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De nuevo intentan matar a JesúsEl hombre más grande de todos los tiempos
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Sale de Jerusalén y cruza el río Jordán hacia el lugar donde Juan había empezado a bautizar a la gente casi cuatro años antes. Parece que este lugar no está lejos de la orilla sur del mar de Galilea, más o menos a dos días de viaje de Jerusalén.
Muchas personas vienen a Jesús en este lugar y empiezan a decir: “Juan, en realidad, no ejecutó una sola señal, pero cuantas cosas dijo Juan acerca de este hombre, todas eran verdaderas”. Por eso, muchos ponen fe en Jesús aquí.
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Jesús se encamina de nuevo a JerusalénEl hombre más grande de todos los tiempos
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Jesús se encamina de nuevo a Jerusalén
PRONTO Jesús está viajando de nuevo, enseñando de ciudad en ciudad y de aldea en aldea. Parece que está en el distrito de Perea, al otro lado del río Jordán desde Judea. Pero va encaminado hacia Jerusalén.
Puede que sea la filosofía judía de que solo un número limitado de personas merece la salvación lo que hace que un hombre pregunte: “Señor, ¿son pocos los que se salvan?”. La respuesta de Jesús obliga a la gente a reflexionar en lo que se requiere para la salvación: “Esfuércense vigorosamente [es decir, luchen, o agonicen] por entrar por la puerta angosta”.
Ese esfuerzo vigoroso es urgente “porque muchos —pasa a decir Jesús— tratarán de entrar, pero no podrán”. ¿Por qué no podrán? Él explica que ‘una vez que el amo de casa se haya levantado y haya asegurado la puerta con cerradura y la gente comience a quedar de pie afuera y a tocar, diciendo: “Señor, ábrenos”, él les dirá: “No sé de dónde son. ¡Apártense de mí, todos ustedes los obradores de lo injusto!”’.
Parece que los que quedan afuera solo vienen a la hora que les parece conveniente. Pero para entonces se ha puesto la cerradura a la puerta de la oportunidad. Para entrar, debieron haber venido antes, aunque quizás les pareciera inconveniente hacer aquello. Sí, ¡les espera un triste resultado a los que se dilatan en hacer de la adoración de Jehová su propósito principal en la vida!
La mayoría de los judíos a quienes se envía a Jesús a ministrar no han aprovechado su maravillosa oportunidad de aceptar la provisión de Dios que los salvaría. Por eso Jesús dice que llorarán y entre ellos habrá un crujir de dientes cuando se les eche fuera. Por otra parte, gente de “partes orientales y occidentales, y del norte y del sur”, sí, de todas las naciones, “se reclinarán a la mesa en el reino de Dios”.
Jesús pasa a decir: “Hay aquellos últimos [gente no judía despreciada, así como judíos oprimidos] que serán primeros, y hay aquellos primeros [los judíos favorecidos material y religiosamente] que serán últimos”. El que sean últimos significa que de ninguna manera estarán en el Reino de Dios aquellos perezosos e ingratos.
Ahora unos fariseos vienen a Jesús y le dicen: “Sal y vete de aquí, porque Herodes [Antipas] quiere matarte”. Puede que Herodes mismo haya dado comienzo a este rumor para que Jesús huya de aquel territorio. Herodes quizás tema implicarse en la muerte de otro profeta de Dios después de haber tenido que ver con la muerte de Juan el Bautizante. Pero Jesús dice a los fariseos: “Vayan y digan a esa zorra: ‘¡Mira! Echo fuera demonios y llevo a cabo curaciones hoy y mañana, y al tercer día terminaré’”.
Después de terminar su obra allí, Jesús sigue su viaje hacia Jerusalén, porque, como explica, “no es admisible que un profeta sea destruido fuera de Jerusalén”. ¿Por qué debería esperarse que se diera muerte a Jesús en Jerusalén? Porque Jerusalén es la ciudad capital, donde está el tribunal superior de 71 miembros del Sanedrín, y donde se ofrecen como sacrificios animales. Por lo tanto, sería inadmisible que al “Cordero de Dios” se le diera muerte en un lugar que no fuera Jerusalén.
Jesús se lamenta: “Jerusalén, Jerusalén, la que mata a los profetas y apedrea a los que son enviados a ella... ¡cuántas veces quise reunir a tus hijos de la manera como la gallina reúne su pollada debajo de las alas, pero ustedes no lo quisieron! ¡Miren! Su casa se les deja abandonada a ustedes”. Por rechazar al Hijo de Dios, ¡la nación está bajo condena!
Mientras Jesús sigue su viaje hacia Jerusalén, un gobernante de los fariseos lo invita a su casa. Es sábado, y la gente observa detenidamente a Jesús, pues allí está un hombre que sufre de hidropesía, una acumulación de agua quizás en los brazos y las piernas. Jesús habla a los fariseos y a los peritos en la Ley presentes y pregunta: “¿Es lícito curar en sábado, o no?”.
Nadie dice nada. Por eso Jesús sana al hombre y lo despacha. Entonces pregunta: “¿Quién de ustedes, si su hijo o su toro cae en un pozo, no lo saca inmediatamente en día de sábado?”. De nuevo, nadie le contesta nada. (Lucas 13:22-14:6; Juan 1:29.)
