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  • Nuestra inclinación por los jardines
    ¡Despertad! 1997 | 8 de abril
    • Nuestra inclinación por los jardines

      ¿BUSCA usted la calma de un hermoso jardín cuando desea huir del ruido y el ritmo de vida ajetreado? ¿Son los parques tranquilos, con su césped, flores, árboles umbrosos y estanques, el entorno que prefiere para una comida campestre con la familia o para dar un paseo con algún amigo? Qué efecto tan relajante, reconfortante, sosegador y hasta terapéutico tienen los jardines, ¿no es cierto?

      Aunque hay quienes no desean ocuparse de un jardín, quizás por falta de tiempo, a todos nos encantan sus colores, aromas, sonidos y frutos. Por ejemplo, a Thomas Jefferson —arquitecto, científico, abogado, inventor y presidente de Estados Unidos— le gustaban mucho los jardines. Él escribió: “Ninguna ocupación me resulta tan agradable como el cultivo de la tierra. [...] Sigo dedicándome al jardín. Y aunque como hombre soy viejo, como jardinero todavía soy joven”.

      Muchas personas comparten ese parecer. Millones de visitantes afluyen todos los años a los jardines famosos del mundo: los de Kew (los Jardines Botánicos Reales), en Inglaterra; los de Kyoto, en Japón; los del Palacio de Versalles, en Francia, y los de Longwood, en Pensilvania (E.U.A.), por mencionar algunos. En muchos países también hay zonas urbanas donde las casas, enclavadas a lo largo de avenidas arboladas, están rodeadas de arbustos, árboles y flores multicolores: como un pequeño paraíso.

      Los jardines pueden beneficiar la salud

      Se ha observado que cuando las personas están en contacto con la naturaleza, aunque solo sea viendo flores, árboles, arbustos y pájaros a través de una ventana, su salud mejora. Este hecho motivó a un hospital de la ciudad de Nueva York a plantar un jardín en el techo del edificio. Tuvo “una acogida fantástica —dijo un portavoz del hospital—. Ha elevado la moral tanto de los pacientes como del personal del centro. [...] Le vemos muchas posibilidades terapéuticas”. De hecho, los estudios indican que el ser humano puede obtener beneficios físicos, mentales y emocionales de regalarse los sentidos con los elementos de la naturaleza.

      Además, la persona con inclinaciones espirituales se siente más cerca de Dios cuando se encuentra rodeada de Su creación. Esta faceta de los jardines se remonta al primero que hubo en la Tierra: el jardín de Edén, donde Dios se comunicó por primera vez con el hombre. (Génesis 2:15-17; 3:8.)

      La inclinación por los jardines es universal, un hecho que, como veremos, es muy significativo. Pero antes de hablar de ello, le invitamos a “pasear” por algunos de los jardines de la historia para que vea lo arraigado que está en el corazón de todas las personas el anhelo por el Paraíso.

  • Un vistazo a algunos jardines famosos
    ¡Despertad! 1997 | 8 de abril
    • Un vistazo a algunos jardines famosos

      EL PRIMER contacto del hombre con un paraíso tuvo lugar en un jardín situado en una región llamada Edén, posiblemente cerca del lago Van, dentro de los límites de la actual Turquía. Un río que se ramificaba en otros cuatro regaba el jardín para Adán y Eva, quienes, a su vez, tenían que ‘cultivarlo y cuidarlo’. Qué placer debía aportarles la labor de cuidar un jardín en el que abundaba “todo árbol deseable a la vista de uno y bueno para alimento”. (Génesis 2:8-15.)

      Edén era un hogar perfecto. Adán y Eva, y sus descendientes, tenían que extender sus límites, utilizando como modelo el exquisito diseño original de Dios. Con el tiempo, la Tierra entera se convertiría en un paraíso cómodamente habitado a plenitud. Pero la desobediencia deliberada de nuestros primeros padres resultó en que fueran expulsados de dicho santuario. Lamentablemente, todos los demás miembros de la familia humana nacieron fuera de aquel hogar edénico.

      No obstante, el Creador hizo al hombre para vivir en el Paraíso. Por eso es natural que las generaciones posteriores trataran de rodearse de imitaciones de aquel Paraíso.

