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Cuando el alimento es su enemigo¡Despertad! 1999 | 22 de enero
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Cuando el alimento es su enemigo
Al pensar en su adolescencia, Jean recuerda vívidamente que era el centro de todas las burlas. ¿Por qué? Porque era la muchacha más alta y grande de la clase. Y el problema no acababa ahí. “Peor aún, era tímida y cohibida —dice Jean—. A menudo me sentía sola, con deseos de tener amigos, pero casi siempre tenía la sensación de ser una intrusa.”
Jean estaba convencida de que la causa de todos sus problemas radicaba en el tamaño de su cuerpo, y que todo se arreglaría si adelgazaba y conseguía tener una figura esbelta. No era una cuestión de sobrepeso. Al contrario, con 1,83 metros (6 pies) de estatura y 66 kilos (145 libras) de peso nadie la catalogaría de obesa. Pero ella se veía gorda, y a los 23 años decidió perder peso. “Cuando esté delgada —razonaba—, las personas me querrán a su lado. Por fin me sentiré aceptada y especial.
”Esa lógica ridícula me tuvo acorralada durante doce años en un círculo vicioso de anorexia nerviosa y bulimia —explica Jean—. Ya lo creo que adelgacé, tanto que casi me muero, pero en lugar de alcanzar la felicidad, arruiné mi salud y pasé más de diez años de depresión y suplicio.”
JEAN no es la única. Según cierto cálculo, 1 de cada 100 estadounidenses enferma de anorexia nerviosa durante la adolescencia o la primera etapa de su vida adulta, y tal vez el triple de esa cantidad son bulímicas. “Llevo años trabajando en centros de enseñanza media y universidades —dice la doctora Mary Pipher—, y veo de primera mano que los trastornos alimentarios proliferan igual que antes.”
Además, afectan a diversas clases de personas. Aunque antes se creía que solo los padecían los ricos, ahora se consideran comunes en todo ámbito racial, social y económico. Incluso está aumentando el número de víctimas del sexo masculino, por lo que la revista Newsweek llama a los trastornos alimentarios “atacantes no discriminatorios”.
No obstante, lo que más preocupa es que la edad media de los pacientes que reciben tratamiento por trastornos de la alimentación es cada vez inferior. “Se está internando en los hospitales a niñas menores de 10 años, algunas de tan solo seis años —dice Margaret Beck, directora en funciones de un centro especializado en trastornos alimentarios de la ciudad de Toronto—. La cifra todavía es pequeña, pero va en aumento.”
En total, los trastornos alimentarios afectan a millones de personas, principalmente niñas y mujeres jóvenes.a “No piensan en la comida ni la utilizan igual que la mayoría de las personas —comenta Nancy Kolodny, trabajadora social—. En lugar de comer cuando tienen hambre, para nutrirse y gozar de buena salud, por placer o para pasar un rato agradable con otros, se comportan de manera rara con la comida y hacen cosas que no se consideran ‘normales’, como seguir rituales extraños antes de permitirse comer, o sentirse impulsadas a eliminar inmediatamente del organismo el alimento que acaban de consumir.”
Examinemos dos trastornos alimentarios comunes: la anorexia nerviosa y la bulimia.
[Nota]
a Dado que los trastornos alimentarios afectan más a las mujeres que a los hombres, en este reportaje nos referiremos normalmente a sus víctimas en género femenino.
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Anorexia y bulimia: los hechos y los peligros¡Despertad! 1999 | 22 de enero
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Anorexia y bulimia: los hechos y los peligros
“El alimento tiene una carga emocional mucho más pesada que todo aquello que puede medirse en calorías o gramos.”—Janet Greeson, escritora.
LA ANOREXIA y la bulimia son los dos trastornos alimentarios más comunes. Aunque cada uno tiene sus propias características, veremos que ambos pueden ser peligrosos, hasta mortales.
Anorexia: inanición autoprovocada
La persona anoréxica rehúsa comer o lo hace en cantidades tan pequeñas que acaba desnutrida. Antoinette dice que llegó a pesar 37 kilos (82 libras), muy poco para una joven de 17 años y 1,70 metros (5 pies y 7 pulgadas) de altura. “No consumía más de 250 calorías diarias y anotaba todo lo que comía”, dice ella.
