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La amenaza nuclear¡Despertad! 1988 | 22 de agosto
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La amenaza nuclear
IMAGÍNESE a dos niños de pie en un garaje cerrado con el suelo cubierto de gasolina. Cada uno tiene una caja de cerillas...
Esto ilustra bien la situación que existe actualmente entre las dos superpotencias. Ambas tienen en sus arsenales temibles armas nucleares que, si llegaran a usarse, causarían la destrucción mutua. Sus misiles se yerguen amenazadoramente, listos para matar, con los giroscopios de sus sistemas de guía dando vueltas rápidamente.
Millares de estos mensajeros de la muerte se ocultan bajo tierra en silos de hormigón. Centenares más acechan desde el interior de submarinos, y todavía hay otros que se encuentran debajo de las alas en delta de aviones supersónicos. Un mundo atemorizado se pregunta: ¿Qué sucedería si esas armas se llegaran a usar alguna vez?
La contestación la da un general en jefe. Dice que una guerra nuclear sería, “con mucha diferencia, la mayor catástrofe de la historia”. Un científico añade: “La humanidad se encuentra ante un verdadero peligro de extinción”.
Una antigua leyenda griega cuenta que a un hombre llamado Damocles se le hizo sentarse debajo de una espada que pendía de un solo hilo. Esa espada pudiera muy bien representar a las armas nucleares, mientras que Damocles, a toda la humanidad. Si se retira la espada —dicen algunos—, Damocles estará seguro. ¿Pero es esa una posibilidad real? Algunos acontecimientos acaecidos en años recientes han hecho que muchos conciban esperanzas.
Marzo de 1983: El presidente norteamericano, Reagan, propone la Iniciativa de Defensa Estratégica, una investigación científica destinada a convertir las armas nucleares en “ineficaces y obsoletas”.
Enero de 1986: El líder soviético, Mijail Gorbachov, propone la eliminación de todas las armas nucleares para fines de este siglo. Algún tiempo después dice: “Estamos dispuestos a celebrar conferencias, no solo para terminar con la carrera de armamentos, sino para reducirlos al máximo, hasta llegar al desarme completo y general”.
Diciembre de 1987: Gorbachov y Reagan firman un tratado para la reducción de misiles. Según un informe aparecido en la prensa, “es la primera vez, desde los albores de la era nuclear, que las dos superpotencias han acordado, no simplemente reducir las armas nucleares, sino eliminar sistemas completos”.
¿Qué posibilidades hay, sin embargo, de que estos últimos acontecimientos lleguen a resultar en un mundo sin armas nucleares? ¿Qué obstáculos deben salvarse para conseguirlo?
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El problema nuclear¡Despertad! 1988 | 22 de agosto
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El problema nuclear
ERA de madrugada. Una esfera metálica, a la que se había dado el nombre de Gadget, colgaba de una alta torre situada en el desierto de Nuevo Méjico. Mientras tanto, en refugios ubicados a nueve kilómetros de distancia, físicos, químicos, matemáticos y soldados se impacientaban, miraban a sus relojes y se preguntaban si Gadget realmente funcionaría.
Funcionó. Quince segundos antes de las cinco y media de la mañana, Gadget explotó, liberando su energía nuclear en una millonésima de segundo. Lanzó una llamarada que podría haberse visto desde otro planeta, y la explosión se oyó a trescientos kilómetros de distancia. El calor generado por la explosión de Gadget —con una temperatura en el centro más elevada que la del núcleo del sol— fundió la arena del desierto en un anillo de cristal radiactivo de color jade de casi un kilómetro de diámetro. Hubo quien juró que aquel día había visto salir el sol dos veces.
El 6 de agosto de 1945, veintiún días después, la segunda bomba atómica devastó la ciudad japonesa de Hiroshima; causó la muerte de aproximadamente ciento cuarenta y ocho mil personas. Había comenzado la era nuclear.
Eso sucedió hace cuarenta y tres años. Desde entonces se han probado armas cuatro mil veces más potentes. Se calcula que el poder combinado de todas las ojivas nucleares del mundo equivale a unos veinte mil millones de toneladas de TNT, ¡un poder destructivo más de un millón de veces mayor que el de la bomba de Hiroshima!
Llamamiento para su eliminación
Según un estudio realizado en 1983 por la Organización Mundial de la Salud, una guerra nuclear a escala global mataría instantáneamente a mil millones de personas. Otros mil millones morirían más tarde debido a la onda explosiva, el fuego y la radiación. Estudios recientes son aún más pesimistas. Se comprende, por lo tanto, que se haya levantado un clamor que pide la eliminación total de las armas nucleares.
