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NicaraguaAnuario de los testigos de Jehová 2003
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El reclutamiento pone a prueba a los jóvenes cristianos
Los hermanos más jóvenes se vieron especialmente afectados por la instauración en 1983 de un sistema de reclutamiento general denominado Servicio Militar Patriótico. A los varones de edades comprendidas entre los 17 y 26 años se les obligaba por ley a pasar dos años en el servicio activo y otros dos en la reserva. Una vez reclutados, se les trasladaba directamente a un campo de instrucción militar. No había opción para los objetores de conciencia; negarse significaba detención a la espera de juicio y, más adelante, una condena de dos años de prisión. Los hermanos se enfrentaron a aquella prueba con valor, decididos a permanecer leales a Jehová.
Por ejemplo, el 7 de febrero de 1985, Guillermo Ponce, un precursor regular de Managua que contaba 20 años, se dirigía a dar clases bíblicas en los hogares cuando la policía lo detuvo. Como no tenía carné militar, lo enviaron a un campo de instrucción. Pero en vez de tomar las armas, Guillermo comenzó a predicar a los jóvenes reclutas. Al ver aquello, uno de los comandantes le dijo bruscamente: “Esto no es una iglesia; es un campamento militar. ¡Aquí nos obedecerá a nosotros!”. Guillermo le citó las palabras de Hechos 5:29: “Tenemos que obedecer a Dios como gobernante más bien que a los hombres”. El enfadado comandante, un instructor militar cubano, le quitó la Biblia y le dijo en son de amenaza: “Hablaremos esta noche”, lo que quería decir que Guillermo sería sometido a una forma de tortura psicológica destinada a minar su voluntad.
Por fortuna, el comandante no cumplió su amenaza. Sin embargo, tres días más tarde, a Guillermo lo trasladaron a una prisión en la que pasó los siguientes nueve meses en las condiciones más rudimentarias. Aun así, continuó siendo precursor, dirigía estudios bíblicos e incluso celebraba reuniones dentro de la cárcel. Posteriormente, en aquel difícil período, Guillermo se convirtió en una valiosa ayuda para el Comité del País.
En vez de encarcelarlos, a algunos jóvenes se los llevaron por la fuerza a las montañas para que se integraran en unidades militares denominadas Batallones de Lucha Irregulares. Cada batallón estaba formado por cinco o seis compañías de ochenta a noventa hombres entrenados para combatir en la selva montañosa, donde tenían lugar los enfrentamientos más feroces con los contras (guerrilleros que se oponían a los sandinistas). A pesar de que los hermanos se negaron a vestir los uniformes militares y a tomar las armas, los llevaron por la fuerza a las zonas de combate, los castigaron y los maltrataron verbalmente.
Giovanni Gaitán, de dieciocho años, soportó dicho tratamiento. Lo reclutaron a la fuerza poco antes de la asamblea de distrito de diciembre de 1984 —en la que había esperado bautizarse—, y lo enviaron a un campo de instrucción militar. Allí, durante cuarenta y cinco días, los soldados trataron de obligarlo a que aprendiera a utilizar un rifle y a combatir en la selva. Pero en armonía con su conciencia educada por la Biblia, Giovanni se negó a ‘aprender la guerra’ (Isa. 2:4). No vistió el uniforme militar ni tomó las armas. No obstante, lo obligaron a marchar con los soldados por los siguientes dos años y tres meses.
Giovanni relata: “Me mantuve fuerte orando incesantemente, meditando sobre lo que había aprendido en el pasado y predicando a cualquier soldado que mostrara interés. Solía recordar las palabras del salmista: ‘Alzaré mis ojos a las montañas. ¿De dónde vendrá mi ayuda? Mi ayuda viene de Jehová, el Hacedor del cielo y de la tierra. No es posible que él permita que tu pie tambalee. A Aquel que te guarda no le es posible adormecerse’” (Sal. 121:1-3; 1 Tes. 5:17).
Aunque se vio obligado a estar en medio de los combates en casi cuarenta ocasiones, Giovanni salió ileso. Se bautizó el 27 de marzo de 1987 —después de su liberación—, y al poco tiempo se hizo precursor. Muchos otros jóvenes fieles pasaron por experiencias similares (véase el recuadro “Arrastrados a la zona de combate”, págs. 105, 106).
