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  • Palabras duras, ánimos abatidos
    ¡Despertad! 1997 | 8 de agosto
    • Palabras duras, ánimos abatidos

      “¡Torpe, más que torpe!”a Una señora japonesa recuerda muy bien esas palabras. Se las decían muchas veces cuando era pequeña. ¿Quiénes?, ¿sus condiscípulos?, ¿sus hermanos? No; sus padres. Ella recuerda: “Los insultos me herían tanto que me sentía deprimida”.

      Un hombre de Estados Unidos no olvida el temor y la inquietud que sentía de niño cuando su padre llegaba a casa. “Hasta el día de hoy, todavía me parece oír el sonido de los neumáticos frente a la casa —dice—, y me entran escalofríos. Mi hermanita se escondía. Mi padre era un perfeccionista y siempre nos intimidaba por no realizar lo bastante bien todas nuestras tareas asignadas.”

      La hermana de este señor añade: “No recuerdo ni una sola vez que mi padre o mi madre nos haya abrazado, nos haya besado o nos haya dicho algo como ‘Te quiero’ o ‘Me siento orgulloso de ti’. Y a un niño, no oír nunca ‘Te quiero’ le comunica lo mismo que oír todos los días de su vida: ‘Te odio’”.

      HAY quienes tal vez digan que la angustia que padecieron estas personas durante su infancia fue irrelevante. Cierto, es bastante común que los niños sean el blanco de palabras duras y crueles, así como de malos tratos. No es una noticia que se destaque en los titulares y programas televisivos sensacionalistas. El daño no se ve. Pero si los padres maltratan a sus hijos de esa manera día tras día, los efectos pueden ser demoledores y perdurar toda la vida.

      Considere el seguimiento que se hizo en 1990 de un estudio efectuado en 1951 en el que se examinaron los métodos de crianza utilizados con un grupo de niños de cinco años. Los investigadores lograron localizar a muchos de aquellos niños, para entonces ya de mediana edad, a fin de ver los efectos a largo plazo de la crianza recibida. Del nuevo estudio se concluyó que aquellos a los que peor les había ido en la vida, que carecían de bienestar emocional y que habían experimentado dificultades en el matrimonio, con las amistades y hasta en el trabajo, no fueron necesariamente los que tuvieron padres pobres, ni los que los tuvieron ricos, ni siquiera los de padres claramente atribulados. Fueron aquellos cuyos padres habían sido distantes y fríos, y que les habían mostrado poco o ningún afecto.

      Esta conclusión no es más que un pálido reflejo de una verdad que se puso por escrito hace casi dos mil años: “Padres, no estén exasperando a sus hijos, para que ellos no se descorazonen”. (Colosenses 3:21.) El abuso verbal y emocional por parte de los padres exaspera a los hijos y puede contribuir a que estos acaben descorazonados.

      Según el libro Growing Up Sad (Cuando los niños crecen tristes), hace relativamente poco tiempo los médicos pensaban que no existía la depresión infantil. Pero el tiempo y la experiencia han demostrado lo contrario. Los autores del mencionado libro afirman que hoy día la depresión infantil es un mal reconocido, y bastante común. Dicen que entre los factores que la provocan están el rechazo y el maltrato por parte de los padres. Y añaden: “En algunos casos el progenitor ha sometido al niño a un constante bombardeo de críticas y humillaciones. En otros casos simplemente existe un vacío en la relación padre-hijo: el padre nunca expresa al hijo el amor que siente por él. [...] Los efectos que se observan en los hijos de ese tipo de padres son particularmente trágicos, pues el amor es para un niño —y para un adulto— lo que la luz y el agua para una planta”.

