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  • De visita en un jardín exótico

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  • De visita en un jardín exótico
  • ¡Despertad! 1999
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¡Despertad! 1999
g99 8/11 págs. 15-18

De visita en un jardín exótico

MI MADRE amaba las rosas y las cultivaba. De pequeño me pasaba horas con ella en el jardín, desherbando, podando, cortando y cuidando las plantas. Me demostró que la jardinería era divertida, y sembró en mí las semillas del interés por esta ocupación, interés que he mantenido toda la vida.

Mis días de jardinero se vieron interrumpidos cuando me fui de casa para asistir a la Universidad de California en Berkeley (E.U.A.). Mientras estudiaba ingeniería allí, admiraba los hermosos jardines del recinto universitario. La guerra de Vietnam estaba en su apogeo, y en mi futuro inmediato habría un enorme cambio.

Decidí alistarme en el Cuerpo de Paz y me enviaron a la Universidad de Washington para recibir adiestramiento. El recinto era un paraíso. Dondequiera que mirara había lagos, jardines, extensiones de césped y montañas coronadas de nieve. En 1964 salí con rumbo a La Paz (Bolivia) para trabajar de profesor en la Universidad Mayor de San Andrés. ¡Qué contraste! De estar al nivel del mar a vivir a 3.500 metros sobre él. Muy pocas plantas crecían allí, de modo que la jardinería se convirtió en solo un recuerdo.

Después de dos años en Bolivia, conseguí un puesto como docente en la Escuela Intermedia de Wahiawa (Hawai). Vivía en una casita situada en la playa de Sunset Point. Las palmeras y otras plantas tropicales de ese lugar me cautivaron. Me sentía en el paraíso. Entonces se me ocurrió la idea de crear algún día un jardín en el que dominaran las palmeras.

Regresé a San Diego (E.U.A.), y luego viajé durante dieciocho meses, de California a Tierra del Fuego (Argentina), solicitando transporte gratis en las carreteras. En ese entonces comencé a leer la Biblia. Durante el viaje, me pasaba largas horas en las selvas, los jardines y los parques, y meditaba sobre lo que leía en las Santas Escrituras. Finalmente regresé a San Diego, en 1972, y empecé una larga y satisfaciente carrera de profesor de Matemáticas en Coronado (California). La idea de tener un jardín con plantas tropicales en mi propio patio empezó a madurar.

Mi primer jardín

En mayo de 1973 compré una casita cerca del océano Pacífico, en Ocean Beach (California). Allí estaba yo, con una pequeña casa en lo alto de una colina, un patio grande y el amor por la jardinería. La combinación era perfecta para lo que habría de venir: mi singular jardín.

El comienzo fue desorganizado, era un experimento de ensayo y error. Si me gustaba una planta, la compraba y la plantaba. Seguí plantando cualquier cosa que encontraba atractiva y vigilaba su crecimiento: árboles frutales, pinos, árboles de hoja caduca y de hoja perenne, arbustos, matorrales, flores... cultivaba de todo.

Muchas de las plantas me recordaban mi niñez. El atenderlas era tranquilizador, divertido, terapéutico y satisfaciente. Reflexionaba en la belleza, el diseño, la complejidad y el propósito de estas creaciones.

No todas las plantas resultaban de mi agrado y tampoco todas cuadraban con mi plan, así que me deshice de muchas. Buscaba un aire especial. Las que soltaran mucha hojarasca o que se extendieran muy rápido no eran bien recibidas, pues implicaban demasiado trabajo y mantenimiento. Además, yo quería plantas raras, no las tradicionales o comunes de un jardín. Me hacía falta un tema. ¡Y finalmente lo hallé!

Mi primera palmera

En 1974 visité un vivero de la localidad, y allí encontré el objeto de mi búsqueda. Era hermosa, con su elegante penacho de hojas arqueadas y pinnadas (en forma de plumas) de color verde azulado. Se trataba de la Butia capitata, considerada por muchos la palma más hermosa del mundo. Algunos la llaman palmera de la jalea por sus semillas dulces y afrutadas, y es originaria de Sudamérica. Su cuidado es sencillo y alcanza una altura de cinco metros. Por fin mi jardín tenía un punto focal, un tema: palmeras tropicales raras, de todo el mundo. Me había decidido por “las princesas del reino vegetal”.

No mucho después de eso empecé a adquirir palmeras poco comunes o exóticas en diferentes viveros. En el último rincón de uno de ellos, me topé de frente con otro estupendo ejemplar: la palma azul (Brahea armata). Sus hojas firmes y palmeadas de color verde azulado forman una corona que nace en la punta superior del tronco; las espigas de flores se extienden en hermosos arcos amarillentos. Cuando llega a la madurez alcanza una altura de unos doce metros.

