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  • Hemos hecho de nuestra asignación misional nuestro hogar
    La Atalaya 2002 | 1 de diciembre
    • Desde que llegamos a nuestra asignación sentimos un deseo intenso de difundir el mensaje bíblico entre las poblaciones indígenas de los ovambo, los herero y los nama. Sin embargo, no fue fácil. En aquellos días, África del Sudoeste estaba bajo la jurisdicción del gobierno segregacionista sudafricano. Como éramos blancos, no se nos permitía dar testimonio en los vecindarios negros sin el permiso del gobierno. De vez en cuando lo solicitábamos, pero las autoridades se negaban a dárnoslo.

  • Hemos hecho de nuestra asignación misional nuestro hogar
    La Atalaya 2002 | 1 de diciembre
    • Entonces sucedió algo. La misma semana en que planeábamos partir, recibí el permiso de las autoridades locales para entrar en la comunidad negra de Katutura. ¿Qué haríamos? ¿Devolveríamos el permiso después de haber luchado durante siete años para conseguirlo? Era fácil decir que otros podían continuar el trabajo que habíamos empezado. Pero ¿no era esta una bendición de Jehová, una respuesta a nuestras oraciones?

      Tomé una decisión enseguida. Me quedaría, pues temía perder la oportunidad de conseguir la residencia permanente si todos nos marchábamos para Australia. Al día siguiente, cancelé mi reserva en el barco y envié a Coralie y Charlotte a Australia a pasar unas largas vacaciones.

      Durante su ausencia, empecé a predicar a los residentes de la comunidad negra. Hubo muchos que mostraron interés. Cuando Coralie y Charlotte regresaron, varias personas de dicha comunidad ya asistían a las reuniones.

      En aquel entonces yo tenía un automóvil viejo en el que llevaba a los interesados a las reuniones. Hacía cuatro o cinco viajes para cada reunión, transportando a siete, ocho o nueve pasajeros en cada viaje. Cuando salía la última persona del vehículo, Coralie preguntaba en broma: “¿A cuántos más traes debajo del asiento?”.

      Para ser más eficientes en la predicación, necesitábamos publicaciones en las lenguas indígenas. De modo que tuve el privilegio de encargarme de que se tradujera el tratado Vida en un nuevo mundo a cuatro idiomas locales: herero, nama, ndonga y kwanyama. Los traductores eran personas instruidas con quienes estudiábamos la Biblia, pero tenía que sentarme con ellos para cerciorarme de que tradujeran cada oración correctamente. El nama tiene un vocabulario limitado. Por ejemplo, en cierta ocasión yo trataba de transmitir el siguiente pensamiento: “Al principio Adán era un hombre perfecto”. Pero el traductor se rascaba la cabeza y decía que no recordaba la palabra nama para “perfecto”. “Ya sé —dijo por fin—, al principio Adán era como un melocotón maduro.”

      Contentos con nuestra asignación

      Han pasado cuarenta y nueve años desde que llegamos a este país, que ahora se conoce como Namibia. Ya no tenemos que obtener permisos para predicar en las comunidades negras. Namibia está bajo la jurisdicción de un nuevo gobierno que tiene una Constitución imparcial.

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