Pero no todos los que están a favor de su eliminación se basan únicamente en razones humanitarias. Algunos sostienen que las armas nucleares simplemente son de escasa o nula eficacia en una guerra. Debido a su impresionante poder destructivo, solo la provocación más extrema podría justificar su empleo. Por esa razón, Estados Unidos no las usó ni en Corea ni en Vietnam, los británicos no las emplearon en las Malvinas ni los soviéticos en Afganistán. Robert McNamara, antiguo secretario de Defensa norteamericano, dice: “En realidad, las armas nucleares no sirven para ningún propósito militar. Son absolutamente inútiles, con la única excepción de que sirven para disuadir al adversario de usarlas”.
De igual manera, las armas nucleares no tienen mucha utilidad como instrumento diplomático para amenazar o influir en otras naciones. Cualquiera de las dos superpotencias es vulnerable a un ataque lanzado por la otra. Y en cuanto a los países sin armamento nuclear, con frecuencia tienen el atrevimiento de plantar cara a las superpotencias sin ningún temor a posibles represalias nucleares.
Por último, hay que considerar el coste. De acuerdo con un estudio publicado en el Bulletin of the Atomic Scientists, entre los años 1945-1985 tan solo Estados Unidos ha producido unas sesenta mil ojivas nucleares.a ¿Su coste? Casi ochenta y dos mil millones de dólares, mucho dinero para algo que esperan no usar nunca.
La bomba como elemento disuasorio
El concepto de disuasión es probablemente tan antiguo como la historia de los conflictos. Pero en la era nuclear, la disuasión ha adquirido una nueva dimensión. Cualquier nación que considere la posibilidad de realizar un ataque nuclear puede estar segura de sufrir una represalia nuclear rápida y devastadora.
Por lo tanto, el general B. L. Davis, de la Comandancia Estratégica del Aire de Estados Unidos, dice: “Se puede argumentar convincentemente que las armas nucleares [...] han convertido al mundo en un lugar más seguro. No han acabado con las guerras, ni mucho menos; miles de personas siguen muriendo todos los años en conflictos que de ninguna manera son menores para las naciones implicadas. Pero la intervención de las superpotencias en estos conflictos está cuidadosamente calculada para evitar una confrontación directa, debido a la posibilidad de que esta se convierta en una conflagración de mayor importancia, sea nuclear o convencional”.
No obstante, en cualquier casa en la que haya armas cargadas, siempre existe el riesgo de que alguien resulte herido por error. El mismo principio aplica a un mundo lleno de armas nucleares. Una guerra nuclear podría estallar si:
1) Se produjese una anomalía en el funcionamiento de un aparato o un error en un ordenador que hiciera pensar a un país que está bajo un ataque nuclear. La respuesta sería un contraataque nuclear.
2) Armas nucleares cayesen en manos de grupos terroristas o extremistas, que no se retendrían tanto de usarlas como las potencias nucleares actuales.
3) Se intensificase una guerra pequeña en una zona donde estuviesen envueltos los intereses de las superpotencias, como, por ejemplo, el golfo Pérsico.
Pese a tales peligros, las naciones han mantenido hasta ahora una política de seguridad mediante la disuasión. No obstante, la gente no se siente segura en un mundo lleno de armas nucleares. El equilibrio del poder es, en realidad, un equilibrio de terror, un pacto de suicidio del que los miles de millones de personas del mundo son signatarios involuntarios. Si las armas nucleares son semejantes a la espada de Damocles, la disuasión es el hilo de la que pende. Pero, ¿qué sucedería si la disuasión fallase? La respuesta es demasiado horrible para considerarla.
[Nota a pie de página]
a Debido a la desintegración de la materia nuclear, con el tiempo estas armas tienen que ser reemplazadas por otras nuevas.
[Recuadro en la página 6]
LA POTENCIA DE UNA BOMBA DE UN MEGATÓN
Radiación térmica (luz y calor): Una explosión nuclear de un megatón crea un intenso resplandor de luz que ciega o deslumbra a las personas situadas a una distancia tan alejada como 21 kilómetros durante el día y hasta 85 kilómetros durante la noche.
