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Mentes atormentadas¡Despertad! 2004 | 8 de enero
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Mentes atormentadas
AUNQUE Nicole pasaba por rachas de melancolía desde los 14 años, al cumplir 16 comenzó a experimentar algo diferente: una extraña fase de euforia y energías desmedidas en la que sus pensamientos corrían desbocados, hablaba incoherencias, apenas dormía y vivía con sospechas infundadas de ser utilizada por sus amistades. Cuando llegó a afirmar que podía cambiar el color de las cosas a su antojo, su madre comprendió que necesitaba ayuda médica y la llevó al hospital. Tras examinar durante un tiempo sus cambios de humor, finalmente se le diagnosticó trastorno bipolar.a
En el mundo hay millones de personas que, como Nicole, padecen algún trastorno del estado de ánimo, sea bipolaridad o algún tipo de depresión clínica. Los efectos de estos males suelen ser demoledores. “Durante muchos años, mi vida fue un sufrimiento constante —dice Steven, paciente bipolar—. Pasaba de los bajones más espantosos a las subidas más eufóricas. Aunque el tratamiento y la medicación me ayudaban, era toda una lucha.”
¿Qué origina los trastornos del estado de ánimo? ¿Cómo es la vida de quien sufre depresión o bipolaridad? ¿Qué puede hacerse para que los pacientes y quienes los cuidan reciban el apoyo que necesitan?
[Nota]
a Denominado también psicosis maniacodepresiva. Téngase presente que algunos de estos síntomas también pudieran ser causados por la esquizofrenia, la toxicomanía o incluso los cambios normales de la adolescencia. Para emitir un diagnóstico certero, es preciso que un especialista examine el caso a fondo.
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Vivir con un trastorno del ánimo¡Despertad! 2004 | 8 de enero
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Vivir con un trastorno del ánimo
ES ALARMANTE lo difundidos que están los trastornos del estado de ánimo. Se calcula, por ejemplo, que hay en el mundo más de trescientos treinta millones de casos de depresión grave, patología que ocasiona tristeza abrumadora y pérdida de placer en las actividades diarias. Según las previsiones, esta afección ocupará dentro de veinte años el segundo lugar después de las dolencias cardiovasculares. Con razón se la ha llamado “el resfriado común” en el campo de las enfermedades mentales.
En los últimos años, el público en general ha oído hablar más del trastorno bipolar, entre cuyas características figuran grandes cambios de humor, con alternancia de depresión y manía. “En la fase depresiva —explica un reciente libro de la Asociación Médica Americana—, las ideas suicidas pudieran convertirse en una obsesión, mientras que en la maníaca tal vez se pierda el buen juicio y la capacidad de ver los peligros que encierran ciertos actos.”
Se cree que un 2% de la población de Estados Unidos sufre bipolaridad, lo que representa millones de afectados tan solo en ese país. Por supuesto, las cifras no bastan para describir el suplicio de vivir con tales trastornos.
La depresión: una tristeza insufrible
La mayoría de las personas pasan por rachas de tristeza que remiten con el tiempo, tal vez al cabo de horas o días. Pero la depresión clínica es mucho más grave. ¿En qué sentido? El doctor Mitch Golant lo explica así: “Quienes no estamos deprimidos sabemos que los vaivenes emocionales terminan en algún momento, mientras que el deprimido vive los altibajos y cambios bruscos de sus sentimientos como si viajara en un tren descontrolado, sin conocer ni cómo ni cuándo se bajará, o si logrará siquiera hacerlo”.
La depresión clínica adopta muchas modalidades. Una de ellas es el trastorno afectivo estacional, que se manifiesta en cierta época del año, por lo general el invierno. “Los aquejados dicen que la depresión se agrava cuanto más al norte vivan y más nublado esté el cielo —indica un libro de la People’s Medical Society—. La dolencia se relaciona sobre todo con los días grises de invierno, y en algunos casos, con los lugares de trabajo cerrados y oscuros, los períodos nubosos anormales para la estación y los problemas de la vista.”
