BIBLIOTECA EN LÍNEA Watchtower
Watchtower
BIBLIOTECA EN LÍNEA
Español
  • BIBLIA
  • PUBLICACIONES
  • REUNIONES
  • Los años de formación. Cuando más necesitan su esfuerzo
    ¡Despertad! 1992 | 22 de septiembre
    • Los años de formación. Cuando más necesitan su esfuerzo

      SE DICE que los niños son “una herencia de parte de Jehová”, que son “como plantones de olivos todo en derredor de tu mesa”. (Salmo 127:3; 128:⁠3.) Y a los padres se les exhorta a que “sigan criándolos en la disciplina y regulación mental de Jehová”. (Efesios 6:⁠4.)

      Si usted quiere dar forma a unos olivos para que produzcan fruto de calidad, el tiempo de hacerlo es mientras son ‘como plantones alrededor de su mesa’. El árbol crecerá según la forma que se dé al retoño. De igual manera, si usted quiere educar a sus hijos para que acaten las normas de Dios, el mejor tiempo de hacerlo es desde la misma infancia. “Entrena al muchacho conforme al camino para él; aun cuando se haga viejo no se desviará de él.” (Proverbios 22:⁠6; 2 Timoteo 3:15.) Durante la infancia, el cerebro del niño absorbe información a una gran velocidad, mucho más deprisa que en ninguna otra época de su vida. Ese es, pues, el tiempo oportuno para que los padres hagan todo cuanto puedan por el bien de sus hijos.

      Masaru Ibuka, fundador de la Sony Corporation, escribió un libro titulado Kindergarten Is Too Late! (¡Esperar al jardín de infancia es demasiado tarde!) En la portada aparecían estas palabras: “Cuando más posibilidades de aprender tiene su hijo es durante los dos o tres primeros años de vida. Por consiguiente, no espere... ¡cuando vaya al jardín de infancia será demasiado tarde!”.

      En el prólogo, Glenn Doman, director de The Institutes for the Achievement of Human Potential, dice lo siguiente: “El encantador libro del señor Ibuka no ofrece fórmulas trascendentales. Simplemente expone que un niño tiene capacidad de aprender casi cualquier cosa durante su tierna infancia. Dice además que lo que aprende a los dos, tres o cuatro años de edad sin ningún esfuerzo consciente, requeriría un gran esfuerzo años después, si es que lograra aprenderlo. Explica que lo que los adultos aprenden penosamente, un niño lo aprende con gozo; y que lo que los adultos aprenden a paso de tortuga, un niño lo aprende enseguida. También explica que los adultos a veces no quieren aprender, mientras que los niñitos prefieren aprender antes que comer”.

      La razón que Ibuka da para decir que será demasiado tarde cuando el niño vaya al jardín de infancia es que para entonces ya habrán pasado sus mejores años de aprendizaje. Pero también existe otra razón. En esta época en que vivimos, el derrumbe moral afecta ya a los jardines de infancia, por lo que los padres deben inculcar en el niño, antes de que vaya a uno de ellos, un código sólido de normas morales que lo protejan.

      La importancia de hacerlo la demuestra lo que dijeron los padres de un niño de seis años que acababa de entrar en el jardín de infancia. “Durante la primera semana en el jardín de infancia, otro niño acosó sexualmente a nuestro hijo durante los quince minutos de recorrido en el autobús escolar. El acoso se repitió varios días. No se trataba de un simple juego de niños o de jugar a médicos y pacientes, se trataba de conducta sexual anormal y descarada.

      ”Muchos niños de la clase de nuestro hijo ven películas clasificadas R en compañía de sus padres. Estos quizás piensan que es mejor que los acompañen antes que dejarlos al cuidado de una niñera que no es de su entera confianza. Algunos niños ven películas clasificadas R y clasificadas X en la televisión por cable o en videocintas que sus padres tienen en casa.

