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El ministerio de Jesús en PereaJesús: el camino, la verdad y la vida
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CAPÍTULO 82
El ministerio de Jesús en Perea
HAY QUE ESFORZARSE POR ENTRAR POR LA PUERTA ESTRECHA
JESÚS DEBE MORIR EN JERUSALÉN
Jesús ha estado curando enfermos y predicando en Jerusalén y en toda Judea. Después cruza el río Jordán y empieza a enseñar de ciudad en ciudad en el distrito de Perea, aunque pronto regresará a Jerusalén.
En Perea, un hombre le pregunta: “Señor, ¿son pocos los que se salvan?”. Puede que el hombre esté al tanto de los debates entre los líderes religiosos sobre si se salvarán muchos o pocos. Pero Jesús, en vez de contestar su pregunta, dice lo que hay que hacer para conseguir la salvación: “Esfuércense al máximo por entrar por la puerta angosta”. Así que hay que esforzarse mucho. Jesús explica la razón: “Muchos tratarán de entrar pero no podrán” (Lucas 13:23, 24).
Para destacar la necesidad de esforzarse al máximo, Jesús pone un ejemplo: “Cuando el dueño de la casa se levante y cierre la puerta con llave, ustedes se quedarán de pie afuera, tocando a la puerta y diciendo: ‘¡Señor, ábrenos!’. [...] Pero él les dirá: ‘No sé de dónde son. ¡Aléjense de mí, todos ustedes, que hacen lo que es injusto!’” (Lucas 13:25-27).
Este ejemplo describe a una persona que llega tarde, al parecer cuando le viene bien, y se encuentra la puerta cerrada con llave. Debería haber llegado antes, aunque no fuera el mejor momento para ella. Algo similar les ocurre a muchos que pueden beneficiarse de que Jesús esté allí enseñándoles, pero no aprovechan la oportunidad para poner la adoración verdadera en primer lugar en su vida. La mayoría no acepta el medio que Dios ha puesto para la salvación. Jesús dice que estas personas “llorarán y apretarán los dientes” cuando se les eche afuera. Sin embargo, “vendrá gente del este y del oeste, del norte y del sur”, es decir, de todas las naciones, y “se sentarán a la mesa en el Reino de Dios” (Lucas 13:28, 29).
Jesús explica: “Hay algunos que son últimos [por ejemplo, los no judíos y los judíos oprimidos] y serán primeros, y hay otros que son primeros [los líderes religiosos que se enorgullecen de ser descendientes de Abrahán] y serán últimos” (Lucas 13:30). Estos desagradecidos serán “últimos” en el sentido de que no estarán en el Reino de Dios.
Entonces unos fariseos se acercan a Jesús y le aconsejan: “Sal de aquí y vete, porque Herodes [Antipas] quiere matarte”. Puede que el propio rey Herodes haya iniciado este rumor para que Jesús abandone la región. Como participó en el asesinato de Juan el Bautista, tal vez a Herodes le asuste tener algo que ver con la muerte de otro profeta. Pero Jesús les dice a los fariseos: “Vayan y díganle a ese zorro: ‘Mira, hoy y mañana yo voy a expulsar demonios y a curar a la gente, y al tercer día terminaré’” (Lucas 13:31, 32). Al llamar “zorro” a Herodes, Jesús quizás hace referencia a la astucia de este animal. Sin embargo, Jesús no va a dejar que Herodes ni nadie lo manipule o presione. Piensa llevar a cabo la tarea que su Padre le encargó, y lo hará siguiendo el horario fijado por Dios, no el de los hombres.
Jesús continúa su viaje hacia Jerusalén porque, según indica, “no puede ser que a un profeta lo maten fuera de Jerusalén” (Lucas 13:33). Puesto que ninguna profecía bíblica menciona que el Mesías moriría en esa ciudad, ¿por qué dice Jesús que debe morir allí? Porque Jerusalén es la capital, donde está el Sanedrín —el tribunal supremo, formado por 71 miembros— y donde se juzga a los que son acusados de ser falsos profetas. Además, los sacrificios de animales se ofrecen en Jerusalén. Por eso, Jesús se da cuenta de que sería impensable morir en otro lugar.
Jesús se lamenta: “Jerusalén, Jerusalén, la que mata a los profetas y apedrea a los que son enviados a ella..., ¡cuántas veces quise reunir a tus hijos como la gallina reúne a sus pollitos debajo de sus alas! Pero ustedes no lo quisieron. ¡Miren! Su casa queda abandonada y se les deja a ustedes” (Lucas 13:34, 35). La nación está rechazando al Hijo de Dios y debe sufrir las consecuencias.
Antes de que Jesús llegue a Jerusalén, un líder de los fariseos lo invita a su casa a comer en sábado. Los invitados observan atentamente a Jesús para ver si curará a uno de los presentes que sufre de hidropesía (acumulación anormal de líquido en el cuerpo, a menudo en las piernas y los pies). Jesús les pregunta a los fariseos y a los expertos en la Ley: “¿Está permitido curar a alguien en sábado, o no?” (Lucas 14:3).
Pero nadie responde. Entonces, Jesús sana al hombre y les pregunta: “¿Quién de ustedes, si su hijo o su toro cae en un pozo en sábado, no lo saca inmediatamente?” (Lucas 14:5). Una vez más, su argumento tan lógico los deja a todos sin palabras.
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Los invitados a una comidaJesús: el camino, la verdad y la vida
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CAPÍTULO 83
Los invitados a una comida
UNA LECCIÓN DE HUMILDAD
LOS INVITADOS PONEN EXCUSAS
Jesús todavía está en la casa de un fariseo, donde acaba de sanar a un hombre con hidropesía. Entonces, observa que unos invitados escogen los lugares más destacados durante la comida y aprovecha la oportunidad para enseñar una lección sobre la humildad.
