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  • Myanmar (Birmania)
    Anuario de los testigos de Jehová 2013
    • “¡Rachel, encontré la verdad!”

      Ese mismo año, Ron y Claude conocieron a Sydney Coote, un jefe de la estación de trenes de Yangón. Sydney aceptó un juego de diez de nuestros coloridos libros, que juntos parecían un arco iris. Tras leer algunos fragmentos de uno de ellos, llamó a su esposa y le dijo: “¡Rachel, encontré la verdad!”. Al poco tiempo, toda la familia Coote servía a Jehová.

      Sydney Coote (centro) estudiaba las Escrituras a fondo; él y su esposa, Rachel (izquierda), llevaron el mensaje bíblico a otras personas

      Sydney estudiaba las Escrituras a fondo. Su hija, Norma Barber, que fue misionera durante muchos años y ahora sirve en la sucursal de Gran Bretaña, cuenta: “Mi padre se hizo su propio libro de referencias bíblicas. Cada vez que hallaba un texto que explicaba una enseñanza bíblica, lo anotaba bajo el encabezamiento correspondiente. El libro se titulaba ¿Dónde está?”.

      Pero Sydney no solo quería comprender las Escrituras, también deseaba llevar el mensaje bíblico a otras personas. Así que envió a la sucursal de la India una carta preguntando si había Testigos en Birmania. Poco después recibió una gran caja de publicaciones y una lista de nombres. Norma recuerda: “Papá escribió a todas las personas de la lista, invitándolas a pasar un día con nosotros. Vinieron cinco o seis hermanos que nos enseñaron a predicar informalmente. Mis padres empezaron de inmediato a distribuir las publicaciones entre sus amigos y vecinos, y también se las enviaron junto con una carta a todos nuestros parientes”.

  • Myanmar (Birmania)
    Anuario de los testigos de Jehová 2013
    • Predicaba la verdad bíblica sin rodeos

      SYDNEY COOTE

      AÑO DE NACIMIENTO 1896

      AÑO DE BAUTISMO 1939

      OTROS DATOS Fue una de las primeras personas que aceptó la verdad en el país. Relatado por su sobrina, Phyllis Tsatos (antes D’Souza).

      ◆ MI TÍO fue quien nos dio testimonio.

      —¿De veras crees que Dios permite que la gente arda para siempre en el infierno?— me preguntó un día.

      —¡Claro! Eso es lo que enseña la Iglesia Católica— le respondí.

      —¿Qué harías si el perrito te mordiera?— preguntó señalando a mi perro, que estaba durmiendo frente a nosotros.

      —Le daría un golpecito para enseñarle que eso no se hace.

      —¿Y no sería mejor colgarlo de la cola y clavarle un hierro candente?— sugirió él.

      —¡Eso sería una crueldad!— exclamé horrorizada.

      —¿Una crueldad? —replicó—. ¡Pero si la Iglesia enseña que Dios atormenta a los pecadores para siempre en un infierno de fuego!

      Aquel razonamiento tan lógico y contundente hizo que me replanteara mis creencias. Poco después, ocho miembros de la familia nos hicimos testigos de Jehová.

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