      ”En una ocasión, ocurrió algo vergonzoso en nuestra casa que nos hizo ver el valor de inculcar principios morales en nuestro hijo durante sus años de formación, desde su tierna infancia. Junto con varios invitados adultos, vino una niña de cuatro años. Ella y nuestro hijo —a quien habíamos enseñado con esmero que las relaciones sexuales solo son para adultos casados⁠— se fueron a jugar al cuarto. La niña quiso jugar a ser novios y le dijo que tenía que acostarse. Nuestro hijo lo hizo inocentemente y ella se acostó sobre él. Él se asustó y exclamó: ‘¡Eso solo es para personas casadas!’. Se apartó y salió corriendo del cuarto mientras ella le gritaba: ‘¡No se lo digas a nadie!’.” (Compárese con Génesis 39:⁠12.)

      A continuación se mencionan algunas de las cosas que están sucediendo tanto en el centro de las ciudades como en los barrios periféricos, cosas de las que sus hijos pequeños deberían estar protegidos desde su tierna infancia.

      Dos niños de siete años fueron acusados de violar a una niña de seis en el baño de una escuela pública. Tres niños, de seis, siete y nueve años, respectivamente, atacaron sexualmente a una niña de seis años. Un niño de ocho años cometió sodomía con un niño de párvulos. Un jovencito de once años fue acusado de violar a una niña de dos. Algunos terapeutas afirman que los que cometen semejantes delitos fueron víctimas de abusos sexuales en su tierna infancia.

      Esto lo confirmó el caso de cierto niño. Siendo muy pequeño, su tía de veinte años de edad tenía coito oral con él. Sufrió tales abusos desde los dieciocho hasta los treinta meses. Dos o tres años después, él ya abusaba de niñas pequeñas. Cuando empezó a ir a la escuela, continuó comportándose igual, y fue expulsado de la escuela tanto en el primer curso de enseñanza primaria como en el segundo.

      Se necesita una educación temprana

      Los padres que no dan una educación adecuada a sus hijos durante los años de formación, preparan el terreno para la delincuencia, la cual, a su vez, puede desembocar en delitos mucho más graves: vandalismo, robo y asesinato. A continuación se presentan unos cuantos ejemplos de ello.

      Tres niños de seis años saquearon la casa de un compañero de juego, y dejaron prácticamente destrozadas todas las habitaciones. Un vándalo de nueve años fue acusado de conducta ilegal, de robos, de amenazar a otro niño con un cuchillo y de prender fuego al pelo de una niña. Dos jovencitos de once años le metieron en la boca a otro de diez una pistola de nueve milímetros y le robaron el reloj. Un pequeño de diez años mató de un disparo a una niña de siete por un videojuego. Otro niño de diez años disparó contra su compañero de juego y escondió el cadáver debajo de la casa. Un pequeño que empezaba a andar murió al caer desde un quinto piso por el hueco de la escalera como consecuencia del empujón que le dio otro niño de cinco años. Un muchacho de trece años secuestró junto con otros dos jóvenes a un niño de siete años para sacar dinero a su familia; pero antes de telefonear a la familia para exigir el rescate, lo enterraron vivo.

      Por último, otra situación horrible es la de las bandas callejeras de adolescentes armados que entablan batallas en las que vuelan balas por todas partes, y matan no solo a los de otras bandas, sino también a niños y adultos inocentes que se ven atrapados en el fuego cruzado. Dichas bandas aterrorizan muchos barrios de las grandes ciudades; tan solo en el condado de Los Ángeles “hay más de 100.000 jóvenes en algo más de 800 bandas identificables”. (Seventeen, agosto de 1991.) Muchos de ellos proceden de hogares rotos, y han hecho de la banda su familia. Muchos terminan en la cárcel y otros tantos acaban muertos. Ejemplos típicos de ello son los tres reclusos que escribieron las cartas que a continuación se citan.

      Primer recluso: ‘Me han encerrado por intento de robo. Éramos cuatro. Vino la poli. Dos de los nuestros echaron a correr por un lado y el otro colega y yo, por otro, pero no tan deprisa como la jauría de pastores alemanes que nos atrapó. Algún día, cuando salga de aquí, llegaré a ser alguien. La escuela y el sacar buenas notas nunca fueron fáciles para mí. Pero te digo, chico, que no hay nada más difícil en la vida que estar entre rejas’.

