después, un par de disparos rompieron el silencio vespertino.
”Los guardias regresaron y condujeron al siguiente Testigo, mi abuelo, al bosque. Se adentraron con él unos metros hasta llegar a un claro donde se habían cavado varias sepulturas. El oficial al mando señaló a la única que ya estaba cubierta de tierra y volviéndose hacia mi abuelo le preguntó: ‘¿Quieres acabar como Vasile, o volver con tu familia como hombre libre? Tienes dos minutos para decidirte’. Mi abuelo no los necesitó, sino que inmediatamente le respondió: ‘Hace muchos años que conocía a Vasile, el hombre a quien usted ha matado. Ahora espero con ansias reunirme con él cuando resucite en el nuevo mundo. Tengo plena confianza en que yo estaré en el nuevo mundo junto con Vasile. Pero usted, ¿estará allí?’.
”Desconcertado con esa respuesta, el oficial se llevó a mi abuelo y a los demás Testigos de regreso al campo. Y resultó que mi abuelo no tuvo que esperar a la resurrección para ver a Vasile. Todo había sido un cruel montaje para quebrantar la fortaleza de los hermanos.”
La propaganda comunista causa el efecto contrario
En un intento de despertar odio y sospecha hacia los testigos de Jehová, los comunistas produjeron libros, folletos y películas que los calumniaban. Uno de tales folletos se titulaba Doble fondo, nombre que aludía al compartimiento secreto que los hermanos construían en el fondo de las maletas y bolsos a fin de ocultar publicaciones. Nicolai Voloşanovschi recuerda que el comandante de su campo trató de utilizar dicho folleto para humillarlo frente a los demás presos.
Él cuenta: “El comandante del campo reunió a todos los reclusos en un barracón y empezó a citar pasajes del folleto Doble fondo, incluidos algunos que contenían difamaciones sobre mi persona. Cuando terminó, le pedí permiso para hacer unas preguntas. Probablemente pensó que eso le daría la oportunidad de burlarse de mí, pues accedió.
”Dirigiéndome al comandante, le pregunté si recordaba la primera vez que me había interrogado, a mi llegada al campo de trabajo. Él contestó que sí. Entonces le pregunté si recordaba las preguntas que me había hecho con respecto a mi país de origen, ciudadanía, etc., mientras llenaba mis papeles de ingreso en el campo. De nuevo respondió que sí. Incluso les dijo a los reclusos cuáles habían sido mis respuestas. A continuación le pedí que dijera lo que él había escrito realmente en los formularios. El comandante admitió que había escrito algo distinto de lo que yo le había contestado. Entonces me volví a los presos y les dije: ‘Ya ven. Así mismo fue como se escribió ese folleto’. Los presos aplaudieron y el comandante salió enfurecido del barracón.”
El plan de dividir para vencer
En la década de 1960, las autoridades soviéticas, frustradas, idearon nuevos métodos con el fin de causar divisiones entre los testigos de Jehová. El libro The Sword and the Shield (La espada y el escudo), publicado en 1999, saca a la luz algunos de los documentos antes secretos del KGB que se encontraban en los archivos del gobierno. Dice en parte: “Los altos mandos del KGB que dirigían ‘la lucha contra los jehovistas’ [testigos de Jehová] se reunieron en marzo de 1959 y acordaron que la mejor estrategia era ‘seguir aplicando medidas de represión junto con medidas de desintegración’. El KGB se propuso dividir, desmoralizar y desprestigiar a los sectarios, así como detener a sus principales dirigentes imputándoles cargos falsos”.
Una de las “medidas de desintegración” fue una campaña destinada a sembrar desconfianza entre los hermanos de toda la Unión Soviética. Con ese fin, los agentes del KGB empezaron a esparcir rumores según los cuales varios hermanos destacados habían empezado a colaborar con los servicios de seguridad del Estado. Tan hábilmente disfrazaban sus mentiras, que muchos Testigos comenzaron a preguntarse en quién podían confiar.
Otro de sus ardides consistía en preparar agentes especiales para que se hicieran pasar por testigos de Jehová “activos” y trataran de obtener puestos de responsabilidad en la organización. Una vez alcanzado el objetivo, los espías mantenían bien informados a sus superiores. Además, el KGB abordó en secreto a Testigos verdaderos para intentar sobornarlos con sumas elevadas de dinero a fin de que cooperaran.
Lamentablemente, esas artimañas lograron, hasta cierto punto, dividir a los hermanos, incluidos los de Moldavia. El resultado fue que se creó un ambiente de sospecha. Algunos hermanos se apartaron de la organización y formaron un grupo disidente que llegó a conocerse como “la oposición”.