Defienden su postura neutral
Tanto la prensa controlada por el gobierno como los CDS acusaron falsamente a los testigos de Jehová de utilizar el ministerio de casa en casa para hacer campaña contra el Servicio Militar Patriótico. Se afirmaba que los Testigos socavaban la seguridad nacional al convencer a los jóvenes nicaragüenses de que se negaran a prestar el servicio militar. Si bien se trataba de acusaciones infundadas, se repitieron con suficiente frecuencia como para crear prejuicios en jueces y fiscales. Para empeorar las cosas, los líderes de las iglesias evangélicas prominentes, que se autodenominaban defensores de la revolución, también tildaban de “enemigos del pueblo” a quienes permanecían neutrales por razones religiosas.
Un Testigo que era abogado se encargó de la apelación de veinticinco casos de hermanos jóvenes sentenciados a dos años de prisión por negarse a realizar el servicio militar. Dado que la objeción de conciencia no tenía reconocimiento legal, el propósito de la apelación era conseguir la reducción de las condenas teniendo en cuenta las buenas referencias sobre la conducta de los acusados y que no se habían resistido al arresto. Como resultado, algunas condenas, aunque no todas, se redujeron entre seis y dieciocho meses.
Julio Bendaña, un hermano que estuvo presente en los juicios, comenta: “Resulta interesante observar que, a excepción de los testigos de Jehová, ningún joven rechazó el servicio militar por motivos religiosos. Me sentía orgulloso de ver a nuestros muchachos de 17 años defender su neutralidad con firme convicción ante un juez y un fiscal militar en medio de un ambiente hostil” (2 Cor. 10:4).
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NicaraguaAnuario de los testigos de Jehová 2003
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[Ilustración y recuadro de las páginas 99 a 102]
Un incidente con la policía secreta
Húber y Telma López
Reseña biográfica: Padres de tres hijos adultos. Húber es anciano en una congregación local.
Durante la época del régimen revolucionario, la Seguridad del Estado arrestó con frecuencia a siervos ministeriales y ancianos, y los retuvo para interrogarlos por períodos de tiempo que oscilaban entre un día y varias semanas. La neutralidad de los testigos de Jehová, producto de sus convicciones basadas en la Biblia, resultó en que se les acusara —aunque nunca oficialmente— de incitar al pueblo a rebelarse contra el gobierno. Además, en los interrogatorios se les pedían los nombres de nuestros “instructores” y “líderes”.
Uno de los muchos hermanos que pasaron por aquella experiencia fue Húber López, que en la actualidad es anciano de congregación y padre de tres hijos adultos. En diciembre de 1985 lo arrestaron en su hogar de La Reforma, comunidad rural situada a 40 kilómetros al sudeste de Managua. Su esposa, Telma, recuerda aquel angustioso día:
“A las cuatro de la tarde se detuvieron frente a nuestra casa dos jeeps: uno ocupado por agentes de la Seguridad del Estado, y otro por soldados que rodearon la propiedad. Cuando les dije a los agentes que mi esposo no se encontraba allí, nos ordenaron a los niños y a mí que saliéramos a la calle para registrar la casa. Pero nuestro hijo mayor, Elmer, que en aquel entonces tenía diez años, se quedó adentro y vio cómo empezaban a vaciar un armario en el que había libros seglares y teocráticos. Mi esposo tenía escondidos algunos archivos de la congregación entre ellos. Mientras los intrusos los cargaban hasta los jeeps, Elmer gritó: ‘Señor, ¿se va a llevar también mis libros de la escuela?’. Un soldado contestó bruscamente: ‘Está bien, quédate con ellos’. De esa manera, nuestro hijo pudo recuperar sus libros y los archivos de la congregación.
”Aquella noche estábamos cenando cuando los soldados volvieron. Nos apuntaron con sus rifles y se llevaron a mi esposo mientras los niños contemplaban la escena llorando. No quisieron decirnos porqué o adónde se lo llevaban.”
El hermano López relata lo que ocurrió después: “Me llevaron a la cárcel de Masaya y me encerraron en una celda con delincuentes de todo tipo. Me identifiqué inmediatamente como testigo de Jehová y les prediqué durante varias horas. A medianoche, alguien me ordenó a punta de pistola salir de la celda y subirme al jeep que esperaba en la oscuridad. Me advirtieron que no levantara la cabeza, pero al subir reconocí a otros cuatro Testigos, que tenían las cabezas agachadas. Eran siervos ministeriales y ancianos de la zona de Masaya a los que habían arrestado esa misma noche.