En la superficie cero (el epicentro mismo de la explosión) y sus inmediaciones, el intenso calor volatiliza a los humanos. Más lejos (hasta a 18 kilómetros de distancia), la gente sufre quemaduras de segundo y tercer grado en las partes del cuerpo que están descubiertas, y la ropa se incendia. Lo mismo sucede con las alfombras y los muebles. Bajo ciertas circunstancias, se desata una horrorosa tormenta de fuego, que encierra a la gente en un horno ardiente.
Onda explosiva: La explosión nuclear genera vientos de fuerza huracanada. En las cercanías de la superficie cero, la destrucción es total. En los lugares más alejados, la gente que se halla dentro de los edificios es aplastada por las paredes y los techos que se desploman; otros son alcanzados por escombros y muebles impulsados por la onda explosiva. Aun otros mueren asfixiados por la densa nube de polvo que se levanta debido al cemento y los ladrillos pulverizados. La sobrepresión del aire causa roturas de tímpano y hemorragias pulmonares.
Radiación: Se emite una intensa descarga de neutrones y de rayos gamma. Una moderada exposición a la radiación provoca náuseas, vómitos y fatiga. El daño que sufren las células sanguíneas disminuye la resistencia a las infecciones y retarda los procesos de curación. Una elevada exposición a la radiación produce convulsiones, temblor, ataxia y letargia. La muerte sobreviene entre una y cuarenta y ocho horas más tarde.
Los supervivientes que han sido expuestos a la radiación son propensos al cáncer. También es más probable que transmitan defectos hereditarios a su descendencia, incluyendo fecundidad reducida, tendencia a abortos espontáneos, a dar a luz hijos muertos o deformes y otras diversas anomalías.
Fuente: Comprehensive Study on Nuclear Weapons (Estudio exhaustivo sobre las armas nucleares), editado por las Naciones Unidas.
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El hombre busca soluciones¡Despertad! 1988 | 22 de agosto
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El hombre busca soluciones
“LA DOCTRINA de la MAD [siglas en inglés para Destrucción Mutua Asegurada] es inmoral. Hay algo cuando menos macabro en que nuestra seguridad se base en la capacidad que tengamos de asesinar a mujeres y niños rusos. Y todavía es más reprensible, si acaso eso es posible, aumentar deliberadamente el riesgo de que nuestro propio pueblo sufra una destrucción nuclear simplemente para satisfacer las exigencias de una teoría histórica, abstracta, ilógica y no probada.” Estas palabras, pronunciadas por el senador norteamericano William Armstrong, reflejan la inquietud que sienten muchos americanos ante una defensa basada en su capacidad de represalia.
Como alternativa, en marzo de 1983 el presidente norteamericano, Reagan, propuso la SDI (siglas en inglés para Iniciativa de Defensa Estratégica), más conocida popularmente como guerra de las galaxias. Él dijo: “Hago un llamamiento a todos los que componen la comunidad científica que nos proporcionó las armas nucleares para que vuelvan sus grandes talentos hacia la causa de la humanidad y la paz mundial: a fin de que nos proporcionen los medios para dejar estas armas nucleares impotentes y obsoletas”.
Reagan se imaginaba el desarrollo de sofisticadas armas de alta tecnología, como láseres de rayos X y otras, que defenderían a América y sus aliados fulminando los misiles enemigos antes de que pudiesen alcanzar sus objetivos.
La SDI, sin embargo, ha sido amplia y vigorosamente discutida desde su mismo comienzo. Sus detractores argumentan que es tecnológicamente imposible crear un “paraguas” impenetrable ante un ataque masivo, y que un “paraguas” agujereado es inútil contra las armas nucleares. En un resumen de otras objeciones, un congresista norteamericano dijo sarcásticamente que “dejando aparte el hecho de que el sistema SDI puede ser arrollado, esquivado y engañado; que no puede ser manejado por humanos, sino únicamente por ordenadores; que violaría varios tratados sobre el control de armamentos, y que podría desencadenar una guerra termonuclear, [...] no es un mal sistema”.
La Unión Soviética también se opone vigorosamente a la SDI. Alega que lo único que América desea es un escudo que le permita blandir la espada. Los oficiales estadounidenses, a su vez, acusan a los soviéticos de ya estar desarrollando secretamente su propio sistema de defensa estratégica.
En cualquier caso, la SDI resultaría extremadamente cara de elaborar y poner en funcionamiento. Los cálculos varían entre 126.000 millones y 1,3 billones de dólares. Como comparación, ¡todo el sistema de autopistas interestatales de Estados Unidos costó 123.000 millones de dólares! No obstante, el congreso norteamericano ya ha presupuestado miles de millones de dólares para el desarrollo de la SDI.
