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Testigos hasta la parte más distante de la TierraLos testigos de Jehová, proclamadores del Reino de Dios
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Se predica en Europa durante la guerra a pesar de la persecución
Por no renegar de su fe ni dejar de predicar, miles de testigos de Jehová alemanes, austriacos, belgas, franceses y holandeses fueron encarcelados o enviados a campos de concentración nazis, donde recibieron un trato brutal. Los que todavía disfrutaban de libertad efectuaban su ministerio con cautela. Solían predicar solo con la Biblia y ofrecían otras publicaciones únicamente cuando volvían a visitar a los que estaban interesados. Para evitar que los arrestaran, llamaban a una puerta en un edificio de apartamentos y luego se iban a otro edificio, o llamaban a una sola puerta en una calle y a continuación a otra puerta en otra calle. No se retraían en absoluto de dar testimonio.
El 12 de diciembre de 1936, solo algunos meses después de que la Gestapo arrestara a miles de Testigos y a gente interesada por todo el país en un intento de paralizar su obra, los Testigos, a su vez, llevaron a cabo una campaña. Con la velocidad del rayo metieron en los buzones de correos y por debajo de las puertas de casas de toda Alemania decenas de miles de resoluciones impresas que denunciaban el trato cruel que estaban recibiendo sus hermanos cristianos. Una hora después del inicio de la distribución, la policía se movilizó para intentar atrapar a los distribuidores, pero solo detuvieron a una docena por todo el país.
La policía no entendía cómo se podía haber efectuado tal campaña después de todo lo que había hecho el gobierno nazi para detener la obra de los Testigos. Además, empezó a sentir miedo del pueblo. ¿Por qué? Porque cuando la policía y otros oficiales uniformados fueron a las casas y preguntaron a la gente si habían recibido aquella hoja, la mayor parte dijo que no. En realidad la gran mayoría no la había recibido. Solo se habían dejado ejemplares en dos o tres casas de cada edificio. Pero la policía no lo sabía. Dio por sentado que se habían dejado en todas las casas.
Durante los meses que siguieron, los oficiales nazis negaron rotundamente los cargos que se les imputaban en aquella resolución impresa. Por consiguiente, el 20 de junio de 1937 los Testigos que continuaban en libertad distribuyeron otro mensaje, una carta abierta que contenía todo tipo de detalles sobre la persecución y en la que figuraban nombres de oficiales, así como fechas y lugares. Grande fue la consternación de la Gestapo ante aquella denuncia y ante la habilidad con que los Testigos habían realizado la distribución.
La familia Kusserow, de Bad Lippspringe (Alemania), demostró también en numerosas ocasiones aquella misma determinación de dar testimonio. Un ejemplo de ello fue lo que ocurrió cuando el régimen nazi ejecutó públicamente a Wilhelm Kusserow en Münster por negarse a transigir en su fe. Hilda, la madre de Wilhelm, fue de inmediato a la prisión y apremió a los funcionarios para que le entregaran el cuerpo. Hilda dijo a su familia: “Daremos un gran testimonio a los que lo conocieron”. En el funeral, el padre de Wilhelm, Franz, hizo una oración en la que expresó su fe en las provisiones amorosas de Jehová. Ante la sepultura, Karl-Heinz, hermano de Wilhelm, pronunció unas palabras de consuelo tomadas de la Biblia. Por todo esto se les castigó, pero lo más importante para ellos era honrar a Jehová hablando de su nombre y su Reino.
Cuando empeoraron las condiciones en los Países Bajos a causa de la guerra, los Testigos del país reorganizaron las reuniones por cautela. Empezaron a reunirse en casas privadas en grupos de solo diez personas o menos. Cambiaban frecuentemente los lugares de reunión. Cada Testigo asistía solo a su grupo y ninguno divulgaba la dirección del estudio, ni siquiera a amigos de confianza. En aquellos momentos de la historia en que poblaciones enteras se veían forzadas a abandonar sus hogares con motivo de la guerra, los testigos de Jehová sabían que la gente necesitaba recibir con urgencia el mensaje consolador que solo se halla en la Palabra de Dios, de modo que lo daban a conocer intrépidamente. Sin embargo, una carta de la sucursal recordó a los hermanos que Jesús había ejercido cautela en varias ocasiones en que se había enfrentado con opositores. (Mat. 10:16; 22:15-22.) Así que, a partir de entonces, cuando se encontraban con alguien hostil, anotaban cuidadosamente la dirección para tomar precauciones especiales la próxima vez que se trabajara en aquel territorio.