Las anoréxicas están obsesionadas con la comida, y son capaces de cualquier cosa para no ganar peso. “Empecé a escupir la comida en una servilleta, haciendo ver que me estaba limpiando la boca”, explica Heather. Susan hacía mucho ejercicio para no aumentar de peso. “Casi todos los días —dice— corría 12 kilómetros [8 millas] o hacía una hora de natación, de lo contrario, me embargaban una angustia y un sentimiento de culpabilidad terribles. Y cada mañana sentía un inmenso placer, el único placer verdadero que tenía por lo general, cuando me subía a la báscula para confirmar que mi peso estaba muy por debajo de los 45 kilos [100 libras].”
Por irónico que parezca, algunas anoréxicas son magníficas cocineras y sirven comidas exquisitas que ellas se niegan siquiera a probar. “Cuando peor estaba —dice Antoinette—, era yo la que preparaba absolutamente todas las cenas en casa y también la bolsa del almuerzo para mi hermano y mi hermana menores. No dejaba ni que se acercaran a la nevera. Era como si la cocina fuese toda mía.”
Según el libro A Parent’s Guide to Anorexia and Bulimia (Guía para los padres sobre la anorexia y la bulimia), algunas anoréxicas “se vuelven exageradamente pulcras y llegan a exigir que toda la familia acate sus normas irrealistas y maniáticas. No pueden ver una revista, unas zapatillas o una taza de café fuera de lugar ni un momento. A veces se vuelven igual de maniáticas, o hasta más, con la higiene y la apariencia personal, llegando a pasar horas en el baño con la puerta cerrada y sin dejar que el resto de la familia entre a arreglarse para marcharse a la escuela o al trabajo”.
¿Cómo se desencadena este raro trastorno llamado anorexia? Por lo general, una adolescente o adulta joven (suele afectar más al sexo femenino) se propone perder unos kilos. Sin embargo, cuando lo consigue, no queda satisfecha. Al mirarse al espejo sigue viéndose gorda, así que decide seguir su dieta y rebajar un poco más para verse aún mejor. El ciclo continúa hasta que su peso está un 15% o más por debajo de lo normal para su estatura.
Es entonces cuando la familia y las amistades empiezan a manifestar su preocupación por la extremada delgadez, por no decir escualidez, de la joven. Pero la persona anoréxica no ve las cosas de la misma manera. “Yo no me consideraba flaco. Cuanto más peso pierdes, más se distorsiona tu mente y ya no eres capaz de verte con claridad,” dice Alan, un joven anoréxico de 1,75 metros (5 pies y 9 pulgadas) de altura, que llegó al punto de pesar solo 33 kilos (72 libras).a
Con el tiempo, la anorexia puede desencadenar osteoporosis, afecciones renales y otros problemas graves de salud. Incluso puede provocar la muerte. “El médico me dijo que como mi organismo se había visto privado de tantos nutrientes, si hubiera seguido dos meses más con aquella dieta habría muerto de desnutrición”, dice Heather. El boletín The Harvard Mental Health Letter informa que alrededor del cinco por ciento de las mujeres a quienes se les diagnostica anorexia mueren en el plazo de diez años.
Bulimia: atracones y vómitos
El trastorno alimentario conocido por el nombre de bulimia se caracteriza por atracones (ingestión rápida de grandes cantidades de comida, tal vez hasta 5.000 calorías o más) seguidos de inducción al vómito o uso de laxantes para vaciar el estómago.b
En contraste con la anorexia, la bulimia no se detecta fácilmente. La bulímica tal vez no esté exageradamente delgada, y sus hábitos alimentarios quizás parezcan bastante normales, al menos a los ojos de los demás. Pero para ella, la vida no es nada normal. De hecho, está tan obsesionada con la comida que todo lo demás carece de importancia. “Cuanto más me atracaba y vomitaba, menos me preocupaba por otros asuntos u otras personas —dice Melinda, de 16 años—. Llegué a olvidar lo que era divertirme con mis amigas.”
Geneen Roth, escritora y profesora especializada en trastornos alimentarios, describe un atracón como “treinta minutos de frenesí, de inmersión en una oscuridad infernal en la que no existe restricción alguna”. Dice que durante esos momentos “nada importa: ni amigos ni familia [...]. Solo importa la comida”. Una bulímica de 17 años llamada Lydia utiliza una vívida analogía para describir su problema: “Me siento como una trituradora de basura. Engullo, trituro y vomito. Siempre lo mismo, una y otra vez”.