Perspectivas de desarme
El Ministerio de Defensa de la Unión Soviética dice: “El pueblo soviético está convencido de que el desarme nuclear es la garantía más segura para evitar una catástrofe nuclear”. Pero pese a esos elevados ideales, la carrera de armamentos continúa a toda velocidad.
¿Cuál es el obstáculo fundamental para llegar al desarme? La falta de confianza. Una publicación del Departamento de Defensa estadounidense, Soviet Military Power 1987, acusa a la Unión Soviética de ‘buscar la dominación mundial’. La publicación Whence the Threat to Peace (De dónde viene la amenaza contra la paz), del Ministerio de Defensa de la Unión Soviética, habla acerca de la “ambición imperialista de ‘gobernar el mundo’” que tiene Estados Unidos.
Incluso cuando se celebran reuniones sobre el control de armamentos, ambos lados se acusan mutuamente de tener motivos egoístas. De manera que la citada publicación soviética acusa a Estados Unidos de “obstruir el proceso hacia el desarme en todos los campos” en un esfuerzo por “dirigir los asuntos internacionales desde una posición de fuerza”.
Estados Unidos argumenta que las iniciativas sobre el control de armamentos son simplemente una maniobra soviética para “proteger las ventajas militares existentes [...]. Además, [Moscú] considera las negociaciones sobre el control de armamentos como un medio de adelantar los objetivos militares soviéticos y socavar el apoyo público a la política y los programas de defensa occidentales”. (Soviet Military Power 1987.)
El reciente acuerdo para eliminar los misiles de alcance intermedio parece un gigantesco paso adelante. De hecho, es el primer acuerdo para reducir —no simplemente limitar— las armas nucleares. A pesar de ello, ese tratado, aunque histórico, se queda corto en cuanto a eliminar todas las armas nucleares.
El problema de comprobarlo
Pero supongamos, de todas maneras, que todas las potencias nucleares llegaran a un acuerdo sobre el desarme total. ¿Qué impediría que algunas naciones, si no todas, pasaran por alto el acuerdo, y no se deshicieran de las armas prohibidas o las produjeran secretamente?
Kenneth Adelman, antiguo director de la Agencia Norteamericana para el Control de Armamento y Desarme, dijo: “Eliminar las armas nucleares requeriría el más extenso y entremetido sistema de inspección in situ que pueda imaginarse [...]. Eso, a su vez, exigiría de todas las naciones una tolerancia a la intromisión extranjera sin precedentes”. Resulta difícil imaginar que alguna nación abriría sus puertas tan de par en par.
Pero supongamos por un momento que de alguna manera las naciones superan todos estos descomunales obstáculos y llegan al desarme. La tecnología y el conocimiento necesarios para producir la bomba seguirían existiendo. En caso de desencadenarse una guerra convencional, siempre cabría la posibilidad de que se llegara al punto en que las armas nucleares volvieran a producirse... y a usarse.
Por eso, Hans Bethe, uno de los físicos que trabajó en la elaboración de la primera bomba atómica, dijo recientemente: “Pensábamos que podríamos controlar el genio. Sabíamos que no volvería a la botella, pero había razones válidas para pensar que podríamos contenerlo. Ahora me doy cuenta de que solo era una ilusión”.
[Ilustración en la página 7]
Algunos sostienen que defenderse de un ataque nuclear es más eficaz que tomar represalias después de un ataque
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El fin de las armas nucleares... ¿Cómo?¡Despertad! 1988 | 22 de agosto
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El fin de las armas nucleares... ¿Cómo?
NUESTRA era está llena de angustia. El matrimonio entre la ciencia y la guerra ha producido millares de armas de inconcebible poder destructivo, asesinos indiscriminados con la capacidad de aniquilar a la humanidad.
Es inquietante que el hombre esté tan dispuesto a acabar con su prójimo. Pero las tendencias asesinas de la humanidad se manifestaron prácticamente desde su principio. La Biblia nos informa: “De modo que aconteció que, mientras estaban en el campo, Caín procedió a atacar a Abel su hermano y a matarlo”. (Génesis 4:8.) A partir de entonces, los hombres siempre se han estado matando. Y aunque es verdad que desde 1945 el hombre se ha retenido de emplear armas nucleares en la guerra, nuestro siglo sigue siendo el más asesino de la historia. Queda claro, pues, que el problema no reside en las armas mismas.
