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“El amor nunca falla”La Atalaya 1995 | 1 de septiembre
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El clero se opone
Pronto tuvimos que enfrentarnos a la enconada oposición del clero. Los católicos, los anglicanos y otras confesiones religiosas más, que antes peleaban entre sí, se unieron contra nosotros. Se confabularon con los jefes locales para desanimarnos. Enviaron a la policía a confiscar nuestros libros con el pretexto de que perjudicaban a la gente. Sin embargo, el oficial del distrito les advirtió que no tenían derecho a recogerlos, de modo que dos semanas después los devolvieron.
Ante aquello, se nos convocó a una reunión con el oba, o jefe principal, y otras personas respetables de la aldea. Cabe decir que en aquel entonces éramos unos treinta. Tenían la intención de hacernos desistir de leer los libros “peligrosos”. Primero preguntaron si éramos extranjeros; después, cuando nos miraron con cuidado a la cara, dijeron: “Son hijos de nuestro pueblo, pero entre ellos hay algunos extraños”. Nos dijeron que no querían que siguiéramos estudiando los libros de una religión que nos causaría daño.
Nos fuimos a casa sin pronunciar palabra, resueltos a no prestar atención a aquellas personas distinguidas. La mayoría de nosotros nos sentíamos muy contentos con lo que habíamos aprendido y estábamos decididos a continuar estudiando. Por eso, aunque unos cuantos se dejaron intimidar y abandonaron el grupo, los demás seguimos estudiando en una carpintería. Nadie dirigía las reuniones. Comenzábamos con oración y después sencillamente nos turnábamos para leer los párrafos del libro. Al cabo de una hora hacíamos otra oración y nos íbamos a casa. Como se nos estaba vigilando, los jefes y los guías religiosos continuaron llamándonos cada dos semanas para advertirnos que no estudiáramos las publicaciones de los Estudiantes de la Biblia.
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“El amor nunca falla”La Atalaya 1995 | 1 de septiembre
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Nuestra predicación
Predicamos en todo el distrito. La gente se burlaba de nosotros y nos gritaba, pero no nos importaba. Aunque todavía teníamos mucho que aprender, nuestra alegría era inmensa, pues poseíamos la verdad.
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