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NicaraguaAnuario de los testigos de Jehová 2003
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Varios ancianos, entre ellos miembros del Comité del País, fueron arrestados y maltratados.
Uno de los primeros ancianos que pasó por aquella experiencia fue Joel Obregón, que a la sazón era superintendente de circuito. El 23 de julio de 1982, los agentes de la Seguridad del Estado rodearon la casa donde se alojaba junto con su esposa, Nila, y lo arrestaron. No fue sino hasta después de cinco semanas de intentos constantes que a ella le permitieron ver a su esposo, aunque sólo por tres minutos y en presencia de un agente armado. Era obvio que lo habían maltratado, pues Nila observó que había adelgazado y tenía dificultad para hablar. Un agente le dijo: “Joel no quiere cooperar con nosotros”.
Al cabo de noventa días de encierro, a Joel finalmente lo liberaron, pero pesaba 20 kilos (40 libras) menos. También otros ancianos de diversas partes del país fueron arrestados, interrogados y, posteriormente, puestos en libertad. El ejemplo de integridad que dieron fortaleció mucho la fe de sus hermanos (véase el recuadro “Un incidente con la policía secreta”, págs. 99-102).
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NicaraguaAnuario de los testigos de Jehová 2003
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[Ilustración y recuadro de las páginas 99 a 102]
Un incidente con la policía secreta
Húber y Telma López
Reseña biográfica: Padres de tres hijos adultos. Húber es anciano en una congregación local.
Durante la época del régimen revolucionario, la Seguridad del Estado arrestó con frecuencia a siervos ministeriales y ancianos, y los retuvo para interrogarlos por períodos de tiempo que oscilaban entre un día y varias semanas. La neutralidad de los testigos de Jehová, producto de sus convicciones basadas en la Biblia, resultó en que se les acusara —aunque nunca oficialmente— de incitar al pueblo a rebelarse contra el gobierno. Además, en los interrogatorios se les pedían los nombres de nuestros “instructores” y “líderes”.
Uno de los muchos hermanos que pasaron por aquella experiencia fue Húber López, que en la actualidad es anciano de congregación y padre de tres hijos adultos. En diciembre de 1985 lo arrestaron en su hogar de La Reforma, comunidad rural situada a 40 kilómetros al sudeste de Managua. Su esposa, Telma, recuerda aquel angustioso día:
“A las cuatro de la tarde se detuvieron frente a nuestra casa dos jeeps: uno ocupado por agentes de la Seguridad del Estado, y otro por soldados que rodearon la propiedad. Cuando les dije a los agentes que mi esposo no se encontraba allí, nos ordenaron a los niños y a mí que saliéramos a la calle para registrar la casa. Pero nuestro hijo mayor, Elmer, que en aquel entonces tenía diez años, se quedó adentro y vio cómo empezaban a vaciar un armario en el que había libros seglares y teocráticos. Mi esposo tenía escondidos algunos archivos de la congregación entre ellos. Mientras los intrusos los cargaban hasta los jeeps, Elmer gritó: ‘Señor, ¿se va a llevar también mis libros de la escuela?’. Un soldado contestó bruscamente: ‘Está bien, quédate con ellos’. De esa manera, nuestro hijo pudo recuperar sus libros y los archivos de la congregación.
”Aquella noche estábamos cenando cuando los soldados volvieron. Nos apuntaron con sus rifles y se llevaron a mi esposo mientras los niños contemplaban la escena llorando. No quisieron decirnos porqué o adónde se lo llevaban.”
El hermano López relata lo que ocurrió después: “Me llevaron a la cárcel de Masaya y me encerraron en una celda con delincuentes de todo tipo. Me identifiqué inmediatamente como testigo de Jehová y les prediqué durante varias horas. A medianoche, alguien me ordenó a punta de pistola salir de la celda y subirme al jeep que esperaba en la oscuridad. Me advirtieron que no levantara la cabeza, pero al subir reconocí a otros cuatro Testigos, que tenían las cabezas agachadas. Eran siervos ministeriales y ancianos de la zona de Masaya a los que habían arrestado esa misma noche.
”Aquella noche amenazaron dos veces con matarnos, primero en una plantación de café, y después en una zona urbana, donde nos colocaron en fila contra una pared. En ambas ocasiones parecían estar esperando que dijéramos algo, pero ninguno de nosotros habló. Por último nos llevaron a la prisión de Jinotepe, donde nos mantuvieron en celdas separadas durante tres días.
”Apenas se nos permitía dormir algunas horas seguidas, y nuestras celdas se mantenían a oscuras para que no supiéramos si era de día o de noche. A menudo nos llevaban a la sala de interrogatorios y nos preguntaban por la predicación, las reuniones y los nombres de nuestros ‘líderes’. Uno de los que me interrogaban amenazó incluso con detener a mis padres y sacarles la información a la fuerza. De hecho, llegué a escuchar las voces de mis padres, mi esposa y otros miembros de mi familia desde la celda. Pero en realidad era una grabación con la que pretendían hacerme creer que habían traído hasta allí a los miembros de mi familia para interrogarlos.
”Al cuarto día, el jueves, dijeron que me liberarían, pero que primero debía firmar una declaración en la que prometía dejar de predicar mi religión. Añadieron que mis compañeros Testigos ya la habían firmado, algo que, por supuesto, no era cierto.
—Si se niega a firmar, lo traeremos de vuelta y se pudrirá aquí —me dijeron.
—Entonces les ruego que no me liberen. Déjenme aquí —repliqué.
—¿Por qué dice eso?
—Porque soy testigo de Jehová, y eso significa que predico.
”Para mi sorpresa, nos liberaron a los cinco el mismo día. Jehová contestó nuestras oraciones y nos fortaleció para que permaneciéramos en calma y no traicionáramos a nuestros hermanos. No obstante, tras aquel incidente, estuvimos sometidos a vigilancia constante.”
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