      Segundo recluso: ‘Cuando vine de México, no tenía más que ocho años. A los doce ya me había metido en una banda. A los quince ya hacía de todo. Solía disparar a la gente desde un auto en marcha. Siempre llevaba encima mi pistola. A los dieciséis años me dispararon y casi me cuesta la vida. Doy gracias al Señor de que todavía no me quisiera llevar con él, porque no estaba listo para ir. Ahora tengo agujeros de bala en las piernas. Te aconsejo que no te metas en ninguna banda o te encontrarás en la cárcel totalmente solo y lisiado como yo’.

      Tercer recluso: ‘Soy un pandillero desde los once años. Me han apuñalado cuatro veces, me han disparado tres veces y me han encerrado tantas veces y dado tantas palizas que hasta he perdido la cuenta. Solo me falta morir. Pero estoy preparado para la muerte desde que cumplí los trece años, y ahora tengo dieciséis. Estoy cumpliendo una condena de ocho meses, y en un par de años estaré muerto, pero tú puedes evitarte todo eso si no te metes en ninguna pandilla’.

      Aproveche el tiempo oportuno

      Por supuesto, todo esto no significa que el no dar la debida educación a los hijos durante sus años de formación resultará necesariamente en que cometan delitos tan terribles como los que se acaban de mencionar. Pero sí puede hacer que tengan mala conducta, que con el tiempo esta se convierta en delincuencia y que sus hijos terminen con antecedentes penales, en la cárcel e incluso muertos si dicha conducta continúa sin reprimirse.

      No obstante, es mucho más fácil reprimir cualquiera de tales tendencias cuando todavía son niños, en lugar de esperar a que entren en la adolescencia. De hecho, el tiempo para empezar a educarlos es antes de que vayan al jardín de infancia, durante esos años de formación que pasan principalmente con usted, antes de que tengan que hacer frente a las influencias externas. Si usted no tuvo una estrecha relación con sus hijos cuando eran niños, posiblemente levanten una barrera cuando trate de acercarse a ellos en su adolescencia. Quizás descubra que los amigos de sus hijos lo han suplantado. Por consiguiente, he aquí un buen consejo para los padres: No descuiden a sus hijos durante esos años de formación; es la época en que mejor fruto producirá todo el esfuerzo que usted haga por el bien de ellos, para su propia bendición y también la de sus hijos. (Compárese con Mateo 7:16-20.)

  • Los años de formación. Lo que siembren ahora, será lo que segarán
    ¡Despertad! 1992 | 22 de septiembre
    • Los años de formación. Lo que siembren ahora, será lo que segarán

      EL CEREBRO del bebé es como una esponja que absorbe todo lo que tiene a su alrededor. A los dos años, el niño ya ha aprendido un idioma complejo solo con oírlo. Si el niño oye dos idiomas, aprende ambos. En el cerebro del bebé están programados el potencial y la capacidad no solo para los idiomas, sino también para habilidades musicales y artísticas, coordinación muscular, valores morales, conciencia, fe, amor y el impulso de adorar. Para que ese pequeño cerebro se desarrolle, solo hace falta que reciba información de su entorno. Además, existe un tiempo ideal para que la asimilación de todos esos datos produzca los mejores resultados, y ese tiempo ideal es durante los años de formación.

      El proceso comienza al nacer la criatura, cuando se forjan los lazos de unión entre la madre y el bebé. La madre fija su mirada cariñosa en los ojos de su nene, le habla con dulzura, lo abraza y lo acurruca. Cuando él mira atentamente a su madre, sintiéndose seguro en sus brazos, los instintos maternales se avivan. Y si ella lo amamanta en estos primeros instantes, ambos se benefician. La succión del niño estimula la producción de leche; el contacto con la piel del niño libera unas hormonas que reducen la hemorragia posparto; la leche de la madre contiene anticuerpos que protegen al bebé de infecciones. Entonces se forja un estrecho vínculo de unión entre ambos. Es el comienzo de una tierna relación. Pero es solo el comienzo.