      Jardines del pasado

      Se ha aclamado a los Jardines Colgantes de Babilonia como una de las maravillas del mundo antiguo. Los construyó el rey Nabucodonosor hace más de dos mil quinientos años para su esposa meda, la cual añoraba los bosques y las colinas de su tierra natal. En aquella estructura escalonada de arcos y bóvedas, y 22 metros de altura, había una gran profusión de plantas, además de tierra suficiente para alimentar árboles grandes. La nostálgica reina probablemente se sentía reconfortada cuando paseaba por aquellas terrazas edénicas.

      El paisajismo tenía mucha prominencia en el fértil valle egipcio del Nilo. “Egipto —dice la obra especializada The Oxford Companion to Gardens— es [la tierra] de donde proceden las imágenes de jardines más antiguas del mundo, y cuenta con una antiquísima tradición jardinera.” En el plano de un jardín que perteneció a un funcionario egipcio de Tebas, fechado alrededor del año 1400 a.E.C., aparecen estanques, paseos arbolados y pabellones. Después de los jardines reales, los de los templos eran los más exuberantes, con sus arboledas, flores, y hierbas aromáticas regadas por canales procedentes de estanques y lagos poblados de gran número de aves acuáticas, peces y lotos. (Compárese con Éxodo 7:19.)

      Los persas también dejaron pronto su huella en el terreno de la jardinería. Los jardines de Persia y Egipto eran tan cautivadores que cuando los ejércitos conquistadores de Alejandro Magno regresaron a Grecia en el siglo IV a.E.C., llegaron cargados de semillas, plantas e ideas. En Atenas, Aristóteles y su discípulo Teofrasto reunieron las aumentantes muestras de plantas y establecieron un jardín botánico para estudiarlas y clasificarlas. Muchos griegos acaudalados, al igual que los egipcios y los persas que los antecedieron, poseían jardines magníficos.

      Los romanos que vivían en ciudades combinaron la casa y el jardín en el confinado espacio de la ciudad. Los ricos crearon espectaculares parques de recreo en sus villas rurales. Hasta el tirano Nerón quería su edén; por ello desalojó sin piedad a centenares de familias, demolió sus casas y creó alrededor de su palacio un parque privado de más de 50 hectáreas. Más adelante, hacia el año 138 E.C., en la villa que el emperador Adriano tenía en Tívoli, el paisajismo romano alcanzó su máximo esplendor. La villa abarcaba 243 hectáreas de parques, estanques, lagos y fuentes.

      Los israelitas de la antigüedad también tenían jardines y parques. El historiador judío Josefo escribió acerca de los preciosos parques regados por abundantes riachuelos que había en un lugar llamado Etam, a una distancia de entre 13 y 16 kilómetros de Jerusalén. Posiblemente los parques de Etam estuvieron entre los ‘jardines, parques, estanques y bosques’ que la Biblia dice que Salomón ‘se hizo’. (Eclesiastés 2:5, 6.) A las afueras de Jerusalén, en el monte de los Olivos, se encontraba el jardín de Getsemaní, famoso porque Jesucristo lo frecuentaba. Era un lugar recogido al que Jesús acudía para enseñar con tranquilidad a sus discípulos. (Mateo 26:36; Juan 18:1, 2.)

      Desde los jardines árabes hasta los ingleses

      Cuando en el siglo VII E.C. los ejércitos árabes se extendieron hacia oriente y occidente, también descubrieron, al igual que Alejandro Magno, los jardines de Persia. (Compárese con Ester 1:5.) “Los árabes —escribe Howard Loxton— encontraron los jardines persas muy parecidos al Paraíso que se prometía en el Corán para los fieles.” Al igual que su modelo persa, el típico jardín árabe —desde la España mora hasta Cachemira— se dividía en cuatro secciones delimitadas por cuatro canales de agua conectados en un punto central por un estanque o una fuente: una evocación de los cuatro ríos de Edén.

      En el norte de la India, junto a lago Dal, en el hermoso valle de Cachemira, los soberanos mogoles del siglo XVII plantaron más de setecientos jardines paradisíacos. Formaban una impresionante paleta de colores salpicada de centenares de fuentes, terrazas y cascadas. En el pabellón de mármol negro construido por el sah Yahan (edificador del Taj Mahal) a orillas del lago Dal, todavía puede leerse la inscripción: “Si existe un paraíso sobre la faz de la Tierra, está aquí, está aquí, está aquí”.

