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Papúa Nueva GuineaAnuario de los testigos de Jehová 2011
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SE PREDICA EN LAS TIERRAS ALTAS
Ese mismo mes, Tom y Rowena Kitto dejaron Port Moresby para emprender un agotador viaje de varias semanas. Llevarían las buenas nuevas a un territorio virgen: las escarpadas montañas de Nueva Guinea.
Treinta años antes, unos buscadores de oro provenientes de Australia habían descubierto en las montañas una civilización totalmente alejada del resto del mundo. Los pobladores, que eran más o menos un millón, pensaron atemorizados que los blancos eran los espíritus de sus antepasados que habían muerto.
A los buscadores de oro les iban pisando los talones los misioneros de la cristiandad. Rowena cuenta: “Cuando estábamos por llegar, los religiosos les ordenaron a los aldeanos que no nos escucharan. Pero la advertencia logró el efecto contrario. La gente de las montañas, curiosa por naturaleza, nos estaba esperando ansiosamente”.
Los Kitto abrieron una pequeña tienda en Wabag, a 80 kilómetros (50 millas) al noroeste de la ciudad de Mount Hagen. “Los sacerdotes ordenaron a sus feligreses que no nos compraran ni vendieran nada; que ni siquiera nos hablaran —comenta Tom—. Incluso los presionaron para que exigieran la cancelación del contrato de arrendamiento del terreno donde vivíamos. Pero los aldeanos notaron que éramos diferentes a los blancos que ellos conocían. Nosotros los tratábamos bien. Muchas veces, nuestra amabilidad los conmovía tanto que hasta lloraban y nos decían que no nos fuéramos.”
LA PACIENCIA VALE LA PENA
Desde 1963 en adelante, un sinnúmero de Testigos extranjeros se mudaron a las montañas para esparcir las buenas nuevas. Al irse desplazando de este a oeste, abarcaron toda la región y establecieron muchos grupos y congregaciones.
En Goroka, en la provincia de Tierras Altas Orientales, una pequeña congregación se reunía en una casa particular. Luego tuvieron un modesto lugar de reunión hecho de maleza. Entonces, en 1967, construyeron un hermoso Salón del Reino con 40 sillas. George Coxsen, quien sirvió en las montañas durante diez años, recuerda: “Yo decía en son de broma: ‘De aquí al Armagedón quizás llenemos el salón’. Pero qué equivocado estaba. Al cabo de un año, la congregación tuvo que dividirse porque ya no cabía la gente”.
Más al este, cerca de Kainantu, Norm Sharein dirigía estudios bíblicos a unos cincuenta aldeanos que llegaban todos los días a su cabaña. Posteriormente, Berndt y Erna Andersson —una pareja de precursores— se encargaron de este grupo durante dos años y medio. Erna recuerda: “Aquellas personas casi nunca se bañaban, usaban poca ropa, no sabían leer ni escribir y estaban sumidas en el espiritismo. Aun así, con paciencia y amor, logramos que algunos de ellos memorizaran y explicaran ciento cincuenta textos bíblicos”.
Berndt y Erna se encariñaron con este grupo. “Cuando se supo que nos habían asignado a Kavieng, las mujeres me rodearon y comenzaron a llorar a lágrima viva —dice Erna—. Una a una se acercaban para acariciarme el rostro y los brazos mientras se deshacían en lágrimas. Tuve que retirarme a mi cabaña varias veces para llorar en lo que Berndt trataba de confortarlas, pero estaban inconsolables. Al momento de partir, una multitud bajó corriendo por la montaña detrás de nuestro vehículo, y las mujeres lloraban a mares. Todavía se me hace difícil explicar lo que sentí aquel día. ¡Cuánto anhelamos ver a estos queridos amigos en el nuevo mundo!” Otros precursores dieron continuidad al trabajo de Berndt y Erna, y con el tiempo llegó a haber una hermosa congregación en Kainantu.