      Cuando el padre entra en contacto con el bebé —⁠algo que sin duda debe hacer—, los lazos ya no solo unen a dos seres, sino a tres. El doctor T. Berry Brazelton dice: “Todo niño necesita [...] un padre, y el papel del padre puede ser crucial. [...] Las madres tendían a ser dulces y moderadas con sus pequeños. Por otro lado, los padres eran más juguetones, y les hacían cosquillas con más frecuencia que las madres”. Los bebés responden a estas expresiones de cariño con risitas y grititos de alegría, manifestando abiertamente cuánto les gusta lo que se les hace y reclamando más. Es una continuación del vínculo que empezó a forjarse al tiempo de nacer, ‘un vínculo de amor entre padres e hijo que normalmente se forja o se malogra en los primeros dieciocho meses de la vida del bebé’, dice el doctor Magid, coautor del libro High Risk: Children Without a Conscience (Grave peligro: niños sin conciencia). Y añade que si dicho vínculo no llega a forjarse, cuando el niño crezca no sentirá apego hacia nadie y no sabrá amar.

      Es tarea de ambos

      Por consiguiente, ¡qué importante es que tanto la madre como el padre colaboren en fortalecer estos lazos de amor, este vínculo y sentimiento de apego que se forja entre los padres y el hijo durante los años de formación, antes de que el niño vaya al jardín de infancia! Cólmenlo de besos y abrazos. ¡Sí, el papá también! La revista Men’s Health de junio de 1992 dice: “Los abrazos y las muestras físicas de afecto con los padres son el preludio de buenas amistades, un buen matrimonio y una buena carrera en el futuro del niño, según un estudio que se llevó a cabo durante un período de treinta y seis años y que apareció en la revista Journal of Personality and Social Psychology. El 70% de los hijos de padres cariñosos se desenvolvieron bien a nivel social, mientras que en el caso de los hijos de padres fríos, solo lo consiguió un 30%; y se descubrió que los abrazos de papá son tan importantes como los de mamá”.

      Además, siéntese en una mecedora con el niño en brazos y mézalo; léale mientras se siente protegido en su regazo; háblele y escúchele, instrúyale en cuanto a lo que está bien y lo que está mal y asegúrese de que usted mismo sigue estos principios, poniéndole así un buen ejemplo. Tenga presente siempre la edad del niño. Procure que la instrucción sea sencilla, capte su interés y le resulte agradable.

      Su hijo tiene por naturaleza un sentido de curiosidad, un deseo de explorar, de aprender acerca de todo lo que hay en su entorno. Para satisfacer este apetito de conocimiento, le acosa con un sinfín de preguntas. ¿De dónde sale el viento? ¿Por qué es azul el cielo? ¿Por qué se vuelve rojo el Sol cuando se pone? Aunque no siempre es fácil, respóndaselas. Estas preguntas son una invitación para que usted influya en la mente de su hijo, le imparta información y le inculque aprecio por Dios y por Su creación. ¿Le fascina al niño ver una mariquita caminando sobre una hoja? ¿O el diseño de una flor pequeñita? ¿O contemplar a una araña tejiendo su telaraña? ¿O tan solo cavar en la arena? Aproveche esas oportunidades sin pasar por alto la posibilidad de enseñarle con historias sencillas, tal como Jesús hizo con sus parábolas. De esa forma el niño disfruta aprendiendo.

      En muchos casos tanto el padre como la madre se ven obligados a trabajar fuera de casa para poder sufragar los gastos. ¿Podrían hacer un esfuerzo especial para pasar con sus hijos las últimas horas de la tarde y los fines de semana? ¿Sería posible que la madre trabajara solo media jornada para poder pasar más tiempo con ellos? Hoy día hay muchas familias al cuidado de uno solo de los padres, en las que el padre o la madre no tiene más remedio que salir a trabajar para mantener a la familia. ¿Podrían tales padres o madres esmerarse por dedicar a sus hijos la mayor cantidad de tiempo posible al terminar su jornada laboral diaria y en los fines de semana? En muchos casos la madre se ve obligada a pasar varias horas alejada de sus hijos. Pero aunque existan razones válidas para ello, los niños pequeños no entienden eso y quizás se sientan abandonados. En esos casos hay que hacer un esfuerzo especial por comprar tiempo para estar con ellos.