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En casa de un fariseoEl hombre más grande de todos los tiempos
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En casa de un fariseo
JESÚS todavía está en el hogar de un fariseo prominente y acaba de sanar a un hombre que padecía de hidropesía. Ahora, mientras observa a los demás convidados escoger los lugares prominentes a la mesa, enseña una lección de humildad.
“Cuando alguien te invita a un banquete de bodas —explica entonces Jesús—, no te recuestes en el lugar más prominente. Puede que alguien más distinguido que tú haya sido invitado por él en ese tiempo, y que venga el que los invitó a ti y a él y te diga: ‘Deja que este tenga el lugar’. Y entonces tendrás que irte con vergüenza a ocupar el lugar más bajo.”
Por eso Jesús aconseja: “Cuando se te invita, ve y reclínate en el lugar más bajo, para que cuando venga el que te haya invitado te diga: ‘Amigo, sube más arriba’. Entonces tendrás honra delante de todos los demás convidados contigo”. Para concluir, Jesús dice: “Porque todo el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado”.
Entonces Jesús habla al fariseo que lo ha invitado y describe cómo dar una comida que tenga verdadero mérito ante Dios. “Cuando des una comida o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos. Quizás alguna vez ellos también te inviten a ti en cambio, y esto llegue a ser tu pago correspondiente. Pero cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos; y serás feliz, porque ellos no tienen con qué pagártelo.”
El dar tal comida para los desafortunados hará feliz al que la da, porque, como explica Jesús a su anfitrión: “Se te pagará en la resurrección de los justos”. La descripción que da Jesús de esta meritoria comida hace que un convidado recuerde otra clase de comida. “Feliz es el que coma pan en el reino de Dios”, dice este invitado. Sin embargo, no todos aprecian debidamente esa feliz perspectiva, como pasa a mostrar Jesús por una ilustración.
“Cierto hombre daba una gran cena, e invitó a muchos. Y [...] envió a su esclavo a decir a los invitados: ‘Vengan, porque las cosas ya están listas’. Pero todos a una comenzaron a rogar que se les excusara. El primero le dijo: ‘Compré un campo y tengo que salir a verlo; te pido: Excúsame’. Y otro dijo: ‘Compré cinco yuntas de bueyes y voy a examinarlas; te pido: Excúsame’. Uno más dijo: ‘Acabo de casarme con una esposa, y por eso no puedo ir’.”
¡Qué pobres aquellas excusas! Lo normal es examinar un campo o el ganado antes de comprarlo; por eso, en verdad no es urgente verlos después. El casamiento de alguien tampoco debería impedirle aceptar una invitación tan importante. Por eso, al enterarse de estas excusas, el amo se encoleriza y da este mandato a su esclavo:
“‘Sal pronto a los caminos anchos y a las callejuelas de la ciudad, y trae acá a los pobres y a los lisiados y a los ciegos y a los cojos.’ Andando el tiempo, el esclavo dijo: ‘Amo, se ha hecho lo que ordenaste, y todavía hay lugar’. Y el amo dijo al esclavo: ‘Sal a los caminos y a los lugares cercados, y oblígalos a entrar, para que se llene mi casa. [...] Ninguno de aquellos varones que fueron invitados gustará mi cena’”.
¿Qué situación se ilustra así? Pues bien, “el amo” que da la comida representa a Jehová Dios; “el esclavo” que extiende la invitación, a Jesucristo; y la “gran cena” representa las oportunidades de poder entrar en el Reino de los cielos.
Los primeros a quienes se invitó a estar entre los que pueden entrar en el Reino fueron, sobre todos los demás, los líderes religiosos judíos de los días de Jesús. Pero ellos rechazaron la invitación. Por eso, comenzando particularmente en el Pentecostés de 33 E.C., se extendió una invitación, la segunda, a las personas despreciadas y humildes de la nación judía. Pero no hubo suficiente respuesta como para llenar los 144.000 lugares del Reino celestial de Dios. Por eso, en 36 E.C., tres años y medio más tarde, la invitación tercera y final se extendió a los no judíos incircuncisos, y su recogimiento ha continuado hasta nuestros tiempos. (Lucas 14:1-24.)
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La responsabilidad del discípuloEl hombre más grande de todos los tiempos
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La responsabilidad del discípulo
DESPUÉS de salir de la casa de un fariseo prominente, probablemente un miembro del Sanedrín, Jesús sigue hacia Jerusalén. Le siguen grandes muchedumbres. Pero ¿con qué motivo? ¿Qué implica, en realidad, el ser verdadero seguidor de él?
Mientras viajan, Jesús se vuelve hacia las muchedumbres y les dice algo que quizás las sacude: “Si alguien viene a mí y no odia a su padre y madre y esposa e hijos y hermanos y hermanas, sí, y hasta su propia alma, no puede ser mi discípulo”.
¿Qué quiere decir Jesús? Con esas palabras Jesús no dice que sus seguidores deben odiar literalmente a sus parientes. Más bien, deben odiarlos en el sentido de amarlos menos de lo que lo aman a él. Se dice que Jacob, un antepasado de Jesús, ‘odió’ a Lea y amó a Raquel, lo que quiso decir que amó menos a Lea que a su hermana Raquel.
Considere, también, que Jesús dijo que el discípulo debería odiar “hasta su propia alma”, o su vida. De nuevo, lo que Jesús quiere decir es que el verdadero discípulo debe amarlo a él más de lo que ama su propia vida. Así Jesús recalca que el hacerse discípulo de él encierra una responsabilidad seria. No debe emprenderse sin reflexión cuidadosa.