¿Cuál es la causa de la depresión clínica? No se sabe con certeza. Aunque en ocasiones haya un componente genético, parece que en la mayoría de los enfermos influyen mucho las vivencias. Se ha señalado, además, que el diagnóstico es el doble de frecuente en la mujer que en el hombre.a En el caso de los varones, se calcula que entre el 5 y el 12% sufrirán depresión clínica en algún momento de su vida.
Este tipo de depresión repercute en casi todos los aspectos de la vida. Una paciente llamada Sheila lo describe así: “Te zarandea hasta lo más íntimo de tu ser y te mina la confianza, la autoestima y la capacidad de pensar con claridad y tomar decisiones, y cuando ha penetrado bien adentro, te da unos cuantos estrujones para ver si aguantas”.
En ocasiones, el afectado obtiene gran alivio hablando de sus sentimientos con una persona compasiva (Job 10:1). No obstante, hay que admitir que cuando entran en juego desequilibrios bioquímicos, no basta con adoptar una actitud positiva para superar la depresión. El paciente es incapaz de controlar la melancolía, y a menudo está tan confundido como sus familiares y amigos.
Tomemos como referencia el caso de Paula,b cristiana que atravesó rachas de angustiosa tristeza antes de que le diagnosticaran depresión. “A veces —confiesa— salía corriendo al automóvil nada más acabar las reuniones de la congregación y me echaba a llorar sin ningún motivo. Sencillamente me invadía una terrible sensación de soledad y dolor. Aunque todo me indicaba que tenía muchos amigos que se preocupaban por mí, era incapaz de verlo.”
Semejante es el caso de Ellen, quien hubo de ser hospitalizada por su depresión. “Tengo a mi lado gente que me quiere muchísimo: mis dos hijos, dos nueras extraordinarias y mi esposo”, admite. La lógica debería dictarle que la vida es bella y que su familia la valora. Pero en la lucha con la depresión prevalecen las ideas pesimistas que, por irracionales que sean, dominan al paciente.
No debe pasarse por alto el gran impacto que puede tener la depresión de una persona en el resto de la familia. “Cuando un ser amado está deprimido —señala el doctor Golant—, los que lo rodean probablemente vivan en constante incertidumbre, pues nunca saben cuándo se repondrá de la crisis o entrará en una nueva. No es raro que sientan una enorme pérdida, incluso tristeza y rabia, al ver que su vida ha perdido, tal vez de forma permanente, la normalidad.”
Es común que los niños detecten la depresión de los padres. “Los hijos de madres deprimidas se vuelven muy sensibles al estado emocional de estas, y observan con sumo cuidado la más mínima variación”, señala Golant. La doctora Carol Watkins destaca que los hijos de una persona deprimida son “más propensos a tener problemas de conducta, dificultades en el aprendizaje y roces con sus compañeros, así como más proclives a deprimirse”.
El trastorno bipolar: lo único estable es la inestabilidad
La depresión clínica ya plantea de por sí una difícil problemática. Pero si además entra en el cuadro la manía, nos encontramos con una situación aún peor, el trastorno bipolar,c en el que “lo único estable es la inestabilidad”, según lo define una enferma llamada Lucia. En la fase de la manía, afirma The Harvard Mental Health Letter, el paciente “tal vez resulte insoportable por entrometido y dominante, y su euforia infatigable y temeraria a veces pasa de golpe a la irritabilidad o la furia”.
Lenore explica cómo era la fase eufórica, es decir, la manía: “Rebosaba de vitalidad. Muchos decían que era una supermujer y que les gustaría parecerse a mí. Solía sentirme llena de fuerzas, capaz de realizar cuanto me propusiera. Hacía ejercicio frenéticamente y me las arreglaba durmiendo solo dos o tres horas. Aun así, despertaba con tanta energía como antes”.
Pero al cabo de un tiempo aparecían negros nubarrones: “Cuando llegaba a la cima de la euforia —agrega—, sentía en un rincón del alma la agitación de un motor que se negaba a detenerse. De la noche a la mañana adoptaba un carácter agresivo y destructivo. Agredía verbalmente a mis familiares sin motivo. Sentía furia y odio, y perdía el control al grado de asustar a todo el mundo. De repente quedaba extenuada, rompía a llorar y me hundía en la depresión, creyéndome inútil y mala. Aun así, podía recuperar de repente mi asombrosa alegría como si no hubiera pasado nada”.
