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¡Sus hijos están en peligro!¡Despertad! 1993 | 8 de octubre
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¡Sus hijos están en peligro!
El abuso deshonesto de menores constituye una deplorable realidad de este mundo enfermo. La revista Lear’s comentó: “Afecta a más personas que el cáncer, que las enfermedades cardíacas y que el sida”. Por eso ¡Despertad! siente la obligación de alertar a sus lectores de este peligro e informarles sobre lo que se puede hacer al respecto. (Compárese con Ezequiel 3:17-21; Romanos 13:11-13.)
EN LOS últimos años, el abuso deshonesto de menores ha provocado gran escándalo en todo el mundo. No obstante, como en los medios informativos han aparecido tantos casos de celebridades que confiesan haber sido víctimas de abuso durante su infancia, existen algunas ideas equivocadas sobre el particular. Hay quienes creen que la razón por la que se habla tanto del tema es porque está de moda. Pero, a decir verdad, este tipo de abuso sexual no es nada nuevo. Prácticamente se remonta a los comienzos de la historia humana.
Un problema antiguo
Hace unos cuatro mil años, las ciudades de Sodoma y Gomorra eran famosas por su depravación. Parece ser que la pedofilia (perversión sexual en la que el objeto erótico son los niños) era uno de los muchos vicios de aquella región. En Génesis 19:4 se cuenta que una turba de maníacos sexuales sodomitas, “desde el muchacho hasta el viejo”, pretendía violar a los dos invitados de Lot. Pues bien, reflexione en lo siguiente: ¿por qué simples muchachos estarían tan obsesionados con la idea de violar a hombres? Es obvio que ya se les había iniciado en las perversiones homosexuales.
Siglos después, la nación de Israel se estableció en la región de Canaán. Los residentes de aquella zona estaban tan sumidos en el incesto, la sodomía, la bestialidad, la prostitución y hasta el sacrificio ritual de niños a los dioses demoníacos, que la Ley mosaica tuvo que prohibir de forma expresa todos estos actos repugnantes. (Levítico 18:6, 21-23; 19:29; Jeremías 32:35.) A pesar de las advertencias divinas, los israelitas rebeldes, incluidos algunos de sus gobernantes, adoptaron estas prácticas infames. (Salmo 106:35-38.)
Las antiguas civilizaciones de Grecia y Roma, sin embargo, fueron mucho peores que Israel en este respecto. El infanticidio era común en ambas, y en Grecia, por ejemplo, gozaban de amplia aceptación las relaciones sexuales de adultos con jovencitos. En todas las ciudades de la antigua Grecia florecieron los burdeles de muchachos. En el Imperio romano estaba tan extendida la prostitución infantil que se crearon impuestos y fiestas especiales para ese tipo de trata. En las arenas se violaba a las muchachas y se las obligaba a participar en actos de bestialidad. En muchas otras naciones de la antigüedad se practicaban atrocidades similares.
¿Qué puede decirse de nuestros tiempos? ¿Son los seres humanos demasiado civilizados hoy día como para que prosperen actos sexuales tan horribles? Los estudiantes de la Biblia no pueden compartir esta opinión. Saben muy bien que el apóstol Pablo calificó nuestra época de “tiempos críticos, difíciles de manejar”. Entre los detalles que citó estaban el extendido amor a uno mismo, el amor a los placeres y la falta de cariño natural dentro de la familia que invade a la sociedad moderna, y añadió: “Los hombres inicuos e impostores avanzarán de mal en peor”. (2 Timoteo 3:1-5, 13; Revelación 12:7-12.) ¿Se ha agudizado el problema del abuso deshonesto de menores, perpetrado tantas veces por “hombres inicuos e impostores”?
Un problema apremiante
El abuso sexual de menores suele mantenerse en secreto, hasta tal grado que se le considera probablemente el delito que menos se denuncia. A pesar de todo, tales crímenes han aumentado vertiginosamente en las últimas décadas. Una encuesta sobre este tema realizada por Los Angeles Times reveló que en Estados Unidos el 27% de las mujeres y el 16% de los hombres habían sido objeto de abuso sexual durante su infancia. Aunque estas cifras son de por sí escandalosas, otras estimaciones fiables indican que la cantidad de casos en dicho país ha aumentado considerablemente.