      Ahora bien, ¿qué es exactamente ese “tiempo de calidad” del que tanto se habla? Los padres ocupados quizás pasen con sus hijos quince o veinte minutos un día sí y otro no, tal vez una hora durante el fin de semana, y consideren que les han dedicado “tiempo de calidad”. ¿Se cubren así las necesidades del niño? ¿O se hace para acallar la conciencia de los padres o para tranquilizar la mente de una madre que trabaja con el fin de sentirse realizada, aunque con ello sacrifique las necesidades de su hijo? Puede que usted diga: “Le soy franco, estoy tan ocupado que simplemente no dispongo de ese tiempo”. Qué lástima, qué situación tan triste para usted y para su hijo, pues no hay atajos. Si no busca tiempo para sus hijos durante sus años de formación, prepárese para segar una brecha generacional durante sus años de adolescencia.

      Y no solo es cuestión del posible daño que se hace al niño cuando se le deja en una guardería, sino también de lo que los padres se pierden por no dedicar tiempo a gozar de su hijo mientras crece. El niño no siempre entiende las razones por las que lo dejan solo; puede sentirse descuidado, rechazado, abandonado, falto de cariño. Cuando llega a la adolescencia, puede que haya forjado estrechos lazos de unión con otros jóvenes de su edad para reemplazar a aquellos padres que estaban demasiado ocupados para dedicarle tiempo. Hasta puede que el hijo empiece a vivir una doble vida: una para agradar a sus padres y otra para agradarse a sí mismo. Ni las palabras, ni las explicaciones ni las disculpas lograrán cerrar la brecha que se ha abierto. Si los padres han descuidado a su hijo durante los años en que él más los necesitaba, cuando luego le hablen de amor, esas palabras sonarán falsas y vacías a los oídos del hijo. Al igual que la fe, el amor de palabra y sin obras está muerto. (Santiago 2:⁠26.)

      Ya se empieza a segar lo que se ha sembrado

      El creciente egoísmo de esta generación se palpa con más fuerza en el estado de abandono de nuestros hijos. Los traemos al mundo y luego los metemos en una guardería. Algunas pueden ser buenas para los niños, pero muchas no lo son, particularmente para los niños muy pequeños. Algunas incluso han sido sometidas a investigación por abuso sexual de menores. Un investigador dijo: “En el futuro, sin duda alguna tendremos tales problemas que los de hoy parecerán a su lado una cosa tan sencilla como tomarse un té”. No obstante, los problemas actuales ya son de por sí escalofriantes, como se desprende de los siguientes datos publicados en la revista Psychology Today (mayo/junio de 1992):

      “Durante las últimas dos décadas ha aumentado un 50% la obesidad infantil y juvenil. Como consecuencia de accidentes provocados por la adicción a diferentes sustancias, todos los años perdemos a unos diez mil adolescentes, sin incluir los que resultan heridos o lisiados. Uno de cada cuatro adolescentes bebe en exceso cada dos semanas, y dos millones son alcohólicos.

      ”Todos los años quedan embarazadas un millón de adolescentes estadounidenses, el doble que en Inglaterra, el segundo país occidental en cantidad de embarazos entre adolescentes. El suicidio de adolescentes se ha triplicado en los últimos veinte años, y todos los años se quitan la vida entre cinco mil y seis mil. Se calcula que una de cada cuatro muchachas adolescentes manifiesta por lo menos un síntoma de algún trastorno del apetito, normalmente el de seguir una dieta muy estricta. El índice de homicidios entre jóvenes con edades comprendidas entre los catorce y los diecinueve años es el segundo más elevado de todos los grupos de otras edades.”

