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  • Precursores por las orillas del Amazonas
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  • Experiencias alentadoras
  • Frustrada la oposición clerical
  • Construcción de un Salón del Reino en lugar lejano
La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1988
w88 15/11 págs. 25-29

Precursores por las orillas del Amazonas

¡LA SELVA del Amazonas! Casi todo el mundo ha oído de ella. Pero pocos la han podido visitar. Sin embargo, por unos diez años unos precursores o ministros de tiempo completo han hecho precisamente eso. Más importante aún es que han llevado a ese lugar las buenas nuevas del Reino de Dios. En la embarcación El Refugio, de la Sociedad Watch Tower, y utilizando la red de ríos que entrecruza el nordeste del Perú, se han transportado por la selva amazónica.

¡Qué interesante asignación! Hay muchas tribus indígenas esparcidas por todo este vasto territorio. Bordeando los ríos, y en la oscuridad de la selva, se ven sus chacras o pequeñas granjas. Aunque vivan en aislamiento, a estos indígenas también hay que llevar el mensaje vital de la Biblia. (Mateo 24:14; 28:19, 20.)

Cerca de la ciudad de Iquitos, en la selva, la unión de dos ríos principales —el rápido y traicionero Ucayali y el Marañón— forma el poderoso Amazonas. Estos ríos, con su constante fluir y torcerse y levantarse, socavan las márgenes y derriban árboles gigantescos que caen en las corrientes devoradoras. De la noche a la mañana se forman bancos de arena que cambian el curso fluvial.

Mientras El Refugio bajaba por el Ucayali, de repente dio contra un banco de arena sumergido. El golpe inesperado sacudió a la tripulación, que se agarró de barandillas y barras para no caer al agua. El capitán dio marcha atrás, pero su esfuerzo fue inútil. El barco había encallado. Entonces, para aligerar la nave, los seis hermanos a bordo se quitaron la ropa y, en sus calzoncillos, saltaron al banco de arena y empezaron a descargar 40 cajas de literatura. De repente, uno de los tripulantes gritó: “¡Cuidado!, una boa se está metiendo en el barco”. Sí, una brillante culebra verde de dos metros (6 pies) de largo subía por el costado del barco. Unos cuantos golpes de un remo la hicieron volver al río. Aliviada la carga, pronto el barco quedó libre y reanudó el viaje.

Métodos de predicación organizada

El Refugio no es un barco grande ni muy rápido. De hecho, contra una corriente fuerte su paso es bastante lento. Por eso, los precursores han ideado un plan para abarcar rápidamente el territorio del interior. Antes de partir de su centro de actividades en la ciudad de Iquitos, tratan de averiguar qué les espera donde desean trabajar. Por lo que les dicen los nativos de esa región, preparan un mapa de las aldeas y chacras del territorio. Indican los riachuelos o canales por donde pudieran hacer viajes secundarios. Así, si el área escogida tiene muchas aldeas, el barco puede permanecer una semana o dos en un solo lugar. Por lo general cuatro de los seis precursores visitan las granjas dispersas, mientras que el capitán y el precursor restante viajan al interior de la selva, adonde no se puede llegar por barco. Hacen esto transportándose a un campamento como pasajeros en el avión de una compañía de petróleo.

Estos campamentos se hallan en claros del interior donde constantemente se perfora en busca de petróleo. Cada campamento tiene cien o más hombres. Los Testigos procuran hablar a los obreros al tiempo de la cena, después de las horas de trabajo. En un campamento la cabaña comedor fue un auditorio excelente. Los obreros escucharon y, después, muchos hicieron preguntas sobre los problemas morales que afrontaban por vivir tan lejos de sus familias. ¡Qué excelente oportunidad para presentar el punto de vista bíblico sobre la limpieza moral! Después de la sesión de preguntas y respuestas, muchos pidieron Biblias y ayudas impresas para el estudio de la Biblia. Los Testigos anotaron los nombres y después comenzaron estudios con algunos de estos hombres y sus familias en Iquitos. Así se visitaron cuatro campos petrolíferos... tres por viaje aéreo y uno mediante una visita de El Refugio.

Cuando los precursores veían un caserío en la orilla, ataban el barco al objeto más cercano que lo mantuviera firme. Sin embargo, era sabio el miembro de la tripulación que, antes de saltar del barco, se cercioraba de que el terreno de la orilla fuera firme. La tierra que el río apila en la orilla parece segura, pero puede sorprender a uno. ¡Puede ser que de repente uno se hunda en el lodo hasta la cintura!