En Malaysia, las noticias de abuso deshonesto de menores se han cuadruplicado en la pasada década. En Tailandia, alrededor del 75% de los hombres encuestados admitió que tenía relaciones con niñas prostitutas. En Alemania, las autoridades calculan que 300.000 niños sufren abuso sexual cada año. Según el periódico sudafricano Cape Times, la cantidad de denuncias de tales abusos aumentó en un 175% durante un período reciente de tres años. En los Países Bajos y Canadá, los investigadores han descubierto que alrededor de una tercera parte de todas las mujeres fueron víctimas de abuso sexual durante su infancia. En Finlandia, el 18% de las muchachas de noveno grado (de 15 ó 16 años) y el 7% de los muchachos de la misma edad dijeron haber tenido contacto sexual con alguien por lo menos cinco años mayor que ellos.
En diversos países han salido a la luz espantosos casos de cultos religiosos cuyos ritos incluyen el abuso de niños con prácticas sexuales sádicas y torturas. Con frecuencia, a los que revelan que han sido víctimas de tales crímenes se les escucha con incredulidad más bien que con compasión.
De modo que el abuso deshonesto de menores no es nada nuevo ni nada raro; es un problema antiguo que hoy día alcanza proporciones epidémicas. Su impacto puede ser devastador. Muchas víctimas tienen profundos sentimientos de inutilidad y poca autoestima. Los expertos en la materia han enumerado algunas de las secuelas comunes en las muchachas que han sido víctimas de incesto, entre ellas huir de casa, darse a la droga o a la bebida, sufrir depresión, tratar de suicidarse, llevar una vida de delincuencia y promiscuidad, padecer trastornos del sueño y tener problemas de aprendizaje. Y como repercusiones a largo plazo se pueden citar la poca capacidad para desempeñar el papel de madres, la frigidez, la falta de confianza en los hombres, el matrimonio con un pedófilo, el lesbianismo, la prostitución, o quizás lleguen a abusar de menores ellas mismas.
Sin embargo, estas consecuencias no son inevitables, y nadie puede excusar una mala conducta tan solo por haber sufrido abusos deshonestos en el pasado. Los abusos no predestinan a sus víctimas a convertirse en personas inmorales o delincuentes, ni tampoco las exime de toda responsabilidad personal por las decisiones que tomen posteriormente en su vida. No obstante, el peligro existe; de ahí que sea urgente contestar la pregunta: ¿cómo podemos proteger a los niños de los abusos deshonestos?
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¿Cómo podemos proteger a nuestros hijos?¡Despertad! 1993 | 8 de octubre
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¿Cómo podemos proteger a nuestros hijos?
“No lo reveles nunca; será nuestro secreto.”
“Nadie te creería.”
“Si lo dices, tus padres te odiarán. Sabrán que fue tu culpa.”
“¿Ya no quieres ser mi amiga íntima?”
“No querrás que me metan en la cárcel, ¿verdad?”
“Si dices algo, mataré a tus padres.”
DESPUÉS de utilizar a niños para satisfacer la lascivia, después de arrebatarles su seguridad y su inocencia, los que abusan de menores todavía quieren algo más de sus víctimas: SU SILENCIO. Para conseguirlo, recurren a la vergüenza, el secreto y hasta el terror. Así se despoja a los niños de su mejor arma contra el abuso: la voluntad de contar lo que les sucede, de hablar y pedir la protección de un adulto.
Lo trágico es que muchas veces la sociedad adulta colabora inconscientemente con los que abusan de los niños. ¿Cómo? Al negarse a abrir los ojos a este peligro, al fomentar la actitud de que debe mantenerse en secreto y al creer mitos que están muy difundidos. La ignorancia, la información errónea y el silencio protegen a los agresores, no a las víctimas.
Por ejemplo, la Conferencia Episcopal Católica de Canadá recientemente llegó a la conclusión de que una “conspiración general de silencio” fue la causa de que durante décadas se produjeran graves casos de abusos de menores entre el clero católico. Al informar sobre la generalizada plaga del incesto, la revista Time también dijo que la “conspiración del silencio” es un factor que “solo contribuye a perpetuar la tragedia” en las familias.
Sin embargo, Time indicó que esta conspiración por fin está desmoronándose. ¿Gracias a qué? Dicho escuetamente, gracias a la educación. La revista Asiaweek ofrece la siguiente explicación: “Todos los expertos concuerdan en que la mejor defensa contra el abuso de menores es que este sea de conocimiento público”. Para defender a sus hijos, los padres tienen que entender la realidad del peligro. No se quede a oscuras por causa de mitos que protegen a los agresores y no a los niños. (Véase el recuadro de la página siguiente.)