El comportamiento imprevisible del bipolar sume en la confusión a los familiares. Mary, cuyo marido encaja en este cuadro, comenta su caso: “Es desconcertante ver que tu esposo está contento y comunicativo y, de pronto, se pone triste y se encierra en sí mismo. A todos nos cuesta mucho aceptar que apenas puede hacer nada para evitarlo”.
Irónicamente, la enfermedad suele angustiar al paciente tanto o más que a sus seres queridos. “Envidio a quienes llevan una vida equilibrada y estable —dice Gloria—. La estabilidad es un lugar donde los bipolares solo vamos de visita; ninguno de nosotros vive allí.”
¿Qué orígenes tiene este desequilibrio? Un factor implicado, a mayor grado que en los casos de depresión, es la genética. “Según varios estudios científicos —señala la Asociación Médica Americana—, cuando alguien en la familia es bipolar, la probabilidad de que los parientes inmediatos (padres, hermanos e hijos) terminen padeciendo el mismo trastorno es de ocho a dieciocho veces mayor de lo habitual, al tiempo que aumenta la propensión a sufrir depresión grave.”
A diferencia de la depresión, la bipolaridad parece afectar por igual a hombres y mujeres. Por lo general se declara a comienzos de la edad adulta, aunque a veces se diagnostica en la adolescencia o incluso en la niñez. No obstante, no es fácil —ni siquiera para el especialista— analizar sus síntomas y llegar a una conclusión certera. “Es el camaleón de los trastornos psiquiátricos, pues los síntomas cambian de un paciente a otro y de una crisis a otra, incluso en el mismo paciente —admite el doctor Francis Mark Mondimore, de la Facultad de Medicina de la Universidad Johns Hopkins—. Es un fantasma capaz de aparecérsele a la víctima envuelto en las tinieblas de la melancolía y luego desaparecer por años, para regresar más tarde con el ropaje resplandeciente, pero abrasador, de la manía.”
Es patente, pues, que resulta difícil diagnosticar los trastornos del estado de ánimo y más aún vivir con ellos. Pero hay esperanza para los pacientes.
[Notas]
a Quizás incida en ello la susceptibilidad a la depresión posparto, así como los cambios hormonales de la menopausia. Además, las mujeres están más dispuestas a acudir al médico y, por ende, reciben más diagnósticos.
b En esta serie de artículos se han cambiado algunos nombres.
c Los médicos señalan que cada estado del ánimo llega a durar varios meses, aunque hay bipolares “de ciclo rápido” que alternan entre la depresión y la manía varias veces al año y, en casos excepcionales, lo hacen el mismo día.
[Comentario de la página 6]
“La estabilidad es un lugar donde los bipolares solo vamos de visita; ninguno de nosotros vive allí.”—GLORIA
[Ilustración y recuadro de la página 5]
Síntomas de depresión graved
● Abatimiento durante la mayor parte de la jornada, casi todos los días, durante un mínimo de dos semanas
● Desinterés por actividades consideradas antes placenteras
● Marcado aumento o pérdida de peso
● Insomnio o demasiado sueño
● Aceleración o reducción anormal de las habilidades motoras
● Extenuación sin causa aparente
● Sentimientos de inutilidad o de culpa exagerada
● Menor capacidad de concentración
● Ideas suicidas recurrentes
Algunos de estos síntomas corresponden también a la distimia, es decir, depresión leve pero más persistente en el tiempo
[Nota]
d Esta lista no pretende servir para el autodiagnóstico, sino tan solo presentar un cuadro general. Además, algunos de los síntomas pudieran corresponder a otros problemas aparte de la depresión.
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Existe esperanza¡Despertad! 2004 | 8 de enero
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Existe esperanza
EN EL pasado se acostumbraba rehuir a los afectados por trastornos del estado de ánimo, lo que en muchos casos los convertía en marginados sociales. En efecto, algunos sufrían discriminación laboral y otros eran evitados hasta por su propia familia. A menudo, lo único que se conseguía con ello era agravar su estado y privarlos de ayuda.