      Unos siglos antes Europa había pasado de la Edad Media al Renacimiento (que empezó en el siglo XIV). La tradición jardinera de Roma, hollada a comienzos de la Edad Media en el siglo V E.C., empezó a florecer de nuevo, esta vez bajo la dirección de la Iglesia. La cristiandad consideraba el jardín como un ‘paraíso provisional’. Tanto es así, que en el plano de un monasterio del siglo IX aparecen dos jardines con el nombre de “Paraíso”. Los jardines de la cristiandad pronto llegaron a ser muy extensos y fastuosos, pero en lugar de reflejar ideales espirituales, muchos se convirtieron en símbolos de poder y riqueza.

      Cuando en 1495 Carlos VIII de Francia conquistó Nápoles (Italia), escribió a los suyos lo siguiente: “No pueden imaginarse los jardines tan hermosos que tengo en esta ciudad [...]. Solo les faltan Adán y Eva para convertirse en un paraíso terrenal”. Pero si Carlos hubiera vivido hasta el siglo XVII, habría visto en tierras francesas los extensos jardines del rey Luis XIV. El libro The Garden (El jardín) afirma que los jardines del Palacio de Versalles “todavía pueden considerarse los más extensos y sublimes del mundo”.

      Ahora bien, el Renacimiento tenía una nueva definición de paraíso: la naturaleza debe estar subordinada al hombre inteligente, quien impondrá orden en el jardín librándolo de todo lo agreste. Se dio a los árboles y las flores configuraciones geométricas bien definidas. Y la antigua topiaria romana —el arte de podar y guiar árboles y arbustos para darles forma— renació con gran esplendor.

      Posteriormente, en los siglos XVIII y XIX, gracias a la exploración y el comercio marítimos, el mundo occidental conoció nuevas plantas y conceptos de jardinería. Inglaterra se inició en el diseño de jardines. “En la Inglaterra del siglo XVIII —dice The New Encyclopædia Britannica—, el hombre fue tomando más conciencia de la naturaleza que le rodeaba. En lugar de imponer a esta un orden geométrico artificial, empezó a pensar en adaptar su vida al paisaje natural.” Hombres como William Kent y Lancelot Brown destacaron en el terreno del paisajismo. Brown diseñó más de doscientas fincas en Inglaterra. En 1786, dos hombres que llegaron a ser presidentes de Estados Unidos —Thomas Jefferson y John Adams— viajaron por Inglaterra para estudiar los jardines ingleses.

      Paisajes de oriente

      La tradición jardinera de China es para la civilización oriental lo que las de Egipto, Grecia y Roma son para la occidental. Al principio los chinos practicaban una religión animista según la cual, los ríos, rocas y montañas eran espíritus materializados y por lo tanto debían ser respetados. Con el tiempo, el taoísmo, el confucianismo y el budismo se extendieron por todo el país y produjeron sus tipos particulares de jardín.

      Al otro lado del mar del Japón, los jardines japoneses adoptaron su propio estilo; un estilo en el que la forma tiene prioridad sobre el color, y cada componente ocupa su lugar preciso. Tratando de recoger en un espacio limitado la estética y la diversidad de la naturaleza, el jardinero coloca sus rocas con cuidado y cultiva y guía las plantas de su jardín con gran meticulosidad. Un ejemplo lo tenemos en el arte del bonsái (término que significa “planta en maceta”), que consiste en cultivar un árbol en miniatura o tal vez un grupo de árboles, dándoles la forma y proporción precisas.

      Aunque el estilo del jardín oriental difiere del occidental, ambos reflejan el anhelo por el Paraíso. Por ejemplo, el historiador Wybe Kuitert, especializado en jardines japoneses, escribe que durante el período japonés Heian (794-1185) los jardineros trataban de evocar el ambiente de un “paraíso en la Tierra”.

      Una inclinación universalizada

      La inclinación por los jardines es universal, la tenían incluso las tribus cazadoras-recolectoras que vivían en jardines “naturales”: junglas, bosques y praderas. Respecto a “los aztecas de México y los incas de Perú”, The New Encyclopædia Britannica dice que “los conquistadores mencionaron elaborados jardines con colinas terraplenadas, arboledas, fuentes y estanques ornamentales [...] similares a los jardines contemporáneos de occidente”.

      ¿Qué nos demuestran las antiguas arboledas a ambas orillas del Nilo, los paisajes orientales, los parques de las ciudades modernas, y los jardines botánicos? Que la humanidad anhela el Paraíso. Teniendo presente esta perdurable “nostalgia por el Paraíso”, el escritor Terry Comito dijo: “Los jardines son lugares en los que el hombre se siente en casa”. ¿Y a quién no le encantaría decir: ‘Mi hogar es como el jardín de Edén’? Ahora bien, la idea de un jardín mundial —y no solo para los acaudalados—, ¿es solo un sueño, o se hará realidad?

