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El dinero y los valores morales: una lección de la historiaLa Atalaya 2006 | 1 de febrero
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El dinero y los valores morales: una lección de la historia
EL 7 de abril de 1630, cerca de cuatrocientas personas zarparon de Inglaterra en cuatro embarcaciones con destino al Nuevo Mundo. Entre los pasajeros había gente muy culta, prósperos hombres de negocios y hasta miembros del Parlamento. Su país atravesaba una aguda crisis económica, agravada por la guerra de los Treinta Años (1618-1648). Así que decidieron arriesgarse y dejar sus casas, negocios y parientes para ir en busca de mejores oportunidades.
Aquellos viajeros llenos de esperanzas no eran simples comerciantes oportunistas: eran puritanos fervorosos que huían de la persecución religiosa.a Su verdadero objetivo era establecer una comunidad temerosa de Dios, donde ellos y sus descendientes pudieran prosperar económicamente sin tener que violar las normas de la Biblia. Poco después de haber desembarcado en Salem (Massachusetts), reclamaron una parcela de terreno cerca de la costa y dieron a su nuevo hogar el nombre de Boston.
Difícil equilibrio
John Winthrop, líder y gobernador de la nueva colonia, hizo cuanto pudo por fomentar la riqueza privada y el bien común. Quería que la gente tuviera dinero y valores morales al mismo tiempo, pero resultó muy difícil mantener el equilibrio. Previendo que habría dificultades, habló largo y tendido a sus compañeros sobre el papel de las riquezas en una sociedad temerosa de Dios.
Al igual que otros líderes puritanos, Winthrop creía que la búsqueda de riquezas no era de por sí mala. Afirmaba que el principal propósito de estas era ayudar al prójimo; por eso, cuanto más rica fuera una persona, mayor bien podría efectuar. “Pocas cuestiones perturbaron tanto el pensamiento puritano como las riquezas —observa la historiadora Patricia O’Toole—. Estas eran tanto un indicio de la bendición de Dios como una poderosa tentación al pecado del orgullo [...] y a los pecados de la carne.”
Con el fin de evitar los pecados que pueden derivar de la prosperidad y el lujo, Winthrop aconsejaba moderación y templanza. Pero muy pronto el espíritu empresarial de sus conciudadanos chocó con sus intentos de obligarlos a cumplir los preceptos religiosos y amarse mutuamente. Los disidentes empezaron a oponerse a lo que consideraban una severa intromisión de Winthrop en su vida privada. Algunos iniciaron una campaña para elegir una asamblea que participara en la toma de decisiones. Otros simplemente se mudaron a la vecina región de Connecticut para seguir tras sus propios intereses.
“Oportunidad, prosperidad, democracia —dice O’Toole—: todas ellas constituyeron fuerzas poderosas en la vida del Massachusetts puritano, y todas alimentaron las ambiciones individuales a costa del ideal de comunidad que abrigaba Winthrop.” Este murió casi en la miseria en 1649, a la edad de 61 años. Si bien la frágil colonia sobrevivió a muchas dificultades, él no vivió para ver cumplido su sueño.
Continúa la búsqueda
La visión idealista que tenía John Winthrop de un mundo mejor no pereció con él. Anualmente, cientos de miles de personas emigran del sudeste asiático, África, Europa oriental y Latinoamérica con la esperanza de hallar una vida mejor. Hay quienes buscan hacerse ricos, tal como prometen los centenares de libros, cursillos y sitios de Internet que aparecen cada año. Obviamente, todavía hay muchos que esperan ganar dinero sin tener que renunciar a los valores morales.
Pero, siendo francos, los resultados han sido muy decepcionantes. Quienes van en busca de la prosperidad por lo general acaban sacrificando sus principios y, a veces, hasta su fe, en el altar de las riquezas. De ahí que no falten razones para preguntarse: “¿Puede alguien ser un cristiano verdadero y ser rico al mismo tiempo? ¿Habrá algún día una sociedad temerosa de Dios y próspera en sentido material y espiritual?”. La Biblia responde a estas preguntas, como veremos en el siguiente artículo.
[Nota]
a El nombre puritanos se aplicó en el siglo XVI a los protestantes que pertenecían a la Iglesia Anglicana y querían purificarla de todo rastro del catolicismo romano.
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Prosperidad auténtica en el nuevo mundo de DiosLa Atalaya 2006 | 1 de febrero
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Prosperidad auténtica en el nuevo mundo de Dios
DAVID,a cabeza de familia cristiano, se marchó a Estados Unidos convencido de que hacía lo correcto. Aunque no le gustaba tener que dejar atrás a su esposa y sus hijos, estaba seguro de que podría darles una vida mejor si ganaba más dinero. Por eso aceptó la invitación de unos familiares que vivían en Nueva York, donde no tardó en conseguir trabajo.