Antes de que eso sucediera, los hermanos de la Unión Soviética llamaban “el canal” a la organización de Jehová, el alimento espiritual que esta producía y los hermanos responsables que nombraba. Pero ahora los hermanos no sabían qué pensar sobre dicho canal. ¿Cómo aclararían la confusión? Sorprendentemente, lo lograron gracias al Estado soviético. En efecto, los propios conspiradores ayudaron a resolver los problemas que ellos mismos habían creado. Veamos cómo.
No tuvieron en cuenta el espíritu de Dios
A principios de la década de 1960, las autoridades soviéticas reunieron a muchos “cabecillas” Testigos de toda la nación en un campo de trabajos forzados situado a unos 150 kilómetros de la ciudad de Saransk (república de Mordvinia, en el oeste de Rusia). Anteriormente, tales hermanos estaban separados por enormes distancias, lo que dificultaba la comunicación y fomentaba los malentendidos. Pero ahora estaban todos juntos, de forma que los que pertenecían a la llamada “oposición” y los demás podían hablar cara a cara y así diferenciar lo real de lo ficticio. ¿Por qué juntaron las autoridades a todos aquellos hermanos? Al parecer, creían que de ese modo se producirían enfrentamientos entre ellos, lo cual los dividiría aún más. Pero el plan, aunque ingenioso, no tenía en cuenta el efecto unificador del espíritu de Jehová (1 Cor. 14:33).
Uno de los hermanos presos en Mordvinia fue Gheorghe Gorobeţ, quien recuerda: “Poco después de mi detención e ingreso en la penitenciaría, recluyeron con nosotros a un hermano que se había relacionado con la oposición. Cuando este vio que los hermanos responsables seguían presos, se sorprendió, pues le habían dicho que todos estaban libres como pájaros y que vivían como ricos a expensas del KGB”.
El hermano Gorobeţ prosigue: “Durante mi primer año en la prisión recluyeron por motivos religiosos a más de setecientas personas, la mayoría de ellas testigos de Jehová. Todos los hermanos trabajábamos juntos en una fábrica, lo que nos brindó la oportunidad de hablar con quienes se habían unido al grupo disidente. El resultado fue que durante 1960 y 1961 se aclararon muchos asuntos. En 1962, el Comité del País que supervisaba la obra en la Unión Soviética redactó desde el interior de ese mismo campo de trabajo una carta dirigida a todas las congregaciones de la nación, la cual contribuyó a reparar gran parte del daño causado por la campaña de mentiras del KGB”.
Identificación del canal verdadero
El hermano Gorobeţ fue liberado del campo de trabajo en junio de 1964 y regresó a Moldavia enseguida. Cuando llegó a Tabani, descubrió que muchos hermanos todavía abrigaban dudas en cuanto a quiénes estaba usando Jehová para alimentar y guiar a su pueblo. Varios Testigos leían únicamente la Biblia.
En vista de lo anterior, se formó un comité de tres hermanos espiritualmente maduros para ayudar a aclarar la situación. Una de las primeras medidas que tomaron fue visitar las congregaciones del norte de Moldavia, donde vivían la mayoría de los Testigos. La fidelidad constante de estos y otros superintendentes cristianos frente a la fuerte persecución convenció a muchos de que Jehová seguía usando la misma organización que les había enseñado la verdad.
A finales de los años sesenta, al KGB le quedó claro que la persecución y las demás tácticas no habían frenado la predicación. El libro The Sword and the Shield dice sobre la reacción de ese organismo: “Al Centro [KGB] le perturbaron los informes según los cuales, aunque estuvieran recluidos en campos de trabajo, ‘los líderes y las autoridades de la secta de Jehová no renunciaban a sus creencias subversivas y seguían llevando a cabo su obra de Jehová’. En noviembre de 1967 se reunieron en [Chisinau] los oficiales encargados de las operaciones en contra de los testigos de Jehová a fin de encontrar nuevas medidas ‘que detuvieran la obra subversiva de los sectarios’ y su ‘sublevación ideológica’”.
Hostigados por ex hermanos
Lamentablemente, hubo hermanos que se dejaron engañar por esas “nuevas medidas” y le hicieron el juego al KGB. Algunos habían sucumbido a la codicia o al temor al hombre; otros eran ex hermanos que les cobraron odio a los Testigos. Las autoridades empezaron a utilizar a tales individuos en un intento de quebrantar la integridad de los fieles. Los hermanos que habían aguantado las penalidades de la cárcel y los trabajos forzados dijeron que el hostigamiento de esos ex Testigos, algunos de los cuales se habían vuelto apóstatas, fue una de las peores pruebas que tuvieron que afrontar.