La persona bulímica trata de evitar de cualquier manera el aumento de peso que normalmente experimentaría como consecuencia de su descontrol con la comida. De modo que, inmediatamente después de un atracón, se induce el vómito o toma laxantes para eliminar el alimento antes de que pueda convertirse en grasa corporal.c Aunque solo pensarlo resulte repulsivo, la bulímica experimentada no lo ve así. “Cuanto más te atracas y vomitas, más fácil te resulta —explica Nancy Kolodny, trabajadora social—. Tu primera sensación de repugnancia o hasta de miedo es pronto reemplazada por la compulsión de repetir estos patrones bulímicos.”
La bulimia es sumamente peligrosa. Por ejemplo, a consecuencia de los vómitos repetidos, la boca se ve expuesta a los corrosivos ácidos del estómago, los cuales acaban gastando el esmalte de los dientes. La inducción al vómito también llega a perjudicar el esófago, el hígado, los pulmones y el corazón. En casos extremos, los vómitos pueden provocar incluso una perforación de estómago y hasta la muerte. El uso excesivo de laxantes también es peligroso. Puede anular la función intestinal y resultar en diarreas continuas y hemorragias rectales. Y en casos extremos, al igual que los vómitos repetidos, puede llegar a provocar la muerte.
Según el Instituto Nacional de Salud Mental de Estados Unidos, la incidencia de trastornos alimentarios aumenta continuamente. ¿Qué razones motivan a una joven a jugar con la muerte privándose de alimento? ¿Por qué se obsesiona otra tanto con la comida que se da un atracón y luego, preocupada por su peso, se ve impelida a eliminar lo que ha ingerido? En el próximo artículo se tratarán estas preguntas.
[Notas]
a Según afirman ciertos expertos, la pérdida de entre el 20 y el 25% del peso total de una persona puede provocar una serie de cambios químicos en el cerebro que tal vez lleguen a alterar su percepción, y le hagan ver gordura donde no la hay.
b Hay quienes también consideran un trastorno alimentario la ingestión excesiva y compulsiva de alimentos, aunque no se recurra al vómito ni a los laxantes.
c A fin de no ganar peso, muchas bulímicas hacen ejercicios vigorosos todos los días. Algunas logran perder tanto peso que con el tiempo se vuelven anoréxicas, y a partir de entonces presentan un síndrome mixto en el que se alterna la conducta anoréxica con la bulímica.
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¿Cuál es la causa de los trastornos alimentarios?¡Despertad! 1999 | 22 de enero
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¿Cuál es la causa de los trastornos alimentarios?
“Un trastorno alimentario no aparece así como así. Es un síntoma, una señal de que algo anda mal en la vida de la persona.”—Nancy Kolodny, trabajadora social.
LOS TRASTORNOS alimentarios no son un mal nuevo. La anorexia nerviosa se diagnosticó oficialmente por primera vez en 1873, y según se informa, ya se habían observado sus síntomas hace trescientos años. Sin embargo, parece ser que desde la segunda guerra mundial está aumentando de manera alarmante. Con la bulimia sucede algo parecido. Se ha conocido por siglos, pero en las últimas décadas, como dice una obra especializada en el tema, “se ha convertido en una epidemia”.
¿Qué hay detrás de los trastornos alimentarios? ¿Son hereditarios, o constituyen una manera fuera de lo común de reaccionar a una cultura que glorifica la delgadez? ¿Qué papel desempeña el ambiente familiar? Estas preguntas no tienen una respuesta fácil. Como dice la trabajadora social Nancy Kolodny, definir un trastorno alimentario “no es tan sencillo como diagnosticar una enfermedad como el sarampión o la varicela, cuando el médico sabe exactamente lo que la causa, cómo se contrae, cuánto tiempo dura y cuál es el mejor tratamiento”.
No obstante, los investigadores señalan una serie de factores que pudieran contribuir a que se desencadene un trastorno alimentario. Consideremos algunos de ellos.