En las últimas décadas se han realizado grandes avances en el entendimiento de la depresión clínica y el trastorno bipolar. Sin embargo, aunque es de conocimiento general que estas dolencias tienen tratamiento, no siempre es fácil recibirlo. ¿Por qué razón?
Interpretar los síntomas
Para diagnosticar un trastorno del estado de ánimo no sirven los análisis de sangre o las radiografías. Más bien, hay que hacer un seguimiento de la conducta, ideas y criterios de la persona durante cierto tiempo, y ver si esta manifiesta varios síntomas del trastorno. El problema radica en que los familiares y amigos no siempre saben reconocer los indicios. “Aun si aceptan que el comportamiento en cuestión se aparta de lo normal —escribe el doctor David J. Miklowitz—, pueden formarse opiniones muy dispares sobre las causas.”
Además, es posible que la familia entienda la gravedad del caso pero no logre convencer al enfermo de que necesita atención médica. O si es uno mismo el afectado, puede que se resista a buscarla. Es como indica el doctor Mark S. Gold: “Quizás usted cree, sinceramente, en lo que piensa cuando se siente deprimido: que no sirve para nada y que, por lo tanto, no tiene sentido buscar ayuda, pues para personas como usted no hay esperanzas. Tal vez le gustaría consultar con alguien al respecto, pero cree que estar deprimido es algo de lo que cabe avergonzarse, que todo es culpa suya. [...] O quizá no sabe, siquiera, que lo que siente es depresión”. No obstante, es indispensable que la depresión grave sea atendida por un médico.
Es cierto que todos nos hemos sentido abatidos en algún momento, y no tiene por qué deberse a un trastorno del ánimo. Pero ¿qué hay si los sentimientos son más intensos que en un mero bajón, persisten más de lo habitual (dos semanas o más) o nos impiden actuar normalmente en el trabajo, los estudios o en nuestras relaciones con los demás? En tal caso es aconsejable visitar a un especialista en el diagnóstico y tratamiento de los trastornos depresivos.
Si hay desequilibrio químico, seguramente recetará fármacos, mientras que en otros casos recomendará algún tipo de terapia de apoyo para aprender a afrontar el padecimiento. A veces da buenos resultados combinar ambas vías.a En fin, lo importante es buscar ayuda. “A muchos pacientes les da miedo y vergüenza la situación en que se encuentran —señala Lenore, bipolar citada en el artículo anterior—. Lo triste es que sospechan que tienen un problema pero no buscan la ayuda que tanto necesitan.”
Lenore habla por experiencia propia: “Llevaba un año sin salir apenas de la cama. Un día que me sentí con algo más de fuerzas, decidí llamar a un doctor y pedirle cita”. Fue un punto de inflexión en su vida el que le diagnosticaran trastorno bipolar y le recetaran fármacos. “Cuando los tomo —explica—, me siento normal, aunque a cada paso tengo que recordarme que si los dejo, volverán los síntomas.”
Un caso similar es el de Brandon, aquejado de depresión. “En la adolescencia —relata— pensé muchas veces en suicidarme, dominado por sentimientos de inutilidad. Cuando acudí al doctor por primera vez, ya tenía treinta y tantos años.” Al igual que Lenore, se medica, pero hace algo más, como él mismo explica: “Contribuyo a mi bienestar general ocupándome de mi mente y de mi cuerpo. Descanso, cuido la dieta y lleno la mente y el corazón con ideas positivas sacadas de la Biblia”.
Ahora bien, Brandon destaca que la depresión es un problema médico, y no espiritual, hecho que resulta fundamental entender para recuperarse. “En cierta ocasión —recuerda—, un compañero cristiano me dijo con la mejor intención que, dado que Gálatas 5:22, 23 incluye al gozo en el fruto del espíritu santo, seguramente estaba deprimido porque estaba haciendo algo que me privaba de dicho espíritu. Ese comentario me hizo sentir aún más culpable y abatido. Lo cierto es que tan pronto como comencé a recibir ayuda dejé de verlo todo tan negro. Ahora me siento mucho mejor. ¡Ojalá hubiera buscado ayuda antes!”
