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    La Atalaya 1993 | 1 de noviembre
    • Mi formación en tiempos de guerra

      Cuando un valiente Testigo llamado Arthur Winkler visitó por primera vez a mi familia en 1940, yo solo tenía 10 años. Para mis padres fue una verdadera conmoción enterarse de lo que la Biblia dice sobre las enseñanzas falsas de la cristiandad. La Alemania nazi había ocupado los Países Bajos, y se perseguía cruelmente a los testigos de Jehová, así que mis padres tenían que decidir si se unirían a una organización proscrita. Así lo hicieron.

      Desde entonces en adelante, el celo de mi madre y su disposición a arriesgar su libertad e incluso su vida dejó una profunda huella en mí. En cierta ocasión viajó 11 kilómetros en bicicleta y aguardó en la oscuridad con un bolso repleto de impresos bíblicos. Cuando llegó el momento señalado para comenzar una campaña especial, empezó a pedalear con todas sus fuerzas mientras hurgaba en el bolso vez tras vez para esparcir los impresos por las calles. Un ciclista que iba tras ella la alcanzó finalmente y le dijo resollando: “Señora, señora, se le va cayendo algo”. Cuando mi madre nos relató esta anécdota, nos desternillamos de risa.

      Aunque era muy joven, sabía lo que quería hacer en la vida. A mediados de 1942, cuando en una reunión el hermano que dirigía el estudio preguntó quién quería bautizarse en la siguiente oportunidad, yo alcé la mano sin titubear. Mis padres se miraron preocupados, dudando que yo entendiese la trascendencia de aquella decisión. Sin embargo, aunque solo tenía 12 años, comprendía el significado de la dedicación a Dios.

      Con los nazis pisándonos los talones, la predicación de casa en casa exigía mucho cuidado. En aquellos días, los simpatizantes del partido nazi pegaban afiches en sus ventanas, así que, para eludir los hogares de posibles delatores, recorría en bicicleta las calles y apuntaba los números de esas casas. Cierto día, un hombre que me observaba me gritó: “¡Bien hecho, jovencito. Anótalas todas!”. La verdad es que, aunque era diligente, me faltaba prudencia. Al finalizar la guerra, en 1945, nos ilusionó la perspectiva de tener un mayor grado de libertad para predicar.

      El comienzo de una carrera

      El 1 de noviembre de 1948, tras concluir mis estudios escolares, recibí mi primera asignación para predicar de tiempo completo como precursor. Un mes después, el hermano Winkler visitó a la familia que me hospedaba. Sin duda su intención era observarme, porque poco después se me invitó a trabajar en la sucursal de Amsterdam.

      Posteriormente fui invitado a visitar las congregaciones de los testigos de Jehová como superintendente de circuito. Más tarde, en el otoño de 1952, me enviaron la invitación para asistir a la clase 21 de la Escuela Bíblica de Galaad de la Watchtower en Nueva York, a fin de recibir formación misional. De modo que a fines de 1952, ocho holandeses nos embarcamos en el trasatlántico Nieuw Amsterdam y zarpamos con dirección a Estados Unidos.

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    La Atalaya 1993 | 1 de noviembre
    • No obstante, me esperaba una gran desilusión. La mitad de los holandeses fuimos asignados de nuevo a los Países Bajos. Aunque esta circunstancia me decepcionó, no me sentí molesto. Solo esperaba no tener que aguardar cuarenta años, como Moisés, para recibir una asignación en el extranjero. (Hechos 7:23-30.)

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    • En febrero de 1957, tras cinco años de servicio misional, Susie volvió a los Países Bajos para casarse conmigo. En aquel entonces yo era superintendente de circuito, y en todos estos años de matrimonio ella ha demostrado repetidas veces que está dispuesta a sacrificarse para servir al Reino.

      Después de nuestra boda seguimos visitando las congregaciones en diferentes lugares de los Países Bajos.

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