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  • Relatos de fe en una prisión histórica
    ¡Despertad! 2001 | 22 de noviembre
    • ANTES que nada, quizá le interese saber cuándo y cómo entraron los Testigos en esta cárcel por primera vez. El 4 de julio de 1918, un grupo de ocho ministros cristianos distinguidos subieron escoltados los quince peldaños de granito de la entrada. Si se siguió la costumbre de la época, lo hicieron esposados, con las manos sujetas por cadenas a la cintura y con grilletes en los pies. Eran hombres espirituales capacitados que llevaban la delantera entre los Estudiantes Internacionales de la Biblia, como se conocía entonces a los testigos de Jehová. No podían ni imaginarse que en menos de un año se probaría que el encarcelamiento había sido un flagrante error judicial. En marzo de 1919 descendieron los mismos peldaños, pero libres y sin cadenas. Más adelante, las autoridades retiraron los cargos y fueron exonerados.a

      Mientras estuvieron en prisión, aquellos cristianos dieron clases bíblicas. Uno de ellos, A. H. Macmillan, dijo que aunque el ayudante del alcaide se había mostrado hostil al principio, con el tiempo exclamó: “Las lecciones que dan [a los reclusos] son maravillosas”.

  • Relatos de fe en una prisión histórica
    ¡Despertad! 2001 | 22 de noviembre
    • [Ilustraciones y recuadro de las páginas 20 y 21]

      “Ustedes hospedaron a algunos de mis mejores amigos”

      EN ABRIL de 1983, Frederick W. Franz, miembro del Cuerpo Gobernante de los Testigos de Jehová, visitó la penitenciaría de Atlanta, e hizo así realidad un deseo que había abrigado por años. Cuando entró al edificio, le dijo al celador que se hallaba sentado en recepción: “Quiero que sepa que ustedes hospedaron a algunos de mis mejores amigos”. Ese comentario desconcertó al funcionario. ¿A qué se refería?

      Sesenta y cuatro años atrás, Joseph F. Rutherford y siete de sus colaboradores habían sido encarcelados bajo falsos cargos de conspiración. Con el tiempo, Rutherford y Franz llegaron a ser compañeros de trabajo y entablaron una gran amistad. Más de cuatro décadas después de la muerte de Rutherford, Franz, que a la sazón contaba unos 90 años, cumplió su feliz deseo. Sin duda alguna, aquel escenario le hizo meditar en la labor que desempeñaron su amigo y demás colaboradores dentro de los muros de aquella prisión. ¿En qué consistió?

      Al poco de ingresar allí, el ayudante del alcaide les dijo: “Vamos a asignarles trabajo. Digan, ¿qué saben hacer?”.

      —Señor —respondió A. H. Macmillan, uno de los hermanos encarcelados—, lo único que he hecho en mi vida ha sido predicar. ¿Tiene algún trabajo parecido?

      —¡Por supuesto que no! Por ese motivo están aquí. Les advierto que no permitiré que prediquen.

      Al cabo de unas semanas se ordenó a los internos que acudieran al servicio religioso del domingo, tras lo cual, quien lo deseara podía quedarse a las lecciones de religión. Los ocho hermanos formaron una clase bíblica aparte que dirigían por turnos. “Algunos curiosos comenzaron a asistir y después vinieron más”, mencionó el hermano Rutherford. En poco tiempo, el pequeño grupo de ocho llegó a ser de 90.

      ¿Cómo reaccionaron los convictos a las clases bíblicas? Uno de ellos afirmó: “Tengo 72 años y ha sido aquí, entre barrotes, donde he hallado la verdad. Me alegro de que me hayan enviado a la cárcel”. Otro preso declaró: “Pronto cumpliré mi condena y lamento tener que irme [...]. ¿Pueden decirme dónde hallar a personas como ustedes cuando salga?”.

      La noche antes de obtener la libertad, los ocho hermanos recibieron la emotiva carta de un joven que había asistido a su clase. “Deben saber —escribió— que han infundido en mí el deseo de ser mejor persona, un hombre de provecho, si es que algo así puede salir de mí, un ser tan corrompido y gastado por el mundo. [...] Soy débil, muy débil, nadie lo sabe mejor que yo, pero me esforzaré y lucharé contra mí mismo si es necesario para que la semilla que han plantado fructifique, y así pueda ayudarme a mí y a quienes me rodean. Tal vez les sorprenda esta carta, en vista de quien la envía, pero sepan que cada palabra que han leído nace de lo más profundo de mi corazón.”

      En la actualidad, después de ochenta años, los testigos de Jehová siguen sembrando las semillas de la verdad en la penitenciaría de Atlanta, así como en muchas otras prisiones (1 Corintios 3:6, 7).

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