  • De regreso al Paraíso
    ¡Despertad! 1997 | 8 de abril
    • De regreso al Paraíso

      EN VISTA del anhelo humano por el Paraíso y de las tentativas, grandes y pequeñas, por recrearlo, uno pensaría que para estos tiempos la Tierra debería ser ya un auténtico paraíso. Pero no lo es.

      En lugar de eso, el hombre ha dado prioridad a la codicia, la cual domina, muchas veces a costa del medio ambiente y su biodiversidad. Creyendo que la balanza se inclinará por Mammón, es decir, las riquezas materiales, muchas personas han perdido las esperanzas de que esta Tierra se convierta algún día en un paraíso edénico. A su modo de ver, la única posibilidad de gozar de un paraíso la tendrán en los cielos, donde esperan vivir después de su muerte. Pero ese punto de vista implica, en primer lugar, que el anhelo del hombre por vivir en un edén jamás se hará realidad y, en segundo lugar, que Dios ha dejado este planeta a merced de la insensatez y la codicia humanas. ¿Es cierto eso? ¿Qué nos deparará el futuro? Y ¿dónde será la vida entonces?

      ¿Paraíso celestial, o terrenal?

      Hace casi dos mil años, Jesucristo le dijo al ladrón arrepentido que estaba fijado en un madero junto a él: “Estarás conmigo en el Paraíso”. (Lucas 23:43.) ¿Se refería Jesús a que el ladrón iría al cielo con él? No.

      Aquel malhechor ni siquiera concebía dicha idea. ¿Por qué? Porque seguramente conocía pasajes de las Escrituras Hebreas —que ya existían en su día— como el de la primera parte de Salmo 37:29: “Los justos mismos poseerán la tierra”. Jesús enseñó esa misma verdad cuando dijo: “Felices son los de genio apacible, puesto que ellos heredarán la tierra”. (Mateo 5:5.) Este texto armoniza con la oración que se conoce como el padrenuestro: “Efectúese tu voluntad, como en el cielo, también sobre la tierra”. (Mateo 6:9, 10.)

      La Biblia enseña que Dios creó la Tierra, no el cielo, como hogar de la familia humana. Su Palabra declara que “no la creó [la Tierra] sencillamente para nada”, sino que “la formó aun para ser habitada”. (Isaías 45:18.) ¿Por cuánto tiempo? “Él ha fundado la tierra sobre sus lugares establecidos; no se le hará tambalear hasta tiempo indefinido, ni para siempre.” (Salmo 104:5.) En efecto, “la tierra subsiste aun hasta tiempo indefinido”. (Eclesiastés 1:4.)

      El propósito de Dios para la inmensa mayoría de las personas que le sirven es que vivan en la Tierra para siempre. Observe lo que indica al respecto la Palabra de Dios, la Biblia. Salmo 37:11 predice: “Los mansos mismos poseerán la tierra, y verdaderamente hallarán su deleite exquisito en la abundancia de paz”. ¿Durante cuánto tiempo? Salmo 37:29 añade: “Los justos mismos poseerán la tierra, y residirán para siempre sobre ella”. En ese tiempo se cumplirá el texto que, refiriéndose a Dios, dice: “Estás abriendo tu mano y satisfaciendo el deseo de toda cosa viviente”, es decir, todo aquel deseo que encaje con la voluntad de Dios. (Salmo 145:16.)

      ¿Y los que no quieren hacer la voluntad de Dios? Proverbios 2:21, 22 declara: “Los rectos son los que residirán en la tierra, y los exentos de culpa son los que quedarán en ella. En cuanto a los inicuos, serán cortados de la mismísima tierra; y en cuanto a los traicioneros, serán arrancados de ella”.

      Paraíso restaurado

      Ya pronto, Dios ejecutará su sentencia contra este mundo inicuo. (Mateo 24:3-14; 2 Timoteo 3:1-5, 13.) Pero a “una gran muchedumbre” de personas las protegerá de esa venidera destrucción y las introducirá en un nuevo mundo creado por él. (Revelación [Apocalipsis] 7:9-17.)

