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Mantengo la fe bajo la opresión totalitaria¡Despertad! 2000 | 22 de septiembre
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“En Alemania, a los testigos de Jehová los fusilamos. ¿Ves esa arma? —me preguntó el oficial de la Gestapo señalando a un fusil apoyado en el rincón—. Podría atravesarte con la bayoneta sin remordimiento alguno.”
Recibí esta amenaza en 1942, durante la ocupación nazi de mi tierra natal, cuando solo tenía 15 años.
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Mantengo la fe bajo la opresión totalitaria¡Despertad! 2000 | 22 de septiembre
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La Gestapo me interroga
La ocupación alemana empezó aquel mismo año, y con ella vinieron continuas amenazas de castigo, pero nosotros no abandonamos nuestras actividades cristianas. Al año siguiente empecé a servir de precursor, utilizando una bicicleta para desplazarme. Fue poco después cuando recibí la amenaza de la Gestapo alemana que menciono en la introducción. Ocurrió de esta manera:
Cuando regresaba a casa después del ministerio, visité a dos hermanas en la fe, madre e hija. El esposo de la hija se oponía a nuestras creencias y quería averiguar por todos los medios dónde conseguía ella las publicaciones bíblicas. En aquella ocasión yo llevaba unas cuantas publicaciones y, además, los informes del ministerio de algunos hermanos cristianos. El marido de la hermana me vio salir de la casa.
“¡Deténgase!”, gritó. Yo agarré mi maletín y eché a correr.
“¡Deténgase! ¡Ladrón!”, vociferó. Los que trabajaban en el campo pensaron que había robado algo, y me detuvieron. El hombre me llevó a la comisaría, donde se encontraba un oficial de la Gestapo.
Al ver las publicaciones en mi maletín, el oficial gritó: “¡Rutherford! ¡Rutherford!”. A pesar de su acento alemán, no necesité ningún traductor para entender lo que le irritaba. El nombre de Joseph F. Rutherford, quien había sido el presidente de la Sociedad Watch Tower Bible and Tract, aparecía en la portada de los libros publicados por los testigos de Jehová. En ese momento, el hombre que me había llevado a la comisaría me acusó de ser el amante de su mujer. Tanto la policía como el oficial de la Gestapo se dieron cuenta de que la acusación era absurda, pues su esposa tenía suficiente edad para ser mi madre. De todas formas, empezaron a interrogarme.
Querían saber quién era, de dónde venía y, particularmente, dónde había conseguido los libros. Pero no revelé nada. Me golpearon varias veces y, tras mofarse de mí, me encerraron en un sótano. Después de tres días más de interrogatorio, finalmente me llevaron al despacho del oficial de la Gestapo, donde este me amenazó diciendo que me atravesaría con la bayoneta. Yo no sabía si tenía la intención de cumplir su amenaza. Agaché la cabeza, y se produjo un silencio que me pareció eterno. Entonces dijo con brusquedad: “Puedes marcharte”.
Está claro que en aquel tiempo era muy difícil predicar, y también lo era celebrar nuestras reuniones. El 19 de abril de 1943 nos habíamos reunido en dos habitaciones de una casa de Horyhliady para la Conmemoración anual de la muerte de Cristo (Lucas 22:19). Cuando estábamos a punto de empezar, alguien gritó que la policía se acercaba. Algunos nos escondimos en el jardín, pero mi hermana Anna y otras tres mujeres bajaron al sótano. La policía las encontró y las sacó a rastras una por una para interrogarlas. Recibieron un trato brutal durante horas, y una de ellas resultó gravemente herida.
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