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  • ¡Despertad! 1994
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¡Despertad! 1994
g94 22/3 págs. 3-6

El afán de dinero: raíz de todos los males

TODAS las generaciones quizás digan que la suya es la que ha visto mayor afán por el dinero, el bien más deseado sobre la faz de la Tierra. Todas ellas pueden remitirse a las guerras que han tenido que librar para conseguir prosperidad y riquezas, guerras cuya duración solía depender del tiempo que durase el dinero.

En todo el mundo se mata por dinero a millones de personas. Se secuestra a hijos de padres ricos para cobrar un rescate, que es el dinero que estos han de pagar si quieren recuperar a sus hijos sanos y salvos. Hay estafadores que embaucan a sus confiadas víctimas y les roban los ahorros de toda una vida. Se desvalijan casas enteras para conseguir dinero. A algunos hombres atrevidos se les ha calificado de “enemigo público número uno” por robar un solo banco. Pero ninguna generación tiene la exclusiva de semejantes actos vergonzosos. Por ejemplo, ninguna generación ha sido testigo de mayor codicia de dinero que la que vio a un despreciable delincuente traicionar por treinta monedas a su mejor amigo, el hombre más grande de todos los tiempos.

Sin embargo, en estos últimos años, se ha degradado más que nunca el afán por tener este medio de cambio tan difícil de conseguir, al que un escritor estadounidense describió como “el todopoderoso dólar, ese gran objeto de devoción universal”, y un dicho español se refirió a él como: “Poderoso caballero es don Dinero”. Ninguna otra generación ha visto cometer con tanta osadía atracos a bancos: robos millonarios a cajeros a punta de pistola perpetrados no solo por hombres y mujeres, sino hasta por jóvenes. Esa clase de robos son tan corrientes hoy día que apenas se les da atención en las noticias. Muchas entidades bancarias han quebrado porque sus codiciosos propietarios manipularon ilegalmente cantidades millonarias del dinero de los depositantes para su propio lucro, agotando así el activo del banco y dejando a muchos de los depositantes prácticamente arruinados.

¿Qué puede decirse de los oficinistas de hoy que hacen desfalcos millonarios a sus patronos para saborear el estilo de vida de la gente rica y famosa? Se podría escribir mucho sobre la gente que se esconde en calles poco iluminadas para sustraer a los transeúntes el contenido de sus bolsos y carteras. ¿Y qué decir de los atracos a mano armada a plena luz del día, en los que se mata y desvalija a la víctima ante los ojos de muchos transeúntes? En algunos barrios urbanos los residentes se lamentan: “No se trata de si me atracarán en mi propia calle, sino de cuántas veces lo harán”. Hay incluso quienes siempre llevan a mano cierta cantidad de dinero para casos de atraco, a fin de satisfacer al ladrón y evitar que los maten. Lamentablemente, el afán de dinero de esta última generación del siglo XX es el más despiadado que el mundo ha conocido jamás.

El poder del dinero en la familia

Piense en las peleas cotidianas entre marido y mujer por causa del dinero. “El dinero es un imán que atrae todas las frustraciones de nuestra vida —escribió cierta investigadora—. Usted debe comprender cómo ven y usan el dinero usted y su cónyuge si tienen la intención de dejar de pelear por causa de él.” La mayoría de los especialistas concuerdan en que la principal causa de disputa en los matrimonios es el dinero, prescindiendo de si la familia es rica, pobre o de clase media. “Me sorprende —dijo otro investigador— cuántas peleas se originan por motivo del gasto o el ahorro de dinero.” Piense, por ejemplo, en los sumamente ricos. Por lo general, el cónyuge más ahorrador trata de economizar su dinero y el más pródigo busca maneras de gastarlo. A pesar de la riqueza, surgen peleas, no por falta de dinero, sino por su abundancia. Hay personas que se casan por dinero, disfrutan de una forma de vida que jamás habían soñado y con el tiempo se divorcian y reciben pensiones elevadísimas.

En este sistema de cosas ávido de dinero, este se ha convertido en un símbolo de poder y de amor propio. El que una esposa gane más que su marido suele abrir camino al resentimiento. Él quizás piense que ha perdido su poder y su amor propio. Aparece el desagradable espectro de los celos, no porque haya un intruso secreto, sino porque el codiciado y poderoso caballero, don Dinero, ha osado dividirlos. Cuando se trata de decidir entre el dinero y el amor, muchas veces la balanza se inclina por el primero.

Y la situación se repite una y otra vez. Ciertamente “el amor al dinero es raíz de toda suerte de cosas perjudiciales”. (1 Timoteo 6:10.) Sin embargo, la falta de dinero ha causado gran angustia y sufrimiento a aquellas personas a las que convierten en víctimas los que se afanan por conseguirlo.