Están ganando la batalla
Aun después de que se haya diagnosticado el trastorno e iniciado el tratamiento, es de esperar que sigan planteándose desafíos. Kelly, quien lucha contra la depresión grave, agradece la atención médica recibida. Por otro lado, considera fundamental el apoyo de quienes la rodean. Al principio se resistía a pedirlo para que no la viesen como una carga. “Tuve que aprender a buscar ayuda y a aceptarla —admite—. Al abrirme a los demás, logré frenar la espiral de la depresión.”
Dado que es testigo de Jehová, se reúne con sus hermanos cristianos en el Salón del Reino. Pero hay ocasiones en las que hasta estas alegres reuniones le plantean dificultades. “Muchas veces —dice Kelly— no soporto las luces, el movimiento de gente y el ruido. Luego me invade la culpa y me deprimo más, pues pienso que el trastorno es un indicio de falta de espiritualidad.” ¿Cómo lidia con esta situación? “He aprendido —señala— que la depresión es una enfermedad con la que hay que luchar, y no un indicativo de cuánto amo a Dios o a mis hermanos en la fe. No, en realidad no tiene nada que ver con mi grado de espiritualidad.”
Lucia, a quien se mencionó anteriormente, agradece la excelente atención médica que ha recibido: “Ponerme en manos de un especialista en salud mental fue decisivo, pues me enseñó a afrontar con éxito las oscilaciones anímicas de mi enfermedad”. También hace hincapié en el valor del descanso: “El sueño es esencial para combatir la manía, pues cuanto menos duermo, más eufórica me pongo. Y aunque no logre conciliar el sueño, me he acostumbrado a seguir acostada para poder descansar”.
Sheila, mencionada también antes, ha visto útil expresar sus sentimientos en un diario personal. Aunque ha notado una sensible mejoría en su actitud, todavía tiene sus retos: “Por una razón u otra, el agotamiento deja que entren en mi mente ideas negativas. Pero he aprendido a acallarlas, o al menos a bajarles el volumen”.
Consuelo de la Palabra de Dios
Para muchas personas que viven asediadas por “pensamientos inquietantes”, la Biblia es una fuente de ánimo (Salmo 94:17-19, 22). Cherie, por ejemplo, encuentra muy alentador el Salmo 72:12, 13, que contiene esta promesa sobre Jesucristo, el Rey designado por Dios: “Librará al pobre que clama por ayuda, también al afligido y a cualquiera que no tiene ayudador. Le tendrá lástima al de condición humilde y al pobre, y las almas de los pobres salvará”. También la confortan las palabras del apóstol Pablo consignadas en Romanos 8:38, 39: “Estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni gobiernos, ni cosas aquí ahora, ni cosas por venir, ni poderes, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra creación podrá separarnos del amor de Dios”.
Para Elaine, paciente bipolar, su relación con Dios es un ancla. Encuentra gran alivio en estas palabras del salmista: “Un corazón quebrantado y aplastado, oh Dios, no lo despreciarás” (Salmo 51:17). “Me consuela mucho saber que Jehová, nuestro amoroso Padre celestial, me entiende —señala—. Recibo fuerzas siempre que le oro, sobre todo cuando me invaden la ansiedad y la congoja.”
Como vemos, vivir con un trastorno del ánimo plantea retos singulares que, como descubrieron Elaine y Cherie, pueden afrontarse mejor gracias a la oración, la confianza en Dios y el debido tratamiento médico. Ahora bien, ¿qué respaldo pueden brindar los familiares y amigos a quienes padecen trastorno bipolar o depresión?
[Nota]
a ¡Despertad! no respalda ningún tratamiento en particular. Cada cristiano debe asegurarse de que su elección armonice con los principios bíblicos.
[Comentario de la página 10]
“Tan pronto como comencé a recibir ayuda dejé de verlo todo tan negro. Ahora me siento mucho mejor.”—BRANDON
[Recuadro de la página 9]
Observaciones de un esposo
“Antes de enfermar, Lucia ayudó a muchas personas con su habilidad para ver el trasfondo de las cosas. Aun hoy, los que la visitan cuando está calmada se sienten atraídos por su calidez. Por lo general desconocen que alterna entre dos extremos —la depresión y la manía—, parte del legado del trastorno bipolar que soporta desde hace cuatro años.