El ser discípulo de Jesús envuelve penalidades y persecución, como él pasa a indicar: “El que no lleva su madero de tormento y viene en pos de mí no puede ser mi discípulo”. Por eso el verdadero discípulo debe estar presto a llevar la misma carga de oprobio que Jesús llevó, y esto pudiera incluir, si se hiciera necesario, la muerte a manos de los enemigos de Dios, lo que pronto va a experimentar Jesús.
Por lo tanto, el ser discípulo de Cristo es un asunto que las muchedumbres que lo siguen tienen que analizar muy cuidadosamente. Jesús subraya esto por una ilustración. “Por ejemplo —dice—, ¿quién de ustedes que quiere edificar una torre no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo suficiente para completarla? De otra manera, pudiera poner el fundamento, pero no poder terminarla, y todos los que miraran pudieran comenzar a burlarse de él, diciendo: ‘Este hombre comenzó a edificar, pero no pudo terminar’.”
Así, lo que Jesús les ilustra a las muchedumbres que lo siguen es que, antes de hacerse Sus discípulos, deben resolverse firmemente a cumplir con lo que está implicado, tal como, antes de construir una torre, el interesado en construirla se asegura de tener los medios que le permitirán terminarla. Jesús da ahora otra ilustración:
“¿O qué rey, al marchar al encuentro de otro rey en guerra, no se sienta primero y delibera si puede con diez mil soldados hacer frente al que viene contra él con veinte mil? En realidad, si no puede hacerlo, entonces, mientras aquel todavía está lejos él envía un cuerpo de embajadores y pide paz”.
Jesús entonces recalca el punto de sus ilustraciones: “Por consiguiente, puedes estar seguro: ninguno de ustedes que no se despida de todos sus bienes puede ser mi discípulo”. Eso es lo que deben estar dispuestas a hacer las muchedumbres que le siguen y, sí, toda otra persona que oye acerca de Cristo. Tienen que estar prestas a sacrificar cuanto tienen —todas sus pertenencias, hasta la vida misma— para ser Sus discípulos. ¿Está usted dispuesto a hacer eso?
“La sal, de seguro, es excelente”, pasa a decir Jesús. En su Sermón del Monte había dicho que sus discípulos eran “la sal de la tierra”, lo que quiere decir que ejercen una influencia conservativa en la gente, tal como la sal literal conserva. “Pero si hasta la sal pierde su fuerza, ¿con qué será sazonada? Ni para la tierra, ni para el estiércol es apropiada —concluye Jesús—. La echan fuera. El que tiene oídos para escuchar, escuche.”
De modo que Jesús muestra que hasta los que han sido sus discípulos por algún tiempo deben mantenerse firmes en su resolución de continuar. Si se debilitan, se hacen inútiles, objeto de burla para este mundo e inservibles ante Dios; de hecho, se hacen un vituperio para Dios. Por eso, como sal sin fuerza, contaminada, serán echados fuera, sí, destruidos. (Lucas 14:25-35; Génesis 29:30-33; Mateo 5:13.)
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En busca de los perdidosEl hombre más grande de todos los tiempos
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En busca de los perdidos
EL DESEO intenso de Jesús es buscar y hallar a los que quieren servir humildemente a Dios. Por eso busca y habla a todos acerca del Reino, incluso a pecadores reconocidos. Personas de ese tipo se acercan ahora para escucharle.
Al ver esto, los fariseos y los escribas critican a Jesús por tener como compañía a personas a quienes ellos consideran indignas. Murmuran: “Este hombre recibe con gusto a pecadores, y come con ellos”. ¡Les parece tan despreciable eso! Para los fariseos y los escribas, la gente común es como el polvo que pisan. De hecho, usan la expresión hebrea ‛am ha·’á·rets, “gente de la tierra”, para mostrar cuánto desdeñan a esas personas.
Por otra parte, Jesús trata a todos con dignidad, bondad y compasión. Como resultado de esto, muchas de estas personas humildes, entre ellas algunas a quienes se reconoce como practicantes del mal, desean escucharle. Pero ¿qué se puede decir de la crítica que los fariseos lanzan contra Jesús por tratar de ayudar a los que ellos consideran indignos?
Jesús les contesta mediante una ilustración. Habla desde el mismo punto de vista de los fariseos, como si ellos fueran justos y estuvieran seguros en el aprisco de Dios, mientras que los despreciables ‛am ha·’á·rets se han extraviado y están perdidos. Escuche la pregunta de Jesús:
“¿Qué hombre de ustedes que tiene cien ovejas, al perder una de ellas, no deja las noventa y nueve atrás en el desierto y va en busca de la perdida hasta que la halla? Y cuando la ha hallado, la pone sobre sus hombros y se regocija. Y cuando llega a casa convoca a sus amigos y a sus vecinos, y les dice: ‘Regocíjense conmigo, porque he hallado mi oveja que estaba perdida’”.
Entonces Jesús aplica su relato con esta explicación: “Les digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de arrepentimiento”.
Los fariseos se consideran justos, y por eso creen que no tienen que arrepentirse. Dos años antes, cuando algunos de ellos habían criticado a Jesús por comer con recaudadores de impuestos y pecadores, él les había dicho: “No vine a llamar a justos, sino a pecadores”. Los fariseos pagados de su propia justicia, que no ven la necesidad de arrepentirse, no causan ningún gozo en el cielo. Pero los pecadores que de veras se arrepienten sí lo causan.