Una vez que han llegado a tierra sin percance, los hermanos se abren paso entre una algarabía de niñitos inquisitivos y procuran ver al jefe de la aldea. Le explican brevemente el propósito de su visita y le piden que les permita pronunciar un discurso bíblico en la cabaña que sirve de escuela local o de centro de reuniones de la aldea. Por lo general se les permite. La reunión se anuncia verbalmente mediante los niñitos que corren en toda dirección a invitar a la gente a asistir. Antes del discurso, durante el día, los precursores predican de cabaña en cabaña. La gente es amigable y hospitalaria y acepta con gusto nuestra literatura bíblica. Donde no hay dinero, hay trueque de libros por tortugas, monos, gallinas, loros, frutas o hasta una hermosa orquídea.

Si el tiempo lo permite, por la tarde se vuelve a visitar a la gente. A los que muestran interés excepcional se les pide que traigan sus “mecheros”, o quinqués con queroseno y mecha, para que tengan luz. Por lo general para las siete de la noche todos están sentados con una lámpara en una mano y la Biblia en la otra. Después del discurso empiezan las preguntas. ¿Creen los testigos de Jehová en un infierno de fuego? ¿Qué diferencia hay entre las creencias de los Testigos y las de la religión católica? A la mayoría de los presentes les agrada buscar las respuestas en sus propias Biblias.

Experiencias alentadoras

Después de uno de estos discursos un hombre y su esposa se acercaron al precursor con lágrimas en los ojos. El hombre dijo: “Hermanos, por mucho tiempo estuvimos esperando oír palabras como las que hemos oído esta noche. Amamos nuestra tierra, y nos gusta la idea de un paraíso terrestre donde podremos seguir cerca de ella. Pero ¿quién es este que usted dice que va a ir al cielo?”. Ciertamente es alentador estar lejos en la selva del Amazonas, a muchos kilómetros de la “civilización”, y hallar a personas como estas, mansas como ovejas.

Los precursores tratan de dejar varios libros en las manos de la gente, porque puede que pase mucho tiempo antes de que regresen a estas aldeas. Cierto día, allá en Iquitos, un botero detuvo a uno de los hermanos y le pidió otro juego de ocho libros. ¿Qué le había pasado a su primer juego? Uno por uno, sus parientes habían venido de visita y se habían llevado prestados los libros. En lo recóndito de la selva no hay mucho material de lectura. Así la literatura ha llegado a lugares donde los precursores mismos nunca llegan. Por su espíritu, Jehová se encarga de que de ese modo nuestras publicaciones cristianas lleguen a las manos de los que las usarán para su provecho.

En una aldea pequeña, dos de los hermanos se quedaron en el barco mientras los otros se internaron en la selva por un sendero. Arriba se juntaban ramas de árboles enormes, y se eliminaba mucha de la luz solar, y aves de muchos colores se llamaban unas a otras desde el verde follaje. Unos 15 minutos después los Testigos llegaron a un claro bastante amplio. Les tomó una hora visitar todas las cabañas. Cuando se disponían a partir, un hombre se les acercó y les pidió que pasaran la noche con él, pues tenía muchas preguntas. Por eso, uno de los precursores permaneció en aquel lugar mientras los demás regresaron al barco.

El precursor sugirió que podía pronunciar un discurso bíblico aquella noche. Así que, por sendas que los hermanos no habían transitado, los niñitos salieron a invitar a los vecinos. Mientras tanto, en la aldea el precursor condujo un estudio bíblico mediante capítulos del libro La verdad que lleva a vida eterna, y contestó las preguntas que aquel hombre hospitalario había hecho. Al esparcirse el aire fresco de la noche y disminuir el calor, de repente se oyó la cacofonía de un grupo de bambúes. Centenares de periquitos empezaron a parlotear a la misma vez, como dando la bienvenida a la noche fresca.

Al anochecer, 20 adultos y muchos niños se habían reunido alrededor del orador. Una brillante lámpara de gasolina daba buena iluminación para leer, pero también atraía a centenares de insectos selváticos. ¡Cuando iba a mitad de su discurso, el orador se tragó uno! Después de una ruidosa interrupción —durante la cual recibió palmadas en la espalda, y hubo risa y expresiones de compasión y simpatía— pudo concluir bien su discurso. Para entonces toda timidez había desaparecido, y hubo una animada conversación sobre lo que se había dicho.

Tras de haberse ido el último vecino, el hombre interesado en la verdad colocó un mosquitero en una esquina de la plataforma al aire libre sobre la cual estaba su casa, que había sido construida sobre pilotes a metro y medio (cinco pies) del terreno. El hombre dejó que el precursor se acomodara bajo el mosquitero mientras él recogía sus animales debajo de la plataforma para protegerlos de merodeadores selváticos. Dando gracias a Jehová por su cuidado, el hermano se acostó allí, y pronto los arrullos de la selva lo pusieron a dormir.

