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Jehová me enseñó a hacer su voluntadLa Atalaya 2012 | 15 de julio
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Los 120 estudiantes de nuestra clase, que veníamos de todo el mundo, nos enteramos de nuestro destino el día de la graduación. En cuanto pudimos, fuimos corriendo a la biblioteca de Galaad para conocer mejor los países a los que se nos había asignado. El mío era Paraguay, un país que, según aprendí, había vivido diversas revoluciones políticas. Cuando llegué allí, una de las primeras noches escuché mucho alboroto en la calle. Por la mañana les pregunté a los demás misioneros qué “celebración” había sido esa. Con una sonrisa, me dijeron: “Acabas de vivir tu primera revolución. Sal a la puerta y mira”. ¡Había soldados en cada esquina!
UNA EXPERIENCIA INOLVIDABLE
Cierto día acompañé al superintendente de circuito a visitar una congregación aislada y proyectar la película La Sociedad del Nuevo Mundo en acción. El viaje duró ocho o nueve horas: primero en tren, luego en coche de caballos y finalmente en carreta, con el proyector y un generador a cuestas. Al día siguiente visitamos muchas granjas e invitamos a todos a ver la película esa misma noche. Asistieron unas quince personas.
Cuando llevábamos unos veinte minutos de sesión, alguien nos dijo que entráramos en la casa inmediatamente, así que agarramos el proyector y obedecimos. Fue entonces cuando llegaron aquellos hombres dando voces, disparando al aire y gritando: “¡Nuestro Dios está sediento de sangre, y quiere la sangre de los gringos!”. Allí solo había dos “gringos”, y yo era uno de ellos. La multitud trató de entrar por la fuerza, pero los que habían venido a ver la película lograron contenerlos. Sin embargo, los fanáticos regresaron sobre las tres de la mañana, disparando al aire y amenazando con echarnos mano ese mismo día cuando volviéramos al pueblo.
Los hermanos se pusieron en contacto con la policía, y un agente vino por la tarde con dos caballos para llevarnos al pueblo. Cuando pasábamos cerca de arbustos o árboles, él se adelantaba e inspeccionaba el área pistola en mano. Me di cuenta de lo importante que era tener un caballo, así que más tarde conseguí uno.
LLEGAN MÁS MISIONEROS
A pesar de la continua oposición del clero, la predicación siguió dando buenos frutos. En 1955 llegaron cinco nuevos misioneros, entre los que se contaba Elsie Swanson, una joven canadiense graduada de la clase 25 de Galaad. Había dedicado su vida a servir a Jehová a pesar de no contar con el apoyo de sus padres, quienes nunca aceptaron la verdad. Elsie y yo coincidimos un tiempo en la sucursal, hasta que la asignaron a otra ciudad. El 31 de diciembre de 1957 nos casamos y nos fuimos a vivir solos a un hogar misional en el sur de Paraguay.
La casa no tenía agua corriente, así que no disponíamos de ducha, inodoro ni lavadora. Eso sí, en el patio trasero había un pozo. Como tampoco había refrigerador, comprábamos la comida todos los días. La verdad es que fue un período muy feliz en nuestro matrimonio, pues llevábamos una vida muy sencilla y queríamos muchísimo a los hermanos de la congregación.
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Jehová me enseñó a hacer su voluntadLa Atalaya 2012 | 15 de julio
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[Ilustración de la página 20]
En nuestra boda, el 31 de diciembre de 1957
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