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  • Lecciones sobre el divorcio y sobre amar a los niños
    El hombre más grande de todos los tiempos
    • Lecciones sobre el divorcio y sobre amar a los niños

      JESÚS y sus discípulos van hacia Jerusalén para celebrar la Pascua de 33 E.C. Cruzan el río Jordán y toman la ruta que atraviesa el distrito de Perea. Jesús había estado en Perea unas semanas antes, pero entonces había sido llamado a Judea porque su amigo Lázaro estaba enfermo. Mientras estuvo en Perea entonces, Jesús había hablado a los fariseos acerca del divorcio, y ahora estos mencionan el asunto de nuevo.

      Entre los fariseos hay diferentes opiniones acerca del divorcio. Moisés dijo que el hombre podía divorciarse de su mujer si hallaba “algo indecente de parte de ella”. Algunos creen que esto se refiere únicamente a infidelidad. Pero otros creen que “algo indecente” incluye ofensas de muy poca importancia. Por eso, con la intención de someter a prueba a Jesús, los fariseos preguntan: “¿Es lícito para un hombre divorciarse de su esposa por toda suerte de motivo?”. Confían en que, sin importar lo que Jesús diga, se va a meter en dificultades con los fariseos que tienen un punto de vista diferente.

      Jesús se encarga de la pregunta magistralmente, sin recurrir a ninguna opinión humana, sino refiriéndose al propósito original del matrimonio. “¿No leyeron —pregunta— que el que los creó desde el principio los hizo macho y hembra y dijo: ‘Por esto el hombre dejará a su padre y a su madre y se adherirá a su esposa, y los dos serán una sola carne’? De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Por lo tanto, lo que Dios ha unido bajo un yugo, no lo separe ningún hombre.”

      Jesús muestra que el propósito original de Dios es que los cónyuges sigan juntos, que no se divorcien. Si eso es así, responden los fariseos, “¿por qué prescribió Moisés dar un certificado de despedida y divorciarse de ella?”.

      “Moisés, en vista de la dureza del corazón de ustedes, les hizo la concesión de que se divorciaran de sus esposas —contesta Jesús—, pero tal no ha sido el caso desde el principio.” Sí, cuando Dios estableció la norma verdadera para el matrimonio en el jardín de Edén no estipuló el divorcio.

      Jesús pasa a decir a los fariseos: “Yo les digo que cualquiera que se divorcie de su esposa, a no ser por motivo de fornicación [del griego: por·néi·a], y se case con otra, comete adulterio”. Así muestra que por·néi·a, que es crasa inmoralidad sexual, es la única base aprobada por Dios para un divorcio.

      Al darse cuenta de que el matrimonio debe ser una unión duradera con solo esta base para el divorcio, los discípulos se sienten impulsados a decir: “Si tal es la situación del hombre con su esposa, no conviene casarse”. No hay duda: ¡el que piensa casarse debe considerar seriamente la permanencia del enlace marital!

      Jesús pasa entonces a hablar sobre la soltería. Explica que algunos varones nacen eunucos, pues no pueden casarse debido a que no se desarrollan en sentido sexual. A otros los han hecho eunucos los hombres, que con crueldad los han incapacitado en sentido sexual. Finalmente, algunos suprimen el deseo de casarse y disfrutar de las relaciones sexuales para poder dedicarse más de lleno a asuntos relacionados con el Reino de los cielos. “Quien pueda hacer lugar para ello [la soltería], haga lugar para ello”, concluye Jesús.

      Ahora la gente empieza a llevar sus hijitos a Jesús. Sin embargo, los discípulos reprenden a los niños y tratan de hacer que se vayan, quizás para proteger a Jesús de tensión innecesaria. Pero Jesús dice: “Dejen que los niñitos vengan a mí; no traten de detenerlos, porque el reino de Dios pertenece a los que son así. En verdad les digo: El que no reciba el reino de Dios como un niñito, de ninguna manera entrará en él”.

      ¡Qué excelentes lecciones nos da Jesús aquí! Para recibir el Reino de Dios tenemos que imitar la humildad y tener la buena disposición de ser enseñados que tienen los niñitos. Pero el ejemplo de Jesús también ilustra cuán importante es, especialmente para los padres, dedicar tiempo a sus hijos. Jesús ahora muestra su amor a los pequeñuelos al tomarlos en sus brazos y bendecirlos. (Mateo 19:1-15; Deuteronomio 24:1; Lucas 16:18; Marcos 10:1-16; Lucas 18:15-17.)

  • Jesús y el joven gobernante rico
    El hombre más grande de todos los tiempos
    • Jesús y el joven gobernante rico

      MIENTRAS Jesús viaja por el distrito de Perea hacia Jerusalén, un joven se le acerca corriendo y cae de rodillas ante él. Se dice que es un gobernante, lo que quizás signifique que ocupa un puesto prominente en una sinagoga local, o hasta pudiera ser miembro del Sanedrín. Además, es muy rico. “Buen Maestro —pregunta—, ¿qué tengo que hacer para heredar vida eterna?”