Para recalcar que el restablecimiento de los pecadores perdidos causa gran regocijo, Jesús da otra ilustración. Dice: “¿Qué mujer que tiene diez monedas de dracma, si pierde una moneda de dracma, no enciende una lámpara y barre su casa y busca cuidadosamente hasta que la halla? Y cuando la ha hallado, convoca a sus amigas y vecinas, y dice: ‘Regocíjense conmigo, porque he hallado la moneda de dracma que perdí’”.
Jesús entonces da una aplicación similar a la anterior. Pasa a decir: “Así, les digo, surge gozo entre los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente”.
¡Cuán notable es este interés amoroso de los ángeles de Dios en el restablecimiento de los pecadores perdidos! Esto es especialmente cierto cuando consideramos que a los humildes y despreciados ‛am ha·’á·rets con el tiempo se les cuenta entre los que tienen la oportunidad de ser miembros del Reino celestial de Dios. Como resultado, ¡logran en los cielos una posición más alta que la de los ángeles mismos! Pero los ángeles, en vez de sentir envidia y considerarse despreciados, humildemente comprenden que estos humanos pecaminosos se han enfrentado con éxito a situaciones de la vida que los equiparán para servir, en el cielo, como reyes y sacerdotes comprensivos y misericordiosos. (Lucas 15:1-10; Mateo 9:13; 1 Corintios 6:2, 3; Revelación 20:6.)
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El relato de un hijo perdidoEl hombre más grande de todos los tiempos
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El relato de un hijo perdido
DESPUÉS de dar ilustraciones a los fariseos acerca del recobro de una oveja perdida y de una moneda de dracma perdida, Jesús pasa a dar otra ilustración. Esta es acerca de un padre amoroso y cómo trata con sus dos hijos, cada uno de los cuales tiene faltas serias.
Primero está el hijo menor, el personaje principal de la ilustración. Él pide su herencia, y su padre, sin vacilar, se la da. Entonces el joven se va de su hogar y se entrega a un estilo de vida muy inmoral. Pero escuche mientras Jesús cuenta lo que sucede, y vea si puede determinar a quiénes representan los personajes.
“Cierto hombre tenía dos hijos —empieza Jesús—. Y el más joven de ellos dijo a su padre: ‘Padre, dame la parte que me corresponde de la hacienda’. Entonces [el padre] les dividió su medio de vivir.” ¿Qué hace el hijo menor con lo que recibe?
“Más tarde —explica Jesús—, no muchos días después, el hijo más joven recogió todas las cosas y viajó al extranjero a un país distante, y allí malgastó su hacienda viviendo una vida disoluta.” La realidad es que gasta su dinero viviendo con rameras. Después este joven afronta tiempos difíciles, como Jesús pasa a relatar:
“Cuando lo hubo gastado todo, ocurrió un hambre severa por todo aquel país, y él comenzó a padecer necesidad. Hasta fue y se acogió a uno de los ciudadanos de aquel país, y este lo envió a sus campos a guardar cerdos. Y deseaba saciarse de las algarrobas que comían los cerdos, y nadie le daba nada”.
¡Qué degradante el tener que atender cerdos, pues aquellos animales eran inmundos según la Ley! Pero lo más doloroso para el hijo fue el hambre atormentadora que hasta le hizo desear el alimento que se daba a los cerdos. Aquella terrible calamidad le hizo ‘recobrar el juicio’, como dijo Jesús.
Jesús sigue su narración así: “[Se] dijo: ‘¡Cuántos asalariados de mi padre tienen pan en abundancia, mientras yo aquí perezco de hambre! Me levantaré y haré el viaje a donde mi padre, y le diré: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo. Hazme como uno de tus asalariados”’. De modo que se levantó y fue a donde su padre”.
Aquí hay algo en lo cual meditar: Si el padre se hubiera encolerizado con el hijo y le hubiera gritado enfurecido cuando este salió del hogar, es probable que el hijo no hubiera estado tan resuelto en cuanto a qué hacer. Pudiera haber decidido regresar a su país y tratar de hallar trabajo en otro lugar para no tener que enfrentarse con su padre. Sin embargo, no pensó así. ¡Quería estar en su hogar!
Está claro que el padre de la ilustración de Jesús representa a nuestro amoroso y misericordioso Padre celestial, Jehová Dios. Y usted quizás se dé cuenta también de que el hijo perdido, el hijo pródigo, representa a los pecadores reconocidos. Los fariseos, a quienes Jesús habla, han criticado antes a Jesús por comer con estas mismas personas. Pero ¿a quiénes representa el hijo mayor?
Se halla al hijo perdido
Cuando el hijo perdido, el hijo pródigo de la ilustración de Jesús, vuelve a la casa de su padre, ¿qué clase de recepción se le da? Escuche la descripción que Jesús da de esto:
“Mientras él estaba todavía lejos, su padre alcanzó a verlo, y se enterneció, y corrió y se le echó sobre el cuello y lo besó tiernamente”. ¡Qué misericordioso y afectuoso padre, tan buena representación de nuestro Padre celestial, Jehová!
Quizás el padre había oído acerca de la vida disoluta de su hijo. Sin embargo, lo acoge en el hogar sin esperar una explicación detallada. Jesús también tiene un espíritu acogedor como ese, pues inicia el acercarse a pecadores y recaudadores de impuestos, representados en la ilustración por el hijo pródigo.