      Al percibir el amor de los padres, si estos se lo manifiestan clara y abiertamente, los niños aprenden una verdad importante: son seres dignos de ser amados, son personas de valía. Muchos confunden este concepto con una forma de arrogancia, de amarse a uno mismo por encima de los demás. Pero en este contexto no tiene ese sentido. Una escritora especializada en estos temas dijo lo siguiente en su libro: “El concepto que el niño tiene de sí mismo influye en la elección de sus amigos, en la forma en que se lleva con los demás, en la clase de persona con la que se ha de casar y en la medida de lo productivo que será en el futuro”. La Biblia reconoce lo importante que es tener una opinión equilibrada, no egotista, de uno mismo, cuando especifica que el segundo mandamiento más importante es: “Tienes que amar a tu prójimo como a ti mismo”. (Mateo 22:38, 39.)

      Cuesta imaginar que un padre o una madre normales quieran destrozar algo tan importante y frágil como la autoestima de un niño. ¿Por qué entonces sucede tan a menudo? ¿Y cómo puede evitarse?

  • Padres bajo presión
    ¡Despertad! 1997 | 8 de agosto
    • Padres bajo presión

      CUANDO nace un niño, parece que los padres no caben en sí de alegría. Casi todo lo relacionado con el bebé les entusiasma. Su primera sonrisa, sus primeras palabras y sus primeros pasos son para ellos ocasiones memorables. Deleitan a los amigos y parientes con anécdotas y fotografías. Es obvio que aman a su hijo.

      Pero con el paso de los años, en algunas familias se produce una tragedia. Los arrullos juguetones de los padres se convierten en palabras duras y crueles; los abrazos afectuosos, en golpes airados o en total ausencia de contacto físico, y el orgullo de padres, en amargura. “Jamás debería haber tenido hijos”, dicen muchos. En otras familias el problema aún es peor: los padres ni siquiera manifestaron amor al niño de recién nacido. Tanto en una situación como en otra, ¿qué sucedió? ¿Dónde está el amor?

      Por supuesto, a los niños no les resulta sencillo hallar la respuesta a tales preguntas. Pero eso no impedirá que saquen sus propias conclusiones. En lo más profundo de su ser, el niño fácilmente puede concluir: “Si mamá o papá no me quieren, es porque hay algo malo en mí. Debo ser muy malo”. Esta opinión puede llegar a arraigarse profundamente, y provocar daños de todo tipo a lo largo de la vida.

      Lo cierto es, sin embargo, que el hecho de que los padres no den a sus hijos el amor que necesitan puede deberse a muchas razones. Hay que admitir que los padres de hoy se enfrentan a tremendas presiones, algunas de ellas de una magnitud sin precedentes. Cuando los padres no están preparados para afrontarlas de la manera debida, tales presiones pueden afectar mucho su labor de padres. Un antiguo y acertado dicho reza así: “La mera opresión puede hacer que un sabio se porte como loco”. (Eclesiastés 7:7.)

      “Tiempos críticos, difíciles de manejar”

      Una era utópica. Eso es lo que muchas personas esperaban ver en este siglo. Imagínese: ya no más presiones económicas ni hambres ni sequías ni guerras. Pero esas esperanzas no se han hecho realidad. Al contrario, el mundo de hoy se ha vuelto como profetizó un escritor bíblico en el siglo I E.C. Él escribió que en nuestros días nos encararíamos a “tiempos críticos, difíciles de manejar”. (2 Timoteo 3:1-5.) Seguramente la mayoría de los padres concuerdan con estas palabras.

      Cuando tienen su primer hijo, muchas parejas suelen quedar atónitas de ver lo caro que resulta hoy criar a un niño. Con frecuencia, ambos progenitores se ven obligados a trabajar fuera de casa tan solo para subsistir. Los gastos médicos, de ropa, escuela, guardería y hasta de comida y vivienda se van sumando hasta formar una montaña mensual de facturas que hace que muchos padres sientan que están a punto de ahogarse. La situación económica actual hace recordar a los estudiantes de la Biblia la profecía de Revelación (Apocalipsis) sobre un tiempo en el que la gente gastaría todo el salario de un día para comprar únicamente lo indispensable para un día. (Revelación 6:6.)