Muchos apóstatas provenían de la oposición antes mencionada. Al principio, ese grupo se componía en parte de hermanos a los que las mentiras del KGB sencillamente habían confundido. Pero entre quienes seguían en la oposición a finales de los años sesenta había varios que demostraron tener el espíritu perverso de la clase del esclavo malo. Haciendo caso omiso de la advertencia de Jesús, empezaron “a golpear a sus coesclavos” (Mat. 24:48, 49).
Ahora bien, pese a la presión continua del KGB y sus secuaces, el plan de dividir al pueblo de Dios para vencerlo fracasó. Cuando a principios de la década de 1960 varios hermanos fieles emprendieron la labor de reunificar a la organización en Moldavia, casi todos los hermanos moldavos formaban parte de la oposición. Pero en 1972, la inmensa mayoría de ellos colaboraba de nuevo lealmente con la organización de Jehová.
Un perseguidor apreciativo
Los Testigos fieles que permanecieron en Moldavia durante la era comunista siguieron predicando lo mejor que pudieron. Daban testimonio informalmente a familiares, amigos y compañeros de estudios y de trabajo, aunque con precaución, pues muchos dirigentes del partido en Moldavia eran fanáticos defensores de la ideología comunista. No obstante, no todos los comunistas despreciaban a los testigos de Jehová.
Simeon Voloşanovschi recuerda: “La policía registró nuestra casa y confiscó muchas publicaciones, las cuales el oficial al mando anotó en una lista. Más tarde, este hombre regresó con la lista y me pidió que la verificara. Mientras la repasaba, observé que faltaba una revista La Atalaya que hablaba de cómo lograr felicidad en la vida familiar. Le pregunté por la revista y, algo avergonzado, me contestó: ‘¡Ah!, es que me la llevé a casa para leerla con mi familia’. ‘¿Y les gustó lo que leyeron?’, le pregunté. ‘¡Claro que sí! ¡Nos encantó!’, respondió”.
Disminuye la oposición y continúa el aumento
Durante la década de 1970, las autoridades comunistas abandonaron su política de detener y deportar a los siervos de Jehová. Con todo, siguieron apresando y juzgando a algunos hermanos por predicar o asistir a las reuniones cristianas. Las condenas, sin embargo, eran menos severas.
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Crecimiento de la adoración verdadera
Aunque en el auge de su poder el comunismo soviético era un goliat político y militar, no pudo acabar con la adoración verdadera. De hecho, con su programa de deportación, los soviéticos ayudaron sin darse cuenta a difundir las buenas nuevas a algunas de las “parte[s] más distante[s] de la tierra” (Hech. 1:8). Jehová había prometido mediante Isaías: “Sea cual sea el arma que se forme contra ti, no tendrá éxito [...]. Esta es la posesión hereditaria de los siervos de Jehová, y su justicia proviene de mí” (Isa. 54:17). ¡Qué ciertas han resultado ser esas palabras!
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[Ilustración y recuadro de las páginas 113 a 115]
Nacida en el exilio
Lidia Sevastian
Año de nacimiento: 1954
Año de bautismo: 1995
Otros datos: Fue criada por su madre Testigo y su padre no creyente, pero perdió el contacto con los testigos de Jehová y no lo recuperó sino hasta muchos años después.
Mi madre y mi abuela se hicieron testigos de Jehová a principios de la década de 1940. Mi padre, aunque era un buen hombre, no aceptó la verdad bíblica en aquel entonces. En 1951, mi madre tenía dos hijos y estaba embarazada de gemelos. En abril de ese año, las autoridades trataron de separar a nuestra familia. Mientras mi padre estaba en el trabajo, se llevaron a mi madre —que estaba a punto de dar a luz— y a mis hermanos mayores, y los montaron en un tren con dirección a Siberia. Pero mi madre se las arregló para enviar un mensaje a mi padre, quien se dirigió a casa rápidamente. Pese a no ser Testigo, él también se montó en el tren y se fue al exilio junto con su familia.
Durante el viaje a Siberia permitieron a mi madre quedarse por un tiempo en la ciudad de Asino para dar a luz a los gemelos. Los demás tuvieron que proseguir hasta el distrito de Tomsk, donde mi padre buscó alojamiento y fue asignado a trabajar junto con los hermanos. Unas semanas después, mi madre y sus gemelos recién nacidos se reunieron con el resto de la familia. Tristemente, los bebés murieron debido a las condiciones infrahumanas en que vivía la familia.