Jesús les dice: “Cuando te inviten a un banquete de boda, no te sientes en el sitio más destacado. Puede que también se haya invitado a alguien más honorable que tú. Entonces el que los invitó a los dos vendrá y te dirá: ‘Deja tu lugar a este hombre’. Y tendrás que irte avergonzado al último lugar” (Lucas 14:8, 9).
Y añade: “Cuando te inviten, ve y siéntate en el último sitio para que, cuando venga el hombre que te invitó, te diga: ‘Amigo, ven a un sitio superior’. Así serás honrado delante de los demás invitados”. No solo se trata de mostrar buenos modales; implica mucho más, pues Jesús explica: “Porque todo el que se engrandece será humillado, pero el que actúa con humildad será engrandecido” (Lucas 14:10, 11). Como vemos, Jesús anima a quienes lo escuchan a ser humildes.
A continuación, Jesús le enseña otra lección al fariseo que lo ha invitado. Le explica a quién debe invitar a comer para agradar a Dios: “Cuando des una comida o una cena, no llames a tus amigos ni a tus hermanos ni a tus parientes ni a tus vecinos ricos. Si lo hicieras, ellos también podrían invitarte a ti, y esto sería tu recompensa. Más bien, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos, y serás feliz, porque ellos no tienen con qué pagarte” (Lucas 14:12-14).
Claro, Jesús no quiere decir que esté mal invitar a amigos, familiares o vecinos a una comida. Eso es algo normal. Lo que destaca es que, al ofrecer una comida a los necesitados, como los pobres, los lisiados o los ciegos, podemos recibir muchas bendiciones. Jesús le explica al fariseo: “Se te recompensará en la resurrección de los justos”. Uno de los invitados está de acuerdo con lo que ha dicho Jesús y afirma: “Feliz el que coma en el Reino de Dios” (Lucas 14:15). Este hombre se da cuenta del honor que eso supondría. Sin embargo, no todos son tan agradecidos. Jesús lo explica con este ejemplo:
“Un hombre que iba a dar una gran cena invitó a mucha gente. A la hora de la cena, envió a su esclavo a decirles a los invitados: ‘Vengan, que ya está todo preparado’. Pero todos, uno tras otro, empezaron a poner excusas. El primero le dijo: ‘Compré un campo y tengo que ir a verlo; te ruego que me disculpes’. Otro le dijo: ‘Compré cinco yuntas de bueyes y voy a examinarlas; te ruego que me disculpes’. Y otro le dijo: ‘Me acabo de casar y por eso no puedo ir’” (Lucas 14:16-20).
¡Qué excusas tan malas! Normalmente se va a ver un campo o el ganado antes de comprarlo, así que no es urgente darle un vistazo después. El tercer hombre no está preparando su boda. Como ya se ha casado, no hay razón para rechazar esta invitación tan importante. Cuando el amo escucha estas excusas, se enoja y le ordena a su esclavo:
“Sal enseguida a las calles principales y a los callejones de la ciudad, y trae aquí a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los cojos”. El esclavo lo hace, pero todavía quedan sitios libres. Así que el amo le dice: “Sal a los caminos y a los senderos, y obliga a la gente a que entre para que mi casa se llene. Porque les digo que ninguno de los hombres que fueron invitados probará mi cena” (Lucas 14:21-24).
Lo que Jesús acaba de relatar muestra cómo Jehová, mediante Jesús, les ofrece a las personas la oportunidad de formar parte del Reino de los cielos. Los judíos, especialmente los líderes religiosos, son los primeros que reciben esta invitación. Pero, durante el ministerio de Jesús, la mayoría la rechaza. Ahora bien, también se invitará a otros. Jesús indica claramente que más tarde se le ofrecerá esta invitación a un segundo grupo de personas: los judíos más desfavorecidos y los prosélitos. En tercer y último lugar, se les dará la oportunidad a personas que los judíos creen que no merecen el favor de Dios (Hechos 10:28-48).
Sin duda, estas palabras de Jesús confirman lo que dijo uno de los invitados: “Feliz el que coma en el Reino de Dios”.
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¿Qué implica ser discípulo de Cristo?Jesús: el camino, la verdad y la vida
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CAPÍTULO 84
¿Qué implica ser discípulo de Cristo?
EL PRECIO QUE HAY QUE PAGAR POR SER DISCÍPULO DE JESÚS
Jesús acaba de enseñar lecciones importantes durante una comida en la casa de un líder de los fariseos. Ahora continúa su viaje hacia Jerusalén, y lo acompaña una gran multitud de personas. ¿Por qué? ¿De verdad quieren hacerse discípulos de él, sin importar lo que eso implique?
En el camino, Jesús les dice algo que puede sorprender a algunos: “Si alguien viene a mí y no odia a su padre, su madre, su esposa, sus hijos, sus hermanos y hermanas, y hasta su propia vida, no puede ser mi discípulo” (Lucas 14:26). ¿Qué quiere decir con estas palabras?
Bueno, no está diciendo que sus seguidores tengan que odiar literalmente a sus familiares. Más bien, quiere decir que deben amarlos menos que a él. No deberían ser como el hombre de la parábola de la cena que rechazó una importante invitación solo porque acababa de casarse (Lucas 14:20). La Biblia dice que Jacob, un antepasado de los judíos, odiaba a Lea y amaba a Raquel. En realidad, lo que significa es que amaba menos a Lea que a la hermana de esta, Raquel (Génesis 29:31, nota).
