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Papúa Nueva GuineaAnuario de los testigos de Jehová 2011
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INTENTAN PROSCRIBIR LA OBRA
Estos avances no fueron del agrado de los opositores. Desde 1960 en adelante, las iglesias de la cristiandad, los medios de comunicación y la Liga de Soldados Retirados y en Servicio Activo unieron sus fuerzas a fin de lanzar una campaña para desprestigiar y proscribir a los testigos de Jehová.
La situación se puso más candente cuando se distribuyó a algunos médicos, sacerdotes y funcionarios del gobierno un folleto que explicaba nuestra postura sobre las transfusiones de sangre. Como siempre, los líderes de la cristiandad fueron los primeros en reaccionar. El 30 de agosto de 1960 apareció en el periódico South Pacific Post el siguiente encabezado: “La ira de las iglesias ante la cuestión de la sangre”. Y en el artículo adjunto, los líderes religiosos afirmaban que la organización de los Testigos era “el anticristo [y] un enemigo de la Iglesia”.
En artículos posteriores se acusó a los Testigos de ser un grupo subversivo y que sus enseñanzas fomentaban el absentismo escolar, la evasión de impuestos, el culto de los cargueros y hasta la falta de higiene. Otros informes los incriminaban falsamente de valerse de un próximo eclipse solar para infundir miedo y “manipular las mentes ingenuas de los nativos”. Un editorial incluso los censuró por “vivir, comer y trabajar con los aldeanos”. El South Pacific Post los criticó por enseñar que “todos los hombres son iguales” y dijo que eran “más peligrosos que el comunismo”.
Finalmente, el 25 de marzo de 1962, la Liga de Soldados Retirados y en Servicio Activo pidió a las autoridades coloniales que proscribieran nuestra obra. No obstante, el gobierno australiano rechazó públicamente tal solicitud. “Esta noticia tuvo un efecto positivo en todo el país —comenta Don Fielder—. Las personas de mentalidad abierta se dieron cuenta de que las acusaciones de los opositores eran falsas.”
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Papúa Nueva GuineaAnuario de los testigos de Jehová 2011
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Recuerdo una ocasión en la que estaba predicando cerca de Rabaul. Un hombre tolai me pidió que le prestara mi Biblia para leer un versículo. Cuando se la di, la rompió en pedazos y la arrojó al suelo. En vez de enfurecerme, informé el asunto al comandante de la policía, quien de inmediato mandó arrestar al hombre. El comandante le dijo: “Estuvo muy mal lo que hiciste. Has roto la ley de Dios y la del gobierno. Si mañana no le compras una Biblia a este señor, irás a la cárcel”. Me dijeron que volviera al día siguiente a las diez de la mañana para buscar el dinero de la Biblia. Cuando llegué, allí estaba el dinero. Desde entonces, muchos tolai han aceptado la verdad.
En otra ocasión, un grupo de hermanos y yo fuimos a distribuir el impreso Noticias del Reino al oeste de Wewak. Ellos salieron antes que yo. Un líder de la aldea se enteró de lo que estaban haciendo los hermanos y fue a quitarle a la gente los tratados que habían recibido. Parece que alguien le avisó que yo iba rumbo a su aldea, pues salió a esperarme en pleno camino, con las manos en la cintura y sujetando los impresos. Cuando le pregunté si había algún problema, los puso frente a mí y dijo: “Aquí mando yo y no los quiero ver repartiendo estas cosas”.
Tomé los tratados. De pronto, los aldeanos nos habían rodeado, así que les pregunté si tenían que pedir permiso a las autoridades para trabajar en su jardín o ir a pescar.
—No —contestó una señora.
—¿Quieren leer los tratados? —añadí.
Como dijeron que sí, se los devolví sin que su líder interviniera. Después tuve que hablar en mi defensa ante unos veinte jefes de la aldea, pero afortunadamente todos, excepto dos, votaron a favor de la predicación.
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