Eduque a sus hijos
El sabio rey Salomón le dijo a su hijo que el conocimiento, la sabiduría y la capacidad de pensar podrían protegerlo “del mal camino, del hombre que habla cosas perversas”. (Proverbios 2:10-12.) ¿No es precisamente eso lo que necesitan los niños? Bajo el encabezamiento “La víctima ideal”, el folleto del FBI titulado Child Molesters: A Behavioral Analysis, dice: “Para la mayoría de los niños, la sexualidad es un tema tabú del que reciben poca información exacta, en especial de boca de sus padres”. No permita que sus hijos se conviertan en “víctimas ideales”. Explíqueles todo lo que necesitan saber sobre los asuntos sexuales.a Por ejemplo, ningún niño debería llegar a la pubertad sin conocer los cambios que experimentará su cuerpo durante ese período. La ignorancia hará que se sientan confusos y avergonzados, y los hará vulnerables.
Una mujer a la que llamaremos Janet sufrió abusos sexuales de niña, y lo mismo les ocurrió a sus dos hijos años más tarde. Ella dice: “Nos educamos en un medio en el que se excluía hablar de la sexualidad. Así que crecí con la idea de que era algo bochornoso, algo de lo cual avergonzarse. Y lo mismo pasó cuando tuve hijos. Podía hablar del tema con los hijos de otras personas, pero no con los míos. Creo que eso es contraproducente, porque si los padres no hablan de estas cosas a sus hijos, los hacen vulnerables”.
Se puede enseñar a los niños desde muy temprana edad a protegerse de los abusos deshonestos. Cuando enseñe a sus hijos el nombre de la vagina, los pechos, el ano o el pene, explíqueles que dichas partes son buenas, que son especiales, pero que también son íntimas. “No deben permitir que nadie las toque, ni siquiera mamá o papá, ni tampoco un médico, a menos que mamá o papá estén presentes o hayan dado su consentimiento.”b Lo ideal es que estos temas los expongan ambos progenitores o los adultos bajo cuya custodia esté el niño.
En la obra The Safe Child Book (Libro para la seguridad del niño), Sherryll Kraizer dice que si bien los niños deberían sentirse libres de no hacer caso al presunto agresor, de gritar o de huir, muchos de los que han sufrido abusos deshonestos explican después que no querían parecer maleducados. Por eso los niños necesitan saber que algunos adultos hacen cosas malas y que ellos, aunque sean niños, no tienen que obedecer a nadie que les diga que hagan algo malo. En tales ocasiones el niño tiene absoluto derecho a decir que no, tal como hicieron Daniel y sus compañeros cuando ciertos adultos de Babilonia quisieron hacerles comer alimentos inmundos. (Daniel 1:4, 8; 3:16-18.)
Un método docente que muchos recomiendan es el juego de “¿Y si...?”. Por ejemplo: usted pudiera preguntar al niño: “¿Y si tu profesor te dijera que le pegaras a otro niño? ¿Qué harías?”. O: “¿Y si (mamá, papá, un ministro religioso, un policía) te dijera que te tiraras por la ventana de un edificio alto?”. Puede que la respuesta del niño no sea adecuada o sencillamente sea errónea, pero no lo corrija con severidad. El juego no tiene que sobresaltarlo ni asustarlo; en realidad, los expertos recomiendan que se practique este juego de una manera bondadosa, cariñosa y hasta alegre.
Luego enseñe a sus hijos a rechazar las muestras de afecto impropias o que les incomoden. Pregúnteles, por ejemplo: “¿Y si alguna de las amistades de mamá y papá quisiera besarte de una manera que te hiciera sentir raro?”.c Con frecuencia lo mejor es animar al niño a demostrar lo que haría, como si se tratara de un juego llamado: “Vamos a suponer que”.
Este mismo método puede ser útil al enseñar a los niños a resistir otras tácticas de los que perpetran abusos deshonestos. Por ejemplo, usted pudiera preguntar: “¿Y si alguien te dice: ‘¿Sabes? Eres mi preferido. ¿No quieres ser mi amigo?’?”. Cuando el niño aprenda a resistir ese tipo de táctica, pase a otras. Pudiera preguntarle: “Si alguien te dijera: ‘No querrás herir mis sentimientos, ¿verdad?’. ¿Qué le responderías?”. Enseñe al niño a decir que no a las proposiciones deshonestas tanto de palabra como con ademanes claros y firmes. Recuerde que los agresores acostumbran a probar cómo responden los niños a una insinuación sutil. De modo que hay que enseñarles a que opongan firme resistencia y digan: “Lo denunciaré”.
Sea concienzudo al enseñar
No limite dicha enseñanza a una sola conversación. Los niños necesitan que se les repitan las cosas muchas veces. Decida usted mismo lo explícita que debería ser la enseñanza, pero sea concienzudo.