      No se puede esperar que los niños comprendan todas las presiones que afrontan sus padres. No, los niños, por naturaleza, necesitan y ansían recibir amor y atención. Y la presión que ejercen en ellos los medios de comunicación y los compañeros de escuela para que compren lo último en juguetes, ropa y productos electrónicos, suele traducirse en presión sobre los padres para que satisfagan una creciente lista de artículos deseados.

      Otra presión que afecta a los padres, y que parece que va en aumento en estos días, es la rebeldía. Cabe señalar que la Biblia profetizó una actitud generalizada de desobediencia por parte de los hijos hacia los padres como otra indicación de los tiempos difíciles en que vivimos. (2 Timoteo 3:2.) Es cierto que los problemas relacionados con la disciplina de los hijos no son nuevos. Y ningún padre tiene excusa válida para maltratar a un hijo debido a su mal comportamiento. Pero seguramente concordará en que a los padres de hoy no les resulta nada fácil criar a sus hijos en medio de una cultura de rebeldía. Hoy día los niños se ven bombardeados por una serie de influencias negativas: la música popular que promueve furia, rebeldía y desesperación; los programas de televisión que presentan a los padres como personas ridículas e incompetentes, y a los hijos como seres superiores y unos sabelotodo, y las películas que aplauden a los que se dejan llevar por los impulsos violentos. Es obvio que los niños que absorben e imitan esta cultura de rebelión someten a los padres a terribles tensiones.

      “Sin tener cariño natural”

      Ahora bien, la mencionada profecía de la antigüedad abarca otro aspecto que augura aún más problemas para las familias de hoy. Indica que muchísimas personas no tendrían “cariño natural”. (2 Timoteo 3:3.) El cariño natural es lo que mantiene unida a la familia. Y hasta los más escépticos en lo que tiene que ver con la profecía bíblica tienen que admitir que en nuestros tiempos la desintegración de la vida de familia ha alcanzado proporciones alarmantes. Por todo el mundo, el índice de divorcios se ha disparado. En muchas comunidades, las familias monoparentales y con padrastros son más comunes que las tradicionales. Esos padres a veces se encaran a desafíos y presiones particulares que les hacen difícil manifestar a sus hijos el amor que estos necesitan.

      Pero eso no es todo. Hay algo que agrava la situación. Muchos de los padres de hoy se han criado en hogares donde había poco o ningún “cariño natural”, hogares rotos por el adulterio y el divorcio, hogares destruidos por la frialdad y el odio, tal vez incluso hogares donde los abusos verbales, emocionales, físicos o sexuales eran frecuentes. Crecer en ese entorno no solo perjudica a los niños, sino que puede llegar a perjudicar a los adultos en que estos se convertirán. Las estadísticas presentan un cuadro desalentador: las personas que sufrieron abusos durante su infancia tienen más probabilidades de terminar abusando de sus propios hijos. En tiempos bíblicos los judíos tenían un refrán: “Los padres son los que comen el agraz, pero son los dientes de los hijos los que tienen dentera”. (Ezequiel 18:2.)

      Sin embargo, Dios dijo a su pueblo que las cosas no tenían por qué ser así. (Ezequiel 18:3.) Hay un punto importante que debe quedar establecido. ¿Significa el hecho de que los padres se vean sometidos a todas estas presiones que no puedan refrenarse de maltratar a sus hijos? De ninguna manera. Si usted tiene hijos y se encuentra luchando con algunas de las presiones acabadas de mencionar, y teme que jamás podrá ser un buen padre, o una buena madre, cobre ánimo. Usted no es un dato estadístico. Su pasado no determina automáticamente su futuro.

      En conformidad con la garantía bíblica de que se puede mejorar, un libro sobre la buena crianza de los hijos, titulado Healthy Parenting, comenta: “Si no toma medidas para que su conducta difiera de la de sus padres, quiera usted o no, los patrones de su infancia se repetirán. Para romper este ciclo, debe tener conciencia de los patrones [de conducta] malsanos que está perpetuando y aprender a cambiarlos”.