En Grecia, la población sufrió muchas penalidades durante la ocupación alemana. Los testigos de Jehová, no obstante, recibieron peores tratos como resultado de las calumnias del clero de la Iglesia Ortodoxa Griega, que instaba a la policía y a los tribunales a tomar medidas contra ellos. A muchos Testigos los encarcelaron o los expulsaron de sus ciudades y deportaron a pueblos remotos, o bien los recluyeron en prisiones de islas áridas donde las condiciones eran muy duras. Pese a todo, ellos siguieron predicando. (Compárese con Hechos 8:1, 4.) Solían hablar con la gente en los parques y jardines públicos; se sentaban junto a alguien en un banco y empezaban a hablarle del Reino de Dios. A los que mostraban mucho interés, les prestaban una valiosa publicación bíblica. La publicación se devolvía después y se utilizaba vez tras vez. Muchos amantes de la verdad aceptaron agradecidos la ayuda que les dieron los Testigos, e incluso empezaron a proclamar las buenas nuevas junto con ellos, aunque esto les acarreó una feroz persecución.
Un factor que contribuyó notablemente a que los Testigos tuvieran valor y perseveraran fue el fortalecimiento que derivaron del alimento espiritual. A pesar de que en algunas partes de Europa casi se agotaron durante la guerra los suministros de publicaciones para distribuir a otras personas, los Testigos consiguieron que circulara entre ellos información de estudio, preparada por la Sociedad con el fin de fortalecer la fe de los testigos de Jehová de todo el mundo. Arriesgando la vida, August Kraft, Peter Gölles, Ludwig Cyranek, Therese Schreiber y muchos más reprodujeron y distribuyeron información de estudio que entraba clandestinamente en Austria procedente de Checoslovaquia, Italia y Suiza. En los Países Bajos, fue un amable guardia de prisión el que le consiguió una Biblia a Arthur Winkler. Las refrescantes aguas de la verdad bíblica contenidas en La Atalaya penetraron incluso en los campos de concentración alemanes y circularon entre los Testigos que estaban allí encerrados, pese a todas las precauciones que tomó el enemigo.
La reclusión en prisiones y campos de concentración no impidió que los testigos de Jehová siguieran predicando. Estando encarcelado en Roma, el apóstol Pablo escribió: “Estoy sufriendo el mal hasta el punto de cadenas de prisión [...]. Sin embargo, la palabra de Dios no está encadenada”. (2 Tim. 2:9.) Durante la II Guerra Mundial ocurrió lo mismo en el caso de los testigos de Jehová europeos. Los guardias se fijaban en su conducta; algunos hacían preguntas, y unos cuantos se hicieron creyentes, aunque ese paso suponía la pérdida de su propia libertad. Muchos de los presos que estaban con los Testigos provenían de lugares donde apenas se habían predicado las buenas nuevas, como Rusia. Algunos de estos llegaron a ser testigos de Jehová y al terminar la guerra regresaron a su país de origen con el deseo intenso de difundir el mensaje del Reino.
La persecución despiadada y los efectos de la guerra total no impidieron que, tal como se había predicho, la gente acudiera a la gran casa espiritual de Jehová para adorarle. (Isa. 2:2-4.) De 1938 a 1945 la mayoría de los países europeos registraron aumentos importantes en la cantidad de personas que participaron públicamente en tal adoración por medio de proclamar el Reino de Dios. En Finlandia, Francia, Gran Bretaña y Suiza los Testigos aumentaron en un 100% aproximadamente. En Grecia la cantidad de proclamadores se multiplicó casi por siete y en los Países Bajos, por doce. A finales de 1945, de Alemania y Rumania todavía no se tenían datos, y solo habían llegado informes incompletos de varios países más.
La obra fuera de Europa durante la guerra
También en el Oriente los testigos de Jehová experimentaron muchas dificultades durante la guerra. En Japón y Corea muchos fueron arrestados, apaleados y torturados por abogar a favor del Reino de Dios en vez de adorar al emperador japonés. Con el tiempo perdieron completamente la comunicación con los Testigos de otros países. Muchos de ellos solo tuvieron la oportunidad de dar testimonio durante los interrogatorios o ante los tribunales. Cuando terminó la guerra, el ministerio público de los testigos de Jehová en estos países casi había cesado.