Anticípese sin falta a cualquier intento de un agresor de hacer un pacto secreto con su hijo. Los niños deben saber que nunca está bien que un adulto les pida ocultar algo a uno de los padres. Incúlqueles que contar un secreto a los padres siempre está bien, aunque hayan prometido no hacerlo. (Compárese con Números 30:12, 16.) Algunos agresores chantajean al niño si saben que ha desobedecido alguna norma de la familia. Su argumento es: “Yo no diré nada de ti si tú no dices nada de mí”. Por lo tanto, los niños deberían saber que sus padres nunca se enfadarán con ellos por contar lo que les pasa, ni siquiera en tales circunstancias. No les pasará nada si lo cuentan.
Como parte de esta instrucción, debe enseñar también a sus hijos a resistir las amenazas. Algunos agresores han matado animales pequeños delante de un niño y lo han amenazado con hacer lo mismo a sus padres. Otros han dicho a su víctima que abusarán de sus hermanos menores. De modo que inculque en sus hijos que siempre deben denunciar a cualquiera que intente abusar de ellos, prescindiendo de lo espantosas que sean las amenazas.
A este respecto la Biblia puede ser un instrumento docente útil. Como recalca tan intensamente que Jehová es todopoderoso, puede hacer que las amenazas del agresor parezcan menos espantosas. Los niños necesitan saber que, prescindiendo de las amenazas, Jehová puede ayudar a su pueblo. (Daniel 3:8-30.) Aun cuando personas malas hagan daño a aquellos a quienes Jehová ama, él siempre puede reparar después el daño y hacer que las cosas vuelvan a ir bien. (Job, capítulos 1 y 2; 42:10-17; Isaías 65:17.) Asegúreles que Jehová lo ve todo, tanto a los que hacen cosas malas como a las personas buenas que hacen todo lo posible por resistirlos. (Compárese con Hebreos 4:13.)
Cautelosos como serpientes
No son muchos los pederastas que se valen de la fuerza física para abusar de un niño. Por lo general, primero prefieren trabar amistad con los niños. Por eso es muy apropiado el consejo de Jesús de ser “cautelosos como serpientes”. (Mateo 10:16.) Una de las mejores maneras de evitar el abuso deshonesto de menores es la estrecha supervisión de padres cariñosos. Algunos agresores buscan un niño que esté solo en un lugar público y entablan una conversación que despierte su curiosidad. (“¿Te gustan las motos?” “Ven a ver los cachorritos que tengo en el camión.”) Es cierto que los padres no pueden estar con sus hijos en todo momento, y los pediatras reconocen que los niños necesitan cierta libertad de movimiento. Sin embargo, los padres precavidos no conceden demasiada libertad a sus hijos antes de tiempo.
Procure conocer bien a cualquier adulto o joven de más edad que tenga una relación estrecha con sus hijos, y sea especialmente precavido cuando decida quién debería cuidarlos durante su ausencia. Si nota que sus hijos se sienten raros o incómodos con cierta niñera, vaya con cuidado. También sea cauteloso con los adolescentes que parecen mostrar un interés excesivo en los niños más pequeños y no tienen amigos de su misma edad. Investigue a fondo las guarderías y las escuelas. Visite todas las instalaciones, hable con el personal y observe bien cómo se relacionan con los niños. Pregunte si tienen inconveniente en que se presente sin avisar para comprobar que sus hijos están bien; si no se lo permiten, busque otra guardería. (Véase ¡Despertad! del 8 de diciembre de 1987, páginas 3-11.)
De todas formas, la triste realidad es que ni siquiera los mejores padres pueden controlar todo lo que les ocurre a sus hijos. (Eclesiastés 9:11.)
Pero si existe cooperación entre los padres, hay una cosa que podrán controlar: el ambiente hogareño. Y como la mayoría de los abusos deshonestos de menores se perpetran en el hogar, este será el tema de que tratará el siguiente artículo.
b Por supuesto, los padres tienen que bañar y cambiar los pañales de sus hijos pequeños, y en tales ocasiones lavan sus partes íntimas. No obstante, enseñe a sus hijos a bañarse ellos mismos desde temprana edad; algunos pediatras recomiendan que, de ser posible, ya sepan lavarse sus partes íntimas para cuando tengan 3 años.
c Algunos expertos advierten que si se obliga al hijo a besar o abrazar a toda persona que pide dicha muestra de afecto, se puede minar la educación que se le está dando. Por eso algunos padres enseñan a sus hijos a excusarse con educación o a saludar de otra forma cuando les piden una muestra de afecto que no desean dar.
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