      Entonces, Dios dirigirá la gozosa tarea que tendrán sus súbditos humanos de convertir toda la Tierra en un hogar paradisíaco para la humanidad. La Biblia promete: “El desierto y la región árida se alborozarán, y la llanura desértica estará gozosa, y florecerá como el azafrán. [...] Pues en el desierto habrán brotado aguas, y torrentes en la llanura desértica”. (Isaías 35:1, 6.)

      En ese Paraíso en expansión, el hambre, la pobreza, los barrios insalubres, las personas sin hogar y las zonas infestadas de delincuencia habrán desaparecido por completo. “Llegará a haber abundancia de grano en la tierra.” (Salmo 72:16.) “El árbol del campo tendrá que dar su fruto, y la tierra misma dará su producto.” (Ezequiel 34:27.) “Ciertamente edificarán casas, y las ocuparán; y ciertamente plantarán viñas y comerán su fruto. No edificarán y otro lo ocupará; no plantarán y otro lo comerá.” (Isaías 65:21, 22.) “Realmente se sentarán, cada uno debajo de su vid y debajo de su higuera, y no habrá nadie que los haga temblar.” (Miqueas 4:4.)

      Por qué van algunos al cielo

      La mayoría de las personas probablemente reconozcan que desean un paraíso terrestre. Y es natural, pues Dios jamás implantó en el ser humano un anhelo por el cielo; el hombre ni siquiera puede concebir cómo es la vida en el cielo. Por ejemplo, en una conversación con su sacerdote de la Iglesia Anglicana, Pat, feligresa devota, dijo: “Yo nunca he pensado en ir al cielo. No deseo ir, y, de todas formas, ¿qué haría yo allí?”. (Compárese con Salmo 115:16.)

      Cierto, la Biblia enseña que un número limitado de seres humanos —144.000— van al cielo. (Revelación 14:1, 4.) También explica la razón: “Hiciste que fueran un reino y sacerdotes para nuestro Dios, y han de reinar sobre la tierra”. (Revelación 5:9, 10.) Junto con su Rey, Jesucristo, estas personas componen el “reino”, el nuevo gobierno celestial de la Tierra por el que oran los cristianos. Dicho gobierno supervisará la rehabilitación total de la Tierra y de la humanidad. (Daniel 2:44; 2 Pedro 3:13.)

      Ahora bien, como el deseo de vivir en el cielo no es algo inherente al ser humano, el espíritu de Dios “da testimonio” de una manera especial a los 144.000 para que sientan esta “llamada hacia arriba”. (Romanos 8:16, 17; Filipenses 3:14.) Pero, como es obvio, el resto de la humanidad no necesita tal acción del espíritu santo, pues su morada eterna estará en una Tierra paradisíaca.

      Un paraíso espiritual prepara el camino

      ¿Qué hay que hacer para poder vivir eternamente en el Paraíso terrestre? “Esto significa vida eterna —dijo Jesús—, el que estén adquiriendo conocimiento de ti, el único Dios verdadero, y de aquel a quien tú enviaste, Jesucristo.” (Juan 17:3.) Isaías 11:9 vincula las relaciones humanas pacíficas con el conocimiento de Dios: “No harán ningún daño ni causarán ninguna ruina en toda mi santa montaña; porque la tierra ciertamente estará llena del conocimiento de Jehová como las aguas cubren el mismísimo mar”. (Compárese con Isaías 48:18.)

      Este conocimiento, por supuesto, no está limitado a la mente. Influye en la personalidad del individuo y fomenta cualidades piadosas como “amor, gozo, paz, gran paciencia, benignidad, bondad, fe, apacibilidad, autodominio”. (Gálatas 5:22, 23.) Dado que los testigos de Jehová se esfuerzan por cultivar dichas cualidades, ya han sido bendecidos en la actualidad con un paraíso espiritual sano. (Isaías 65:13, 14.)

      Qué contraste hay entre su estado espiritual y el del mundo, que cada vez se sume más en la impiedad y la corrupción. No obstante, Dios pronto destruirá este mundo inicuo. Mientras llega ese día, los testigos de Jehová lo invitan a visitar —sí, a inspeccionar— el paraíso espiritual de que disfrutan. Compruebe por usted mismo que Jesús, el Rey celestial invisible, está ya dirigiendo discretamente a los futuros residentes del nuevo mundo por el camino estrecho que conduce al Paraíso terrestre y a la vida eterna. (Mateo 7:13, 14; Revelación 7:17; 21:3, 4.)

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