Cuando Filipinas entró en la guerra, los Testigos del país sufrieron tanto a manos de los japoneses como de las fuerzas de resistencia debido a que no apoyaban a ninguno de los dos bandos. Muchos abandonaron sus casas para que no los prendieran. Pero al ir trasladándose de un lugar a otro predicaron y prestaron publicaciones mientras las tuvieron; posteriormente utilizaron solo la Biblia. Cuando el frente de batalla retrocedió, prepararon incluso varios barcos para el transporte de grupos grandes de Testigos a islas donde se había predicado poco o no se había predicado nada.
En Birmania (hoy Myanmar), no fue la invasión japonesa, sino la presión que el clero anglicano, metodista, católico y bautista estadounidense ejerció en las autoridades coloniales, lo que llevó a que se proscribieran las publicaciones de los testigos de Jehová en mayo de 1941. Dos Testigos que trabajaban en la oficina de telégrafos vieron un telegrama que les alertó de lo que se avecinaba, así que los hermanos sacaron inmediatamente las publicaciones del almacén de la Sociedad para que no fueran confiscadas e hicieron lo posible por mandar una buena parte de ellas por tierra a China.
En aquel entonces el gobierno de Estados Unidos estaba transportando en camiones por la “ruta de Birmania” una gran cantidad de material bélico destinado a apoyar al gobierno nacionalista chino. Los hermanos trataron de reservar espacio en uno de aquellos camiones, pero se les negó. Los intentos de conseguir un vehículo en Singapur también fracasaron. No obstante, Mick Engel, el hermano que estaba al cargo del almacén de literatura de la Sociedad en Rangún (ahora Yangon), solicitó permiso a un oficial estadounidense de alto rango para transportar las publicaciones en camiones del ejército y lo obtuvo.
Con todo, cuando Fred Paton y Hector Oates le preguntaron al oficial que iba a dirigir el convoy hasta China qué espacio podían ocupar, a este casi le dio un ataque. “¿Qué? —gritó—. ¿Cómo puedo darles espacio valioso en mis camiones para sus miserables tratados cuando no tengo absolutamente ningún lugar para materiales militares y médicos que se necesitan con urgencia y que están pudriéndose aquí al descubierto?” Fred sacó calmadamente la carta de autorización de su maletín, se la mostró y le indicó que si pasaba por alto las órdenes de los oficiales de Rangún podía verse en apuros. El oficial no solo tomó medidas para transportar dos toneladas de libros, sino que puso además una furgoneta, con conductor y suministros incluidos, a disposición de los hermanos. Estos se marcharon entonces con su precioso cargamento en dirección nordeste por la peligrosa carretera de montaña hacia China. Predicaron en Pao-shan y luego en Chungking (Pahsien). Durante todo el año que pasaron en China, distribuyeron miles de tratados y publicaciones que hablaban del Reino de Jehová. Entre aquellos a quienes dieron testimonio personalmente estuvo Chiang Kai-shek, el presidente del gobierno nacionalista chino.
Mientras tanto, en Birmania se intensificaron los bombardeos, y todos los Testigos, a excepción de tres, salieron del país, la mayoría en dirección a la India. La actividad de los tres que permanecieron quedó forzosamente limitada. No obstante, siguieron predicando informalmente, y sus esfuerzos produjeron fruto después de la guerra.
A los testigos de Jehová de Norteamérica también se les presentaron grandes obstáculos durante la guerra. Los numerosos ataques de chusmas y la aplicación anticonstitucional de leyes en algunos lugares dificultaron mucho la predicación. Miles de hermanos fueron encarcelados por declararse neutrales como cristianos, lo cual, sin embargo, no frenó el ministerio de casa en casa de los Testigos. Además, a partir de febrero de 1940 fue común verlos en las calles de las zonas comerciales ofreciendo La Atalaya y Consolación (hoy ¡Despertad!). Los Testigos se volvieron más celosos incluso. Pese a sufrir una de las persecuciones más intensas jamás experimentadas en aquella parte del mundo, de 1938 a 1945 los Testigos de Estados Unidos y Canadá aumentaron a más del doble y triplicaron el tiempo que dedicaban a su ministerio público.
