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ParaguayAnuario de los testigos de Jehová 1998
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No obstante, en 1934, en plena guerra, la sucursal argentina envió a tres testigos de Jehová a Paraguay para que invitaran a las personas de corazón sincero a tomar gratis el “agua de la vida”. Eran los hermanos Martonfi, Koros y Rebacz
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ParaguayAnuario de los testigos de Jehová 1998
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“En octubre de aquel año —escribió el hermano Rebacz— estábamos listos para partir hacia el interior. Llevábamos dos cajas de publicaciones y una maleta cada uno. Viajamos en tren desde Asunción hasta Paraguarí, y desde allí, como no había ningún medio de transporte, caminamos hasta nuestro primer destino, Carapeguá, a unos 30 kilómetros de distancia. Esa noche dormimos en el suelo con las publicaciones al lado de la cabeza. Cuando empezamos a predicar al día siguiente, el sacerdote del pueblo visitó a las personas para decirles que no nos escucharan. Después, él y un compañero viajaron a caballo al pueblo vecino para decir a la gente que no nos prestara atención y que nos echara del pueblo, lo cual intentaron hacer algunos.”
Debido a la presión del sacerdote, se distribuyeron pocas publicaciones bíblicas, y hubo personas que hasta devolvieron las que habían aceptado. De Carapeguá los Testigos caminaron de un pueblo a otro: Quiindy, Caapucú, Villa Florida y San Miguel. Para llegar a San Juan Bautista, caminaron todo el día hasta la medianoche, durmieron en el campo y luego, temprano por la mañana, siguieron caminando. Una vez en el pueblo, visitaron primero a la policía para explicar lo que estaban haciendo. Estos hombres recibieron a los Testigos con respeto. Luego los hermanos pasaron todo el día en el ministerio público.
A la mañana siguiente, el hermano Martonfi se llevó una sorpresa cuando salió de la casita que habían alquilado. Llamó al hermano Rebacz, que aún estaba dentro, y le dijo: “Hoy tenemos algo nuevo”. La gente había roto las publicaciones que ellos habían distribuido el día anterior y las había esparcido alrededor de la casita. En algunos de los pedazos de papel se habían escrito insultos, vulgaridades y amenazas de que no saldrían vivos del pueblo.
Mientras desayunaban, llegó la policía y los arrestó. ¿Por qué habían cambiado de actitud? El hermano Rebacz explicó después: “Cuando preguntamos por qué nos arrestaban, nos mostraron un periódico en el que se nos acusaba de ser espías bolivianos que se hacían pasar por evangelizadores. El director del periódico era el principal sacerdote del distrito”.
De regreso a Asunción
A ambos Testigos los enviaron presos a Asunción. Fue un largo viaje a pie. Un guardia armado los acompañaba en todo momento mientras viajaban de una comisaría a otra. En el camino, algunas personas los insultaron y les arrojaron basura. Pero los policías los trataron con respeto y hasta dijeron que la acusación de espionaje era ridícula. A veces el policía que iba a caballo cargaba las maletas de los hermanos. Uno de ellos incluso dejó que el hermano Martonfi se montara en su caballo, mientras él caminaba y escuchaba lo que el hermano Rebacz le decía sobre el Reino de Dios.
Sin embargo, los hermanos recibieron un trato severo cuando se les entregó al ejército en Quiindy. Se les puso en una cárcel militar por catorce días; se les ordenó que se sentaran en sillas de madera y que no se acostaran ni se pusieran de pie; se les insultó, y se les azotó con un látigo. Luego, en Paraguarí, se les llevó esposados a la estación de tren bajo la custodia de doce soldados con bayonetas. Allí los entregaron de nuevo a la policía para que los llevaran hasta Asunción.
Las condiciones en la prisión de la capital también fueron difíciles, pero los hermanos utilizaron la Biblia que aún tenían y dieron testimonio a los demás prisioneros. Al cabo de una semana en esta prisión, por fin los llevaron a la oficina del jefe de policía. El ministro del Interior, el coronel Rivarola, también estaba presente. (Después se supo que cuando al coronel Rivarola se le informó de las acusaciones lanzadas contra nuestros hermanos en el periódico de San Juan Bautista, despachó telegramas a los jefes militares para cerciorarse de que los hermanos fueran devueltos a la capital con vida.) “Ambos lamentaron lo ocurrido —comentó el hermano Rebacz—. Dijeron que aunque Paraguay era un país católico, había libertad religiosa y estábamos autorizados para seguir predicando de casa en casa como lo habíamos hecho, pero que por nuestra propia seguridad, debíamos permanecer en la capital.”
Cuando el hermano Muñiz, que estaba en Buenos Aires, se enteró de lo que había ocurrido, dio instrucciones a los hermanos de que regresaran a la Argentina hasta que finalizara la guerra. Esta terminó el año siguiente.
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