La cultura de la delgadez
En los países prósperos, las modelos flacas como palos que presenta la industria de la moda inculcan en la juventud impresionable la idea de que cuanto más delgada sea una chica, más bella es. Este mensaje distorsionado impele a muchas mujeres a esforzarse por tener un peso que no es saludable ni realista. La doctora Christine Davies dice: “La mujer promedio mide 1,65 metros [5 pies y 5 pulgadas] y pesa 66 kilos [145 libras]. La modelo media mide 1,80 metros [5 pies y 11 pulgadas] y pesa 50 kilos [110 libras]. El 90% de nosotras no tenemos el cuerpo de una modelo ni nunca lo tendremos”.
Aun así, algunas mujeres llegan a extremos para conseguir lo que ellas consideran la figura ideal. Por ejemplo, en una encuesta llevada a cabo en 1997 entre 3.452 mujeres, el 24% de ellas dijeron estar dispuestas a sacrificar tres años de su vida para alcanzar el peso deseado. La encuesta decía que para una importante minoría, “la vida solo merece la pena vivirla si se está delgada”. Dado que el 22% de las encuestadas dijeron que las modelos de las revistas de modas influyeron en el concepto que tenían de su cuerpo cuando eran jóvenes, el informe concluyó: “Ya no se puede negar el hecho de que la imagen de las modelos que aparecen en los medios de comunicación tiene un poderoso efecto en la manera como ven las mujeres sus propios cuerpos”.
Es obvio que quienes más probabilidades tienen de caer presa de la figura ideal, pero artificial, fomentada en los medios de comunicación son aquellas personas que, para empezar, no se sienten satisfechas consigo mismas. Como dice Ilene Fishman, trabajadora social clínica, “lo fundamental es la autoestima”. Se ha comprobado que las personas que aceptan su apariencia, raras veces llegan a obsesionarse con la comida.
La comida y las emociones
Muchos expertos dicen que los trastornos alimentarios no tienen que ver únicamente con la comida. “Un trastorno alimentario es una luz roja —dice la trabajadora social Nancy Kolodny— que indica que la persona debe prestar atención a alguna situación de su vida que está pasando por alto o evitando. Es un recordatorio de que no está exteriorizando las tensiones o frustraciones que tal vez tenga.”
¿Qué tipo de tensiones y frustraciones? Para algunos pudiera tratarse de problemas en el hogar. Por ejemplo, Geneen Roth recuerda que, en su infancia, los alimentos —particularmente los dulces— se convirtieron en un “mecanismo de defensa contra los portazos y los gritos”. Ella explica: “Cuando percibía que mis padres iban a pelearse, desviaba mi atención del problema, con la misma facilidad con que uno cambia de canal de televisión, y pasaba de sentirme a merced de mi madre y mi padre a un mundo en el que no existía otra cosa más que yo y la sensación de dulzor en el paladar”.
A veces un trastorno alimentario tiene raíces aún más profundas. Por ejemplo, The New Teenage Body Book (El libro sobre el nuevo cuerpo del adolescente) comenta: “Los estudios indican que quienes han sufrido algún trauma sexual (abuso u hostigamiento) tal vez traten inconscientemente de protegerse eliminando de su cuerpo todo atractivo sexual y centrando su atención en algo inocuo como la comida”. Aunque, por supuesto, nadie debería sacar precipitadamente la conclusión de que alguien que padece un trastorno alimentario ha sido víctima de hostigamiento sexual.
Los trastornos alimentarios pueden originarse en un entorno aparentemente tranquilo. De hecho, la principal candidata para la anorexia suele ser una muchacha que vive en un ambiente en el que no está libre para tomar sus propias decisiones ni expresar sus sentimientos negativos. Exteriormente, accede; pero interiormente, está confusa y siente que no tiene ningún control de su vida. Al no atreverse a rebelarse abiertamente, se concentra en el único aspecto de su vida que puede controlar: su cuerpo.
Debe notarse, sin embargo, que los trastornos alimentarios no siempre obedecen a problemas familiares o traumas sexuales. En algunos casos simplemente se desencadenan porque el peso es una cuestión dominante en la familia. Tal vez uno de los padres tiene sobrepeso o está haciendo dieta constantemente y engendra una actitud de extremada cautela —o hasta de temor— para con la comida. En otros casos, un factor desencadenante puede ser el comienzo de la pubertad. Los cambios corporales que son parte integrante de la transición a la vida adulta tal vez hagan que una muchacha se crea gorda, especialmente si madura más deprisa que sus compañeras. Asustada por dicha transición, puede que la joven tome medidas extremas para evitar las curvas propias del cuerpo de mujer.