En muchos países que se identificaban con la Commonwealth británica (en Norteamérica, África, Asia e islas del Caribe y el Pacífico) se proscribió oficialmente a los testigos de Jehová o sus publicaciones. Uno de tales países fue Australia. Un anuncio oficial publicado en ese país el 17 de enero de 1941 por orden del gobernador general prohibía a los testigos de Jehová reunirse para adorar y hacer circular sus publicaciones o siquiera tenerlas en su poder. Los hermanos recurrieron rápidamente contra aquella proscripción ante los tribunales, ya que la ley del país lo permitía. Pero tuvieron que pasar más de dos años para que el juez Starke, del Tribunal Supremo, declarara que el reglamento en que se basaba la proscripción era “arbitrario, caprichoso y opresivo”. El Tribunal Supremo en pleno revocó la proscripción. ¿Qué hicieron los testigos de Jehová mientras tanto?
A imitación de los apóstoles de Jesucristo, ‘obedecieron a Dios como gobernante más bien que a los hombres’. (Hech. 4:19, 20; 5:29.) No dejaron de predicar. Pese a los numerosos obstáculos, organizaron incluso una asamblea en Hargrave Park, cerca de Sydney, para los días 25 al 29 de diciembre de 1941. El gobierno se negó a conceder transporte por ferrocarril a algunos hermanos, de modo que un grupo de Australia Occidental instaló en sus vehículos unidades que se alimentaban con carbón y producían gas (que les servía de combustible), y emprendió un viaje a campo traviesa de catorce días de duración, la mitad de ellos por la inhóspita llanura de Nullarbor. Llegaron sin problemas y disfrutaron del programa junto con los otros 6.000 asambleístas. Al año siguiente se celebró otra asamblea, pero esta vez los hermanos se reunieron en grupos más pequeños en 150 puntos distintos de siete ciudades grandes de todo el país, y los discursantes viajaron rápidamente de un lugar a otro.
Cuando empeoraron las condiciones en Europa en 1939, algunos ministros precursores de los testigos de Jehová se ofrecieron para servir en otros campos. (Compárese con Mateo 10:23; Hechos 8:4.) Se envió a tres precursores alemanes de Suiza a Shanghai (China). Unos cuantos precursores fueron a América del Sur. Entre los que se mandó a Brasil estuvieron Otto Estelmann, que había estado visitando y ayudando a las congregaciones de Checoslovaquia, y Erich Kattner, que había servido en la sucursal de la Sociedad Watch Tower en Praga. Su nueva asignación no era nada fácil. Descubrieron que en algunas zonas agrícolas, los Testigos se levantaban temprano y predicaban hasta las 7.00 de la mañana y más tarde reemprendían el servicio del campo hasta el anochecer. El hermano Kattner recuerda que, cuando se desplazaba de un lugar a otro, a menudo dormía al aire libre con su bolsa de predicación por almohada. (Compárese con Mateo 8:20.)
Tanto al hermano Estelmann como al hermano Kattner los había perseguido la policía secreta nazi en Europa. ¿Se vieron libres de la persecución al mudarse a Brasil? Todo lo contrario; solo un año después de su llegada los arrestaron y los tuvieron durante mucho tiempo bajo arresto domiciliario y en la cárcel a instigación de funcionarios que al parecer simpatizaban con los nazis. Los Testigos también afrontaron con frecuencia la oposición del clero católico, pero persistieron en la obra que Dios les había encomendado. Se esforzaron constantemente por llegar a ciudades de Brasil donde no se había predicado aún el mensaje del Reino.
Un análisis de la situación mundial muestra que los gobiernos de la mayoría de los países donde había testigos de Jehová proscribieron la organización o sus publicaciones durante la II Guerra Mundial. Aunque en 1938 los Testigos habían predicado en 117 países, durante los años de la guerra (1939-1945) en más de sesenta de estos países se proscribió su organización o sus publicaciones, o se expulsó a sus ministros. Hasta en los lugares donde no se les proscribió tuvieron que enfrentarse a ataques de chusmas y se les arrestó en numerosas ocasiones. Pese a todo, la predicación de las buenas nuevas no se detuvo.
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Testigos hasta la parte más distante de la TierraLos testigos de Jehová, proclamadores del Reino de Dios
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[Recuadro/Fotografías en las páginas 451-453]
Se negaron a dejar de predicar aunque estaban en prisión
Aquí aparecen solo unos cuantos de los miles que sufrieron a causa de su fe en prisiones y campos de concentración durante la II Guerra Mundial
1. Adrian Thompson (Nueva Zelanda). Encarcelado en 1941 en Australia; solicitó la exención del servicio militar pero se la denegaron cuando Australia proscribió a los testigos de Jehová. Al salir de la prisión fortaleció a las congregaciones, en calidad de superintendente de circuito, para que efectuaran su ministerio público. Fue misionero y el primer superintendente viajante del Japón de la posguerra; continuó predicando con celo hasta su muerte en 1976.