      Jesús responde: “¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino uno solo, Dios”. Puede que el joven haya usado “buen” como título, y por eso Jesús le menciona que tal título pertenece solo a Dios.

      “Sin embargo —continúa Jesús—, si quieres entrar en la vida, observa los mandamientos continuamente.”

      “¿Cuáles?”, pregunta el hombre.

      Al contestar, Jesús cita cinco de los Diez Mandamientos: “Pues: No debes asesinar, No debes cometer adulterio, No debes hurtar, No debes dar falso testimonio, Honra a tu padre y a tu madre”. Luego añade un mandamiento más importante aún: “Tienes que amar a tu prójimo como a ti mismo”.

      “Todas estas cosas las he guardado desde mi juventud —contesta el hombre con toda sinceridad—. ¿Qué me falta aún?”

      Al oír la intensa y sincera solicitud de aquel hombre, Jesús siente amor por él. Pero Jesús percibe el apego de aquel hombre a las posesiones materiales, y por eso le señala lo que necesita: “Una cosa falta en cuanto a ti: Ve, vende las cosas que tienes, y da a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo, y ven, sé mi seguidor”.

      Jesús observa, de seguro apenado, que el hombre se levanta, da la vuelta, y se aleja muy triste. Su riqueza lo ciega al valor del verdadero tesoro. Jesús se lamenta: “¡Cuán difícil les será a los que tienen dinero entrar en el reino de Dios!”.

      Las palabras de Jesús sorprenden a los discípulos. Pero más se sorprenden por esta regla general que Jesús pasa a dar: “Más fácil es, de hecho, que un camello pase por el ojo de una aguja de coser que el que un rico entre en el reino de Dios”.

      “¿Quién, de hecho, puede ser salvo?”, quieren saber los discípulos.

      Fijando la vista en ellos, Jesús responde: “Para los hombres es imposible, mas no para Dios, porque todas las cosas son posibles para Dios”.

      Pedro, señalando que los discípulos han hecho una selección muy diferente de la del joven gobernante rico, dice: “¡Mira! Nosotros hemos dejado todas las cosas y te hemos seguido”. De modo que pregunta: “¿Qué habrá para nosotros, realmente?”.

      “En la re-creación —promete Jesús—, cuando el Hijo del hombre se siente sobre su trono glorioso, ustedes los que me han seguido también se sentarán sobre doce tronos y juzgarán a las doce tribus de Israel.” Sí, Jesús muestra que habrá una re-creación de las condiciones en la Tierra para que todo vuelva a ser como era en el jardín de Edén. Y Pedro y los demás discípulos recibirán la recompensa de gobernar con Cristo sobre este Paraíso que se extenderá por toda la Tierra. ¡De seguro tan magnífica recompensa vale cualquier sacrificio!

      Sin embargo, aun ahora hay recompensas, como declara firmemente Jesús: “Nadie ha dejado casa, o hermanos, o hermanas, o madre, o padre, o hijos, o campos, por causa de mí y por causa de las buenas nuevas, que no reciba el céntuplo ahora en este período de tiempo: casas, y hermanos, y hermanas, y madres, e hijos, y campos, con persecuciones, y en el sistema de cosas venidero vida eterna”.

      Como Jesús promete, dondequiera que sus discípulos van en el mundo disfrutan con otros cristianos de una relación que es más estrecha y más preciosa que la relación de que se disfruta con miembros de una familia natural. Parece que el joven gobernante rico pierde tanto esta recompensa como la de vida eterna en el Reino celestial de Dios.

      Después Jesús añade: “Sin embargo, muchos que son primeros serán últimos; y los últimos, primeros”. ¿Qué quiere decir?

      Quiere decir que muchas personas que son ‘primeras’ en el disfrute de privilegios religiosos, como el joven gobernante rico, no entrarán en el Reino. Serán ‘últimas’. Pero muchas (entre ellas los humildes discípulos de Jesús, a quienes los fariseos que se creen muy justos desprecian como “últimos”, como gente de la tierra o ‛am ha·’á·rets) llegarán a ser ‘primeras’. El que estos lleguen a ser “primeros” significa que recibirán el privilegio de ser gobernantes con Cristo en el Reino. (Marcos 10:17-31; Mateo 19:16-30; Lucas 18:18-30.)

  • Obreros en la viña
    El hombre más grande de todos los tiempos
    • Obreros en la viña

      MUCHOS que son primeros —acaba de decir Jesús— serán últimos; y los últimos, primeros.” Ahora ilustra esto mediante un relato. “El reino de los cielos —empieza— es semejante a un hombre, un amo de casa, que salió muy de mañana para contratar obreros para su viña.”