      Añádase a estos espantosos datos la matanza de más de cincuenta millones de criaturas aún no nacidas, y el “té” de nuestros días se nos hace imbebible. Respecto al colapso de las familias, Psychology Today dijo: “El rápido cambio social que se ha producido constituye una verdadera catástrofe para los niños y los jóvenes, pues necesitan estabilidad y seguridad para crecer y desarrollarse bien”. Con relación al egoísmo, cierto escritor clamó en tono de protesta: “Pero nadie está dispuesto a decir a las parejas: Miren, deben permanecer casados. Si tienen hijos, ¡permanezcan casados!”.

      Amar a un hijo requiere tiempo. Años atrás, Robert Keeshan, locutor de un programa infantil en el que representaba el papel de “Capitán Canguro”, advirtió sobre las consecuencias de no dedicar a los hijos el debido tiempo. Sus palabras fueron:

      “Una niñita espera, con el pulgar en la boca, una muñeca en la mano y cierta impaciencia, que uno de sus padres llegue a casa. Ansía relatarle alguna pequeña experiencia que tuvo mientras jugaba. Desea con todo su corazón compartir aquello tan emocionante que ha vivido ese día. Viene la hora y uno de los padres llega. Pero cuántas veces, agotado por las tensiones del trabajo, le dice: ‘Ahora no, cariño. Estoy ocupado, vete a ver la televisión’. Las palabras que con más frecuencia se oyen en muchos hogares estadounidenses son: ‘Estoy ocupado, vete a ver la televisión’. Si ahora no puede atenderlo, entonces ¿cuándo? ‘Más tarde.’ Pero ese ‘más tarde’ casi nunca llega...

      ”Pasan los años y la niña crece. Le damos juguetes y vestidos. Le compramos ropa de marca y un equipo de música, pero no le damos lo que ella más desea: nuestro tiempo. Ya tiene catorce años, sus ojos están vidriosos, se ha metido en algún problema. ‘Cariño, ¿qué te pasa? Dímelo, dímelo.’ Demasiado tarde..., demasiado tarde. Hemos perdido el tren del amor. [...]

      ”Cuando decimos a un hijo: ‘Ahora no, más tarde’; cuando le decimos: ‘Vete a ver la televisión’ o: ‘No hagas tantas preguntas’; cuando no damos a nuestros hijos aquello que desean de nosotros: nuestro tiempo; cuando no damos amor a nuestro hijo; no es que no nos importe, simplemente estamos demasiado ocupados para amar a un hijo.”

      La cantidad de tiempo también es importante

      Lo ideal no es repartir parcamente el “tiempo de calidad” en contadas ocasiones, sino dedicar a los hijos, sin escatimar, la mayor “cantidad de tiempo” posible, como indica la Biblia en Deuteronomio 6:6, 7: “Y estas palabras que te estoy mandando hoy tienen que resultar estar sobre tu corazón; y tienes que inculcarlas en tu hijo y hablar de ellas cuando te sientes en tu casa y cuando andes por el camino y cuando te acuestes y cuando te levantes”. Dicho tiempo se debe utilizar para inculcar en el corazón de los hijos los verdaderos valores procedentes de la Palabra de Dios, que usted tiene arraigados en su corazón. Si usted rige su vida según estos valores, sus hijos lo imitarán.

      ¿Recuerda el proverbio que se citó en el segundo párrafo del artículo anterior? Leámoslo de nuevo: “Entrena al muchacho conforme al camino para él; aun cuando se haga viejo no se desviará de él”. (Proverbios 22:⁠6.) De la única manera como no se desviará será si los valores que se le han enseñado están en su fuero interno, es decir, se le han grabado bien, forman parte de su pensar, de sus sentimientos más profundos, de lo que él es en lo más profundo de su ser. Y para ello es imprescindible que la enseñanza no sea solo de palabra, sino también con el ejemplo.