”Durante la fase maníaca, no es raro que se quede en pie hasta la una, las dos o las tres de la mañana, pues tiene un torrente de creatividad en su cabeza y desborda energía. Además, suele derrochar el dinero y reaccionar de forma exagerada ante cualquier insignificancia. Se mete en las situaciones más peligrosas, creyéndose invencible e invulnerable al peligro, sea moral, físico o de otro tipo. Su impulsividad conlleva el riesgo de que se suicide. Y a la manía siempre viene pisándole los talones la depresión, cuya intensidad depende de la que haya tenido la primera de estas fases.
”La vida me ha cambiado por completo. Aunque Lucia recibe tratamiento, los logros de hoy no siempre serán iguales a los de ayer o a los de mañana. Todo dependerá de cómo evolucionen las circunstancias. Me he visto obligado a ser más flexible de lo que me creía capaz.”—Mario.
[Ilustración y recuadro de la página 11]
Cuando se recetan fármacos
Hay quien considera una muestra de debilidad medicarse. Pero veámoslo de esta forma: el diabético tiene que seguir un tratamiento que posiblemente incluya inyecciones de insulina. ¿Ha fracasado porque lo acepte? De ningún modo, pues no es más que un medio de equilibrar los nutrientes del organismo para mantenerse sano.
Otro tanto ocurre con los fármacos para la depresión y la bipolaridad. Es cierto que algunos pacientes se han beneficiado de sesiones de psicoterapia que les han permitido entender mejor su problema. Pero hay que tener cautela: si existe un desequilibrio químico, la enfermedad no desaparecerá únicamente con razonamientos. Steven, quien es bipolar, dice: “La doctora que me trató hizo la siguiente comparación: podemos darle todas las lecciones de conducir que queramos a una persona, pero si tiene que manejar un vehículo sin volante ni frenos, las lecciones no le valdrán de mucho. De igual modo, si en el caso del deprimido recurrimos solo a la terapia cognitiva, probablemente no obtengamos los resultados apetecidos. Primero será muy útil equilibrar la química cerebral”.
[Ilustración de la página 10]
La Biblia es una fuente de ánimo para quien vive asediado por ideas negativas
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Cómo brindar ayuda¡Despertad! 2004 | 8 de enero
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Cómo brindar ayuda
SEGURAMENTE conozcamos a alguien que sufre depresión o trastorno bipolar. En tal caso, ¿qué apoyo puede dársele? He aquí un buen consejo de D. J. Jaffe, de la Alianza Nacional para los Enfermos Mentales: “No confundamos el padecimiento con el paciente; más bien, odiemos la enfermedad y amemos al enfermo”.
Susanna, amiga de una paciente bipolar, tiene el aguante y el amor necesarios para obrar así. “A veces —dice Susanna—, ni me soportaba a su lado.” Pero, en vez de abandonar a la enferma, se informó sobre su mal. “Ahora entiendo —prosigue— cuánto influía el trastorno en su conducta.” En su opinión, los resultados compensan con creces el esfuerzo por comprender a la afectada: “Llegas a querer y apreciar a la bella persona oculta tras la enfermedad”.
Cuando la víctima es un familiar, es esencial darle apoyo incondicional. Mario —citado antes en este reportaje— no tardó en aprender la lección. Su esposa, Lucia, de quien también se habló antes, es bipolar. “Al principio —señala Mario— me fue útil acompañarla al médico y estudiar esta extraña patología para saber a qué atenernos. Además, Lucia y yo hablábamos mucho, y fuimos lidiando con los problemas según se presentaban.”
Apoyo de la congregación cristiana
Las Escrituras exhortan a los cristianos a que “hablen confortadoramente a las almas abatidas” y “tengan gran paciencia para con todos” (1 Tesalonicenses 5:14). ¿Cómo pueden lograrlo? En primer lugar, es importante distinguir entre la enfermedad mental y la espiritual. Así, aunque Santiago escribió en la Biblia que la oración puede sanar a los afectados de indisposiciones espirituales (Santiago 5:14, 15), Jesús indicó que las enfermedades físicas requieren la intervención de un médico (Mateo 9:12). Claro, siempre es pertinente y provechoso orar a Jehová acerca de cualquier preocupación, lo que incluye nuestra salud (Salmo 55:22; Filipenses 4:6, 7). Sin embargo, la Palabra de Dios no da a entender que solucionaremos los problemas médicos actuales con tan solo aumentar nuestra participación en las actividades espirituales.