Jesús también ha mencionado que un verdadero discípulo debería odiar “hasta su propia vida” o alma, es decir, que debería amar a Jesús más que a su vida. Incluso debería estar dispuesto a morir por él si fuera necesario. Sin duda, hacerse discípulo de Cristo es una responsabilidad muy seria. No es una decisión que pueda tomarse a la ligera. Por lo tanto, hay que pensarlo bien.
Puede que los discípulos de Jesús tengan que sufrir dificultades y persecución, pues él añade: “El que no carga con su madero de tormento y me sigue no puede ser mi discípulo” (Lucas 14:27). Por eso, un verdadero discípulo de Cristo debe estar dispuesto a sufrir igual que él. De hecho, Jesús ha indicado que él mismo morirá a manos de sus enemigos.
Así que la multitud de personas que viaja con él debe analizar con cuidado lo que implica ser su discípulo. Jesús destaca este punto con un ejemplo: “¿Quién de ustedes que quiere construir una torre no se sienta antes a calcular los gastos y ver si tiene suficiente para terminarla? No sea que ponga los cimientos pero no pueda acabarla” (Lucas 14:28, 29). Por ello, antes de hacerse discípulos de Jesús, los que viajan con él a Jerusalén deben estar totalmente dispuestos a aceptar esa responsabilidad con todo lo que eso supone. Para dejar más clara esta idea, Jesús pone otro ejemplo:
“¿Qué rey, al salir a guerrear contra otro rey, no se sienta primero y consulta si con 10.000 soldados puede hacer frente al que viene contra él con 20.000? Entonces, si no puede hacerlo, envía a un grupo de embajadores a pedir la paz mientras el otro rey todavía está lejos”. ¿Cuál es la lección? Jesús explica: “Igualmente, tengan la seguridad de que ninguno de ustedes puede ser mi discípulo si no se despide de todos sus bienes” (Lucas 14:31-33).
Por supuesto, las palabras de Jesús no solo van dirigidas a los que viajan con él. Todos los que llegan a conocerlo deben estar dispuestos a hacer lo que acaba de mencionar: sacrificar todo lo que tienen —sus pertenencias y hasta su vida— para ser sus discípulos. Esto es algo sobre lo que hay que meditar y orar.
A continuación, Jesús habla de algo que ya mencionó en el Sermón del Monte cuando dijo que sus discípulos son “la sal de la tierra” (Mateo 5:13). Probablemente quiso decir que, al igual que la sal sirve para mantener en buen estado los alimentos, sus discípulos ayudan a las personas a mantener su amistad con Dios y los buenos valores morales. Ahora que se acerca el fin de su ministerio, Jesús dice: “La sal, por supuesto, es muy buena. Pero, si la sal pierde su fuerza, ¿con qué se le devolverá su sabor?” (Lucas 14:34). Los que escuchan a Jesús saben que no toda la sal disponible es pura, sino que está mezclada con otros minerales y, por lo tanto, no es muy útil.
En conclusión, Jesús muestra que incluso aquellos que son sus discípulos desde hace tiempo no deben permitir que nada debilite su deseo de seguirlo. Si eso ocurriera, no tendrían ningún valor, como la sal que pierde su fuerza. El mundo podría burlarse de ellos y, lo que es peor, perderían la aprobación de Dios y deshonrarían su nombre. No debemos dejar que esto nos suceda. Por eso, Jesús termina diciendo: “El que tenga oídos para escuchar, que escuche con atención” (Lucas 14:35).
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Hay mucha alegría cuando un pecador se arrepienteJesús: el camino, la verdad y la vida
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CAPÍTULO 85
Hay mucha alegría cuando un pecador se arrepiente
LAS PARÁBOLAS DE LA OVEJA PERDIDA Y DE LA MONEDA PERDIDA
EN EL CIELO, LOS ÁNGELES SE ALEGRAN
A lo largo de su ministerio, Jesús ha destacado en repetidas ocasiones la importancia de ser humilde (Lucas 14:8-11). Tiene muchas ganas de encontrar a personas que quieran servir a Dios con humildad. Quizás a algunas de ellas todavía se las conoce por ser pecadoras.
Los fariseos y los escribas ven que estas personas, que ellos consideran indignas, se sienten atraídas por Jesús y su mensaje. Por eso se quejan y dicen: “Este hombre recibe con gusto a los pecadores y come con ellos” (Lucas 15:2). Los fariseos y los escribas se creen superiores y tratan a la gente común como si fuera la tierra que pisan. Como muestra de su desprecio, los líderes religiosos llaman a estas personas ‛am ha’árets, expresión hebrea que significa “gente de la tierra”.
En cambio, Jesús trata a todos con dignidad, amabilidad y compasión. Por eso, muchas personas de las clases sociales más bajas, incluso algunas que son conocidas por sus pecados, desean escuchar a Jesús. Ahora bien, ¿cómo reacciona él ante las críticas que recibe por ayudarlas?
Jesús deja claro lo que piensa poniendo un conmovedor ejemplo, parecido a uno que ya usó en Capernaúm (Mateo 18:12-14). Compara a los fariseos a ovejas justas que están a salvo en el rebaño de Dios y a los más desfavorecidos a ovejas que se han desviado y están perdidas.
Jesús explica: “¿Quién de ustedes, si tiene 100 ovejas y pierde una de ellas, no deja a las 99 atrás en el campo y va a buscar a la que se perdió hasta que la encuentra? Cuando la encuentra, la carga sobre sus hombros lleno de alegría. Y, cuando llega a su casa, llama a sus amigos y a sus vecinos y les dice: ‘¡Alégrense conmigo, porque encontré a mi oveja, la que se había perdido!’” (Lucas 15:4-6).
¿Qué lección quiere enseñar Jesús? Él añade: “Les digo que, de la misma manera, habrá más felicidad en el cielo por un pecador que se arrepiente que por 99 justos que no necesitan arrepentirse” (Lucas 15:7).