      En efecto, si se encuentra en esa situación, usted puede romper el ciclo y dejar de ser un padre abusivo. Y puede afrontar las presiones que hoy día dificultan tanto la crianza de los hijos. Pero ¿cómo? ¿Dónde puede usted encontrar las mejores pautas, y las más confiables, para la buena crianza de los hijos? En el próximo artículo hallará la respuesta.

  • Vele por el bien de sus hijos
    ¡Despertad! 1997 | 8 de agosto
    • Vele por el bien de sus hijos

      CUANDO se trata de la crianza de los hijos, muchos padres remueven cielo y tierra para encontrar respuestas que, de hecho, las tienen al alcance de la mano en su propia casa. Infinidad de familias poseen una Biblia, pero la dejan en el estante acumulando polvo en lugar de utilizarla para criar a los hijos.

      Hoy día muchas personas ven con escepticismo el uso de la Biblia como guía para la vida de familia. Dado que la consideran desfasada, anticuada o demasiado rigurosa, la descartan. Sin embargo, un examen honrado de la Biblia demuestra que es un libro práctico para las familias. Veamos en qué sentidos.

      El ambiente idóneo

      La Biblia dice que el padre debe ver a sus hijos como “plantones de olivos todo en derredor de [su] mesa”. (Salmo 128:3, 4.) Para que un plantón, o arbolito joven, llegue a ser un árbol fructífero necesita un cultivo esmerado, así como el terreno, la humedad y los nutrientes adecuados. De igual modo, para tener éxito en la crianza de un hijo se requiere trabajo y cuidado. Los niños necesitan un ambiente sano para crecer y madurar.

      El primer elemento para conseguir dicho ambiente es el amor: amor entre los cónyuges y entre los padres y los hijos. (Efesios 5:33; Tito 2:4.) Muchas personas aman a los miembros de su familia pero no ven la necesidad de manifestar dicho amor. Pero piense: ¿Podría usted decir en justicia que se comunicó con un amigo si le escribió varias cartas pero nunca les puso la dirección ni las franqueó ni las envió? Igualmente, la Biblia indica que el amor verdadero es mucho más que un sentimiento que reconforta el corazón; se manifiesta con palabras y acciones. (Compárese con Juan 14:15 y 1 Juan 5:3.) Dios dio el ejemplo al expresar verbalmente el amor que le tiene a su Hijo: “Este es mi Hijo, el amado, a quien he aprobado”. (Mateo 3:17.)

      Encomio

      ¿Cómo pueden los padres manifestar a sus hijos el amor que les tienen? Para empezar, busque lo bueno. Es fácil criticar a los hijos. Su inmadurez, inexperiencia y egoísmo salen a relucir diariamente de muchas maneras. (Proverbios 22:15.) Pero también hacen muchas cosas buenas todos los días. ¿En qué se centrará usted? Dios no hace hincapié en nuestras faltas, en cambio, recuerda lo bueno que hacemos. (Salmo 130:3; Hebreos 6:10.) Deberíamos hacer lo mismo con nuestros hijos.

      Un joven comenta: “De todos los años que viví en casa, no puedo recordar ningún tipo de encomio por lo que hacía, fuera en la casa o en la escuela. Padres, no pasen por alto esta necesidad vital de sus hijos. Todos los niños necesitan recibir encomio con regularidad por las cosas buenas que hacen. Así habrá menos peligro de que crezcan ‘descorazonados’, convencidos de que nada de lo que hagan será lo bastante bueno. (Colosenses 3:21.)

      Comunicación

      Otra buena manera de expresar amor a sus hijos es obedeciendo el consejo que se da en Santiago 1:19 de ser “presto en cuanto a oír, lento en cuanto a hablar, lento en cuanto a ira”. ¿Motiva a sus hijos a hablar y escucha de verdad lo que dicen? Si ellos saben que va a sermonearles antes de que siquiera hayan terminado de hablar, o que se va a enfadar cuando se entere de lo que sienten, probablemente guardarán para sí sus sentimientos. Pero si saben que los escuchará con atención, es mucho más probable que se abran con usted. (Compárese con Proverbios 20:5.)