No obstante, en el exilio les nacieron a mis padres otros cuatro hijos, entre ellos mi hermano gemelo y yo. Durante ese tiempo, mi padre cuidó lealmente de todos nosotros. En 1957 nos permitieron por fin regresar a nuestro pueblo de origen. Mi madre siguió inculcándonos principios bíblicos en el corazón, aunque la policía secreta la tenía vigilada.
Mi padre, por su parte, se preocupaba ante todo de que recibiéramos una buena educación académica. De modo que a la edad de 16 años me fui a Chisinau para estudiar en la universidad. Posteriormente me casé y me mudé a Kazajstán, donde quedé apartada no solo de mis padres, sino también de la organización de Jehová. En 1982 regresé a Chisinau y enseguida empecé a buscar una congregación del pueblo de Jehová, pero fue en vano. Durante ocho años sentí que era la única persona en la ciudad que quería adorar a Jehová.
Un día, mientras estaba en la parada del autobús, oí a dos mujeres hablar de Jehová. Me acerqué un poco más para oírlas mejor, pero cambiaron de tema, pues pensaron que era una agente del KGB. Luego empezaron a caminar y yo las seguí. Ellas se alarmaron, como es lógico, de modo que las alcancé rápidamente y, después de un rato, logré convencerlas de mi sinceridad. Por fin se cumplía mi sueño de relacionarme con la organización de Jehová. Lo único triste fue que mi esposo se opuso a mi decisión.
Para entonces ya teníamos dos hijos. En 1992 me operaron de la columna vertebral y tuve que estar inmóvil seis meses en una cama de hospital. En esa etapa deprimente de mi vida sucedió algo maravilloso: mi hijo, Pavel, se puso de parte de Jehová y se bautizó en la asamblea internacional de Kiev, en 1993. Con el tiempo me recuperé lo suficiente como para poder caminar de nuevo, así que en 1995 yo también simbolicé mi dedicación a Jehová.
En la actualidad, muchos miembros de mi familia son Testigos, por lo cual estoy agradecida a Jehová y a mi madre, cuyo ejemplo de perseverancia siempre tuve presente. En cuanto a mi maravilloso y leal padre, tengo la satisfacción de decir que antes de morir, también él se hizo siervo de Jehová.
[Ilustración y recuadro de las páginas 117 y 118]
Nuestros sacrificios son insignificantes comparados con el de Jehová
Mihai Ursoi
Año de nacimiento: 1927
Año de bautismo: 1945
Otros datos: Perseguido tanto por los fascistas como por los comunistas.
Me hice publicador de las buenas nuevas en 1941. En 1942, con 15 años de edad, se esperaba que recibiera preparación militar en la escuela. En las paredes del aula colgaban cuadros del rey rumano Miguel I, el general Antonescu y la virgen María. Cuando los alumnos entrábamos en el aula, teníamos que inclinarnos ante tales cuadros y santiguarnos. Otros dos estudiantes y yo nos negamos a hacerlo.
Por tal razón, la policía nos golpeó cruelmente. Pasamos la noche en la escuela, y a la mañana siguiente nos mandaron a Corjeuţi, donde nos volvieron a golpear. De Corjeuţi nos llevaron a unos cuantos lugares más antes de hacernos caminar hasta un lugar a 100 kilómetros de distancia donde se nos formaría un consejo de guerra. Cuando llegamos, me sangraban los pies. Al final me enviaron a casa sin haber recibido sentencia, seguramente debido a que era muy joven.
Cuando tenía 18 años, las autoridades soviéticas me llamaron a filas. De nuevo me negué a renunciar a mi neutralidad, por lo que recibí una paliza brutal, al igual que mi amigo Gheorghe Nimenco, quien, de hecho, murió seis semanas después a consecuencia de las lesiones. En esta ocasión también me mandaron de regreso a casa, supongo que por mi edad. En 1947, los soviéticos me volvieron a detener y esta vez me amenazaron con fusilarme si me negaba a hacer el servicio militar. Pero, en lugar de matarme, me dejaron incomunicado dos meses, tras lo cual me enviaron a realizar trabajos forzados en la construcción del canal Volga-Don. Era una labor muy peligrosa que se cobró numerosas vidas. En una ocasión estuve a punto de lesionarme en un accidente en el que murieron muchos prisioneros. Después de eso me devolvieron a Moldavia.
Andando el tiempo me casé. En 1951 me deportaron junto con mi esposa, Vera, que estaba embarazada, a la taiga siberiana. Viajamos primero en tren y luego en barco hasta esa enorme región boscosa subártica, donde me pusieron a cortar árboles. Vera y yo compartíamos una cabaña con otras dieciséis familias. Afortunadamente, en 1959 nos permitieron regresar a Moldavia.