Sin duda el padre discernidor de la ilustración de Jesús se forma alguna idea de que su hijo se ha arrepentido cuando, al regreso de este, nota su semblante triste y abatido. Pero la iniciativa amorosa del padre le facilita al hijo confesar sus pecados, como relata Jesús: “Entonces el hijo le dijo: ‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo. Hazme como uno de tus asalariados’”.
Sin embargo, apenas acaba de expresarse el hijo cuando el padre actúa, y ordena a sus esclavos: “¡Pronto!, saquen una ropa larga, la mejor, y vístanlo con ella, y pónganle un anillo en la mano y sandalias en los pies. Y traigan el torillo cebado, degüéllenlo, y comamos y gocemos, porque este hijo mío estaba muerto y volvió a vivir; estaba perdido y fue hallado”. Entonces empiezan “a gozar”.
Mientras tanto, ‘el hijo mayor del padre estaba en el campo’. Vea si usted puede percibir a quiénes representa este al escuchar el resto de la narración. Jesús dice lo siguiente sobre el hijo mayor: “A medida que venía y se acercaba a la casa oyó un concierto de música y danzas. De modo que llamó a sí a uno de los sirvientes e inquirió qué significaban estas cosas. Él le dijo: ‘Tu hermano ha venido, y tu padre degolló el torillo cebado, porque lo recobró en buena salud’. Pero él se airó, y no quiso entrar. Entonces su padre salió y se puso a suplicarle. En respuesta, él dijo a su padre: ‘Hace ya tantos años que he trabajado para ti como un esclavo, y ni una sola vez transgredí tu mandamiento, y, no obstante, a mí ni una sola vez me diste un cabrito para que gozara con mis amigos. Pero tan pronto como llegó este hijo tuyo que se comió tu medio de vivir con las rameras, le degollaste el torillo cebado’”.
¿Quiénes, como el hijo mayor, han criticado la misericordia y la atención que se han dado a los pecadores? ¿No son los escribas y los fariseos? Puesto que Jesús da esta ilustración debido a que ellos lo critican porque recibe con gusto a pecadores, está claro que es a ellos a quienes representa el hijo mayor.
Jesús concluye su narración con esta súplica del padre a su hijo mayor: “Hijo, tú siempre has estado conmigo, y todas las cosas que son mías son tuyas; pero simplemente teníamos que gozar y tener regocijo, porque este hermano tuyo estaba muerto y llegó a vivir, y estaba perdido y fue hallado”.
Así, Jesús deja sin indicar lo que el hijo mayor hace al fin. En verdad, después, tras la muerte y resurrección de Jesús, “una gran muchedumbre de sacerdotes empezó a ser obediente a la fe”, y quizás entre ellos estuvieron algunos de la clase del “hijo mayor” a quienes Jesús aquí habla.
Pero, en nuestros tiempos, ¿a quiénes representan los dos hijos? Tiene que ser a los que han adquirido suficiente conocimiento de los propósitos de Jehová como para tener una base para entrar en una relación con él. El hijo mayor representa a algunos miembros del “rebaño pequeño” o “la congregación de los primogénitos que han sido matriculados en los cielos”. Estos adoptaron una actitud similar a la del hijo mayor. No querían dar acogida a una clase terrestre, la de las “otras ovejas”, pues pensaban que estas personas les quitaban prominencia.
Por otra parte, el hijo pródigo representa a los del pueblo de Dios que se alejan para disfrutar de los placeres que el mundo ofrece. No obstante, con el tiempo regresan arrepentidos y de nuevo llegan a ser siervos activos de Dios. Sí, ¡cuán amoroso y misericordioso es el Padre con los que reconocen que necesitan perdón y regresan a él! (Lucas 15:11-32; Levítico 11:7, 8; Hechos 6:7; Lucas 12:32; Hebreos 12:23; Juan 10:16.)
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Provea para el futuro con sabiduría prácticaEl hombre más grande de todos los tiempos
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Provea para el futuro con sabiduría práctica
JESÚS acaba de dar su ilustración del hijo pródigo a una muchedumbre entre la cual están sus discípulos, recaudadores de impuestos poco honrados y otros pecadores reconocidos, y escribas y fariseos. Ahora habla a sus discípulos y da la ilustración de un rico que ha oído un mal informe sobre el administrador o mayordomo de su casa.
Según Jesús, el rico llama a su mayordomo y le dice que lo va a despedir. El mayordomo se pregunta: “¿Qué he de hacer, ya que mi amo va a quitarme la mayordomía?”. Y dice: “No tengo las fuerzas para cavar, me da vergüenza mendigar. ¡Ah!, sé lo que haré, para que, cuando sea depuesto de la mayordomía, haya quienes me reciban en sus hogares”.
¿Qué plan tiene el mayordomo? Él llama a los que están endeudados con su amo. “¿Cuánto debes a mi amo?”, pregunta.
El primero contesta: ‘2.200 litros [580 galones] de aceite de oliva’.
‘Toma tu acuerdo escrito y siéntate y escribe pronto 1.100 litros [290 galones]’, le dice el mayordomo.
Le pregunta a otro: ‘Y tú, ¿cuánto debes?’.
Dice él: ‘22.000 litros [630 fanegas] de trigo’.
‘Toma tu acuerdo escrito y escribe 18.000 litros [504 fanegas].’