”Aquella noche amenazaron dos veces con matarnos, primero en una plantación de café, y después en una zona urbana, donde nos colocaron en fila contra una pared. En ambas ocasiones parecían estar esperando que dijéramos algo, pero ninguno de nosotros habló. Por último nos llevaron a la prisión de Jinotepe, donde nos mantuvieron en celdas separadas durante tres días.
”Apenas se nos permitía dormir algunas horas seguidas, y nuestras celdas se mantenían a oscuras para que no supiéramos si era de día o de noche. A menudo nos llevaban a la sala de interrogatorios y nos preguntaban por la predicación, las reuniones y los nombres de nuestros ‘líderes’. Uno de los que me interrogaban amenazó incluso con detener a mis padres y sacarles la información a la fuerza. De hecho, llegué a escuchar las voces de mis padres, mi esposa y otros miembros de mi familia desde la celda. Pero en realidad era una grabación con la que pretendían hacerme creer que habían traído hasta allí a los miembros de mi familia para interrogarlos.
”Al cuarto día, el jueves, dijeron que me liberarían, pero que primero debía firmar una declaración en la que prometía dejar de predicar mi religión. Añadieron que mis compañeros Testigos ya la habían firmado, algo que, por supuesto, no era cierto.
—Si se niega a firmar, lo traeremos de vuelta y se pudrirá aquí —me dijeron.
—Entonces les ruego que no me liberen. Déjenme aquí —repliqué.
—¿Por qué dice eso?
—Porque soy testigo de Jehová, y eso significa que predico.
”Para mi sorpresa, nos liberaron a los cinco el mismo día. Jehová contestó nuestras oraciones y nos fortaleció para que permaneciéramos en calma y no traicionáramos a nuestros hermanos. No obstante, tras aquel incidente, estuvimos sometidos a vigilancia constante.”
[Ilustración y recuadro de la página 105 y 106]
Arrastrados a la zona de combate
Giovanni Gaitán
Año de bautismo: 1987
Reseña biográfica: Arrestado pocas semanas antes de su bautismo, fue obligado a acompañar a los BLI durante veintiocho meses. Fue precursor regular durante más de ocho años.
Algunos hermanos jóvenes fueron obligados a acompañar a los Batallones de Lucha Irregulares (BLI) que peleaban en la espesa selva de las montañas.
Giovanni Gaitán fue uno de aquellos jóvenes. Pasó veintiocho meses con los BLI mientras todavía era un publicador no bautizado, pues lo arrestaron cuando faltaban pocas semanas para su bautismo. “Mis pruebas comenzaron tras el primer combate —relata Giovanni—. Un oficial me ordenó que lavara el uniforme manchado de sangre de un soldado muerto. Me negué, pues pensé que aquello podría ser el primer eslabón de una cadena de acontecimientos que podrían resultar en que violara mi neutralidad cristiana. El oficial se enfureció y me golpeó en la cara. Sacó su pistola, me la puso en la cabeza y apretó el gatillo, pero el arma no se disparó. Así que me descargó un golpe en la cara con ella y amenazó con matarme si volvía a desobedecerle.
”Durante los dieciocho meses siguientes, aquel hombre me hizo la vida imposible. En varias ocasiones hizo que me dejaran todo un día con las manos atadas para que no pudiera comer. En esas condiciones, a menudo me obligaba a caminar por la selva a la cabeza del grupo, con un rifle y granadas atados a la espalda, lo que me convertía en un blanco perfecto para el enemigo. Me golpeaba y amenazaba con matarme, sobre todo en el fragor de los combates, cuando otros morían a mi alrededor y yo me negaba a recoger sus rifles. Sin embargo, yo no lo odiaba, ni tampoco demostré temor, porque Jehová me daba valor.
”Cierta mañana, en marzo de 1985, me hicieron bajar de las montañas junto con otros hermanos hasta una zona cerca de Mulukukú, a 300 kilómetros al nordeste de Managua, donde permitieron que nuestras familias nos visitaran. Mientras comía y conversaba con mis parientes, observé que el oficial estaba sentado solo. Le llevé un plato de comida, y cuando terminó de comer, me llamó. Yo me estaba preparando para lo peor, así que me sorprendió que se disculpara por el trato que me había dado. Incluso me preguntó por mis creencias. Esa fue la última vez que lo vi: murió poco después en un accidente con un camión militar.”
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