Causas y remedios
A algunos entendidos en el tema les parece que puesto que es el hombre quien hace la guerra, las causas deben encontrarse en la misma naturaleza humana. De acuerdo con este punto de vista, la humanidad participa en las guerras debido a su egoísmo, estupidez e impulsos agresivos mal dirigidos. Los posibles remedios varían, pero muchos creen que la paz solo se puede conseguir si se cambian la actitud y el comportamiento del hombre mismo.
Otros dicen que puesto que las guerras se pelean entre las naciones, las causas de la guerra estriban en la estructura del sistema político internacional. Como los estados soberanos actúan según sus propias ambiciones y deseos, es inevitable que se susciten conflictos. Y dado que no hay un modo confiable ni definido de conciliar las diferencias, se desencadenan las guerras.
En su análisis acerca de las causas de la guerra, el erudito Kenneth Waltz hace notar que “el remedio para la guerra mundial es un gobierno mundial”. Pero añade: “El remedio, aunque por lógica pueda ser irrefutable, en la práctica es inviable”. Otros concuerdan con este punto. El autor Ben Bova escribió lo siguiente para la revista Omni: “Las naciones han de unirse en un solo gobierno capaz de controlar los armamentos y evitar la guerra”. Pero a la vez añadió: “Para casi todo el mundo, el hablar de un gobierno mundial de esa clase es como hacer castillos en el aire, como un sueño de ciencia-ficción que nunca podrá hacerse realidad”. El fracaso de las Naciones Unidas subraya esta sombría conclusión. Las naciones se han mostrado contrarias a entregar su soberanía tanto a esa organización como a cualquier otra.
Un gobierno mundial... ¡una realidad!
No obstante, la Biblia nos asegura que Dios mismo se propone instaurar un verdadero gobierno mundial. Millones de personas han orado inadvertidamente por este gobierno cuando han dicho en el padrenuestro: “Venga tu reino. Efectúese tu voluntad, como en el cielo, también sobre la tierra”. (Mateo 6:10.) El Cabeza de ese gobierno del Reino es el Príncipe de Paz, Jesucristo. Tocante a ese gobierno, la Biblia promete: “Triturará y pondrá fin a todos estos reinos” o gobiernos humanos. (Daniel 2:44.)
Este gobierno mundial traerá verdadera paz y seguridad, pero no mediante la disuasión nuclear o a través de un sofisticado sistema de armas defensivas de alta tecnología, ni por medio de frágiles tratados políticos. El Salmo 46:9 profetiza que Jehová Dios “hace cesar las guerras hasta la extremidad de la tierra. Quiebra el arco y verdaderamente corta en pedazos la lanza; quema los carruajes en el fuego”. Esto implica la destrucción de todas las armas, incluyendo las nucleares.
Pero, ¿qué ocurrirá con la naturaleza belicosa del hombre mismo? Bajo el gobierno celestial de Dios, los habitantes de la Tierra “tendrán que batir sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en podaderas. No alzará espada nación contra nación, ni aprenderán más la guerra”. (Isaías 2:4.) Hoy hay tres millones de personas que ya están viviendo en armonía con este texto bíblico. Son los testigos de Jehová.
Estos Testigos viven en más de doscientos países y proceden de muchos grupos étnicos diferentes. Antes de llegar a ser cristianos verdaderos, algunos de ellos eran belicosos, en algunos casos hasta crueles. Pero como resultado de adquirir conocimiento de Dios, actualmente rehúsan tomar las armas uno contra otro o contra cualquier otra persona. Su neutralidad al encararse a conflictos políticos es un hecho que consta en las páginas de la historia. La posición pacífica que han tomado los testigos de Jehová en todo el mundo prueba que es posible la existencia de un mundo sin guerra y sin armas nucleares.
Hoy hay millones de personas que han nacido en la era nuclear y piensan morir en ella... en el supuesto de que no mueran debido a ella. Los testigos de Jehová no comparten una perspectiva tan sombría. Han cifrado su completa confianza en el Reino y en su Dios, Jehová, con quien “ninguna declaración será una imposibilidad”. (Lucas 1:37.)
[Fotografía en la página 10]
Bajo el gobierno celestial de Dios, la Tierra quedará libre de guerras y armas destructivas
[Ilustración en la página 9]
La Biblia profetiza que será Dios quien ponga fin a las armas de guerra
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