Ciertos investigadores opinan que, además de los factores emocionales, también puede haber implicado un factor físico. Por ejemplo, señalan que la bulimia puede estar arraigada en la química cerebral de la enferma. Afirman que se relaciona con la parte del cerebro que controla los estados de ánimo y el apetito, lo cual tal vez explique por qué a veces se alivian los síntomas de la persona bulímica con antidepresivos.
Obviamente no es fácil para los investigadores aislar un solo factor que sea la causa concreta de la anorexia o la bulimia. Ahora bien, ¿qué puede hacerse para ayudar a los que luchan contra estos trastornos alimentarios?
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¿Qué puede ayudar a combatir los trastornos alimentarios?¡Despertad! 1999 | 22 de enero
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¿Qué puede ayudar a combatir los trastornos alimentarios?
SI SU hija padece un trastorno alimentario, necesita ayuda. No posponga el asunto pensando que el problema desaparecerá solo. Un trastorno alimentario es una enfermedad compleja en la que intervienen factores físicos y emocionales.
Para este tipo de trastornos se propone tal variedad de tratamientos que uno acaba confundido. Algunos especialistas recomiendan medicación. Otros aconsejan psicoterapia. Muchos dicen que lo mejor es combinar los dos tratamientos. Luego está la terapia familiar, que según la opinión de algunos es imprescindible cuando la paciente todavía reside en el hogar de sus padres.a
Aunque los especialistas tal vez difieran en la manera de abordar el problema, la mayoría de ellos concuerdan por lo menos en un punto: Los trastornos alimentarios no tienen que ver únicamente con la comida. Examinemos algunas de las cuestiones más profundas que normalmente hay que tratar cuando se ayuda a alguien a recuperarse de la anorexia o la bulimia.
Una opinión equilibrada de la imagen física
“Dejé de comprar revistas de moda cuando tenía unos 24 años —dice cierta mujer—. El compararme con las modelos tenía un efecto muy fuerte y negativo en mí.” Como ya se ha comentado, los medios de comunicación pueden distorsionar el concepto de belleza en la mente de una muchacha. De hecho, la madre de una joven que padecía uno de esos trastornos habla de “la incesante publicidad en nuestra prensa y televisión sobre la importancia de estar cada vez más delgada”. Ella dice: “A mi hija y a mí nos gusta tener una figura esbelta, pero pensamos que semejante bombardeo convierte el asunto en lo más importante de la vida, lo pone por encima de todo lo demás”. Obviamente, para recuperarse de un trastorno alimentario hay que adoptar nuevos criterios tocante a lo que constituye la verdadera belleza.
La Biblia nos puede ayudar en este campo. El apóstol cristiano Pedro escribió: “Que su adorno no sea el de trenzados externos del cabello ni el de ponerse ornamentos de oro ni el uso de prendas de vestir exteriores, sino que sea la persona secreta del corazón en la vestidura incorruptible del espíritu quieto y apacible, que es de gran valor a los ojos de Dios” (1 Pedro 3:3, 4).
Pedro dice que debemos preocuparnos más por las cualidades internas que por la apariencia externa. De hecho, la Biblia nos asegura: “No de la manera como el hombre ve es como Dios ve, porque el simple hombre ve lo que aparece a los ojos; pero en cuanto a Jehová, él ve lo que es el corazón” (1 Samuel 16:7). Estas palabras son un consuelo, pues aunque no podemos cambiar algunos aspectos de nuestro físico, siempre podemos mejorar la clase de persona que somos (Efesios 4:22-24).
Dado que la falta de autoestima puede generar trastornos alimentarios, a veces tenemos que reevaluarnos como personas. Es cierto que la Biblia dice que no debemos pensar de nosotros más de lo necesario (Romanos 12:3), pero también dice que hasta un simple gorrión tiene su valor a los ojos de Dios, y añade: “Ustedes valen más que muchos gorriones” (Lucas 12:6, 7). De modo que la Biblia puede ayudarnos a cultivar el debido amor propio. Si uno aprecia su cuerpo, cuidará de él (compárese con Efesios 5:29).