El mayordomo tiene derecho a reducir las cuentas que se le deben a su amo, pues todavía está a cargo de los asuntos financieros de este. Al reducir las cantidades, está granjeándose la amistad de los que pueden pagarle con favores cuando de hecho pierda el empleo.
Cuando el amo oye lo que ha sucedido, aquello le impresiona. De hecho, “alabó al mayordomo, aunque era injusto, porque obró con sabiduría práctica”. Sí, añade Jesús: “Los hijos de este sistema de cosas, en su trato con los de su propia generación, son más sabios, de manera práctica, que los hijos de la luz”.
Ahora, sacando de lo dicho la lección para sus discípulos, Jesús exhorta: “Háganse amigos por medio de las riquezas injustas, para que, cuando las tales fallen, se los reciba en los lugares de habitación eternos”.
Jesús no alaba al mayordomo por su injusticia, sino por su sabiduría previsora, sabiduría práctica. Con frecuencia “los hijos de este sistema de cosas” usan con astucia su dinero o puesto para cultivar la amistad de los que pueden devolverles favores. Por eso los siervos de Dios, “los hijos de la luz”, también deben usar sus haberes materiales, sus “riquezas injustas”, de manera sabia que les redunde en beneficio.
Pero, como dice Jesús, mediante estas riquezas deben ganarse la amistad de los que pueden recibirlos “en los lugares de habitación eternos”. Para miembros del rebaño pequeño, estos lugares están en el cielo; para las “otras ovejas”, están en la Tierra paradisíaca. Puesto que solamente Jehová Dios y su Hijo pueden recibir a las personas en estos lugares, debemos con diligencia cultivar la amistad de ellos mediante usar cualesquiera “riquezas injustas” que tengamos en apoyo de los intereses del Reino. Entonces, cuando las riquezas materiales fallen o perezcan, como sin duda sucederá, nos habremos asegurado nuestro futuro eterno.
Jesús pasa a decir que las personas que son fieles al atender aun estas cosas materiales, o menores, también serán fieles al atender asuntos de mayor importancia. “Por lo tanto —continuó—, si ustedes no han demostrado ser fieles en lo que tiene que ver con las riquezas injustas, ¿quién les encomendará lo que es verdadero [es decir, los intereses espirituales o del Reino]? Y si no han demostrado ser fieles en lo que tiene que ver con lo ajeno [los intereses del Reino que Dios encarga a sus siervos], ¿quién les dará lo que es para ustedes mismos [la recompensa de vida eterna en los lugares de habitación eternos]?”
Sencillamente no podemos ser verdaderos siervos de Dios y a la misma vez estar esclavizados a las riquezas injustas, las riquezas materiales, como concluye Jesús: “Ningún sirviente de casa puede ser esclavo de dos amos; porque, u odiará al uno y amará al otro, o se adherirá al uno y despreciará al otro. No pueden ser esclavos de Dios y de las Riquezas”. (Lucas 15:1, 2; 16:1-13; Juan 10:16.)
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El rico y LázaroEl hombre más grande de todos los tiempos
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El rico y Lázaro
JESÚS ha estado hablando a sus discípulos sobre el uso apropiado de las riquezas materiales, y ha explicado que no podemos ser esclavos de estas y a la misma vez ser esclavos de Dios. Los fariseos también están oyendo, y empiezan a hacer gestos de desprecio a Jesús porque aman el dinero. Por eso él les dice: “Ustedes son aquellos que se declaran a sí mismos justos delante de los hombres, pero Dios conoce sus corazones; porque lo que entre los hombres es encumbrado, cosa repugnante es a la vista de Dios”.
Ha llegado el tiempo para que cambie la situación de las personas que son ricas en bienes mundanos, poder político y control e influencia religiosos. Van a ser rebajadas. Sin embargo, las personas que reconocen su necesidad espiritual van a ser ensalzadas. Jesús señala a este cambio cuando pasa a decir a los fariseos:
“La Ley y los Profetas eran hasta Juan [el Bautizante]. Desde entonces se declara el reino de Dios como buenas nuevas, y toda clase de persona se adelanta con ardor hacia él. En realidad, más fácil es que pasen el cielo y la tierra que el que quede sin cumplirse una pizca de una letra de la Ley”.
Los escribas y los fariseos se enorgullecen de su alegada adherencia a la Ley de Moisés. Recuerde que cuando Jesús le dio la vista milagrosamente a cierto hombre de Jerusalén, se jactaron: “Somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que Dios ha hablado a Moisés”. Pero ahora la Ley de Moisés ha cumplido su propósito de conducir a los humildes a Jesucristo, el Rey designado por Dios. Por eso, desde el principio del ministerio de Juan personas de toda clase, especialmente personas humildes y pobres, se esfuerzan por llegar a ser súbditos del Reino de Dios.
Puesto que ahora se está cumpliendo la Ley mosaica, la obligación de observarla será quitada. La Ley permite el divorcio por varias razones, pero Jesús ahora dice: “Todo el que se divorcia de su esposa y se casa con otra comete adulterio, y el que se casa con una mujer divorciada de un esposo comete adulterio”. ¡Cómo tienen que irritar a los fariseos declaraciones formales como esa, especialmente cuando ellos permiten el divorcio por muchas razones!
Todavía hablando a los fariseos, Jesús da una ilustración acerca de dos hombres cuya condición o situación cambia radicalmente con el tiempo. ¿Puede usted determinar a quiénes representan los hombres, y lo que significa su cambio de situación?
