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  • Algo más que un cruel enemigo
    ¡Despertad! 1994 | 22 de junio
    • Sin embargo, la posibilidad de vivir sin dolor no es descabellada. Piense un momento. ¿Qué significan realmente esas palabras? Hoy día hay personas que no sienten dolor. Han nacido sin esa sensación. ¿Debemos envidiarlas? El anatomista Allan Basbaum dijo: “No sentir ningún tipo de dolor es una desgracia”.

      Si usted fuera incapaz de sentir dolor, probablemente no se daría cuenta de que se le había levantado una ampolla hasta que se hubiese convertido en una úlcera grave. Un artículo de prensa comentaba que los padres de una niña que no sentía dolor “a veces percibían el olor de carne quemada y la encontraban apoyada en la estufa sin inmutarse”. De modo que el dolor es algo más que un cruel enemigo. También puede ser una bendición.

  • El dolor que dejará de existir
    ¡Despertad! 1994 | 22 de junio
    • Esfuerzos por entender el dolor

      Todavía no se entiende cabalmente qué es el dolor. “El eterno aliciente de esclarecer lo que es el dolor —dijo la revista American Health— mantiene intensamente ocupados a los científicos.” Hace unas pocas décadas se creía que el dolor era un tipo de sensación —como la vista, el oído y el tacto— que se percibía mediante las terminaciones nerviosas especiales existentes en la piel y se transmitía al cerebro a través de determinadas fibras nerviosas. Pero se descubrió que este concepto simplista era erróneo. ¿Por qué?

      Un factor que condujo a una mejor comprensión del tema fue el estudio que se efectuó de una joven que no tenía ninguna sensación de dolor. Tras su muerte, en 1955, el examen de su cerebro y su sistema nervioso dio origen a un concepto enteramente nuevo de lo que produce la sensación de dolor. Los médicos “buscaron las terminaciones nerviosas —explicó The Star Weekly Magazine del 30 de julio de 1960—. Si no hallaban ninguna, podría explicarse la insensibilidad de la joven. Pero las hallaron, y, al parecer, en perfecto estado.

      ”A continuación los médicos examinaron las fibras nerviosas que supuestamente conectan las terminaciones nerviosas con el cerebro. Estaban seguros de que encontrarían algún defecto. Pero no fue así. Hasta donde se pudo comprobar, todas las fibras nerviosas se encontraban en perfecto estado, aparte de las que habían degenerado por haber sufrido daño.

      ”Finalmente examinaron el cerebro de la joven, y tampoco allí pudieron detectar ningún tipo de defecto. Según todo el conocimiento y las teorías existentes, aquella joven tendría que haber sentido dolor con normalidad; sin embargo, no era capaz ni siquiera de sentir cosquillas.” En cambio, era sensible a la presión ejercida sobre su piel y podía distinguir por el tacto la cabeza y la punta de un alfiler, aunque no le dolía el pinchazo.

      Ronald Melzack, que en la década de los sesenta fue coautor de una nueva y popular teoría para explicar el dolor, da otro ejemplo de su complejidad. Explicó: “La señora Hull seguía señalándose el pie que no tenía [le había sido amputado], y describía un dolor abrasador como si le estuvieran atravesando los dedos con un atizador al rojo vivo”. En 1989 el Dr. Melzack dijo a la revista Maclean’s que “todavía está buscando alguna explicación para lo que él llama dolor ‘fantasma’”. Además, también existe lo que se denomina dolor referido, es decir, el que la persona siente en una parte del cuerpo que no es la que tiene el problema físico.

      Intervienen tanto la mente como el cuerpo

      Hoy día se define el dolor como “una interacción sumamente compleja entre la mente y el cuerpo”. En 1992, Mary S. Sheridan dijo en su libro Pain in America (El dolor en Estados Unidos) que “la sensación del dolor es tan profundamente psicológica que la mente a veces puede negar su existencia y otras veces provocarla y mantenerla mucho después de pasar la fase aguda de una lesión”.

      El estado de ánimo, la concentración, la personalidad, la propensión a la sugestión y otros factores influyen mucho en la respuesta al dolor. “El temor y la ansiedad provocan una respuesta exagerada”, comentó el Dr. Bonica, autoridad en este campo. De modo que se puede aprender a sentir dolor. El Dr. Wilbert Fordyce, profesor de Psicología especializado en síndromes dolorosos, explica:

      “La cuestión no es si el dolor es real o no. Claro que lo es. La cuestión radica en cuáles son los factores decisivos que influyen en él. Si justo antes de la comida le hablo de un emparedado de jamón, su secreción salival aumenta. Es muy real. Pero se trata de un reflejo condicionado, pues no tiene delante ningún emparedado de jamón. Los seres humanos somos sumamente sensibles al condicionamiento. Este influye en el comportamiento social, la salivación, la presión sanguínea, la rapidez con que se digiere el alimento, el dolor y todo tipo de cosas.”

      Tal como las emociones y el estado de ánimo pueden intensificar el dolor, también pueden reprimirlo o aliviarlo. Veamos un ejemplo: un neurocirujano dijo que en cierta ocasión, siendo joven, se encontraba sentado en un muro helado con una muchacha de la que estaba tan enamorado, que no percibió ninguna sensación de frío ni de dolor en el trasero. “Estaba casi congelado —explicó—. Debimos permanecer allí sentados unos cuarenta y cinco minutos, y, sin embargo, no sentí nada.”

      Hay muchos ejemplos como ese. Los futbolistas que están absortos en el partido o los soldados que se encuentran en el ardor de la batalla pueden sufrir lesiones serias y no sentir en ese momento ningún dolor o, en todo caso, sentir muy poco. El famoso explorador inglés David Livingstone explicó que una vez, estando en África, lo atacó un león que lo sacudió como “un terrier a una rata. La sacudida [...] provocó en mí la sensación de estar soñando, sin sentir ningún dolor”.

      Es digno de mención que los siervos de Jehová Dios que recurren calmadamente a él con toda confianza y dependencia, en ocasiones también han tenido la experiencia de no sentir ningún dolor. “Por extraño que parezca —dijo un cristiano respecto a una paliza que recibió—, después de los primeros golpes, dejé de sentirlos. Era como si solo pudiera oírlos, igual que el sonido de un tambor lejano.” (¡Despertad! del 22 de febrero de 1994, página 21.)

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