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    ¡Despertad! 2004 | 8 de marzo
    • Qué puede esperar el viajero

      Típico del forastero que llega a los Andes es lo que le sucedió a Doug. “Cuando estaba moviendo las maletas en el aeropuerto —explica—, me dio un mareo y casi me desmayo. Aunque se me pasó rápido, por una o dos semanas tuve dolor de cabeza y trastornos del sueño. Me despertaba de golpe sintiendo que me ahogaba. Durante un par de meses estuve sin apetito, con poca energía y con necesidad de dormir mucho.” Su esposa Katty añade: “Antes creía que los problemas de la altitud eran mentales. Ahora sé muy bien que no es así”.

      La perturbación del sueño que experimentó Doug —frecuente entre los recién llegados a grandes altitudes— se llama en medicina respiración periódica. Para quienes la sufren, se trata sin duda de una experiencia angustiosa, ya que, de vez en cuando, dejan de respirar unos segundos y a veces se despiertan sobresaltados tratando de tomar aire.

      Hay quienes no manifiestan ninguno de los síntomas anteriores. Mientras que las molestias solo se dan en algunos visitantes a los 2.000 metros, a los 3.000 afectan a la mitad de ellos. Cabe señalar que hasta los nativos que regresan a su hogar después de solo una semana o dos en las tierras bajas experimentan las mismas reacciones. ¿Por qué?

      El efecto de la altitud en el organismo

      Por lo general, el desencadenante es la escasez de oxígeno. Cuanto más subimos, más baja es la presión atmosférica. Tomando como referencia el nivel del mar, el contenido de oxígeno del aire se reduce en un 20% a los 2.000 metros, y en un 40% a los 4.000. Dicha disminución incide en casi todas las funciones corporales: los músculos pierden aguante, el sistema nervioso no soporta bien la tensión emocional y el aparato digestivo tolera mal la grasa. Normalmente, si precisamos más oxígeno, la reacción automática es compensar la carencia respirando con más intensidad. Entonces, ¿por qué no ocurre igual al llegar a una región elevada?

      Para empezar, la regulación del ritmo respiratorio es una maravilla que no terminamos de comprender. Al realizar una actividad trabajosa, no comenzamos a jadear solo porque nos falte oxígeno. Al parecer, el dióxido de carbono acumulado en la sangre por la actividad muscular es un factor clave que acelera la respiración. En realidad, cuando nos encontramos en un lugar alto, sí respiramos con más vigor, pero esto no basta para compensar la constante carencia de oxígeno.

      ¿Por qué duele la cabeza? Según una ponencia del primer Congreso Mundial de Medicina de Montaña y Fisiología de Altura, celebrado en La Paz (Bolivia), buena parte de los síntomas del mal de montaña (también llamado soroche o puna) se deben a una acumulación de líquido en el cerebro que crea presión dentro de la cabeza. Por lo visto, algunos se libran de estos efectos por sus dimensiones craneanas. De todos modos, casi nunca corre peligro la vida. Entre los síntomas que indican la conveniencia de buscar inmediatamente ayuda médica y descender están los siguientes: pérdida de control muscular, visión borrosa, alucinaciones y confusión mental.

      Precauciones

      Los efectos de la altura alcanzan su apogeo al segundo o tercer día. Por ello, unos días antes y después de la llegada conviene tomar comidas ligeras, sobre todo de noche. En vez de alimentos grasos, deben ingerirse carbohidratos, tales como arroz, avena y papas. Es recomendable guiarse por este refrán: Desayuna como un rey, almuerza como un príncipe y cena como un mendigo. Tampoco conviene abusar de nuestras fuerzas, pues pudiéramos agravar el mal de montaña. Dado que los jóvenes tienden a desoír este consejo, a menudo son los que más sufren.

      En vista de que en la montaña la atmósfera ofrece menos protección contra la nociva radiación solar, es muy recomendable llevar sombrero y aplicarse protector, así como usar unas gafas oscuras de buena calidad para que no se produzcan irritaciones o lesiones oculares. También conviene beber líquido en abundancia, pues el aire enrarecido reseca los ojos y los irrita aún más.

      Los facultativos recomiendan que los aquejados de marcado sobrepeso, hipertensión, anemia drepanocítica o enfermedades cardiopulmonares se hagan un reconocimiento cuidadoso antes de planear un viaje a regiones muy elevadas.a Además, en caso de resfriado grave, bronquitis o neumonía, tal vez convenga aplazar el viaje, pues la combinación de la altitud, la infección respiratoria y el esfuerzo favorece la formación de peligrosas acumulaciones de fluido en los pulmones. De hecho, las afecciones respiratorias privan de oxígeno hasta a los nativos y les provocan serios desequilibrios. Por otro lado, no es raro que los asmáticos se sientan mejor en lugares elevados. En el primer Congreso Mundial de Medicina de Montaña y Fisiología de Altura, un equipo de doctores rusos expusieron que han tratado determinados males llevando al paciente a una clínica situada a gran altitud.

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    ¡Despertad! 2004 | 8 de marzo
    • a En estas situaciones, a veces se receta acetazolamida para favorecer la respiración. También se anuncian otros preparados contra el mal de montaña, pero no cuentan con el aval de todos los especialistas.

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