Lo que Jesús dice sobre el arrepentimiento debe sorprender a los fariseos, quienes se consideran justos y no creen que tengan que arrepentirse. Cuando algunos de ellos lo criticaron un par de años antes porque comía con cobradores de impuestos y pecadores, él les contestó: “No vine a llamar a justos, sino a pecadores” (Marcos 2:15-17). Como los fariseos no se dan cuenta de que deben arrepentirse, en el cielo no hay alegría por su causa. Sin embargo, ocurre todo lo contrario cuando los pecadores se arrepienten de corazón.
Para dejar más clara la idea de que hay mucha alegría en el cielo cuando un pecador se arrepiente, Jesús pone otro ejemplo, tomado de algo que podría suceder en cualquier casa: “¿O qué mujer, si tiene 10 monedas de dracma y pierde una de ellas, no enciende una lámpara y barre su casa buscándola con cuidado hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, llama a sus amigas y a sus vecinas y les dice: ‘¡Alégrense conmigo, porque encontré la moneda de dracma que había perdido!’” (Lucas 15:8, 9).
La lección que Jesús enseña es parecida a la de la parábola de la oveja perdida: “Les digo que, de la misma manera, los ángeles de Dios se sienten felices cuando un pecador se arrepiente” (Lucas 15:10).
En efecto, los ángeles desean intensamente que los pecadores se arrepientan. Esto es algo que llama mucho la atención, porque quienes se arrepientan y reciban un lugar en el Reino celestial tendrán una posición superior a la de los propios ángeles (1 Corintios 6:2, 3). Aun así, los ángeles no sienten envidia. Entonces, ¿cómo deberíamos sentirnos nosotros cuando un pecador se arrepiente de corazón y vuelve a Dios?
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Regresa el hijo que estaba perdidoJesús: el camino, la verdad y la vida
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CAPÍTULO 86
Regresa el hijo que estaba perdido
LA PARÁBOLA DEL HIJO PERDIDO
Jesús acaba de explicar, probablemente en Perea, al este del río Jordán, las parábolas de la oveja perdida y la moneda perdida. La lección que aprendemos de ellas es que debemos alegrarnos cuando un pecador se arrepiente de corazón y vuelve a Dios. Los fariseos y los escribas han criticado a Jesús porque se interesa por estas personas. Pero ¿han aprendido algo de esos dos ejemplos de Jesús? ¿Comprenden qué siente nuestro Padre celestial por los pecadores que se arrepienten? Jesús desea destacar esta importante lección y por eso les relata una historia muy emotiva.
Les habla de un padre que tiene dos hijos. El personaje principal es el hijo más joven. Los fariseos y los escribas, así como los demás que están escuchando, deberían sacar una lección de lo que Jesús dice sobre el hijo menor. Sin embargo, no hay que pasar por alto lo que explica sobre el padre y el hijo mayor, ya que también se puede aprender mucho de las actitudes que estos demuestran. Así que pensemos en los tres personajes de este relato de Jesús:
“Un hombre tenía dos hijos. Y el más joven le dijo a su padre: ‘Padre, dame la parte que me toca de la herencia’. Así que él repartió sus bienes entre los dos” (Lucas 15:11, 12). Como vemos, el hijo menor no pide la herencia porque su padre haya muerto, pues sigue vivo. Él quiere recibir ahora su parte para independizarse y hacer lo que le plazca. ¿Y qué hace?
Jesús explica: “Unos días después, el más joven recogió todas sus cosas y viajó a un país lejano, donde malgastó su herencia llevando una vida desenfrenada” (Lucas 15:13). En vez de quedarse en casa, donde podía estar seguro y donde tenía un padre que cuidaba a sus hijos y les daba lo que necesitaban, decide irse al extranjero. Allí malgasta toda su herencia llevando una vida de excesos, queriendo satisfacer sus deseos sexuales. Al quedarse sin dinero, se encuentra en una situación muy difícil, tal como Jesús indica:
“Cuando ya se lo había gastado todo, un hambre terrible azotó aquel país, y él comenzó a pasar necesidad. Hasta se puso al servicio de un ciudadano de ese país, quien lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Y ansiaba saciar su hambre con las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada” (Lucas 15:14-16).
Según la Ley de Dios, el cerdo era un animal impuro; aun así, el joven se ve obligado a trabajar cuidando cerdos. Tiene tanta hambre que hasta desea comer lo que normalmente solo comen los animales, como los cerdos que cuida. En medio de tanta desesperación, recobra el juicio. ¿Y qué hace? Se dice a sí mismo: “¡Cuántos trabajadores de mi padre tienen pan de sobra, y yo aquí muriéndome de hambre! Me iré y volveré a la casa de mi padre. Le diré: ‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no merezco ser llamado tu hijo. Trátame como a uno de tus trabajadores’”. Por lo tanto, decide regresar a la casa de su padre (Lucas 15:17-20).
¿Cómo reaccionará su padre cuando lo vea? ¿Se enojará con su hijo y lo reprenderá por haber cometido la estupidez de irse de casa? ¿Lo recibirá con indiferencia y frialdad? ¿Qué haría usted si se tratara de su hijo o de su hija?
EL HIJO PERDIDO REGRESA A CASA
A continuación, Jesús explica qué siente el padre y cómo reacciona: “Cuando él [el hijo] todavía estaba lejos, su padre alcanzó a verlo y se conmovió profundamente. Corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó con ternura” (Lucas 15:20). Es posible que el padre se haya enterado de la vida desenfrenada que ha llevado su hijo. Pero, aun así, lo recibe con cariño cuando regresa. Al escuchar esta historia, ¿se darán cuenta los líderes judíos, que dicen conocer y adorar a Dios, de lo que él siente por los pecadores que se arrepienten? ¿Reconocerán que Jesús ha estado demostrando esa misma compasión?