      Ahora bien, ¿y si le revelan sentimientos que usted sabe que no son buenos? ¿Es ese el momento para una respuesta airada, un sermón o algún tipo de disciplina? Cierto, ante algunos arrebatos infantiles cuesta ser “lento en cuanto a hablar, lento en cuanto a ira”. Pero piense otra vez en el ejemplo de Dios con sus hijos. ¿Ha creado él un ambiente de temor mórbido que hace que sus hijos tengan miedo de expresarle sus verdaderos sentimientos? No. Salmo 62:8 dice: “Confía en [Dios] a todo tiempo, oh pueblo. Delante de él derramen ustedes su corazón. Dios es refugio para nosotros”.

      De ahí que cuando Abrahán estaba preocupado por la decisión que Dios había tomado de destruir las ciudades de Sodoma y Gomorra, no vaciló en decir a su Padre celestial: “Es inconcebible de ti el que vayas a obrar de esta manera [...]. ¿El Juez de toda la tierra no va a hacer lo que es recto?”. Jehová no reprendió a Abrahán; le escuchó y disipó sus temores. (Génesis 18:20-33.) Dios es sumamente paciente y tierno, incluso cuando sus hijos le revelan sentimientos totalmente injustificados e irrazonables. (Jonás 3:10–4:11.)

      De igual modo, los padres tienen que crear un ambiente en el que los hijos se sientan con confianza para revelar sus sentimientos más recónditos, sin importar lo alarmantes que puedan ser. Así que si su hijo, en un momento de mal humor dice algo fuera de lugar, escúchele. En vez de regañarle, reconozca los sentimientos del niño y anímelo a que le explique por qué se siente de esa manera. Por ejemplo, pudiera decir: ‘Te noto enfadado con fulanito. ¿Quieres contarme lo que sucedió?’.

      Controle la ira

      Por supuesto, ningún padre es tan paciente como Jehová. Y desde luego, los hijos pueden llegar a probar hasta el límite la paciencia de los padres. Si de vez en cuando se enfada con sus hijos, no piense que por ello no es un buen padre. A veces tendrá razón justificada para sentirse airado. Hay ocasiones en que Dios mismo se encoleriza justificadamente con sus hijos, incluso con algunos que le son muy queridos. (Éxodo 4:14; Deuteronomio 34:10.) Sin embargo, Su Palabra nos enseña a controlar la ira. (Efesios 4:26.)

      ¿Cómo? Algo que a veces ayuda es hacer un breve paréntesis para calmarse un poco. (Proverbios 17:14.) Y recuerde que se trata de un niño. No espere que se comporte o razone como un adulto maduro. (1 Corintios 13:11.) Se sentirá menos airado si entiende las razones por las que su hijo actúa de cierta forma. (Proverbios 19:11.) No olvide nunca que hay una gran diferencia entre hacer algo malo y ser malo. Si se le grita a un niño diciéndole que es malo, este pudiera pensar: “¿Por qué esforzarme siquiera por ser bueno?”. Pero corregirlo con amor le ayudará a obrar mejor la próxima vez.

      Mantenga el orden y el respeto

      Enseñar a los niños orden y respeto es uno de los grandes retos que afrontan los padres. En el mundo permisivo de hoy, muchos se preguntan incluso si es apropiado siquiera restringir a los niños. La Biblia responde: “La vara y la censura son lo que da sabiduría; pero el muchacho que se deja a rienda suelta causará vergüenza a su madre”. (Proverbios 29:15.) Algunas personas rehúyen la palabra “vara”, pues piensan que se refiere a algún tipo de abuso contra los niños. Pero no es así. El término hebreo para “vara” aludía a un cayado, como el que utilizaba el pastor para guiar —no para atacar— a sus ovejas.a De modo que la vara representa disciplina.