“Pero cierto hombre era rico —explica Jesús—, y se ataviaba de púrpura y lino, y gozaba de día en día con magnificencia. Pero a su puerta solían colocar a cierto mendigo, de nombre Lázaro, lleno de úlceras y deseoso de saciarse de las cosas que caían de la mesa del rico. Sí; además, los perros venían y le lamían las úlceras.”
Jesús aquí representa mediante el rico a los líderes religiosos judíos, lo cual incluiría no solo a los fariseos y a los escribas, sino también a los saduceos y a los sacerdotes principales. Estos son ricos en privilegios y oportunidades espirituales, y se comportan como el rico de la ilustración. El que estén vestidos de púrpura real representa su posición favorecida, y el lino blanco es ilustración de que se consideran a sí mismos justos.
Esta orgullosa clase del rico desprecia por completo a la gente pobre y común, y la llama ‛am ha·’á·rets, o gente de la tierra. Por eso, el mendigo Lázaro representa a estas personas a quienes los líderes religiosos niegan el alimento espiritual y los privilegios espirituales apropiados. Así, como se desprecia al Lázaro cubierto de úlceras, se ve a la gente común con desprecio, como enfermos espirituales que solo merecen asociarse con perros. Sin embargo, los de la clase representada por Lázaro están hambrientos y sedientos de alimentación espiritual, y por eso están a la puerta, procurando recibir cualesquiera míseras porciones de alimento espiritual que caigan de la mesa del rico.
Jesús ahora pasa a describir cambios en la condición del hombre rico y la de Lázaro. ¿Cuáles son estos cambios, y qué representan?
El rico y Lázaro experimentan un cambio
El rico representa a los líderes religiosos a quienes se ha favorecido con privilegios y oportunidades espirituales, y Lázaro representa a la gente común que está hambrienta de alimentación espiritual. Jesús continúa su narración y describe un cambio dramático en las circunstancias de estos hombres.
“Pues bien, con el pasar del tiempo —dice Jesús— el mendigo murió, y fue llevado por los ángeles a la posición del seno de Abrahán. También, el rico murió y fue sepultado. Y en el Hades él alzó los ojos, mientras existía en tormentos, y vio de lejos a Abrahán y a Lázaro en la posición del seno con él.”
Puesto que el rico y Lázaro no son personas literales, sino que simbolizan a clases de personas, lógicamente la muerte de ellos es simbólica también. ¿Qué simboliza o representa su muerte?
Jesús acaba de indicar un cambio de circunstancias al decir que ‘la Ley y los Profetas fueron hasta Juan el Bautizante, pero desde entonces se declara el reino de Dios’. Como se ve, con la predicación de Juan y Jesucristo tanto el rico como Lázaro mueren a sus circunstancias o condición de antes.
Los de la clase humilde y penitente representada por Lázaro mueren a su condición anterior de privación espiritual, y entran en una posición de favor divino. Mientras que antes habían acudido a los líderes religiosos por lo poco que caía de la mesa espiritual, ahora las verdades bíblicas que Jesús da satisfacen su necesidad. Así, los de esa clase son llevados a la posición del seno, o favorecida, del Abrahán Mayor, Jehová Dios.
Por otra parte, los que componen la clase del rico llegan a estar bajo el desagrado divino por negarse tenazmente a aceptar el mensaje del Reino que Jesús enseña. Así mueren a su posición anterior de favor aparente. De hecho, se dice que están en tormento figurativo. Ahora, oiga mientras el rico habla:
“Padre Abrahán, ten misericordia de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua y refresque mi lengua, porque estoy en angustia en este fuego llameante”. Los mensajes ardientes de juicio proclamados por los discípulos de Jesús son lo que atormenta a los individuos de la clase del rico. Ellos desean que los discípulos cesen de declarar estos mensajes, porque eso les daría algún alivio de sus tormentos.
“Pero Abrahán dijo: ‘Hijo, acuérdate de que recibiste de lleno tus cosas buenas en tu vida, pero Lázaro correspondientemente las cosas perjudiciales. Ahora, sin embargo, él tiene consuelo aquí, pero tú estás en angustia. Y además de todas estas cosas, se ha fijado una gran sima entre nosotros y ustedes, de modo que los que quieran pasar de aquí a ustedes no pueden, ni se puede cruzar de allá a nosotros’.”
¡Cuán justo y apropiado el que haya ese claro cambio de condiciones entre la clase representada por Lázaro y la representada por el rico! El cambio de condiciones se efectúa pocos meses después, en el Pentecostés de 33 E.C., cuando el antiguo pacto de la Ley es reemplazado por el nuevo pacto. Entonces se hace evidente, sin lugar a dudas, que Dios favorece a los discípulos, no a los fariseos ni a otros líderes religiosos. Por lo tanto, la “gran sima” que separa al simbólico rico y los discípulos de Jesús representa el juicio inmutable y justo de Dios.
Después el rico solicita del “padre Abrahán”: ‘Envía a Lázaro a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos’. Así el rico confiesa que tiene una relación más estrecha con otro padre, quien en realidad es Satanás el Diablo. El rico ruega que Lázaro modere los mensajes de juicio de Dios para que sus “cinco hermanos”, sus aliados religiosos, no lleguen a estar “en este lugar de tormento”.