Es probable que el padre, cuando ve la tristeza en la cara de su hijo, ya se dé cuenta de que está arrepentido. Pero, como el padre toma la iniciativa y sale a su encuentro, al hijo le es más fácil confesar sus pecados. Jesús explica lo que ocurre: “Entonces el hijo le dijo: ‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no merezco ser llamado tu hijo’” (Lucas 15:21).
Al instante, el padre les ordena a sus esclavos: “¡Rápido! Saquen una túnica larga, la mejor, y vístanlo. Pónganle un anillo en la mano y sandalias en sus pies. Además, traigan el ternero engordado y mátenlo para que comamos y celebremos su regreso, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a vivir, estaba perdido y ha sido encontrado”. Entonces, comienzan a celebrarlo con alegría (Lucas 15:22-24).
Mientras tanto, el hijo mayor está en el campo. Jesús dice sobre él: “Al volver y acercarse a la casa, oyó el sonido de la música y el baile. Por eso llamó a uno de los sirvientes y le preguntó qué estaba pasando. Él le respondió: ‘Es que tu hermano volvió, y tu padre ha matado el ternero engordado porque recuperó a su hijo sano y salvo’. Pero el hijo mayor se indignó y se negó a entrar. Entonces su padre salió y se puso a suplicarle que entrara. Él le contestó a su padre: ‘Mira, todos estos años he trabajado para ti como un esclavo y ni una sola vez desobedecí tus órdenes; sin embargo, tú nunca me diste un cabrito para que disfrutara con mis amigos. Pero, en cuanto llegó ese hijo tuyo que malgastó tus bienes con las prostitutas, por él mataste el ternero engordado’” (Lucas 15:25-30).
¿Quiénes han actuado como el hijo mayor y han criticado la misericordia y la atención que Jesús les ha mostrado a la gente común y a los pecadores? Los escribas y los fariseos. De hecho, Jesús ha explicado esta historia por su actitud tan crítica. Y, claro, cualquiera que no vea bien la misericordia que Dios les demuestra a los que han pecado debe tomar buena nota de lo que nos enseña este relato.
La historia concluye con la súplica del padre a su hijo mayor: “Hijo mío, tú siempre has estado conmigo, y todo lo que tengo es tuyo. Pero simplemente teníamos que celebrar su regreso y alegrarnos, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a vivir. Estaba perdido y ha sido encontrado” (Lucas 15:31, 32).
Jesús no explica qué acaba haciendo el hijo mayor. Sin embargo, sabemos que, después de la muerte y resurrección de Cristo, “un gran grupo de sacerdotes empezaron a aceptar la fe” (Hechos 6:7). Es posible que algunos de ellos estuvieran presentes cuando Jesús relató esta impactante parábola del hijo perdido. Desde luego, hasta ellos tenían la posibilidad de recobrar el juicio, arrepentirse y volverse a Dios.
Desde ese día, los discípulos de Jesús pueden y deben aprender las importantísimas lecciones que enseñó con esta extraordinaria historia. La primera lección es que permanecer en el pueblo de Jehová es lo más sabio, pues él nos protege, nos cuida con cariño y nos da lo que necesitamos. Sería un grave error alejarnos de él buscando placeres en “un país lejano”.
La segunda lección es que, si en algún momento nos desviamos del camino de Dios, debemos ser humildes y regresar a nuestro Padre para tener de nuevo su aprobación.
Además, aprendemos una tercera lección al ver la diferencia entre la actitud del padre, que recibe con cariño a su hijo y está dispuesto a perdonarlo, y la del hijo mayor, que está resentido y reacciona con frialdad. Sin duda, los siervos de Dios queremos perdonar y recibir a cualquiera que se arrepiente de verdad y regresa a casa, a nuestro Padre. Debemos alegrarnos porque nuestro hermano “estaba muerto y ha vuelto a vivir”, y porque “estaba perdido y ha sido encontrado”.
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Hagamos planes con sabiduría prácticaJesús: el camino, la verdad y la vida
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CAPÍTULO 87
Hagamos planes con sabiduría práctica
LA PARÁBOLA DEL MAYORDOMO INJUSTO
USEMOS LAS RIQUEZAS PARA HACER AMIGOS
Jesús acaba de explicar la parábola del hijo perdido. Los cobradores de impuestos, los escribas y los fariseos que la han escuchado deberían haber entendido que Dios está dispuesto a perdonar a los pecadores arrepentidos (Lucas 15:1-7, 11). Ahora Jesús se dirige a sus discípulos y les cuenta otra historia. En esta ocasión, habla de un hombre rico que se entera de que el administrador o mayordomo de su casa no ha actuado bien.
Jesús cuenta que se acusa al mayordomo de malgastar los bienes de su amo; así que este le informa que lo va a despedir. El mayordomo se pregunta: “¿Qué voy a hacer ahora que mi señor me va a quitar la administración de la casa? Yo no tengo fuerzas para cavar y me da vergüenza mendigar”. Entonces se le ocurre una idea: “Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me quiten la administración de la casa, la gente me reciba en su hogar”. De inmediato, llama a los deudores y le pregunta al primero: “¿Cuánto le debes a mi señor?” (Lucas 16:3-5).
Él le responde: “Le debo 100 medidas de aceite de oliva”. Esto equivale a unos 2.200 litros (580 galones) de aceite. Puede que el deudor tenga muchos olivos o que se dedique a vender aceite. El mayordomo le dice: “Aquí tienes tu acuerdo escrito. Rápido, siéntate y escribe 50 [1.100 litros o 290 galones]” (Lucas 16:6).
