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MozambiqueAnuario de los testigos de Jehová 1996
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Las dificultades de una nueva vida
Se abría un nuevo capítulo en la historia del pueblo de Jehová de Mozambique. Los hermanos malauianos, organizados en ocho aldeas, ya estaban bien adaptados a su nueva forma de vida en el monte y se habían hecho hábiles constructores de casas, Salones del Reino y hasta Salones de Asambleas. Así mismo, los que no sabían de agricultura habían aprendido. Muchos de los mozambiqueños, que nunca habían cultivado un campo, o machamba, estaban a punto de experimentar los rigores del trabajo en los campos. Durante los primeros meses, los recién llegados se beneficiaron de la amorosa hospitalidad de los hermanos malauianos, quienes los acogieron en sus hogares y compartieron con ellos el alimento. Pero ya era hora de que ellos construyeran sus propias aldeas.
La empresa no era fácil. Había empezado la estación de las lluvias, y la región fue bendecida con agua del cielo como nunca antes. Cuando el río Munduzi, que atravesaba el campo, inundó una región normalmente afectada por la sequía, los hermanos lo vieron como un símbolo del cuidado que Jehová les prodigaría. En efecto, contrario a lo que antes sucedía, durante los siguientes doce años el río no se secó ni siquiera una vez. Por otra parte, “el terreno fangoso y resbaladizo, causado naturalmente por la lluvia, era otra adversidad que afrontaban los que venían de vivir en la ciudad”, como recuerda el hermano Muthemba. No les resultaba fácil a las mujeres cruzar el río manteniendo el equilibrio en puentes improvisados, que no eran más que tres troncos. “Para los hombres que estábamos acostumbrados al trabajo de oficina suponía una difícil tarea internarse en el denso bosque y cortar árboles para construir las casas”, recuerda Xavier Dengo. La situación fue una prueba para la que algunos no estaban preparados.
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MozambiqueAnuario de los testigos de Jehová 1996
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Organización de las aldeas
Surgieron nueve aldeas mozambiqueñas, paralelas a las ocho malauianas y mirando hacia ellas. Ambos grupos, unidos por el “lenguaje puro”, convivirían por los siguientes doce años. (Sof. 3:9.) Las aldeas estaban divididas en manzanas, cada una de las cuales abarcaba ocho solares de aproximadamente 25 por 35 metros, con calles bien cuidadas. Las congregaciones se agrupaban según las manzanas. Como la proscripción impedía la construcción de Salones del Reino visibles, se fabricaron con este fin casas especiales en forma de “L”, y para simular que se trataba de viviendas, habitaba en ellas alguna viuda o una persona soltera. Durante las reuniones, el orador se paraba en la esquina de la “L”, desde donde podía ver el auditorio a ambos lados.
En los contornos de las aldeas estaban las machambas. También las congregaciones tenían su propia machamba, en cuyo cultivo participaban todos como contribución al mantenimiento de la congregación.
El tamaño de las aldeas variaba según el número de pobladores. De acuerdo con el censo realizado en 1979, la villa mozambiqueña número 7 era la más pequeña, con solo 122 publicadores y 2 congregaciones; en tanto que la número 9 era la mayor y la más distante: contaba con 1.228 publicadores y 34 congregaciones. En todo el campo había once circuitos. Los hermanos dieron al entero campo, formado por las aldeas malauianas y mozambiqueñas y sus zonas dependientes, el nombre de Círculo de Carico. El último censo que tenemos en nuestros archivos data de 1981, cuando la población total era de 22.529, de los cuales 9.000 eran publicadores activos. Posteriormente hubo mayor crecimiento. (El entonces presidente, Samora Machel, anunció que la población era de 40.000, según el folleto Consolidemos Aquilo Que nos Une, páginas 38 y 39.)
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