Sin embargo, el optimismo de David fue decayendo con el correr de los meses. Disponía de muy poco tiempo para las actividades espirituales, y llegó un momento en que casi perdió la fe en Dios. Pero no fue sino hasta que sucumbió a una tentación de índole moral que abrió los ojos a la realidad: su empeño en prosperar materialmente lo había ido alejando de las cosas que de veras le importaban. Tenía que hacer cambios radicales.
Al igual que David, cada año muchos cristianos de países pobres emigran con la esperanza de mejorar económicamente; no obstante, muy a menudo pagan un terrible precio en sentido espiritual. La pregunta que algunos se plantean es si será posible obtener riquezas materiales y a la vez ser rico para con Dios. Famosos escritores y predicadores dicen que sí es posible; pero como han aprendido David y otras personas, es difícil compatibilizar ambas metas (Lucas 18:24).
El dinero no es malo
El dinero, por supuesto, es una invención humana, y como sucede con tantos otros inventos, por sí solo no es ni bueno ni malo. En realidad, no es más que un medio para efectuar transacciones, así que cuando se emplea adecuadamente, cumple una buena función. La Biblia, por ejemplo, reconoce que “el dinero es para una protección”, sobre todo contra los problemas relacionados con la pobreza (Eclesiastés 7:12). Se diría que “el dinero es la respuesta para todo”, o al menos así lo ven algunas personas (Eclesiastés 10:19, Nueva Biblia de los Hispanos).
Las Escrituras condenan la pereza e incentivan el trabajo duro. Debemos mantener a nuestra familia inmediata, y si nos sobra un poco, contaremos con “algo que distribuir a alguien que tenga necesidad” (Efesios 4:28; 1 Timoteo 5:8). Por otro lado, en lugar de recomendar una vida de privaciones, la Biblia anima a todos a gozar de sus bienes, sí, a “llevarse su porción” y disfrutar del fruto de su trabajo (Eclesiastés 5:18-20). De hecho, las Escrituras contienen ejemplos de hombres y mujeres fieles que fueron ricos.
Hombres fieles que fueron ricos
Entre los fieles siervos de Dios se destaca Abrahán, quien tenía muchas riquezas en ganado, plata y oro, así como centenares de siervos (Génesis 12:5; 13:2, 6, 7). El justo Job también poseía muchos bienes: ganado, siervos, oro y plata (Job 1:3; 42:11, 12). Estos hombres fueron ricos incluso según los criterios actuales, pero, sobre todo, fueron ricos para con Dios.
El apóstol Pablo llama a Abrahán “el padre de todos los que tienen fe”. Abrahán no fue tacaño ni mostró apego excesivo a sus posesiones (Romanos 4:11; Génesis 13:9; 18:1-8). Lo mismo puede decirse de Job, a quien el propio Dios llamó “hombre sin culpa y recto” (Job 1:8). Siempre estuvo dispuesto a ayudar a los pobres y a los desamparados (Job 29:12-16). Tanto Abrahán como Job confiaron en Dios más bien que en sus riquezas (Génesis 14:22-24; Job 1:21, 22; Romanos 4:9-12).
Otro ejemplo lo tenemos en el rey Salomón. Al ascender al trono de Dios en Jerusalén, fue bendecido con sabiduría divina, así como con abundantes riquezas y gloria (1 Reyes 3:4-14). La mayor parte de su vida se mantuvo fiel, aunque al final “su corazón no resultó completo para con Jehová” (1 Reyes 11:1-8). Su triste experiencia, de hecho, ilustra los peligros más comunes de la prosperidad. Veamos algunos.
Peligros de la prosperidad
El peligro más grave es hacerse amante del dinero y de lo que este puede adquirir. Las riquezas despiertan en algunos un apetito insaciable. Observando esa tendencia, Salomón escribió al principio de su reinado: “Un simple amador de la plata no estará satisfecho con plata, ni ningún amador de la riqueza con los ingresos. Esto también es vanidad” (Eclesiastés 5:10). Posteriormente, tanto Jesús como el apóstol Pablo pusieron a los cristianos en guardia contra este amor engañoso (Marcos 4:18, 19; 2 Timoteo 3:2).