2. Alois Moser (Austria). Estuvo en siete prisiones y campos de concentración. En 1992, a los 92 años de edad, todavía es Testigo activo.
3. Franz Wohlfahrt (Austria). La ejecución de su padre y su hermano no le desanimó. Estuvo cinco años en el campo de concentración de Rollwald (Alemania). En 1992 continúa predicando a los 70 años de edad.
4. Thomas Jones (Canadá). Encarcelado en 1944 y recluido posteriormente en dos campos de trabajo. En 1977, después de treinta y cuatro años de servicio de tiempo completo, fue nombrado miembro del Comité de Sucursal que supervisa la predicación en todo Canadá.
5. Maria Hombach (Alemania). Fue detenida en varias ocasiones; estuvo incomunicada tres años y medio. A riesgo de su vida, actuó de correo para suministrar publicaciones bíblicas a sus compañeros Testigos. En 1992, a sus 90 años, sigue sirviendo fielmente en la familia de Betel.
6. Max y Konrad Franke (Alemania). Padre e hijo, ambos recluidos en la cárcel repetidas veces y durante muchos años. (La esposa de Konrad, Gertrud, también estuvo presa.) Todos sirvieron a Jehová con celo y lealtad, y Konrad fue uno de los que llevó la delantera en la reorganización de la obra de predicar de los Testigos en la Alemania de la posguerra.
7. A. Pryce Hughes (Inglaterra). Sentenciado a cumplir dos condenas en la prisión londinense de Wormwood Scrubs; también lo habían encarcelado durante la I Guerra Mundial por causa de su fe. Estuvo a la vanguardia de la predicación del Reino en Gran Bretaña hasta su muerte en 1978.
8. Adolphe y Emma Arnold, con su hija Simone (Francia). Cuando Adolphe fue enviado a prisión, Emma y Simone siguieron predicando y a la vez distribuyendo publicaciones a otros Testigos. A Emma también la encarcelaron y, como no cesaba de predicar a otros presos, la dejaron incomunicada. Simone fue enviada a un reformatorio. Los tres continuaron siendo Testigos celosos.
9. Ernst e Hildegard Seliger (Alemania). Entre los dos pasaron más de cuarenta años en prisiones y campos de concentración a causa de su fe. Hasta en la prisión siguieron dando a conocer las verdades bíblicas a otros. Cuando recuperaron la libertad, se dedicaron por completo a predicar las buenas nuevas. El hermano Seliger murió leal a Dios en 1985; la hermana Seliger, en 1992.
10. Carl Johnson (Estados Unidos). A los dos años de su bautismo, lo encarcelaron junto con otros centenares de Testigos en Ashland (Kentucky). Ha servido de precursor y de superintendente de circuito; en 1992 sigue llevando la delantera en el ministerio del campo en calidad de anciano.
11. August Peters (Alemania). Lo separaron de su esposa y sus cuatro hijos y lo metieron en prisión una temporada entre 1936 y 1937, y luego de 1937 a 1945. Cuando recuperó la libertad, no disminuyó su actividad en el ministerio, sino que la aumentó emprendiendo el servicio de tiempo completo. En 1992, a sus 99 años de edad, continúa sirviendo en la familia de Betel y ha visto aumentar el número de testigos de Jehová en Alemania hasta alcanzar la cifra de 163.095.
12. Gertrud Ott (Alemania). Encarcelada primero en Lodz (Polonia), luego en el campo de concentración de Auschwitz y posteriormente en los de Gross-Rosen y Bergen-Belsen (Alemania). Al fin de la guerra sirvió de misionera celosamente en Indonesia, Irán y Luxemburgo.
13. Katsuo Miura (Japón). Cuando llevaba siete años preso en Hiroshima, una gran parte de la prisión donde se hallaba fue destruida por la bomba atómica que arrasó la ciudad. Sin embargo, los médicos no le descubrieron ningún daño que se pudiera atribuir a la radiación. Dedicó los últimos años de su vida al servicio de precursor.
14. Martin y Gertrud Poetzinger (Alemania). Unos cuantos meses después de casarse, los arrestaron y los tuvieron separados durante nueve años. A Martin lo enviaron a Dachau y a Mauthausen; a Gertrud, a Ravensbrück. Pese al trato brutal que recibieron, su fe no flaqueó. Al salir de prisión se dedicaron de lleno al servicio de Jehová. Él sirvió de superintendente viajante por toda Alemania durante veintinueve años; luego fue nombrado miembro del Cuerpo Gobernante y sirvió como tal hasta su muerte en 1988. En 1992, Gertrud sigue siendo una evangelizadora celosa.