A lo largo de esos difíciles años hubo varias cosas que me fortalecieron, y lo siguen haciendo aún. Una ha sido el ejemplo de fe de mi hermano Ion (véase la pág. 89). Él fue condenado a muerte y, aun antes de saber que le conmutarían la pena, se negó a transigir. También me fortalece reflexionar en cómo Jehová siempre ha cuidado de mí y de mi esposa durante las pruebas que hemos aguantado por su nombre. Con todo, nuestros sacrificios son insignificantes en comparación con lo que Jehová hizo al enviar a su Hijo para que ofreciera su vida a fin de redimirnos. Reflexionar en esa extraordinaria dádiva me ayuda a afrontar cada día con gozo.
[Ilustración y recuadro de las páginas 121 a 123]
Sentí el tierno cuidado de Jehová
Mihailina Gheorghiţa
Año de nacimiento: 1930
Año de bautismo: 1947
Otros datos: Fue correo y traductora durante los años de la proscripción.
En 1945 aprendí la verdad y empecé a predicar con gran satisfacción las buenas nuevas en mi pueblo natal de Glodeni y en el pueblo vecino de Petrunya. Como daba testimonio en la escuela, no quisieron darme el diploma que me correspondía. Aun así, yo estaba encantada de poder utilizar mi educación académica para traducir las publicaciones bíblicas del rumano y el ucraniano al ruso.
Poco después de mi bautismo me sorprendieron traduciendo y me sentenciaron a veinticinco años de trabajos forzados en un campo de Vorkutá, al norte del círculo polar ártico, donde ya había muchas hermanas. Pese a las condiciones tan duras en que vivíamos, todas seguimos predicando. También nos las arreglamos para conseguir publicaciones. Llegamos incluso a hacer algunas copias en el campo para nuestro uso.
Un día conocí a una joven a quien las autoridades habían detenido porque pensaron que era Testigo. Yo le aconsejé que examinara la Palabra de Dios, pues Jehová tiene el poder de liberar a su pueblo, si es su voluntad. Finalmente accedió a estudiar la Biblia y llegó a ser nuestra hermana. Poco después salió en libertad del campo sin haber cumplido totalmente la condena.
Más adelante me trasladaron a Karaganda (Kazajstán), y el 5 de julio de 1956 también me liberaron a mí. Me marché a Tomsk, donde conocí a Alexandru Gheorghiţa, que había estado preso seis años por su fe. Nos casamos y los dos seguimos predicando en el vasto territorio de Siberia, conscientes de que la policía secreta aún nos vigilaba. Después nos mudamos a Irkutsk, al oeste del lago Baikal, donde continuamos produciendo publicaciones de forma clandestina. Posteriormente servimos también en Bishkek (Kirguizistán). Aunque predicábamos con mucha cautela, al final capturaron a Alexandru y lo sentenciaron a diez años de prisión.
Mientras Alexandru estaba pendiente de juicio, el fiscal me dijo que podía ir a visitarlo a la cárcel. Como normalmente no se permitía hacerlo, le pregunté por qué tenía esa consideración conmigo. “Ustedes son una pareja joven y tienen un hijo —me respondió—. Tal vez reconsideren su decisión.” Entonces le dije que hacía mucho tiempo que Alexandru y yo habíamos decidido servir a Jehová y que estábamos resueltos a serle siempre fieles. Él contestó: “Hasta su Biblia indica que un perro vivo está en mejor situación que un león muerto” (Ecl. 9:4). “Es cierto —repuse—, pero la clase de perro vivo que usted menciona no heredará el nuevo mundo de Dios.”
Alexandru cumplió su condena de diez años de cárcel y otro año más de arresto domiciliario. Tras su liberación nos mudamos a Kazajstán y luego a Uzbekistán para ayudar en la obra de predicar. En 1983 regresamos finalmente a Moldavia, felices de haber tenido el incomparable privilegio de ayudar a personas de corazón recto de muchos lugares a conocer a Jehová.
Mirando hacia atrás, reconozco que mi vida no siempre ha sido fácil. Pero lo mismo es cierto de mis vecinos no Testigos. También ellos han tenido que afrontar muchos problemas. La diferencia es que nuestro sufrimiento ha sido por causa de las buenas nuevas, así que hemos sentido el tierno cuidado de Jehová. Además, nosotros sabemos que tras las pruebas nos aguarda un futuro glorioso y eterno.
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