Dinero, dinero por todas partes

Un dicho común es que se necesita dinero para hacer dinero. Piense en las sumas multimillonarias que se invierten para atraer a los posibles compradores y hacerles adquirir los productos pregonados por los anunciantes. Revise la publicidad que recibe por correo; quizás usted sea el próximo en “ganar diez millones”. Nadie parece ya interesado en solo un millón; ahora suelen ofrecerse de diez millones en adelante. Hay personas que, por temor a perderse algún dinero llovido del cielo, se suscriben a revistas que no desean y que probablemente nunca leerán. Aunque también hay muchos que desconfían de promesas como la de que “no es imprescindible que compre para tener derecho a ganar”.

En algunos estados de Estados Unidos ahora las loterías dan premios millonarios a los ganadores. Unos pocos millones de dólares se consideran “una miseria”. Hoy día se pueden ganar entre 50 y 100 millones de dólares en un solo sorteo. Parece que la cantidad de dinero destinada a los premios gordos no tiene límite. En muchos países las loterías nacionales han existido por generaciones. Hay personas que se han gastado de una sola vez la paga de toda una semana con la esperanza de ganar una gran suma de dinero. Algunas familias no han podido alimentarse ni vestirse debidamente por haber sacrificado su dinero más bien al “dios de la Buena Suerte”. (Isaías 65:11.)

Piense en los millones de personas que se imaginan que ganarán una fortuna en los juegos de azar. Piense, además, en los que tratan de hacer realidad sus fantasías en los casinos de juego de diferentes partes del mundo. Esperan que al tirar una vez los dados, sacar una carta o bajar la palanca de una máquina tragamonedas se harán realidad sus sueños. Pero eso es más difícil que tratar de recoger agua en un cesto.

Y el implacable afán por conseguir el escurridizo dinero continúa sin parar, un esfuerzo inútil. Aunque es cierto que algunas personas han amasado grandes fortunas, descubren que las pueden perder de repente, en un momento inesperado. Esas personas seguramente concuerdan con las siguientes palabras del sabio rey Salomón: “Si te fijas bien, verás que no hay riquezas; de pronto se van volando, como águilas, como si les hubieran salido alas”. (Proverbios 23:5, Versión Popular.)

Situaciones contrastadas

Es innegable que hay quienes se han causado mucho sufrimiento a sí mismos y también lo han causado a sus familias al gastarse hasta el último centavo en los juegos de azar. Suelen ser personas pobres, de pocos recursos económicos, que ganan escasamente para vivir. Otras son perezosas y prefieren conseguir con el juego dinero por el que no han trabajado. Sin embargo, hoy día la mayoría de los pobres del mundo son víctimas de circunstancias que escapan a su control. Se pueden contar por millones los que han recibido tan poca educación escolar que apenas saben escribir su nombre. En el caso de muchas otras personas, la recesión económica del propio país ha hecho que con sus ingresos vivan al umbral de la pobreza. Hasta los que poseen títulos universitarios han visto rechazadas sus solicitudes de empleo. Además, a medida que las grandes empresas van reduciendo su producción porque la oferta de sus productos es mayor que la demanda, otros miles pierden sus puestos de trabajo. ¿Cómo pueden hacer frente a tal situación?

Las oportunidades de conseguir algo de dinero por medios fraudulentos pueden resultarles atractivas. Quizás razonen que el fin justifica los medios. Una actitud común de algunos de los que se encaran a graves estrecheces económicas es la de: “Haré cualquier cosa para dar de comer a mi familia”, y hay que reconocer que tienen a su alcance muchas vías deshonestas, como la prostitución, en el caso de las mujeres, y el robo, en el de los hombres. ¿Pero se puede justificar la falta de honradez, el robo y el juego, es decir, el afán de obtener dinero por el que no se ha trabajado? El mundo está lleno de personas que piensan que sí.

¿Cree usted en el Magnífico Creador, Jehová Dios? Su consejo es que arroje sus cargas sobre él, que confíe en su apoyo en momentos de necesidad. Después de unos veinticinco años de apostolado cristiano, el apóstol Pablo escribió: “Realmente sé estar en escasez de provisiones, realmente sé tener abundancia. En toda cosa y en toda circunstancia he aprendido el secreto tanto de estar saciado como de tener hambre, tanto de tener abundancia como de padecer necesidad. Para todas las cosas tengo la fuerza en virtud de aquel que me imparte poder”. (Filipenses 4:12, 13.) Es obvio que Pablo no recurrió a medios fraudulentos cuando estaba en escasez de provisiones, sino que confió en Jehová, y él lo sostuvo.

Por consiguiente, si usted es pobre o está necesitado, no busque dinero por medios que no sean honrados. Recuerde que no hay nada malo en ganar dinero honradamente; Jesús mismo dijo que “el obrero es digno de su salario”. (Lucas 10:7.) Y tampoco hay nada malo en ser rico. Pero no transgreda nunca sus normas morales para satisfacer sus necesidades. Cultive una buena relación con su Magnífico Creador, Jehová Dios, y confíe en su ayuda para hacer frente a los problemas y dificultades de la vida. “[Echen] sobre él toda su inquietud, porque él se interesa por ustedes.” (1 Pedro 5:6, 7.)

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