15. Jizo y Matsue Ishii (Japón). Cuando llevaban diez años distribuyendo publicaciones bíblicas por todo Japón, los encarcelaron. Aunque la obra de los testigos de Jehová fue desarticulada en ese país durante la guerra, al terminar esta el hermano y la hermana Ishii de nuevo predicaron celosamente. Para 1992 Matsue Ishii había visto aumentar la cantidad de Testigos activos en Japón a más de 171.000.
16. Victor Bruch (Luxemburgo). Estuvo recluido en Buchenwald, Lublin, Auschwitz y Ravensbrück. A sus 90 años de edad sigue activo como anciano de los testigos de Jehová.
17. Karl Schurstein (Alemania). Fue superintendente viajante antes de que Hitler subiera al poder. Estuvo preso ocho años y finalmente murió a manos de las SS en Dachau en 1944. Incluso dentro del campo de concentración siguió fortaleciendo a otros espiritualmente.
18. Kim Bong-nyu (Corea). Estuvo en prisión seis años. A los 72 años de edad continúa hablando a otros sobre el Reino de Dios.
19. Pamfil Albu (Rumania). Tras recibir un trato brutal, lo encerraron en un campo de trabajo de Yugoslavia durante dos años y medio. Al terminar la guerra lo recluyeron otras dos veces por un total de doce años. No dejó de hablar del propósito de Dios. Antes de su muerte ayudó a miles de rumanos a servir con la organización mundial de los testigos de Jehová.
20. Wilhelm Scheider (Polonia). Estuvo preso en campos de concentración nazis de 1939 a 1945 y en cárceles comunistas de 1950 a 1956 y de 1960 a 1964. Hasta su muerte en 1971, dedicó todas sus energías a proclamar el Reino de Dios.
21. Harald y Elsa Abt (Polonia). Durante la guerra y después de esta, Harald pasó catorce años en prisiones y campos de concentración por causa de su fe, pero aun allí siguió predicando. A Elsa la separaron de su niña y la tuvieron presa en seis diferentes campos de concentración de Polonia, Alemania y Austria. A pesar de que incluso después de la guerra los testigos de Jehová estuvieron proscritos en Polonia durante cuarenta años, todos continuaron sirviendo a Jehová con celo.
22. Ádám Szinger (Hungría). Lo sometieron a juicio seis veces y finalmente lo sentenciaron a veintitrés años de cárcel, de los cuales cumplió ocho y medio en prisiones y campos de trabajo. Una vez libre, sirvió de superintendente viajante por un total de treinta años. A sus 69 años de edad, continúa siendo un leal anciano de congregación.
23. Joseph Dos Santos (Filipinas). Antes de su detención en 1942, había dedicado doce años a proclamar de tiempo completo el mensaje del Reino. Reactivó la obra de los testigos de Jehová en las Filipinas después de la guerra, y continuó en el servicio de precursor hasta su muerte en 1983.
24. Rudolph Sunal (Estados Unidos). Recluido en la prisión de Mill Point (Virginia Occidental). Al salir de la prisión se dedicó de tiempo completo —como precursor, miembro de la familia de Betel y superintendente de circuito— a difundir el conocimiento del Reino de Dios. En 1992 continúa sirviendo de precursor, a los 78 años de edad.
25. Martin Magyarosi (Rumania). Desde la prisión donde estuvo de 1942 a 1944 siguió dirigiendo la predicación de las buenas nuevas en Transilvania. Al salir de la prisión, viajó mucho para animar a sus compañeros Testigos en la predicación, y él mismo fue un Testigo denodado. Lo volvieron a arrestar en 1950 y murió, leal a Jehová, en 1953 en un campo de trabajo.
26. R. Arthur Winkler (Alemania y los Países Bajos). Lo encerraron primero en el campo de concentración de Esterwegen, donde siguió predicando. Posteriormente, en los Países Bajos, la Gestapo le dio una paliza que lo dejó irreconocible, y por último lo enviaron a Sachsenhausen. Fue un Testigo leal y celoso hasta su muerte en 1972.
27. Park Ock-hi (Corea). Estuvo tres años recluida en la prisión de Sodaemun (Seúl), donde la sometieron a torturas indescriptibles. En 1992, a los 91 años de edad, sigue predicando celosamente como precursora especial.
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