      En la Biblia, el acto de disciplinar significa básicamente enseñar. De ahí que el libro de Proverbios diga unas cuatro veces, ‘escuchen la disciplina’. (Proverbios 1:8; 4:1; 8:33; 19:27.) Los niños han de aprender que hacer lo correcto recompensa y hacer lo malo trae consecuencias perjudiciales. El castigo puede recalcar una lección negativa, del mismo modo que las recompensas —como el encomio— pueden recalcar lecciones positivas. (Compárese con Deuteronomio 11:26-28.) Los padres deben imitar el ejemplo de Dios en lo que tiene que ver con el castigo, pues él dijo a su pueblo que lo castigaría “hasta el grado debido”. (Jeremías 46:28.) A algunos niños solo hay que decirles unas palabras severas para llamarlos al orden; otros, sin embargo, necesitan medidas más firmes. Pero el castigo “hasta el grado debido” nunca debería incluir nada que pudiera causar al niño verdadero daño, ni emocional ni físico.

      La disciplina equilibrada abarca enseñar a los niños que existen unos límites, muchos de los cuales se especifican claramente en la Palabra de Dios. La Biblia enseña a respetar los límites de la propiedad ajena. (Deuteronomio 19:14.) Fija límites físicos que señalan lo incorrecto de amar la violencia o perjudicar deliberadamente al prójimo. (Salmo 11:5; Mateo 7:12.) Establece límites sexuales que condenan el incesto. (Levítico 18:6-18.) Hasta reconoce los límites personales y emocionales, al prohibirnos insultar al prójimo o recurrir a otras formas de abuso verbal. (Mateo 5:22.) Enseñar a los niños estos límites —de palabra y con el ejemplo— es esencial para crear un ambiente familiar sano.

      Otro factor clave para mantener el orden y el respeto en el hogar es el de entender el papel de cada miembro de la familia. Muchas familias de la actualidad tienen dichos papeles mal enfocados, o confundidos. En algunas familias, el padre o la madre a veces le confía problemas agobiantes a un hijo, el cual, por su edad, no está preparado para afrontarlos. En otras familias se deja que los niños se conviertan en pequeños dictadores y tomen decisiones para toda la familia. Los dos procederes están mal y, además, perjudican. Los padres tienen la obligación de satisfacer las necesidades —físicas, emocionales o espirituales— de sus hijos pequeños, no viceversa. (2 Corintios 12:14; 1 Timoteo 5:8.) Considere el ejemplo de Jacob, que aminoró el paso de toda su familia y su comitiva para que el viaje no fuese demasiado duro para los pequeños. Él entendía sus limitaciones y obró en consecuencia. (Génesis 33:13, 14.)

      Atienda las necesidades espirituales

      No hay nada más importante para un ambiente familiar sano que la espiritualidad. (Mateo 5:3.) Los niños poseen una gran capacidad espiritual. Están llenos de preguntas: ¿Por qué existimos? ¿Quién hizo la Tierra y los animales, los árboles y los mares? ¿Por qué muere la gente? ¿Qué sucede después? ¿Por qué les pasan cosas malas a las personas buenas? La lista parece interminable. Y, con frecuencia, son los padres quienes prefieren no pensar en tales cosas.b

      La Biblia insta a los padres a dedicar tiempo a la instrucción espiritual de sus hijos. Habla de dicha instrucción con términos afectuosos y la compara a un diálogo continuo entre padres e hijos. Los padres pueden instruir a sus hijos acerca de Dios y su Palabra cuando caminan juntos, cuando se sientan juntos en casa, a la hora de acostarse..., siempre que sea posible. (Deuteronomio 6:6, 7; Efesios 6:4.)

      La Biblia no se limita a recomendar dicho programa espiritual, sino que también proporciona el material didáctico necesario. Al fin y al cabo, ¿cómo contestaría usted a un niño las preguntas que mencionamos antes? La Biblia contiene las respuestas. Están expresadas de forma clara, son fascinantes y ofrecen una gran esperanza en este mundo desesperanzado. Mejor aún, captar la sabiduría de la Biblia puede proporcionar a sus hijos la guía más segura que existe, el ancla más firme que hay en esta época de confusión. Si les da esa clase de ayuda, les irá bien ahora y en el futuro.

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