      Jesús sigue: “Cuando [el amo de la casa] hubo convenido con los obreros en un denario al día, los envió a su viña. Saliendo también cerca de la hora tercera, vio a otros que estaban de pie desocupados en la plaza del mercado; y a aquellos dijo: ‘Ustedes también, vayan a la viña, y les daré lo que sea justo’. De modo que ellos se fueron. Él volvió a salir cerca de la hora sexta, y de la nona, e hizo lo mismo. Finalmente, salió cerca de la hora undécima y halló a otros de pie, y les dijo: ‘¿Por qué han estado de pie aquí desocupados todo el día?’. Le dijeron: ‘Porque nadie nos ha contratado’. Les dijo: ‘Ustedes también vayan a la viña’”.

      El amo de casa o dueño de la viña es Jehová Dios, y la viña es la nación de Israel. Los que trabajan en la viña son personas que han sido admitidas en el pacto de la Ley; específicamente son los judíos que viven en los días de los apóstoles. El convenio por el salario se hace solo con los que trabajan el día completo. El salario es un denario por el día de trabajo. Puesto que “la hora tercera” equivale a las nueve de la mañana, aquellos a quienes se llama en las horas tercera, sexta, nona y undécima trabajan, respectivamente, solo 9, 6, 3 y 1 horas.

      Los obreros que trabajan 12 horas, o el día completo, representan a los líderes judíos que han estado continuamente ocupados en servicio religioso. No son como los discípulos de Jesús, que durante la mayor parte de su vida han estado empleados en pescar o en otras ocupaciones seglares. Fue solo al llegar el otoño de 29 E.C. cuando el “amo de casa” envió a Jesucristo a reunir a estos para que fueran sus discípulos. Así estos llegaron a ser “los últimos”, o los trabajadores que llegaron a la viña a la hora undécima.

      Finalmente, el simbólico día de trabajo termina con la muerte de Jesús, y llega el tiempo de pagar a los obreros. Se sigue la regla no común de pagar primero a los últimos, como se explica: “Cuando empezó a anochecer, el amo de la viña dijo a su encargado: ‘Llama a los obreros y págales su salario, procediendo desde los últimos hasta los primeros’. Cuando vinieron los hombres de la hora undécima, recibieron cada uno un denario. Por eso, cuando vinieron los primeros, concluyeron que ellos recibirían más; pero ellos también recibieron pago a razón de un denario. Al recibirlo, se pusieron a murmurar contra el amo de casa y dijeron: ‘¡Estos últimos trabajaron una sola hora; no obstante, los hiciste iguales a nosotros que soportamos el peso del día y el calor ardiente!’. Mas él, respondiendo a uno de ellos, dijo: ‘Amigo, no te hago ningún mal. Conviniste conmigo por un denario, ¿no es verdad? Toma lo tuyo y vete. Quiero dar a este último lo mismo que a ti. ¿No me es lícito hacer lo que quiero con mis propias cosas? ¿O es inicuo tu ojo porque yo soy bueno?’”. Concluyendo, Jesús repitió un punto que ya había mencionado: “De esta manera los últimos serán primeros, y los primeros, últimos”.

      El denario no se recibe al tiempo de la muerte de Jesús, sino en el Pentecostés de 33 E.C., cuando Cristo, el “encargado”, derrama espíritu santo sobre sus discípulos. Los discípulos de Jesús son como “los últimos”, o los obreros de la hora undécima. El denario no representa la dádiva del espíritu santo misma. El denario es algo que se supone que los discípulos usen aquí en la Tierra. Es algo que significa su sustento, su vida eterna. Es el privilegio de ser un israelita espiritual, ungido para predicar acerca del Reino de Dios.

      Pronto los que habían sido contratados primero observan que los discípulos de Jesús han recibido el pago; y ven que usan el denario simbólico. Pero ellos quieren más que el espíritu santo y sus privilegios asociados con relación al Reino. Su murmuración y objeciones toman la forma de perseguir a los discípulos de Cristo, “los últimos” que trabajan en la viña.

      ¿Es ese cumplimiento del primer siglo el único cumplimiento de la ilustración de Jesús? No; en este siglo XX los clérigos de la cristiandad, en virtud de sus puestos y responsabilidades, han sido “los primeros” en haber sido contratados para trabajar en la viña simbólica de Dios. Consideraban a los predicadores dedicados que se asociaban con la Sociedad Watch Tower Bible and Tract como “los últimos” en tener alguna asignación válida en el servicio de Dios. Pero en realidad fueron estos mismos, a quienes el clero despreciaba, los que recibieron el denario: el honor de servir como embajadores ungidos del Reino celestial de Dios. (Mateo 19:30-20:16.)

  • Discusión entre los discípulos al acercarse la muerte de Jesús
    El hombre más grande de todos los tiempos
    • JESÚS y sus discípulos están cerca del río Jordán, donde cruzan desde el distrito de Perea a Judea. Muchas otras personas viajan con ellos a la celebración de la Pascua de 33 E.C., que tendrá lugar más o menos una semana después.

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