Por ello, el cristiano prudente no insinúa que el deprimido tenga la culpa de estarlo. Tales comentarios serían tan inútiles como los de quienes supuestamente pretendían consolar a Job (Job 8:1-6). La realidad es que, en muchos casos, no habrá mejoría a menos que el enfermo reciba tratamiento médico, particularmente si padece depresión grave y tal vez hasta muestra tendencias suicidas. En tales casos es imprescindible la atención profesional.
Con todo, el cristiano puede dar un gran apoyo a sus hermanos en la fe, si bien va a tener que armarse de paciencia. Por ejemplo, ciertos aspectos de las actividades cristianas resultan sumamente difíciles para quien sufre un trastorno del estado de ánimo. Así lo admite Diana, paciente bipolar: “Me cuesta mucho participar en el ministerio. No es fácil hablar de las animadoras buenas nuevas de la Biblia cuando una misma no se siente ni bien ni animada”.
El paciente se beneficiará de nuestra empatía (1 Corintios 10:24; Filipenses 2:4). Sí, hay que tratar de ver los asuntos desde su perspectiva y no agobiarlo esperando demasiado de él. “Cuando me aceptan como soy ahora —dice Carl, enfermo de depresión—, siento que poco a poco vuelvo a integrarme. Varios hermanos mayores me han ayudado con paciencia a fortalecer mi relación con Dios, y he tenido la dicha de ayudar a otros a hacer lo mismo.”
Nuestro respaldo aliviará considerablemente la angustia del enfermo. Así le ocurrió a Brenda, cristiana que también es bipolar: “Los hermanos de la congregación me han demostrado un extraordinario apoyo y comprensión en mis horas bajas, y nunca han insinuado que estuviera débil espiritualmente. A veces me han invitado a acompañarles al ministerio haciéndome el favor de hablar solo ellos, y otras me han reservado un asiento en el Salón del Reino para que pueda entrar cuando ya están todos acomodados”.
Cherie, que como se indicó en un artículo anterior padece depresión, admite el enorme valor de la asistencia, el amor y la empatía de los superintendentes de su congregación: “Cuando me confirman que Jehová me quiere, me leen pasajes de la Palabra de Dios, me hablan del propósito divino de traer un paraíso donde reinen la paz y el bienestar, y oran conmigo, aunque sea por teléfono, se me quita un gran peso de encima. Entonces sé que ni Jehová ni mis hermanos me han abandonado, lo cual me infunde nuevas fuerzas”.
Es innegable que los parientes y amigos que brindan apoyo significativo contribuyen mucho al bienestar del enfermo. “Creo que ahora controlo bastante bien mi vida —dice Lucia—. Mi esposo y yo hemos luchado juntos para salir adelante, y ahora estamos mejor que nunca.”
Muchos afectados de diversos males psíquicos comprenden que la lucha será larga. Pero la Biblia promete que Dios traerá un nuevo mundo donde “ningún residente dirá: ‘Estoy enfermo’” (Isaías 33:24). En efecto, habrán desaparecido las angustiosas dolencias que afligen a gran parte de la humanidad. Es reconfortante reflexionar sobre la promesa divina del nuevo mundo, del cual se habrán ido para siempre todos los padecimientos, incluidos los trastornos del estado de ánimo. Como dice la Biblia, en aquel tiempo no habrá lamento ni clamor ni dolor (Revelación [Apocalipsis] 21:4).
[Comentario de la página 12]
Jesús indicó que las enfermedades requieren la intervención de un médico (MATEO 9:12)
[Comentario de la página 13]
La Biblia promete que Dios traerá un nuevo mundo donde “ningún residente dirá: ‘Estoy enfermo’” (ISAÍAS 33:24)
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