Luego le pregunta a otro: “Y tú, ¿cuánto debes?”. “Le debo 100 medidas grandes de trigo [unos 22.000 litros o 20.000 cuartos de galón]”, le contesta. Entonces el mayordomo le dice: “Aquí tienes tu acuerdo escrito. Escribe 80”. Así que le reduce bastante la deuda (Lucas 16:7).
Como el mayordomo todavía está a cargo de los asuntos económicos de su amo, tiene autoridad para reducir lo que otros le deben. Al hacerlo, se gana la amistad de los que le pueden devolver el favor cuando pierda su empleo.
Cuando el amo se entera de lo ocurrido, se queda impresionado por lo que ha hecho su mayordomo, a pesar de que ha supuesto una pérdida económica para él. Así que alaba al mayordomo porque, “aunque era injusto, actuó con sabiduría práctica”. Jesús añade: “Los hijos de este sistema, al tratar con los de su propia generación, son más sabios en sentido práctico que los hijos de la luz” (Lucas 16:8).
Jesús no está aprobando los métodos del mayordomo ni tampoco está fomentando los negocios poco honrados. ¿Qué quiere decir entonces? Les explica a sus discípulos: “Hagan amigos usando las riquezas injustas para que, cuando estas fallen, sean recibidos en las moradas eternas” (Lucas 16:9). Esto nos enseña que debemos ser previsores y actuar con sabiduría práctica. Los siervos de Dios, “los hijos de la luz”, tenemos que usar nuestras posesiones materiales de manera sabia, teniendo en cuenta el futuro eterno que nos espera.
Solo Jehová y su Hijo pueden recibir a alguien en el Reino celestial o en el Paraíso terrestre bajo este Reino. Por eso, debemos esforzarnos por fortalecer nuestra amistad con ellos usando nuestras posesiones materiales para apoyar las actividades relacionadas con el Reino. De esta manera, cuando el oro, la plata y cualquier otra riqueza material pierdan su valor, nuestro futuro eterno estará garantizado.
Además, Jesús dice que los que sean fieles al usar y cuidar sus posesiones materiales también serán fieles al atender asuntos de mayor importancia. “Por lo tanto —añade—, si ustedes no han sido fieles al usar las riquezas injustas, ¿quién les va a confiar las verdaderas riquezas [como las responsabilidades que Dios da a su pueblo]?” (Lucas 16:11).
Lo que Jesús quiere enseñarles a sus discípulos es que se les pedirá mucho para entrar “en las moradas eternas”. No podemos ser esclavos de Dios y, al mismo tiempo, de las riquezas injustas. De modo que Jesús concluye diciendo: “Ningún sirviente puede ser esclavo de dos amos, porque odiará a uno y amará al otro, o le será leal a uno y despreciará al otro. Ustedes no pueden ser esclavos de Dios y a la vez de las Riquezas” (Lucas 16:9, 13).
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El hombre rico y LázaroJesús: el camino, la verdad y la vida
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CAPÍTULO 88
El hombre rico y Lázaro
LA PARÁBOLA DEL HOMBRE RICO Y LÁZARO
Jesús les ha dado a sus discípulos buenos consejos sobre cómo usar las riquezas. Pero no solo lo han escuchado ellos, también están presentes algunos fariseos, quienes deberían tomar en serio estos consejos, pues aman el dinero. Sin embargo, al oír las palabras de Jesús, empiezan a “hacerle gestos de desprecio” (Lucas 15:2; 16:13, 14).
Jesús no se deja intimidar, sino que les dice: “Ustedes son los que se declaran justos delante de la gente, pero Dios conoce sus corazones. Porque lo que la gente considera muy valioso es repugnante desde el punto de vista de Dios” (Lucas 16:15).
Durante mucho tiempo, la gente ha considerado muy valiosos o importantes a los fariseos, pero ha llegado el momento de que las cosas cambien. Quienes disfrutan de una posición privilegiada, porque son ricos y tienen influencia política y religiosa, serán humillados. Por otro lado, la gente común que se da cuenta de que necesita aprender más de Dios será ensalzada. Jesús deja claro que se acerca un gran cambio:
“La Ley y los Profetas llegaron hasta Juan. Desde entonces se anuncia el Reino de Dios como buenas noticias, y todo tipo de personas avanza con empeño hacia él. En realidad, es más fácil que desaparezcan el cielo y la tierra que no que se quede sin cumplir un solo trazo de una letra de la Ley” (Lucas 3:18; 16:16, 17). ¿Cómo indican estas palabras que la situación está a punto de cambiar?
Los líderes religiosos judíos afirman con orgullo que siguen la Ley de Moisés. Recordemos que, cuando Jesús le devolvió la vista a un hombre en Jerusalén, los fariseos dijeron orgullosos: “Nosotros somos discípulos de Moisés. Sabemos que Dios le habló a Moisés” (Juan 9:13, 28, 29). Uno de los objetivos de la Ley de Moisés era conducir a las personas humildes hasta el Mesías, es decir, Jesús. Juan el Bautista lo identificó como tal al llamarlo el Cordero de Dios (Juan 1:29-34). Desde que Juan empezó a predicar, los judíos humildes de corazón, especialmente los pobres, han oído hablar del “Reino de Dios”. Así es, hay “buenas noticias” para todos los que quieren que el Reino de Dios los gobierne y disfrutar de las bendiciones que traerá.