Ahora bien, ¿y si usted, lectora, de veras necesita perder peso? Tal vez una dieta saludable y un programa de ejercicios puedan ayudarla. La Biblia dice que “el entrenamiento corporal es provechoso”, aunque solo hasta cierto grado (1 Timoteo 4:8). Pero nunca debe obsesionarse con el peso. “Puede que lo más sensato —concluyó una encuesta sobre la imagen física— sea hacer mucho ejercicio y aceptarse como una es, en lugar de tratar de encajar en un ideal arbitrario y restringido.” A cierta estadounidense de 33 años le fue útil razonar así. “He seguido una regla muy sencilla —dice—. Procuro mejorar lo que, siendo realista, puedo cambiar, y no pierdo el tiempo preocupándome por lo demás.”
Si mira la vida de manera positiva y complementa esta actitud con una dieta equilibrada y un programa de ejercicios razonable, es probable que pierda los kilos que debe perder.
Hay que buscar “un compañero verdadero”
Tras estudiar varios casos de bulimia, el profesor James Pennebaker llegó a la conclusión de que el ciclo de comer y vomitar tenía mucho que ver con que estas mujeres adoptaran una doble vida. Él dice: “Prácticamente todas mencionaron espontáneamente la cantidad exorbitante de tiempo y esfuerzo que les tomaba evitar que su familia y amistades íntimas percibieran su comportamiento alimentario. Todas ellas estaban viviendo una mentira, y detestaban hacerlo”.
De modo que un importante paso para la recuperación es romper el silencio. Tanto las anoréxicas como las bulímicas necesitan hablar del problema. Pero ¿con quién? Un proverbio bíblico dice: “Un compañero verdadero ama en todo tiempo, y es un hermano nacido para cuando hay angustia” (Proverbios 17:17). Ese “compañero verdadero” puede ser uno de los padres u otro adulto maduro. Algunas enfermas también han visto necesario confiarse a alguien que tenga experiencia en tratar ese tipo de trastornos.
Los testigos de Jehová cuentan con un recurso adicional: los ancianos de la congregación. Estos hombres pueden resultar ser “como escondite contra el viento y escondrijo contra la tempestad de lluvia, como corrientes de agua en país árido, como la sombra de un peñasco pesado en una tierra agotada” (Isaías 32:2). Los ancianos no son médicos, por supuesto, así que además de sus útiles consejos, es posible que también haya que recibir tratamiento profesional. No obstante, estos hombres cualificados en sentido espiritual pueden ayudar mucho a la paciente en su recuperaciónb (Santiago 5:14, 15).
De todas maneras, el Creador puede ser su mejor confidente. El salmista escribió: “Arroja tu carga sobre Jehová mismo, y él mismo te sustentará. Nunca permitirá que tambalee el justo” (Salmo 55:22). En efecto, Jehová Dios se interesa por sus hijos terrestres. Así que no deje nunca de expresarle en oración sus inquietudes más profundas. Pedro nos aconseja lo siguiente: “[Echen] sobre él toda su inquietud, porque él se interesa por ustedes” (1 Pedro 5:7).
Cuando se requiere hospitalización
La hospitalización no es una cura en sí misma, pero si una joven está desnutrida a causa de una anorexia grave, tal vez necesite recibir cuidados especializados. Hay que admitir que dar este paso no es nada fácil para los padres. Veamos el caso de Emily, cuya hija tuvo que ser hospitalizada, pues su vida había llegado a ser, según palabras de la propia madre, “intolerable para ella y para nosotros”. Emily añade: “Ingresarla en el hospital, llorando, fue la experiencia más difícil que jamás he atravesado, fue el peor día de mi vida”. Algo parecido explica Elaine, quien también tuvo que hospitalizar a una hija: “Creo que el peor momento que puedo recordar fue cuando ella estaba en el hospital y rehusaba comer y tuvieron que entubarla para administrarle alimentos. Me dio la sensación de que la habían doblegado”.
La idea de hospitalizar a la enferma tal vez no sea agradable, pero en algunos casos no hay otro remedio. Muchas pacientes requieren hospitalización para empezar a recuperarse. Emily dice respecto a su hija: “Ella tenía que ser hospitalizada. Fue la hospitalización lo que la ayudó a iniciar su mejoría”.
