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  • Buenas decisiones que redundaron en bendiciones para toda la vida
    La Atalaya 2007 | 1 de enero
    • Cierto día, el hermano Knorr me preguntó si estaría dispuesto a servir en Bélgica, pero un par de días después vino a preguntarme si aceptaría una asignación en los Países Bajos. Cuando recibí la carta de asignación, esta decía que yo iba a “asumir la responsabilidad de siervo de sucursal”. Me quedé boquiabierto.

      El 24 de agosto de 1950 me embarqué rumbo a los Países Bajos. El viaje duró once días, tiempo que aproveché para leer por completo la Traducción del Nuevo Mundo de las Escrituras Griegas Cristianas, que acabábamos de recibir en una asamblea. Llegué a Rotterdam el 5 de septiembre de 1950, y la familia Betel me dio una afectuosa bienvenida. A pesar de los estragos de la segunda guerra mundial, los hermanos habían hecho un buen trabajo en poner en marcha de nuevo las actividades cristianas. Al escuchar sus relatos sobre cómo permanecieron íntegros bajo cruel persecución, me preguntaba si a estos hermanos les costaría aceptar la idea de servir bajo la dirección de un siervo de sucursal joven y sin experiencia. No obstante, pronto se hizo evidente que mis temores eran infundados.

      Por supuesto, había algunos asuntos que atender. Yo había llegado justo antes de una asamblea, y me asombró que miles de concurrentes se alojaran en el lugar donde se celebró. Para la siguiente asamblea, recomendé que buscáramos alojamiento en hogares particulares. A los hermanos les pareció una buena idea, pero no para su país. Después de razonar sobre el asunto, llegamos a un acuerdo: la mitad de los concurrentes se alojarían en el lugar de asamblea, y la otra mitad, en hogares de personas que no eran Testigos. Cuando el hermano Knorr asistió a la asamblea, le conté con cierto orgullo lo que se había logrado. Pero aquel sentido de logro se desvaneció cuando leí en La Atalaya un informe sobre nuestra asamblea que decía: “Estamos convencidos de que la próxima vez los hermanos tendrán fe y procurarán alojar a todos los asambleístas en el lugar más apropiado para dar testimonio: en los hogares de la gente”. Eso fue precisamente lo que hicimos “la próxima vez”.

      En julio de 1961, se invitó a dos representantes de nuestra sucursal a una reunión que se celebraría en Londres con representantes de otras sucursales. El hermano Knorr anunció que la Traducción del Nuevo Mundo de las Santas Escrituras estaría disponible en más idiomas, entre ellos el holandés. ¡Cuánto nos emocionó esa noticia! En ese momento no teníamos ni idea del inmenso trabajo implicado en traducir la Biblia. Dos años después, en 1963, tuve el placer de participar en el programa de una asamblea de distrito en Nueva York en la que se presentó la Traducción del Nuevo Mundo de las Escrituras Griegas Cristianas en holandés.

      Decisiones y nuevas asignaciones

      En agosto de 1961 me casé con Leida Wamelink. Toda su familia había aceptado la verdad en 1942, durante la persecución nazi. Leida había comenzado el precursorado en 1950, y desde 1953 servía en Betel. Al ver su forma de trabajar en Betel y en la congregación, me di cuenta de que sería una leal compañera en mi ministerio.

      Poco más de un año después de casarnos se me invitó a un curso de diez meses en Brooklyn para recibir más preparación. No fue posible que las esposas acompañaran a sus esposos. Leida accedió cariñosamente a que aceptara la invitación pese a que ella tenía problemas de salud. Con el tiempo, su salud empeoró. Hicimos un esfuerzo por seguir en Betel, pero finalmente decidimos que sería más práctico continuar nuestro servicio de tiempo completo en el campo, y emprendimos la obra de ministros viajantes. Poco después, Leida tuvo que someterse a una operación complicada. Gracias al amoroso apoyo de los hermanos, superamos la situación, y un año más tarde hasta pudimos aceptar una asignación para servir en la obra de distrito.

      Pasamos siete años muy animadores como ministros viajantes. Luego tuvimos que tomar otra decisión muy importante cuando me invitaron a ser instructor de la Escuela del Ministerio del Reino que se celebraría en Betel. Aceptamos la invitación, pero la transición fue difícil porque nos encantaba servir de ministros viajantes. Las 47 clases, de dos semanas cada una, me dieron una buena oportunidad de disfrutar de bendiciones espirituales junto a los ancianos que asistieron a la escuela.

      En ese tiempo estaba haciendo planes para visitar a mi madre en 1978. Pero de repente, el 29 de abril de 1977, me llegó un telegrama informándome que había fallecido. La noticia me dejó anonadado, pues me di cuenta de que ya no volvería a oír su cariñosa voz ni podría decirle de nuevo lo mucho que agradecía todo lo que había hecho por mí.

      Cuando terminó la Escuela del Ministerio del Reino, se nos pidió que formáramos parte de la familia Betel. Serví durante diez años como coordinador del Comité de Sucursal. Con el tiempo, el Cuerpo Gobernante nombró a un nuevo coordinador, alguien que podía encargarse mejor de esa responsabilidad; y estoy muy agradecido por ello.

      Servimos a Jehová según nos lo permite la edad

      Leida y yo tenemos ya 83 años de edad. Yo he disfrutado del servicio de tiempo completo por más de sesenta años, los últimos cuarenta y cinco junto con mi leal esposa. Ella ve el apoyo que me ha dado en todas mis asignaciones como parte de su servicio dedicado a Jehová. Actualmente hacemos lo que podemos en Betel y en la congregación (Isaías 46:4).

      De vez en cuando nos agrada recordar algunos de los sucesos sobresalientes de nuestra vida. No sentimos ningún pesar por lo que hemos hecho en el servicio de Jehová, y estamos convencidos de que las decisiones que tomamos en nuestra juventud fueron las mejores. Nos hemos resuelto a seguir sirviendo y honrando a Jehová con todas nuestras fuerzas.

  • Buenas decisiones que redundaron en bendiciones para toda la vida
    La Atalaya 2007 | 1 de enero
    • [Ilustración de la página 15]

      El día de nuestra boda (agosto de 1961)

      [Ilustración de la página 15]

      Con Leida en la actualidad

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