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  • Cuidemos de los huérfanos y de las viudas en su tribulación
    La Atalaya 2001 | 15 de junio
    • Pedro no recuerda mucho a su madre, que murió cuando él no tenía más que año y medio. Cuando contaba cinco años, perdió también a su padre, por lo que él y sus hermanos se quedaron solos. Los testigos de Jehová visitaban a su padre, así que Pedro y sus hermanos mayores comenzaron a recibir un estudio bíblico.

      Pedro nos cuenta: “Empezamos a ir a las reuniones la misma semana siguiente. Al relacionarnos con los hermanos, sentimos el amor que nos tenían. La congregación fue un refugio para mí porque sus miembros me mostraron cariño y amor, como si fueran mis padres”. Él recuerda que uno de los ancianos cristianos solía invitarlo a su casa, donde participaba en las conversaciones y el esparcimiento de la familia. “Recuerdo con afecto aquellos momentos”, dice Pedro, que salió a dar testimonio de su fe por primera vez a la edad de 11 años y se bautizó a los 15. Sus hermanos mayores también progresaron mucho en sentido espiritual con la ayuda de la congregación.

      Veamos también el caso de David. Cuando su padre y su madre se separaron, los abandonaron a él y a su hermana gemela, por lo que los criaron sus abuelos y una tía. “Al crecer y tomar conciencia de nuestra situación, nos invadió un sentimiento de inseguridad y tristeza. Necesitábamos algo en que apoyarnos. Mi tía se hizo testigo de Jehová, gracias a lo cual se nos enseñó la verdad bíblica. Los hermanos nos brindaron su cariño y amistad. Nos querían mucho y nos animaban a alcanzar metas y a seguir trabajando para Jehová. Cuando tenía 10 años, un siervo ministerial iba a buscarme para salir al ministerio del campo. Otro hermano se hacía cargo de mis gastos cuando asistía a las asambleas. Uno incluso me ayudaba para que pudiera hacer contribuciones en el Salón del Reino.”

      David se bautizó con 17 años de edad, y tiempo después inició su servicio en la sucursal de los testigos de Jehová de México. Hoy aún reconoce: “Hay varios ancianos que contribuyen a mi formación y me dan consejos útiles. De esta manera estoy superando los sentimientos de inseguridad y soledad”.

  • Cuidemos de los huérfanos y de las viudas en su tribulación
    La Atalaya 2001 | 15 de junio
    • Otro anciano de congregación cuenta su propia experiencia en ayudar a los huérfanos y las viudas: “Creo que los huérfanos están aún más necesitados de amor cristiano que las viudas. He observado que hay más probabilidades de que se sientan rechazados ellos que los niños y adolescentes que tienen a ambos progenitores. Precisan de muchas expresiones de amor fraternal. Es conveniente buscarlos después de las reuniones para ver cómo se sienten. Hay un hermano casado que se quedó huérfano de pequeño. Siempre lo saludo con afecto en la reunión, y él me abraza cuando me ve, lo cual fortalece los vínculos del verdadero amor fraternal”.

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