      Si el niño absorbe dichos valores como una forma de vida, si se rige por ellos, si forman parte de él, violarlos no sería ir en contra de lo que sus padres le enseñaron, sino en contra de lo que él mismo ha llegado a ser. Sería infiel a sí mismo. Se estaría negando a sí mismo. (2 Timoteo 2:13.) Como existe una resistencia arraigada a ser infiel a los principios propios, será mucho menos probable que el hijo se ‘desvíe de este camino’ que se le ha inculcado. Por consiguiente, deje que sus hijos absorban de usted excelentes normas de conducta. Enséñeles bondad, siendo usted bondadoso; buenos modales, practicándolos usted mismo; apacibilidad, siendo usted apacible; honradez y veracidad, manifestando usted dichas cualidades en su propia vida.

      La familia es obra de Jehová

      Desde el mismo principio de la humanidad, Jehová dispuso que el hombre formara una familia. (Génesis 1:26-28; 2:18-24.) Después de seis mil años de historia humana, se sigue reconociendo que eso es lo mejor tanto para los adultos como para los niños. El libro Secrets of Strong Families (Secretos de las familias fuertes) llega a esa misma conclusión al decir:

      “Quizás hay algo en nuestro interior que nos dice que la familia es el fundamento de la civilización. Quizás sabemos instintivamente que a la hora de la verdad no importan el dinero, una carrera, la fama, una casa bonita, tierras ni posesiones materiales, sino las personas de nuestra vida que nos quieren y que se interesan en nosotros. Lo que en realidad importa son aquellas personas que se han dedicado a nosotros y con las que podemos contar para recibir apoyo y ayuda. En la familia, como en ningún otro lugar, es donde mayor posibilidad tenemos de encontrar el amor, el apoyo, el interés y la dedicación que tanto ansiamos todos.”

      De modo que, padres, es importante que sean diligentes e instruyan bien a sus hijos durante los años de formación, para que luego puedan disfrutar junto con ellos de una vida de familia feliz. No olviden que lo que siembren ahora, será lo que segarán.

      [Fotografía en la página 8]

      La imaginación convierte al niño que corre con los brazos abiertos en un avión en pleno vuelo; una caja grande de cartón, en una casita para jugar; el palo de una escoba, en un brioso corcel, y una silla, en el asiento del piloto de un automóvil de carreras

      [Fotografías en la página 7]

      El padre coopera con la madre en forjar vínculos con los hijos

      [Recuadro en la página 10]

      ¿Qué clase de padre o madre seré?

      “Saqué dos notas sobresalientes”, gritó el muchachito lleno de júbilo. Su padre le preguntó bruscamente: “¿Por qué no sacaste más?”. “Mamá, ya he lavado los platos”, gritó la muchacha desde la puerta de la cocina. Su madre, calmadamente, le respondió: “¿Sacaste la basura?”. “Ya he cortado el césped —dijo el muchacho⁠—, y he dejado la cortacésped en su sitio.” Su padre le preguntó con indiferencia: “¿Recortaste también el seto?”.

      A los niños de la casa de al lado se les ve felices y contentos. Veamos cómo se trataron esas mismas situaciones:

      “Saqué dos notas sobresalientes”, gritó el muchachito lleno de júbilo. Su padre le respondió con orgullo: “Eso es magnífico; qué alegría me has dado”. “Mamá, ya he lavado los platos”, gritó la muchacha desde la puerta de la cocina. Su madre sonrió y le dijo con dulzura: “Cada día te quiero más”. “Ya he cortado el césped —dijo el muchacho⁠—, y he dejado la cortacésped en su sitio.” Su padre le respondió con satisfacción: “Me siento orgulloso de ti”.

      Los hijos merecen un poco de encomio por las tareas cotidianas que hacen. Su felicidad depende mucho de ustedes

Publicaciones en español (1950-2025)
Cerrar sesión
Iniciar sesión
  • Español
  • Compartir
  • Configuración
  • Copyright © 2025 Watch Tower Bible and Tract Society of Pennsylvania
  • Condiciones de uso
  • Política de privacidad
  • Configuración de privacidad
  • JW.ORG
  • Iniciar sesión
Compartir