“Pero Abrahán dijo: ‘Tienen a Moisés y a los Profetas; que escuchen a estos’.” Sí, para que los “cinco hermanos” escapen del tormento, todo lo que tienen que hacer es prestar atención a los escritos de Moisés y los Profetas que identifican a Jesús como el Mesías y entonces hacerse discípulos de él. Pero el rico presenta una objeción: “No, por cierto, padre Abrahán, pero si alguien va a ellos de entre los muertos se arrepentirán”.
Sin embargo, se le dice: “Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, tampoco se dejarán persuadir si alguien se levanta de entre los muertos”. Dios no proveerá señales ni milagros especiales para convencer a la gente. La gente tiene que leer y aplicar las Escrituras si quiere obtener su favor. (Lucas 16:14-31; Juan 9:28, 29; Mateo 19:3-9; Gálatas 3:24; Colosenses 2:14; Juan 8:44.)
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Una misión de misericordia en JudeaEl hombre más grande de todos los tiempos
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Una misión de misericordia en Judea
UNAS semanas antes, durante la fiesta de la Dedicación en Jerusalén, los judíos habían tratado de matar a Jesús. Por eso él viajó hacia el norte, evidentemente a una zona no muy lejana del mar de Galilea.
Recientemente él ha estado viajando de nuevo hacia el sur, rumbo a Jerusalén, y, de camino, predica en las aldeas de Perea, un distrito al este del río Jordán. Después de dar la ilustración acerca del hombre rico y Lázaro, sigue enseñando a sus discípulos puntos que ya había enseñado mientras estaba en Galilea.
Dice, por ejemplo, que sería más ventajoso para alguien “que le suspendieran del cuello una piedra de molino y lo arrojaran al mar” que el que esa persona hiciera tropezar a uno de los “pequeños” de Dios. También recalca que es necesario perdonar, cuando explica: “Aun si siete veces al día [un hermano] peca contra ti y siete veces vuelve a ti, diciendo: ‘Me arrepiento’, tienes que perdonarlo”.
Cuando los discípulos presentan la petición: “Danos más fe”, Jesús contesta: “Si ustedes tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, dirían a este moral: ‘¡Sé desarraigado y plantado en el mar!’, y les obedecería”. Sí, hasta un poco de fe puede lograr mucho.
Después, Jesús relata una situación realista que ilustra la actitud apropiada de un siervo del Dios Todopoderoso. “¿Quién hay de ustedes que tenga un esclavo arando, o cuidando el rebaño —dice Jesús—, que diga a este cuando vuelva del campo: ‘Ven acá en seguida y reclínate a la mesa’? Por el contrario, ¿no le dirá: ‘Prepárame algo para que cene, y ponte un delantal y sírveme hasta que yo haya acabado de comer y beber, y después tú puedes comer y beber’? Él no se sentirá agradecido al esclavo porque este haya hecho las cosas asignadas, ¿verdad? Así también ustedes, cuando hayan hecho todas las cosas que se les hayan asignado, digan: ‘Somos esclavos que no servimos para nada. Lo que hemos hecho es lo que deberíamos haber hecho’.” Así, los siervos de Dios nunca deben pensar que están haciéndole un favor a Dios al servirle. Más bien, siempre deben recordar el privilegio que tienen de adorarlo como miembros de su casa en quienes se confía.
Parece que poco después de dar Jesús esta ilustración llega un mensajero. Lo han enviado María y Marta, las hermanas de Lázaro, quienes viven en Betania de Judea. “Señor, ¡mira!, está enfermo aquel a quien le tienes cariño”, dice el mensajero.
Jesús contesta: “Esta enfermedad no tiene la muerte como su objeto, sino que es para la gloria de Dios, a fin de que el Hijo de Dios sea glorificado mediante ella”. Después de permanecer dos días donde se halla, Jesús dice a sus discípulos: “Vamos otra vez a Judea”. Sin embargo, ellos le recuerdan esto: “Rabí, hace poco procuraban apedrearte los de Judea, ¿y vas allá otra vez?”.
“Hay doce horas de luz del día, ¿no es verdad?”, pregunta Jesús al responder. “Si alguien anda en la luz del día no choca contra nada, porque ve la luz de este mundo. Pero si alguien anda de noche, choca contra algo, porque la luz no está en él.”
Parece que lo que Jesús quiere decir es que las “horas de luz del día” —o el plazo que Dios ha designado para el ministerio terrestre de Jesús— todavía no han pasado, y nadie puede hacerle daño hasta que pasen. Él tiene que aprovechar el poco tiempo de “luz del día” que le queda, porque después vendrá la “noche”, cuando sus enemigos lo habrán matado.
Jesús añade: “Nuestro amigo Lázaro está descansando, pero yo me voy allá para despertarlo del sueño”.
Los discípulos, obviamente pensando que Lázaro está reposando en su sueño y que eso es señal clara de que recobrará la salud, responden: “Señor, si está descansando, recobrará la salud”.
Entonces Jesús les dice francamente: “Lázaro ha muerto, y me regocijo, por causa de ustedes, de que yo no haya estado allí, a fin de que ustedes crean. Pero vamos a él”.
Tomás, quien se da cuenta de que Jesús se expone a la muerte en Judea, pero quiere darle apoyo, anima a sus condiscípulos: “Vamos nosotros también, para que muramos con él”. Por eso, arriesgando la vida, los discípulos acompañan a Jesús en su viaje a Judea en una misión de misericordia. (Lucas 13:22; 17:1-10; Juan 10:22, 31, 40-42; 11:1-16.)
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