Vivir sin trastornos alimentarios
Como parte del proceso de recuperación, la anoréxica o la bulímica ha de aprender a vivir sin su trastorno alimentario. Y eso puede resultarle difícil. Kim, por ejemplo, calcula que durante su fase anoréxica perdió 18 kilos (40 libras) en diez meses. En cambio, recuperar 16 de aquellos kilos (35 libras) le tomó nueve años. Ella dice: “Poco a poco, y con mucho esfuerzo, fui aprendiendo a comer de nuevo normalmente, sin contar las calorías, medir la comida, tomar solo cosas que ‘no engordan’, asustarme si no sabía los ingredientes de cierto guiso o postre ni limitarme a cenar en restaurantes que tuvieran mesa de ensaladas”.
En el caso de Kim, la recuperación implicaba algo más. “Aprendí a reconocer y expresar mis sentimientos con palabras en lugar de con acciones o comportamientos alimentarios —dice—. Darme cuenta de que hay otras maneras de afrontar y resolver las diferencias con quienes me rodean me abrió la oportunidad de estrechar mis relaciones con familiares y amigos.”
No hay duda de que recuperarse de una enfermedad de este tipo representa un desafío, pero a la larga merece la pena el esfuerzo. Así opina Jean, citada en el primer artículo de esta serie. “Volver a padecer un trastorno alimentario —dice— sería como regresar a una celda de aislamiento después de haber gozado de libertad durante un tiempo.”
[Notas]
a ¡Despertad! no recomienda ningún tratamiento en particular. Los cristianos deben decidir por sí mismos, asegurándose de que la terapia que elijan no esté en pugna con los principios bíblicos, y nadie debe criticar ni juzgar su decisión.
b Si se desea más información sobre cómo ayudar a las víctimas de la anorexia y la bulimia, véase el artículo “Ayuda para los que padecen trastornos del apetito”, publicado en la revista ¡Despertad! del 22 de febrero de 1992, y la serie titulada “Trastornos del apetito. ¿Tienen solución?”, que apareció en el número del 22 de diciembre de 1990.
[Recuadro de la página 11]
Cómo sentar las bases para la recuperación
¿QUÉ debe hacer si sospecha que su hija padece un trastorno alimentario? Aunque es obvio que no puede pasar por alto la situación, ¿cómo sacar el tema? “Algunas veces surte efecto preguntárselo directamente, pero a menudo es como si uno le hablara a la pared”, observa el escritor Michael Riera.
Por esta razón, tal vez sea mejor abordar el asunto con delicadeza. “Cuando hable con su hija —recomienda Riera—, ella tiene que entender y percibir que usted no la está acusando de ningún mal. Si los padres pueden crear este ambiente, muchas adolescentes les hablarán con bastante franqueza, y hasta se sentirán un tanto aliviadas. A algunos padres les ha dado resultado escribir cartas a su hija para expresarle su preocupación y decirle que puede contar con ellos. Entonces, cuando conversan con la joven, ya tienen las bases sentadas.”
[Recuadro de la página 12]
Un desafío para los padres
TENER una hija con algún trastorno alimentario supone un gran desafío para los padres. “Hay que ser de hierro —dice cierto padre—. Uno ve a su propia hija consumiéndose delante de sus ojos.”
Si una hija suya padece algún trastorno alimentario, es normal que a veces su obstinación le frustre. Pero tenga paciencia. No deje nunca de mostrarle cariño. Emily, cuya hija tenía anorexia, admite que no siempre le resultaba fácil hacerlo. Pero aun así, explica: “Procuraba acariciarla siempre; intentaba abrazarla; trataba de besarla. [...] Pensaba que si dejaba de ser cariñosa con ella, de mostrarle amor, nunca recuperaríamos lo que habíamos perdido”.
Una de las mejores maneras de ayudar a su hija a recuperarse de un trastorno alimentario es comunicándose con ella. Pero recuerde que, al hacerlo, tendrá que escuchar más que hablar. Y resista el impulso de interrumpirla con frases como “Eso no es verdad” o “No tienes por qué sentirte así”. No sea como el que “tapa su oído al clamor quejumbroso del de condición humilde” (Proverbios 21:13). Si existe buena comunicación, la joven tendrá donde acudir en momentos de angustia y habrá menos probabilidades de que recurra a un comportamiento alimentario malsano.
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