Parecía que no había pasado ningún tiempo cuando, abruptamente, el hermano se incorporó de un salto. Un gallo había cantado, y cualquiera diría que se hallaba directamente debajo de donde él dormía. Allí estaba. Primero cantó el gallo, entonces ladró el perro, después glugluteó el pavo y, finalmente, la cabra se juntó al coro. Después, todos los pájaros empezaron su charla matutina. Era el comienzo de un nuevo día.

Después de un buen desayuno, el hermano emprendió su camino hacia sus compañeros. Más adelante vio lo que creyó que era un árbol grande caído sobre el sendero. Una mirada más cuidadosa le mostró que era una gran boa constrictor que fácilmente podría medir ocho metros (25 pies). La evitó cuidadosamente, y llegó sin percance al barco.

Frustrada la oposición clerical

En la siguiente aldea los precursores no recibieron muy buena acogida. Al acercarse a la orilla el barco, los hermanos se sorprendieron al ver un gran grupo de personas. Las encabezaba un sacerdote católico, y con las manos les indicaron a los hermanos que siguieran su camino, y gritaron que no necesitaban literatura bíblica. Los hermanos siguieron adelante y aseguraron el barco más allá de la aldea.

Poco tiempo después salió de aquella aldea una balsa con bananos. Cuando la balsa pasó cerca del barco, los hermanos invitaron a sus tres ocupantes a acercarse a El Refugio. Cuando lo hicieron, tres precursores subieron a la balsa y empezaron a testificarles. El dueño de la balsa quiso saber por qué no querría el cura que los Testigos visitaran la aldea, y los precursores contestaron que no podían comprender por qué no debería querer un sacerdote que la gente entendiera la Biblia. Por ejemplo, ¿qué mal podría causar el que la gente leyera Mi libro de historias bíblicas? Cuando los hombres examinaron aquel libro, quisieron quedarse con él.

El día siguiente, varias canoas salieron de la aldea en dirección a El Refugio. La publicación Mi libro de historias bíblicas había causado sensación allí. La gente que vino les dijo a los hermanos que si se internaban un poco en la selva podrían encontrar una manera indirecta de entrar en la aldea. Cuando los precursores llegaron allí y visitaron los hogares uno tras otro, se les acogió mucho mejor. Muchos de los aldeanos aceptaron juegos completos de los libros, para enojo del cura local.

Construcción de un Salón del Reino en lugar lejano

Con el tiempo, los intrépidos precursores llegaron al punto del Amazonas en que se juntan las fronteras de tres países. Tres aldeas, cada una a poca distancia de las otras, componen allí un bullicioso centro comercial. Estas son: Caballococha, en Perú; Leticia, en Colombia, y Tabatinga, en Brasil. No es difícil visitar cualquiera de estos pueblos, pues allá adentro en la selva no hay mucha formalidad en cuanto a pasaportes.

En Tabatinga los precursores se enteraron de que dos hermanas precursoras brasileñas trabajaban allí. Un grupito de personas deseaba reunirse, pero no tenían un lugar donde hacerlo. Las dos hermanas les suplicaron a los hermanos que permanecieran allí por un tiempo y pronunciaran discursos, lo que ellos hicieron gustosamente. Conversaciones subsiguientes mostraron que el grupo podría contribuir lo suficiente como para comprar madera y construir un edificio pequeño en un terreno que alguien les había donado. Las hermanas ya sabían dónde había un aserradero, río arriba, donde un hombre que había mostrado interés en su mensaje había prometido darles la madera a muy buen precio. El Refugio tuvo que hacer dos viajes para traer la madera al lugar. En 15 días los entusiasmados trabajadores construyeron un Salón del Reino con cabida para 80 personas. La tripulación del barco contribuyó su propio atril para los oradores, y varios bancos para el entusiasmado auditorio. ¡Cuánto se alegró aquel grupito de tener al fin su propio lugar de reuniones!

Todavía hay mucho territorio que abarcar por las orillas del Amazonas y sus afluentes. Grandes son las bendiciones de los que escuchan el llamado macedónico y van a ‘declarar las buenas nuevas’ en estas zonas distantes. (Hechos 16:9, 10.) Ahora El Refugio tiene una nueva tripulación de precursores. Ellos también tienen plena confianza en que Jehová los guiará y protegerá en su servicio sagrado.

[Fotografías en la página 26]

Los precursores de “El Refugio” llevan la verdad que da vida por las orillas del Amazonas

[Mapa en la página 25]

(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

COLOMBIA

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Tabatinga

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