Ahora sí que estaba entusiasmado con las palmas. ¿Dónde podría encontrar más de estas raras plantas? Empecé a preguntar en la zona de San Diego, sin mucho éxito. Entonces di con una mina de oro de información: la Sección del Sur de California de la Sociedad Internacional de Palmas. Esta sociedad cuenta con miles de miembros en ochenta y un países, y tiene un caudal de información sobre todas las palmas conocidas: más de doscientos géneros y unas tres mil especies. La Sección del Sur de California edita para sus miembros la publicación The Palm Journal, una inapreciable fuente de información actualizada.

Dicho contacto me ha permitido adquirir y cultivar más de ciento cincuenta especies de palmas en mi pequeño jardín. Digo pequeño porque solo ocupa unos seiscientos cincuenta metros cuadrados, y mis palmeras representan una pequeña fracción de todas las especies descubiertas hasta el momento. ¿Cuáles son mis favoritas?

Algunas bellezas de mi jardín

La verdad es que amo todas mis palmas, aunque unas cuantas destacan. Algunas me atraen particularmente debido a su apariencia exótica o a su armadura de púas o espinas; otras, por su color o tamaño, o hasta por el desafío de cultivarlas en el clima del sur de California, parecido al del Mediterráneo.

Una de mis preferidas, la Bismarckia nobilis, proviene de Madagascar, ubicado a poca distancia de la costa oriental africana. ¿Por qué me gusta? Por su singular color azul violáceo, por su rareza y por la configuración de sus hojas. Cada una de estas pesa como nueve kilogramos, lo que la convierte en una de las palmeras más grandes del mundo.

Otra de mis favoritas, la palmera de cola de pescado (Caryota obtusa), viene de la región montañosa al norte de la India, de Myanmar y de Sri Lanka. El ejemplar que tengo crece bien aquí, en San Diego, a pesar de los inviernos relativamente fríos. De hecho, me gusta el desafío de cultivar palmeras en este lugar. Esa es la razón por la que me produce tanta satisfacción tener una de Borneo en mi jardín, la Arenga undulatifolia, cuyas amplias hojas se caracterizan por sus ondulaciones.

Una adición reciente fue la Burretiokentia hapala de Nueva Caledonia —territorio francés de ultramar en el Pacífico Sur—, que hasta ahora está creciendo fuerte. Puedo agregar a la lista otras palmas que son especiales para mí, como la Pritchardia hildebrandii, de Hawai, de hojas palmeadas color verde amarillento. Le encanta el sol y es verdaderamente exótica.

Una palma que intimida es la Trithrinax acanthacoma. Sus espinas agudas como agujas en el tronco parecen decir: “¡No te acerques mucho!”.

Hace poco comencé a cultivar cicadáceas. Aunque no están emparentadas con las palmeras, su aspecto general —a excepción del tamaño, mucho menor— es semejante. Una de mis favoritas es la Encephalartos gratus, con sus asombrosas hojas que parecen saltar al aire. Esa característica atrae la atención de todo el mundo. Las semillas están dispuestas en conos excepcionalmente grandes, parecidos a piñas, que emergen de los costados de la planta.

¿Le gustan mis palmas a la gente? ¡Ya lo creo! Con frecuencia encuentro a personas que se detienen para admirarlas. Desde la acera de mi casa pueden ver un jardín tropical exótico que desciende por la colina. En marzo de 1997, mi jardín fue uno de los tres que la Sección del Sur de California de la Sociedad Internacional de Palmas abrió al público. Lo describieron como “una impresionante escuela con una variada colección ornamental de palmas”. ¿De qué maneras ha resultado ser una bendición para mí y para otros este lugar?

Mi jardín da testimonio

Como resultado de haber estudiado la Biblia con los testigos de Jehová, me bauticé en 1991. Actualmente ya no me dedico a la enseñanza, pues estoy jubilado, pero me mantengo muy activo como anciano cristiano y ministro precursor. Me gusta valerme de mi jardín para hablar a las personas del Creador al describirles el maravilloso diseño que se evidencia en los diferentes árboles y plantas. A veces también saco a colación el asunto señalando que en la Biblia se mencionan las palmeras (Jueces 4:5; Salmo 92:12). No hay duda de que el jardín me ha acercado más a Dios y me ha ayudado a comprender su maravilloso propósito de que la humanidad obediente viva en un paraíso. Después de todo, el Paraíso original de Edén era un espléndido jardín o parque (Génesis 2:8).

Según las profecías bíblicas, esa condición paradisíaca será restaurada después que Jehová cause la ruina de los que actualmente están arruinando la Tierra (Revelación [Apocalipsis] 11:18; 16:14, 16). Entonces todos podremos colaborar para convertir la Tierra en un hermoso paraíso. Mientras tanto, mi pequeño terreno continúa produciendo alabanza al Creador.—Colaboración.

[Ilustraciones de las páginas 16 y 17]

Palma azul

Palmera de cola de pescado

De izquierda a derecha: Pandan rojo, palma real, árbol del viajero (no están a escala)

Encephalartos ferox

Flor de palmera de Nikau (Rhopalostylis sapida)

[Ilustración de la página 18]

Mis herramientas de jardinería

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