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  • Los valdenses: de la herejía al protestantismo
    La Atalaya 2002 | 15 de marzo
    • Los valdenses: de la herejía al protestantismo

      Corría el año 1545. En la hermosa región de Lubéron, en Provenza, al sur de Francia, se había reunido un ejército para cumplir una espantosa misión alentada por la intolerancia religiosa. Aquello dio paso a una semana de derramamiento de sangre.

      SE ARRASARON pueblos y se encarceló o dio muerte a sus habitantes. Soldados feroces perpetraron crueles atrocidades en una masacre que estremeció Europa. Murieron alrededor de dos mil setecientos hombres, y otros seiscientos acabaron en galeras, sin mencionar el sufrimiento de mujeres y niños. El comandante que orquestó la sanguinaria campaña recibió los elogios del rey de Francia y del Papa.

      La Reforma ya había dividido Alemania cuando el rey católico Francisco I de Francia, preocupado por la difusión del protestantismo, recabó información sobre los llamados herejes de su reino. En vez de hallar unos pocos casos aislados, las autoridades de Provenza descubrieron pueblos enteros de disidentes religiosos. Se promulgó un edicto para exterminarlos, lo que llevó a la masacre de 1545.

  • Los valdenses: de la herejía al protestantismo
    La Atalaya 2002 | 15 de marzo
    • De católicos a herejes

      En aquella época, la predicación era un privilegio exclusivo de la clase clerical, y la Iglesia se atribuía el derecho de conceder el permiso para efectuarla. Los eclesiásticos consideraban a los valdenses ignorantes e iletrados; no obstante, en 1179 Valdo solicitó autorización oficial para predicar al papa Alejandro III, quien se la concedió a condición de que recibiera la aprobación de los sacerdotes locales. El historiador Malcolm Lambert señala que aquella salvedad “equivalía en la práctica a una negativa casi total”. Y así fue; el arzobispo de Lyon Jean Bellesmains prohibió formalmente la predicación laica. Valdo respondió parafraseando Hechos 5:29, que dice: “Tenemos que obedecer a Dios como gobernante más bien que a los hombres”. Al no acatar la prohibición, se le excomulgó en 1184.

      Pese a que los valdenses fueron expulsados de la diócesis de Lyon y desterrados de la ciudad, parece que la condena inicial no se llevó a cabo con rigor. Mucha gente común y corriente los admiraba por su sinceridad y su modo de vida, e incluso los obispos seguían hablando con ellos.

      Según el historiador Euan Cameron, los predicadores valdenses no “pretendían oponerse a la Iglesia en sí misma”. Solo “deseaban predicar y enseñar”. Los historiadores afirman que prácticamente se empujó al movimiento a la herejía mediante una serie de decretos que acabaron marginándolos de forma progresiva y perdurable. Las condenas de la Iglesia culminaron con el anatema que lanzó el cuarto Concilio de Letrán contra los valdenses, en 1215. ¿Cómo repercutió en su predicación?

      La clandestinidad

      Tras la muerte de Valdo en 1217, la persecución dispersó a sus seguidores por los valles alpinos franceses, Alemania, el norte de Italia y el centro y este de Europa. Además, los obligó a asentarse en las zonas rurales, lo que limitó su predicación en muchos aspectos.

      En 1229, la Iglesia Católica dio por concluida su cruzada contra los cátaros, o albigenses, en el sur de Francia.c Su siguiente objetivo fueron los valdenses. La Inquisición no tardaría en actuar sin piedad contra los enemigos de la Iglesia. Los valdenses, atemorizados, pasaron a la clandestinidad. Para 1230 ya no predicaban en público. El historiador Audisio explica: “En vez de ir en busca de nuevos adeptos [...], se dedicaron a cuidar de los conversos y a mantenerlos en la fe ante la presión y persecución del exterior”. Y añade: “La predicación seguía siendo esencial, pero había adoptado un nuevo enfoque”.

  • Los valdenses: de la herejía al protestantismo
    La Atalaya 2002 | 15 de marzo
    • La pertinaz persecución de la Iglesia Católica obligó a muchísimos valdenses a trasladarse a Provenza, una región del sur de Francia más segura, tal como hicieron los inmigrantes protestantes. Las autoridades no tardaron en percatarse de estos movimientos de población. Pese a los abundantes informes favorables sobre el modo de vida y los valores morales de los valdenses, hubo quienes cuestionaron su lealtad y los acusaron de constituir una amenaza para el orden público. Se emitió el Edicto de Mérindol, que resultó en la horrible matanza mencionada al principio del artículo.

      Las relaciones entre católicos y valdenses siguieron deteriorándose. En respuesta a los ataques que sufrieron, estos últimos incluso se defendieron con las armas. El conflicto los arrojó en brazos de los protestantes,

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