La Ley de Moisés ya ha cumplido su objetivo: ha guiado a los judíos hasta el Mesías. De hecho, pronto será quitada. Por ejemplo, la Ley permitía el divorcio por varias razones, pero ahora Jesús dice que “todo el que se divorcia de su esposa y se casa con otra mujer comete adulterio, y cualquiera que se case con una mujer que está divorciada de su esposo comete adulterio” (Lucas 16:18). Estas palabras enojan muchísimo a los fariseos, que solo prestan atención a la letra de la Ley.
A continuación, Jesús cuenta una historia que destaca el enorme cambio que está teniendo lugar. Habla de dos hombres y explica cómo su situación cambia por completo. Repasemos esta historia y tengamos presente que también la escuchan los fariseos, que aman el dinero y reciben muchos elogios de la gente.
Jesús relata: “Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino, y llevaba una vida de placeres y lujo. Pero junto a su puerta solían dejar a un mendigo llamado Lázaro que estaba lleno de úlceras y que deseaba saciar su hambre con las cosas que caían de la mesa del rico. Hasta venían los perros y le lamían las úlceras” (Lucas 16:19-21).
No hay duda de que el hombre rico representa a los fariseos, ya que a ellos les encanta el dinero. A estos líderes religiosos judíos también les gusta vestirse con ropa costosa y elegante. Sin importar las riquezas materiales que tengan, parecen ricos porque disfrutan de muchos privilegios y oportunidades para servir a Dios. Para indicar su posición favorecida, se les describe como un hombre vestido de púrpura, el color de los reyes. Además, el lino blanco transmite la idea de que se consideran justos (Daniel 5:7).
¿Qué piensan estos líderes ricos y orgullosos de la gente común y pobre? La desprecian y la llaman ‛am ha’árets, o gente de la tierra, que no conoce la Ley ni merece aprender de ella (Juan 7:49). Esto se representa con la situación del “mendigo llamado Lázaro”, que desea saciar su hambre con las cosas que caen de la mesa del rico. Tal como Lázaro está lleno de úlceras, los fariseos consideran que la gente común está enferma en sentido espiritual y la desprecian.
Aunque esta triste situación ha existido durante bastante tiempo, Jesús sabe que ha llegado el momento de un gran cambio para los que son como el hombre rico y para los que son como Lázaro.
LA SITUACIÓN DEL HOMBRE RICO Y DE LÁZARO CAMBIA
Jesús ahora explica que las circunstancias de los dos personajes cambian totalmente: “Con el tiempo, el mendigo murió y los ángeles lo llevaron al lado de Abrahán. El rico también murió y fue sepultado. Y en la Tumba, en medio de tormentos, levantó la vista y vio a Abrahán de lejos y a Lázaro al lado de él” (Lucas 16:22, 23).
Los que escuchan a Jesús saben que Abrahán lleva muerto mucho tiempo y está en la Tumba. La Biblia explica claramente que nadie que esté en la Tumba o Seol puede ver ni hablar, y lo mismo puede decirse de Abrahán (Eclesiastés 9:5, 10). Entonces, ¿qué entienden los líderes religiosos con esta historia? ¿Qué podría estar enseñando Jesús sobre la gente común y sobre los líderes religiosos que tanto aman el dinero?
Jesús acaba de indicar un cambio de circunstancias al decir que “la Ley y los Profetas llegaron hasta Juan” y que “desde entonces se anuncia el Reino de Dios como buenas noticias”. Así que, con la predicación de Juan el Bautista y de Jesucristo, tanto Lázaro como el hombre rico mueren, en el sentido de que su situación cambia, y pasan a ocupar una nueva posición ante Dios.
Las personas humildes y pobres han estado desfavorecidas en sentido espiritual durante mucho tiempo. Pero ahora reciben ayuda porque aceptan el mensaje del Reino, que predicó primero Juan el Bautista y después Jesús. Hasta entonces tenían que sobrevivir, por decirlo así, con “las cosas que caían de la mesa” espiritual de los líderes religiosos. Sin embargo, ahora están siendo bien alimentadas con las enseñanzas básicas de las Escrituras, especialmente las cosas tan maravillosas que Jesús está explicando. De modo que por fin están en una posición privilegiada a los ojos de Jehová.
En cambio, los líderes religiosos ricos e influyentes rechazan el mensaje del Reino que Juan anunció y que Jesús ha estado predicando por todo Israel (Mateo 3:1, 2; 4:17). De hecho, los irrita o atormenta ese mensaje, el cual indica que les espera un duro castigo de parte de Dios (Mateo 3:7-12). Los codiciosos líderes religiosos sentirían un gran alivio si Jesús y sus discípulos dejaran de anunciar el mensaje de Dios. Estos líderes son como el hombre rico de la historia, que dice: “Padre Abrahán, ten misericordia de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua y refresque mi lengua, porque estoy angustiado en las llamas de este fuego” (Lucas 16:24).
Pero eso no sucederá, pues la mayoría de los líderes religiosos no van a cambiar. No han querido escuchar a Moisés ni a los Profetas. Lo que estos escribieron debería haberles impulsado a aceptar a Jesús como el Mesías y el Rey prometido por Dios (Lucas 16:29, 31; Gálatas 3:24). Estos líderes tampoco son humildes ni se dejan convencer por las personas pobres que aceptan a Jesús y que ahora cuentan con la aprobación de Dios. Los discípulos de Jesús no pueden dejar de predicar ni cambiar la verdad solo para complacer a los líderes religiosos o para darles alivio. En su historia, Jesús describe este hecho con las palabras que el “Padre Abrahán” le dirige al hombre rico:
“Hijo, recuerda que en tu vida te saciaste de cosas buenas, pero Lázaro, por su parte, recibió cosas malas. En cambio, ahora él está aquí recibiendo consuelo, pero tú estás angustiado. Además de todo esto, se ha establecido un gran abismo entre nosotros y ustedes, de modo que los que quieran pasar de aquí para el lado de ustedes no puedan, ni tampoco pueda la gente cruzar de allá para nuestro lado” (Lucas 16:25, 26).