Cuando el dinero se convierte en objeto de nuestro amor y no en un simple medio para lograr nuestros fines, quedamos expuestos a todo tipo de tentaciones, como la mentira, el robo y la traición. Judas Iscariote, uno de los apóstoles de Cristo, traicionó a su Maestro por 30 miserables piezas de plata (Marcos 14:11; Juan 12:6). Algunos llegan al extremo de dar culto al dinero en vez de a Dios (1 Timoteo 6:10). Por eso, el cristiano debe analizar siempre con honradez el verdadero motivo por el que desea ganar más dinero (Hebreos 13:5).
El afán de riquezas entraña otros peligros más sutiles. En primer lugar, la opulencia favorece la confianza en uno mismo. Jesús apuntó a este peligro cuando habló del “poder engañoso de las riquezas” (Mateo 13:22). Del mismo modo, el escritor bíblico Santiago aconsejó a los cristianos que no se olvidaran de Dios ni siquiera al hacer sus planes de negocios (Santiago 4:13-16). Puesto que parece que el dinero nos transmite cierta sensación de independencia, quienes lo tienen se enfrentan constantemente al peligro de confiar en él y no en Dios (Proverbios 30:7-9; Hechos 8:18-24).
En segundo lugar, tal como descubrió David, a quien mencionamos antes, la búsqueda de riquezas suele absorber tanto tiempo y energías que lentamente aleja a la persona de los intereses espirituales (Lucas 12:13-21). Los acaudalados se enfrentan también a la constante tentación de usar sus bienes ante todo para su propio placer o para alcanzar metas egoístas.
¿Qué pudiéramos decir de la ruina espiritual de Salomón? ¿Se debió, hasta cierto punto, a que permitió que el lujo le embotara los sentidos? (Lucas 21:34.) Aunque sabía que Dios prohibía expresamente formar alianzas matrimoniales con las naciones extranjeras, terminó reuniendo un harén de un millar de mujeres (Deuteronomio 7:3). En su afán por complacer a sus esposas extranjeras, intentó formar una especie de culto interconfesional para beneficio de ellas. Como vimos, su corazón se fue alejando de Jehová.
Los ejemplos anteriores muestran lo acertado que es el consejo de Jesús: “No pueden ustedes servir como esclavos a Dios y a las Riquezas” (Mateo 6:24). Entonces, ¿cómo puede el cristiano hacer frente a las dificultades económicas que atraviesa la mayoría de la gente? Y lo que es más importante, ¿qué esperanza hay de gozar de una vida mejor en el futuro?
La auténtica prosperidad está por venir
Los seguidores de Jesús hemos recibido una comisión que no se dio a los patriarcas Abrahán y Job, ni tampoco a la nación de Israel, a saber: “Hagan discípulos de gente de todas las naciones” (Mateo 28:19, 20). Cumplir con ella exige dedicar tiempo y esfuerzo que podrían emplearse en actividades no religiosas. La clave del éxito, por lo tanto, está en obedecer el mandato de Jesús: “Sigan, pues, buscando primero el reino y la justicia de Dios, y todas estas otras cosas les serán añadidas” (Mateo 6:33).
Tras casi perder su familia y su espiritualidad, David por fin volvió a encarrilarse. De nuevo dio prioridad al estudio de la Biblia, la oración y el ministerio, y las demás cosas empezaron a mejorar, tal como promete Jesús. La relación con su esposa y sus hijos se recuperó poco a poco. Regresaron a su vida la alegría y la satisfacción. Todavía trabaja arduamente para mantener a su familia, pues su caso no fue el del pobre que hizo fortuna; sin embargo, aprendió valiosas lecciones de su penosa experiencia.
David ahora cree que emigrar a Estados Unidos tal vez no haya sido lo más acertado, y tiene muy claro que no va a volver a dejar que el dinero lo domine a la hora de tomar una decisión. Ya sabe que las cosas más valiosas de la vida —una familia amorosa, buenos amigos y una estrecha relación con Dios— no se compran con dinero (Proverbios 17:17; 24:27; Isaías 55:1, 2). De hecho, la integridad moral vale mucho más que las riquezas (Proverbios 19:1; 22:1). Junto con su familia, David está decidido a poner primero lo más importante (Filipenses 1:10).
El hombre ha fracasado vez tras vez en sus intentos de construir una sociedad tanto próspera como moral. No obstante, Dios ha prometido que su Reino colmará nuestras necesidades físicas y espirituales (Salmo 72:16; Isaías 65:21-23). Jesús enseñó que la auténtica prosperidad comienza con la espiritualidad (Mateo 5:3). Por lo tanto, seamos pobres o ricos, dar primacía a los asuntos espirituales ahora es la mejor manera de prepararnos para el nuevo mundo de Dios que está por venir (1 Timoteo 6:17-19). Ciertamente, será un mundo próspero tanto económica como espiritualmente.
[Nota]
a Se le ha cambiado el nombre.
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