ÉXITO EN LA SIEMBRA ESPIRITUAL
A principios de los años setenta, un grupito de Testigos se establecieron en Mount Hagen, a unos 130 kilómetros (80 millas) al oeste de Goroka. Esta ciudad era conocida por su enorme mercado, al que cada semana llegaban miles de aldeanos desde muy lejos. “Colocábamos cientos de publicaciones en el mercado”, recuerda Dorothy Wright, una intrépida precursora. Cuando la gente regresaba a sus aldeas remotas, llevaba consigo el mensaje del Reino adonde los publicadores no habían podido llegar.
Tiempo después, Jim Wright —quien era hijo de Dorothy— y Kerry Kay-Smith fueron asignados a Banz, un distrito al este de Mount Hagen ubicado en el pintoresco valle de Wahgi, donde hay plantaciones de té y café. Allí, estos dos precursores enfrentaron fuerte oposición de parte de las misiones de la Iglesia, que incitaban a los niños a arrojarles piedras y echarlos de sus aldeas. Cuando Kerry fue asignado a otro lugar, Jim se quedó solo. Él recuerda: “A menudo me quedaba despierto por las noches en mi chocita de paja y oraba diciendo: ‘Jehová, ¿qué hago aquí?’. Años más tarde recibí la respuesta”.
Jim continúa: “En 2007, estando ya en Australia, viajé a Banz para ir a una asamblea de distrito. Cerca de donde había estado mi vieja chocita de paja ahora se erigía un nuevo Salón del Reino que se convertía temporalmente en un Salón de Asambleas con capacidad para mil personas. Al acercarme a las instalaciones, un hermano corrió hacia mí, me agarró y comenzó a llorar sobre mi hombro. Cuando se calmó, me dijo que se llamaba Paul Tai y que su padre había estudiado la Biblia conmigo hacía treinta y seis años. Paul había leído los libros de su padre, llegó a aprender la verdad y ahora sirve como anciano.
”En una entrevista que me hicieron en la asamblea hablé sobre la persecución que enfrentamos cuando la obra estaba empezando en Banz. Casi nadie pudo contener las lágrimas. Después del programa, varios hermanos se me acercaron con los ojos llorosos para abrazarme y disculparse. Cuando eran niños, me habían echado de sus aldeas arrojándome piedras e insultándome. Entre ellos estaba también Mange Samgar, el pastor luterano que los había instigado y que ahora es anciano de congregación. ¡Qué asamblea tan memorable!”
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Papúa Nueva GuineaAnuario de los testigos de Jehová 2011
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[Ilustración y recuadro de la página 112]
“¿Te comieron el corazón?”
AIOKOWAN
AÑO DE NACIMIENTO 1940
AÑO DE BAUTISMO 1975
OTROS DATOS Una de las primeras personas de Enga que aprendió la verdad.
◼ CUANDO Tom y Rowena Kitto llegaron a Wabag, en la provincia de Enga, miembros de algunas iglesias comenzaron a esparcir cuentos falsos sobre ellos. Por ejemplo, decían que desenterraban a los muertos para comérselos. Esas historias me horrorizaban.
Un día, Tom le preguntó a mi padre si conocía a alguna joven que pudiera ayudar a su esposa con las tareas de la casa. Mi padre me señaló con el dedo, y aunque yo estaba aterrada, me obligó a aceptar el trabajo.
Tiempo después, Tom y Rowena me preguntaron: “¿Sabes lo que les sucede a las personas cuando mueren?”.
—Si son buenas, van al cielo —respondí.
—¿Leíste eso en la Biblia? —preguntaron.
—Nunca fui a la escuela, así que no sé leer —les dije.
Empezaron a enseñarme a leer, y poco a poco comencé a entender la verdad bíblica. Cuando me alejé de la Iglesia Católica, uno de los líderes me preguntó: “¿Por qué ya no vienes a la iglesia? ¿Qué te han hecho esos blancos? ¿Te comieron el corazón?”.
“Sí —respondí—, en cierto sentido mi corazón les pertenece, pues me han enseñado la verdad.”
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[Ilustración de la página 109]
Las tierras altas
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[Ilustración de la página 110]
Tom y Rowena Kitto frente a su pequeña tienda y su casa en Wabag
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