Sin duda, se trata de un cambio justo y apropiado. Ahora, las personas humildes que aceptan el yugo de Jesús y por fin reciben consuelo y alimento espiritual ocupan la posición que antes tenían los orgullosos líderes religiosos, y al revés (Mateo 11:28-30). Este cambio se hará todavía más evidente dentro de unos meses, cuando el nuevo pacto sustituya al pacto de la Ley (Jeremías 31:31-33; Colosenses 2:14; Hebreos 8:7-13). Cuando Dios derrame espíritu santo en el Pentecostés del año 33, quedará totalmente claro que quienes tienen la aprobación de Dios no son los fariseos ni los líderes religiosos que los apoyan, sino los discípulos de Jesús.
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Jesús enseña en Perea de camino a JudeaJesús: el camino, la verdad y la vida
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CAPÍTULO 89
Jesús enseña en Perea de camino a Judea
HACER TROPEZAR A OTROS ES ALGO MUY GRAVE
DEBEMOS PERDONAR Y TENER FE
Jesús ha estado un tiempo en Perea, “al otro lado del Jordán” (Juan 10:40). Y ahora se dirige hacia el sur, a Jerusalén.
Pero no va solo. Lo acompañan sus discípulos, así como “grandes multitudes”, entre las que se encuentran cobradores de impuestos y pecadores (Lucas 14:25; 15:1). Los fariseos y los escribas, que critican todo lo que Jesús dice y hace, también están con él. Tienen mucho en lo que meditar después de escuchar las parábolas sobre la oveja perdida, el hijo perdido y el hombre rico y Lázaro (Lucas 15:2; 16:14).
Quizás pensando todavía en las críticas y el desprecio de sus enemigos, Jesús se dirige a sus discípulos y les vuelve a hablar de algunas ideas que ya había mencionado antes en Galilea.
Por ejemplo, les dice: “Es inevitable que vengan cosas que hagan tropezar. Pero ¡ay de aquel por medio de quien vengan! [...] Vigílense a ustedes mismos. Si tu hermano comete un pecado, repréndelo. Y, si se arrepiente, perdónalo. Aun si siete veces al día peca contra ti y siete veces vuelve a ti diciendo ‘Me arrepiento’, tienes que perdonarlo” (Lucas 17:1-4). Puede que esta última frase le recuerde a Pedro la ocasión en la que preguntó si se debía perdonar hasta siete veces (Mateo 18:21).
¿Podrán los discípulos poner en práctica las palabras de Jesús? Ellos le piden: “Danos más fe”. Y él les asegura: “Si tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, le ordenarían a este moral ‘¡Arráncate de raíz y plántate en el mar!’, y este les obedecería” (Lucas 17:5, 6). En efecto, con solo un poquito de fe se pueden lograr cosas extraordinarias.
A continuación, Jesús les enseña a los apóstoles la importancia de ser humildes y tener una opinión equilibrada de sí mismos: “¿Quién de ustedes, si tiene un esclavo que está arando o cuidando el rebaño, le dirá cuando vuelva del campo ‘Ven rápido a la mesa para comer’? ¿No le dirá más bien ‘Prepárame algo de cenar, ponte un delantal y sírveme hasta que yo acabe de comer y beber, y ya después comerás y beberás tú’? No le estará agradecido al esclavo porque hizo lo que se le mandó, ¿verdad? De la misma manera, cuando ustedes hayan hecho todo lo que les manden hacer, digan: ‘No somos más que esclavos y no merecemos nada. Solo hemos hecho lo que teníamos que hacer’” (Lucas 17:7-10).
Todos los siervos de Dios deben comprender la importancia de poner las cosas espirituales en primer lugar y recordar que es un honor adorar a Dios y formar parte de su pueblo.
Por lo visto, poco después llega alguien con un mensaje de María y Marta, las hermanas de Lázaro, que viven en Betania, en Judea. El mensajero dice: “Señor, mira, tu querido amigo está enfermo” (Juan 11:1-3).
Cuando Jesús se entera de que su amigo Lázaro está muy enfermo, la tristeza no lo detiene. Al contrario, responde: “Esta enfermedad no tiene como finalidad la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios y para que el Hijo de Dios sea glorificado”. Jesús se queda dos días más allí y entonces les dice a sus discípulos: “Vámonos otra vez a Judea”. Pero a ellos no les parece bien y le dicen: “Rabí, hace poco los de Judea querían apedrearte, ¿y piensas ir allí de nuevo?” (Juan 11:4, 7, 8).
Jesús les contesta: “El día tiene 12 horas de luz, ¿no es así? Quien camina a la luz del día no tropieza con nada porque ve la luz de este mundo. Pero quien camina de noche tropieza porque la luz no está en él” (Juan 11:9, 10). Parece que lo que Jesús quiere decir es que el plazo que Dios le ha dado para realizar su ministerio todavía no ha terminado. Hasta que llegue ese momento, debe aprovechar al máximo el poco tiempo que le queda.
Luego añade: “Nuestro amigo Lázaro se ha dormido, pero voy para allá a despertarlo”. Como sus discípulos creen que Lázaro simplemente está descansando y que se recuperará, le dicen: “Señor, si está durmiendo, se pondrá bien”. Entonces Jesús les dice con claridad: “Lázaro ha muerto [...]. Vayamos adonde está él” (Juan 11:11-15).
A pesar de que Tomás sabe que en Judea podrían matar a Jesús, quiere estar con él y darle su apoyo. Por eso, les dice a los demás discípulos: “Vayamos nosotros también y muramos con él” (Juan 11:16).
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